C on
la guitarra en bandolera, y el micrófono en la mano, el "artista",
campeón mundial del frenesí, que está poniendo en delirio a millones de
personas, Elvis Presley, canta y baila en medio de instrumentos de
orquesta, frente a un público alucinado.
En el
hombre la inteligencia debe dirigir la voluntad, y ambas deben a su vez
esclarecer la sensibilidad, guiarla, y ampararla contra la flaqueza que
le es propia. Pues, de las facultades humanas, todas nobles en sí mismas,
pero todas tocadas por el pecado original, aquella por donde más
frecuentemente comienzan los desórdenes, las crisis, los desmanes, es
precisamente la sensibilidad.
Por el
contrario, en el porte, en el gesto, en la fisonomía de este pobre joven,
todo indica el desencadenamiento total de la sensibilidad, subyugando
enteramente la voluntad, determinando movimientos en los que
absolutamente no se nota el equilibrio, el buen sentido, la compostura
inherentes a la acción rectora de la inteligencia.
Y, aún en
el caso presente ni siquiera se trata precisamente de la hipertrofia de
la sensibilidad, al estilo de los románticos. Censurable en estos era el
exceso de emotividad en relación a determinados asuntos políticos,
sociales, artísticos o literarios, o frente a ciertas situaciones
personales como la orfandad, la viudez, la soledad afectiva, etc. Desde
un cierto ángulo, el error del romántico consistía en hacer del
sentimiento el ápice y el fin de toda la vida mental. Error, sin duda,
error grave, que produjo en la historia de la cultura occidental
funestas consecuencias. Pero error que, por lo menos, todavía presumía
una verdad, o sea que el sentimiento es uno de los elementos integrantes
del proceso intelectual.
En el caso
concreto, hay un mero vibrar de nervios. De nervios enfermizos y super
excitados, que vibran sin otra razón, sin otro punto de partida y sin
otro objetivo sino el placer mórbido de vibrar, y cuyo frenesí pide a su
vez vibraciones siempre mayores, por donde se llega rápidamente a las
manifestaciones extremas, ritmos delirantes, gestos desordenados,
expresiones, fisionómicas contorsionadas, un conjunto de desmanes, en
fin típicos de los que, según la expresión incisiva de Dante, "perdieron
la luz del intelecto".
En una
palabra, y bajando el nivel de estas consideraciones, si un borracho
cantase y bailase, lo haría estertorando así. Embriaguez contagiosa,
pues se extiende como un nuevo "baile de San Vito" a millones de
personas. Embriaguez mucho más peligrosa que el alcohol, porque indica
un desorden fundamental del alma, que no pasa como los efectos del vino.
* * *
A
l lado de esta lamentable manifestación de indisciplina interior de tantos
jóvenes de nuestros días, dan bellísimo ejemplo estos estudiantes
católicos alemanes, que participan del Katholikentag de 1954, realizado
en Fulda.
Fisonomías
que expresan el hábito de concentrarse y estudiar, creado por una
formación intelectual profundamente seria, comenzada en los bancos del
curso primario. Vigor físico resultante de un trato al cuerpo, contenido
en sus justos límites, sin exageraciones del "deportivismo" frecuente
entre nosotros. Un porte firme, del cual está excluida cualquier molicie,
y que nos hace ver en estes jóvenes, no sólo futuros intelectuales, sino
hombres dispuestos para la acción y la lucha.
El traje
tradicional de los estudiantes alemanes corresponde plenamente a toda la
concepción de la juventud. De un lado, el policrómico, alegre, variado y
práctico como conviene a los jóvenes. Por otro lado, tiene la distinción
propia de estudiantes que saben respetarse, y respetar las cosas del
espíritu, a las cuales se dedican. Por fin, la espada, con sus
reminiscencias medievales de luchas heroicas, acrecienta una nota de
idealismo militante. Y simultáneamente perpetúa la tradición de la
esgrima, el deporte intelectual por excelencia pues es admirablemente
apto para formar la atención, la habilidad, el espíritu de iniciativa y
el "panache", al mismo tiempo que pone en acción el cuerpo entero.
En este
cliché, todo hace pensar en la gran verdad enunciada por Claudel: la
juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo. Al tiempo
que en el primer grabado todo parece decirnos que la juventud no fue
hecha para el heroísmo, sino para el placer. O peor aún, para gozar.
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