En el
orden natural de las cosas, las élites de un pueblo, y en
particular las que representan, perpetúan y actualizan la tradición,
constituyen por así decirlo la quintaesencia, la expresión más elevada y
típica de las cualidades nacionales. Las verdaderas élites no forman un
cuerpo de
vividores egoístas
que acaparan para su propio beneficio todas las ventajas y todas las
cualidades a costa de las masas embrutecidas y hambrientas. Son parte
del pueblo, —en el genial sentido que Pío XII dio a la palabra—, viven
de la misma savia, tienen en grado eminente, y para bien de todos, las
cualidades que exornan a la nación entera, y son a la nación como la
flor al tallo, o la cabeza al cuerpo.
Así es
como el Occidente cristiano entendía el papel de las élites. Y es la
comprensión de este papel, lo que da a Inglaterra, junto con su
prestigio como gran nación actual, el encanto y la distinción que todos
le reconocen.
El
desarrollo del sentido de la personalidad humana se nota admirablemente
en el más modesto de los ingleses. Y esta cualidad, difundida en todo el
cuerpo de la nación, se expresa magníficamente en los elementos
exponenciales de sus múltiples élites: el mundo científico, los
administradores, los estadistas, los guerreros, los nobles.
Nuestro cliché representa a dos pajes del Duque de Norfolk —el líder
católico inglés— en traje de gala para la coronación de la Reina. Por su
alta y tan natural distinción, son el fruto típico de una escuela de
educación, y de una tradición que pretende llevar al auge el esplendor y
la dignidad del hombre, por el dominio de lo espiritual sobre lo físico,
por el control de lo que es bajo en el hombre, y el desarrollo de lo que
es noble en él.
Toda Inglaterra —incluido, insistimos, el más modesto de los ingleses—
se ve de alguna manera reflejada en ellos.
Jóvenes comunistas en marcha. Es la masa sin élite, en la que una
filosofía materialista desató la animalidad humana. Los rasgos del
rostro son diversos. Pero la expresión es la misma: ferocidad,
descontrol, vulgaridad. Se tiene la impresión de almas que viven
para la adoración de la materia y las vibraciones del odio. Y nada
más.
¿Cómo ha podido el gobierno inglés honrar a esos siniestros
representantes del materialismo, la brutalidad y la incultura que
son Kruchtchev y Bulganin, acercándolos a la Reina, llevándolos a
Westminster y dándoles todos los honores oficiales? ¡Esto después de
que hace algún tiempo Tito ya había maculado los mismos lugares con
su presencia!
Comprendemos la reacción de los refugiados rusos, polacos y
balcánicos. Comprendemos el disgusto de los católicos ingleses. No
estamos en contra de los contactos diplomáticos, pero nos parece que
podrían producir el mismo resultado en un ambiente discreto, sin los
honores que fueron para el comunismo un triunfo moral.
No
se tiene derecho a cultivar de esa manera los valores de los que el
comunismo es la negación más atroz y al mismo tiempo mostrar
consideración y aprecio a los exponentes más calificados del
comunismo. |