Nuestro tema de hoy es complejo. Considera
ilustraciones catequéticas en tres etapas diversas, con desviaciones
crecientes que fueron saliendo una de la otra. La época de la ópera
ejerció su influencia sentimental en la primera. La era del cine ha
arrugado con sus peores marcas el género “cómic” en el que se inspira la
segunda. La tercera es un escándalo en el sentido más amplio de la
palabra. Tiene todos los síntomas de los modernos vicios y
degeneraciones del arte. Sería interesante describir y analizar en
profundidad la relación entre estas tres desviaciones: la naturaleza de
esta sección no lo permite. Nos contentaremos, pues, con algunas
indicaciones.
Está claro que desde 1930 también se ha hecho mucho
bien en el campo de la catequesis. Estamos lejos de negarlo. Simplemente
queremos, en esta nota, alertar a nuestros lectores sobre desviaciones
que, desde el ángulo esencialmente catequético que adoptamos, son
especialmente peligrosas.
Jesús convierte el agua en vino en las bodas de
Caná. Escena de una historia sagrada de 1930.
Ninguno de los grandes alientos del arte
cristiano pasa por esta composición insípida. La
Santísima Virgen acaba de obtener una inmensa
gracia, pues Jesús ha anticipado la serie de sus
milagros operando en atención a Ella un
portento. En esta situación, el artista imagina
a la Virgen con la fisonomía endulzada, fría e
indolente de una muñeca de porcelana. Nuestro
Señor parece un joven algo lánguido y soñador
que recibe con despreocupación la admiración de
los que le rodean. El énfasis teatral de los
Apóstoles hace sonreír. Todo el ambiente está
impregnado de cierto sentimentalismo.
Vemos que el artista quiso retratar a Nuestro
Señor y a su Santísima Madre modestos y
bondadosos a pesar de la inmensidad del triunfo,
a los Apóstoles edificantemente entusiasmados, a
la boda concurrida y animada. Pero la
inspiración le faltó totalmente. La imagen es
artificial y sin vida. Un cierto romanticismo la
marca en varios aspectos.
Sin embargo, la intención era buena. El autor se
esforzó por dar una idea digna, bella y piadosa
de la escena evangélica. Y, por muy real que sea
su fracaso, no puede decirse que haya llegado a
un resultado grotesco o caricaturesco.
Escenas
de una historia sagrada de 1954, presentadas en forma de “cómic”.
El nivel ha bajado en todos los sentidos: “artístico”
(usamos la palabra entre comillas porque el arte está muy lejos en ambos
casos), gráfico, psicológico. Es una concepción
cinematográfico-romántica de la tentación de Nuestro Señor en el
desierto. O más bien, una concepción en estilo “cómic”, un subproducto
deplorable del estilo “Hollywood”.
La posición de la cabeza, la mirada vacía y soñadora,
impregnada de melancolía sentimental, un cierto género de claroscuro
romántico, reúnen en esta figura, en un punto suburbano, todos los
atributos de una estrella de cine. El título podría ser Beau Geste
vagando por el desierto, añorando su lejana patria.
Después de la aflicción de la estrella, el final
feliz y las “girls”. Jesús vence la tentación y los ángeles vienen a
servirle. ¡Qué ángeles! Rostros y cuerpos femeninos. Brazos que
sobresalen. Sólo las alas son “angelicales”.
Preferimos no indicar la revista de la que se
extrajeron estas tristes cosas. Sólo destacamos que también se hicieron
con la intención de inculcar a los niños una noción del Evangelio.
Probablemente para complacerlos, la escena se estilizó al modo “cómic”.
Y, como siempre ocurre en concepciones de este tipo, del Evangelio sólo
queda la etiqueta. El resto es puro “comic”.
En relación con la escena anterior, la caída es
sensible...
Ahora
otra caída. ¡Y qué caída! Es una ilustración del Ofertorio del “Missel
de Frère Yves”, para niños de 7 a 12 años. El Centro Nacional de
Enseñanza Religiosa de Francia, en una nota publicada por la prensa de
ese país, comunicó que las “altas autoridades romanas ven en estos
misales un arte que debe ser reprobado de manera absoluta, porque
favorece, sobre todo en la imaginación de los niños, la formación de
conceptos erróneos o indignos respecto a las cosas santas de las que
tratan”.
El rostro es asimétrico. Sólo el ojo izquierdo tiene una ceja. Sólo el
lado izquierdo de la nariz tiene una fosa nasal, sólo el lado izquierdo
de la cara tiene barba. Una barba que sería mejor llamar perilla,
formando extravagantes y ridículos anillos que suben en lugar de bajar.
Unos cabellos escurridos, sin gracia ni nobleza, parecen tres hilos de
alambre. Los brazos se dirían tubos cilíndricos. Las pequeñas palmas de
las manos están desproporcionadas con los largos dedos. El cuerpo sin
forma, las piernas de longitud desigual, todo caracteriza a una entidad
fundamentalmente mal construida.
Cabe destacar la presencia de un método en esta disformidad. Consiste
esencialmente en una cierta miseria orgánica, por la cual el cuerpo no
ha tenido la fuerza de crecer y constituirse normalmente. Se diría más
bien que se trata de un borrador de organismo, más que propiamente un
organismo. Y un borrador desmañado, además. La inserción de la mano en
el brazo, y del brazo en el tronco, la ausencia de codos y rodillas dan
la impresión de un ser rígido, de movimientos ridículos.
Todo ello al servicio —o en perjuicio— de una pobre mente que mira el
mundo estúpidamente (no hay otra expresión), con la serenidad y
despreocupación de quien no tiene discernimiento para percibir su propia
deformidad, ni el contraste entre ella y la compostura, la armonía, la
dignidad de la naturaleza y del universo.
Los clavos en la muñeca, con la forma del botón de ciertas chaquetas,
fueron concebidos por una persona que tiene las ideas más tontas sobre
el tema. De hecho, son ideas tan tontas que mientras uno de los pies
esta clavado, el otro se balancea, vagando, en el aire. De la herida del
costado brotan tres hilos de sangre, como los dibujaría un escolar.
Parece que el autor es tan tonto como el modelo. Uno se siente inclinado
a titular el cuadro “autorretrato”.
Y esto explicaría perfectamente la figura anterior. Sería una versión
femenina de su propia personalidad.
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