Este artículo, escrito en la década de los ’50,
señala el camino de afeminamiento del hombre y
de masculinización de la mujer, que ya a
comienzos del siglo XX era manifiesto. La
fotografías que ilustran el artículo, datan de
1914.
Feministas desfilan en París en 1914
La escena, fotografiada en París, en 1914, es
algo desconcertante para la mirada
contemporánea.
Los trajes, muy pesados y severos, obedecen a
los cánones de una moda que, como tantas otras,
dio oportunidad a manifestaciones de buen y de
mal gusto.
Ciertamente, la fotografía nos pone en presencia
de especimenes de un mal gusto evidente.
Se entiende que un traje femenino sea ‒en dadas
circunstancias‒ severo, sobrio. Pero con la
condición de conservarse siempre bien femenino,
es decir, de dejar clara la nota de delicadeza,
de gracia, de recatada afabilidad que debe
distinguir a la dama, y especialmente a la
dama cristiana.
Para ejemplificar con figuras que los lectores
tienen en la retina, basta recordar dos obras
maestras en este sentido: el vestido de novia y
el traje de coronación de una reina.
Cada cual a su modo puede alcanzar el sumo de la
solemnidad, de la nobleza, de la severa
severidad. Pero sin por ello ser obligado a
sacrificar, en la menor medida, lo que tiene de
suave y típicamente femenino.
Es precisamente lo que falta a estas señoras,
que caminan en orden cerrado y se diría en paso
cadenciado, con la mirada audaz y el porte
marcial, como si fueran valquirias aburguesadas
y bien nutridas.
Mutatis mutandis, lo mismo puede decirse del
traje cotidiano. Hasta lo que tiene un corte tan
masculinizado, como el tailleur, o lo que es de
uso más radicalmente doméstico, como el peignoir,
puede tener el cuño de esos predicados
antitéticos pero armónicos, fundiendo la
seriedad y la gracia, con un rasgo de fuerte
superioridad con una nota de afabilidad.
Feministas a comienzos del siglo XX
Valquirias, por supuesto, bajadas de sus
caballos y reducidas al nivel de infantería, que
tratan de compensar el prosaísmo de su condición
peatonal por el modelo teatral de sus trajes
pesados. En el fondo, con una nota de opereta.
¿Quién son estas damas? Las bravas y macizas
precursoras del movimiento de masculinización de
la mujer. Son feministas que promueven una
manifestación en las Tullerías.
En ellas trasluce un estado de espíritu que, sin
mostrarse muy marcadamente en esto o en aquello,
estaba en todos los imponderables de la escena.
El igualitarismo: fuerza propulsora de este
movimiento
Es el reflejo del cataclismo igualitario que
estalló en el siglo XVI con el protestantismo, y
en el siglo XVIII con la Revolución Francesa.
Niega él que la mujer en su misma naturaleza sea
diversa del hombre, con sus ventajas y
desventajas propias. Y que su gloria consista en
ser casta, fuerte y noblemente femenina… Ella
tiene que masculinizarse, endurecerse, volverse
discutidora y agresiva como un hombre (un matón,
más que un caballero). Y todo esto para ser lo
más parecida a él. En otros términos, para ser
un hombre de segundo plano.
* * *
Entre esas mujeres masculinizadas, un hombre,
precursor del afeminamiento de nuestros días.
Mientras el igualitarismo reduce a esto a la
mujer, veamos a qué reduce al hombre.
Al lado de esas amazonas que marcha, camina
enclenque, ligero, de chaquetilla ceñida, un
frágil Adonis burgués.
Toda su presentación tiende a lo etéreo, a lo
afable, a lo delicado.
Esto es porque si la mujer debe ser igual al
hombre, éste debe ser igual a la mujer. Y el
hombre afeminado es fruto genuino de las mismas
tendencias e ideas igualitarias, más o menos
subconscientes, que dieron origen a la
masculinización de la mujer.
* * *
Movimientos lentos pero profundos
Estos movimientos son tanto más lentos cuanto
más profundos. Una tamaña inversión de valores
viene de lejos, como vemos.
De allá para acá, ella sólo se ha acentuado y
viene alcanzando su auge en el traje deportivo.
La mujer comenzó a usar pantalones de hombre, y
el hombre comenzó a usar los colores claros, los
tejidos blandos, el pequeño escote de la camisa
mal abotonada, y los brazos a la vista, hasta
hace poco prescritos por la moda a las mujeres.
Mujer masculina, hombre afeminado, índices
seguros de decadencia y corrupción de la familia
y, pues, de la civilización.
¡Sirvan estos indicios para llevarnos a la
penitencia, a la oración y a la reforma de la
vida!
NOTAS
[1] Traducción y
adaptación por "Acción
Familia" |