Ha llegado el momento
de que "Catolicismo" diga algo sobre las críticas hechas por Lord
Altrincham y parte de la prensa británica a la Reina Isabel
[**].
El pronunciamento de
esta hoja sólo podría estar en "Ambientes, Costumbres, Civilizaciones".
Y esto por la misma naturaleza del asunto. Porque fueron bien del género
de esta sección las críticas que sufrió la joven Soberana.
En pocas palabras, Lord
Altrincham y sus secuazes atacaron a Elizabeth II por juzgar que su
presentación, su forma de ser, el tono aristocrático de la corte
inglesa, son incompatibles con la idea que nuestro siglo igualitario
hace de una Reina.
¿Qué pensar de eso?
*
* *
Que la crítica de Lord
Altrincham es asombrosamente superficial, o fundamentalmente insincera.
Porque si nuestro siglo es tan igualitario que las más bellas
tradiciones del pasado monárquico y aristocrático no pueden sobrevivir,
entonces también la monarquía misma no tiene más razón para existir. Lo
que Altrincham pidió fue, al final, la transformación de la monarquía en
una pequeña institución burguesa. Él quisiera a Elizabeth II vestida no
como reina de Inglaterra, sinó como reina de belleza de suburbio, capaz
de figurar sin demasiada disonancia junto a Khrushchev y a Bulganin en
las ceremonias oficiales. Si nó lo notó, fue superficial. Si lo percibió
fue insincero cuando formuló sus críticas como monárquico. Por su boca
hablaba un igualitarismo esencialmente antimonárquico.
*
* *
Sobre Altrincham es lo
que basta. No se merece más tiempo.
Vamos al mérito del
asunto. ¿Es cierto que el ceremonial de la monarquía inglesa es un
anacronismo y debe ser plebeizado?
La pregunta está mal
formulada. Importa actuar, nó de acuerdo a los caprichos de este o aquel
siglo, sino de acuerdo al orden de Dios en la creación. Quiso la
Divina Providencia que existiesen en la naturaleza
materiales bellos y preciosos con los cuales el ingenio
humano, rectamente movido por un anhelo de belleza y
perfección, produjese joyas, terciopelos, sedas, en
definitiva todo lo que sirve para el adorno del hombre y de
la vida.Imaginar un
orden de cosas -cualquiera que sea la forma de gobierno, por
lo demás- en que todo eso fuese proscrito como malo, sería
rechazar los dones preciosos concedidos para la perfección
moral de la humanidad.
Por otro lado, Dios dio al
hombre la posibilidad de expresar con gestos, ritos, formas
protocolares, la alta noción que tiene de su propia nobleza,
o de la sublimidad de las funciones de gobierno espiritual o
temporal que a veces es llamada a ejercer. De ahí, que más
allá del lujo, la pompa sea un elemento natural de la vida
de un pueblo culto.
Esos recursos decorativos
fueron hechos para adornar la tradición, el poder legítimo,
los valores sociales auténticos, y no para ser el privilegio
de arribistas y de nouveaux-riches que alardean su opulencia
-para lo que nada los preparó- en boîtes, casinos u hoteles
suntuosos. Y mucho menos para ser encerrados en los museos
como incompatibles con la simplicidad funcional y la sesudez
lúgubre de un ambiente más o menos proletarizado.
Así entendidos, esos
elementos decorativos tienen esencialmente una admirable
función cultural, didáctica y práctica, de la mayor
importancia para el bien común.
*
* *
En un balcón, la Reina, el
Duque de Edimburgo y sus dos hijos se presentan, ante los
aplausos de la multitud. Siglos de gusto, finura, poder y
riqueza prepararon pacientemente esas joyas magníficas, esa
indumentaria noble, esa perfecta estilización de actitudes y
expresiones fisonómicas.
Considerando las
conveniencias del cuerpo, es bien posible que la Reina
encontrase más cómodo en ese momento estar en bata y
pantuflas haciendo tricot; el Duque prefiriese estar en una
piscina, y los niños revolcándose en el césped. Pero ellos
comprenden que esas cosas sólo se hacen en particular. Ellas
pueden ser buenas, por ejemplo, para que las haga un pastor
delante de su rebaño de irracionales, no sin embargo para
que un jefe de Estado imponga respeto a un pueblo
inteligente. A los animales se les conduce haciendo el uso
de un bordón y dándoles pasto. Para los hombres, son
necesarias convicciones, principios y, en consecuencia,
símbolos en que todo esto se exprese.
Cuando la Familia Real se
asoma así al balcón, ella simboliza la doctrina del origen
divino del poder, la grandeza de su nación, el valor de la
inteligencia, del gusto, de la cultura inglesa. Las
multitudes aplauden. Del mundo entero vienen personas
deseosas de contemplar esta manifestación de la grandeza de
Inglaterra. Y, al terminar, todos se dispersan diciendo:
“qué gran institución, qué gran cultura, qué gran país”. *
* *
Aquí
está, en nuestra segunda fotografía, Elizabeth en traje común. Imagínese
que en adelante ella sólo se presentara así al pueblo. ¿Quién vendría a
verla? Y, viéndola, ¿quién pensaría en la gloria de Inglaterra?
De los pocos que acudiesen a verla, la casi totalidad pensaría: qué
joven simpática. La alta finura, la distinción tan auténtica de la
Reina, velada por la banalidad de los trajes modernos, muchos no lo
notarían. Y como de jóvenes simpáticas están llenas las calles, plazas,
cines, ómnibus y metros, la cosa quedaría por ahí.
* * *
¡Admirable, legítimo, profundo poder de los símbolos! Sólo lo
niega quien no tiene la inteligencia para comprenderlo. O quien quiere
destruir las altas realidades que estos símbolos expresan. ¡Ay del país en que —cualquiera que sea la forma de gobierno, repetimos— la opinión
pública se deje descarriar por demagogos vulgares, endiosando la
trivialidad y simpatizando sólo con lo que es banal, inexpresivo y común!
NOTAS
[*] Traducción y
adaptación de "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe"
[**]
John
Grigg, también conocido como Lord Altrincham, fue un escritor y político
británico que pasará a la historia como el hombre que llamó a la Reina
Isabel II una "pedante colegiala".
Su padre era el periodista de la revista Times, Edward Grigg
(más tarde Barón Altrincham), que poseía y editó una publicación poco
conocida llamada National Review. Después de la muerte de su padre en
1955, Grigg se convirtió en el nuevo Lord Altrincham, retituló su
publicación para National and English Review, y publicó los artículos
que atacaban a gobierno conservador para su manejo de la crisis de Suez.
Pidió la abolición de la Cámara
de los Lores y era un crítico abierto de la nobleza hereditaria.
Sin embargo, lo que realmente llamó la atención
de la gente fue un artículo de agosto de 1957 en el que criticó el
estilo de la reina de hablar y culpó a los que la rodeaban
por el contenido de sus discursos: “la personalidad transmitida por las
frases que se ponen en su boca es la de una
colegiala pedante, capitán de equipo de hockey, un prefecto, un
candidato reciente para la Confirmación”.
Según el artículo, la Corte de la Reina era
demasiado clase-alta y británica – no reflejaba la sociedad del siglo XX
y dañaba a la monarquía [Ref.:
Radio Times].
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