Dos
jóvenes bromean despreocupadamente. Probablemente sean dos estudiantes
que se preparan para una broma afeitándose el pelo. El que hace de
peluquero, tras su servicio, se sienta y es atendido por el otro.
Distendidos, en la flor de la juventud, parecen encontrar diversión en
la broma.
Terminada la tarea, caminan risueños, con paso ligero. El primero parece
especialmente preocupado por su cigarrillo. Su rostro, al mismo tiempo
que risueño tiene una ligera expresión de desagrado. Tal vez sea un
fumante mal acostumbrado al fumo, cuyo sabor por veces extraña.
El otro, que, con la cabeza afeitada, tiene algo así como un “look de
boxeador”, parece dirigirse alegremente, ligeramente preocupado, pero
anticipando ya una victoria, hacia el ring.
Todo natural, común, banal. Tan banal, de hecho, que el lector no sabrá
para qué sirven estas fotografías, en “Ambientes, Costumbres,
Civilizaciones”.
Bueno, antes de seguir, haga un esfuerzo, a
ver si lo adivina. Le servirá como “prueba” de perspicacia...
*
* *
¡H orror!
Estos dos jóvenes de diecinueve años fueron condenados a muerte, por la
tan prudente y benévola justicia de los Estados Unidos. Y hoy ya no
pertenecen al mundo de los vivos.
Su crimen fue matar a
un ciudadano inofensivo, para robarle ochenta dólares y su coche. Como
es natural, a lo largo del proceso se examinó cuidadosamente su sanidad
mental, y se comprobó que estaba intacta. Por lo tanto, ninguna
anormalidad psíquica explica su conducta ni atenúa su culpabilidad.
Mataron lúcida y voluntariamente.
La escena del cliché
más grande fue tomada cuando ambos se preparaban para la silla
eléctrica, afeitándose el pelo para facilitar la circulación de la
corriente mortal. Y las otras fotografías los muestran yendo a su último
suplicio.
Qué abismo entre este
tipo de asesino —que caracteriza muy bien al delincuente precoz moderno—
y el tipo de criminal “clásico”. Este último, diferente a todos los
demás, con un aspecto feroz, dejando ver desatadas las peores pasiones,
y haciendo gala de una total ausencia de amor al prójimo y de compasión.
Y el tipo “moderno” del “buen chico”, “simpático”, risueño, afable, muy
parecido a los demás. El primero, profundamente consciente de la
distinción entre el bien y el mal, y todo entregado al mal. El segundo,
matando con un horrible “candor”, con frialdad, con cinismo, sin medir
el alcance moral de su acción, e incluso sin pensar que la moral tenga
algo que ver con esto. Fruto de una pedagogía basada en la legitimidad
de todo lo que es espontáneo y, por tanto, auténtico y sincero (!), tuvo
una propensión a matar, y fue fiel a sí mismo, matando.
Para
estos seres, ¿qué es matar? Muy poco. Porque poco o nada es morir. Así
es como mueren: inconscientes y risueños, como risueños e inconscientes
han matado. El embotamiento de su personalidad es tal que incluso el
instinto de conservación está deteriorado en ellos.
Forma nueva de
barbarie, mil veces más peligrosa para el futuro del mundo que las
hazañas astronáuticas soviéticas, o la bomba de hidrógeno, cuyos
peligros, sin embargo, estamos lejos de subestimar. Este tipo de
ciudadano está hecho para servir a cualquier régimen comunista, y
aceptará, inconscientemente, ser obrero, detective o bailarín, según le
manden. O para hacer el papel de Laika en algún satélite artificial.
En otras palabras, es
el veneno comunista, que circula por las venas del Occidente paganizado.
*
* *
¿Y el antídoto? Que abramos nuestros oídos y
nuestros corazones a las palabras de Nuestra Señora de Fátima.
Pero ¡qué pocos son los
que piensan en esto! |