William Powell Frith ― 'Many
Happy Returns of the Day' 1856. Mercer Art Gallery, Harrogate Museums and
Arts
Una
sala con proporciones inteligentemente
calculadas: bastante alta y bastante ancha como
para dar al mismo tiempo las impresiones
armónicamente contrarias de intimidad y desahogo.
En ella caben holgadamente los muebles, los
cuadros, la lámpara, las personas, con espacios
ampliamente suficientes para que estas se muevan
despreocupadamente, sin tropezar en alguna cosa
o en alguien. Los muebles no son lujosos.
Comedor de una familia tradicionalSólidos,
decentes, cómodos, apacibles a la vista se
prestan ellos también holgadamente al uso
humano. Buena mesa espaciosa en la que puede
sentarse una familia numerosa, y sobre la cual
pueden acumularse sin trastorno los manjares
saludables y modestos, servidos en un almuerzo
de aniversario de una familia situada entre la
pequeña y la mediana burguesía. Sillas bien
torneadas, de líneas amenas, suficientemente
fuertes para durar indefinidamente. Gran
alfombra – sin lujo, y de fabricación comercial-
se ve que da cierto calor a la sala. Las ropas
están en exacta coherencia con el ambiente. De
buen tejido, confortables y con un corte al cual
no le falta una cierta distinción burguesa. La
criada, de presentación más modesta, sin embargo
se viste con decencia y confort. Por la ventana,
protegida por persianas y cortina, entra una luz
amena, ampliamente suficiente para toda la sala,
pero graduada para no herir los ojos y para
conservar una claridad serena y templada en el
ambiente.
* * *
Calma,
templanza, amenidad, son las notas dominantes
del cuadro. Los trajes sumamente recatados dan
un aspecto de pureza a esta vida de familia, que
explica a su vez la amenidad de su convivencia.
En una familia en que haya entrado el gusano
roedor de la impureza, las almas no tienen salud
ni frescor para deleitarse en afectos castos
como los del hogar. Todos se sienten felices y
distendidos en ese ambiente en que cada uno sabe
que es estimado, apoyado y considerado según
merece.
* * *
Hablamos
muy intencionalmente de consideración. Nótese la
situación del viejo matrimonio. Lo que la
familia tiene de más afectivo de vuelve hacia él.
Las dos hijas rodean a la madre, llenas de
respetuoso afecto. La niña se siente feliz y
honrada en presentar una bebida al abuelo, bajo
la mirada atenta y simpática del hombre de edad
madura.
Para la alegría de los niños hay
también un lugar en esta reunión. Los dos niños conversan risueños, otra
niña está siendo cariñosamente servida por su madre. Más allá otro niño,
de índole tranquila, goza en paz su sosiego. Entretanto la pequeña
homenajeada, feliz y grave como una reina bajo su arco de flores, acaba
de saborear un manjar, y su mirada vaga por la sala, a un mismo tiempo
despreocupada y atenta. Pero si es amplia la parte de los niños, no son
ellos los que dominan la sala...
* * *
Ambiente
confortable, saludable, placido, casto, que
merecería incluso ser comparado al de los
“Buissonnets” de Lisieux, si en la sala se
notase alguna imagen y una nota sobrenatural que
trascendiese, iluminase y diese más elevación a
este interior doméstico tan rico en valores
tradicionales de auténtica civilización
cristiana. En suma, ambiente favorable a la
salud del alma y del cuerpo, que dispone
admirablemente los espíritus para la virtud
sólida, seria, equilibrada y estable.
* * *
Anonimato,
murmullo, aprieto, prisa, preocupación. Mientras
unos comen rápidamente una comida hecha en
serie, otros esperan su turno. Nadie sonríe. Una
u otra persona dice alguna cosa, pero no hay
conversación. Todos piensan en el trabajo que
hicieron o en el que harán. Muchos hombres están
con sombrero, como si estuviesen en una estación
o en un autobús. Nótese entretanto cómo se
visten los personajes: son todos de una clase
equivalente a la mediana o pequeña burguesía.
Precisamente el nivel de la familia del cuadro
de arriba. Es el interior de un
restaurante-relámpago en una gran ciudad
moderna. Y así almuerzan, casi todos los días
del año, millones de personas, y muchas además
de almorzar, también cenan de ese modo.
¿Y podría ser de otro modo? Las
grandes aglomeraciones, la consecuente concentración de los negocios, la
aceleración del ritmo de vida que de ahí se deriva, acentuada todavía
más por vertiginosa facilidad con que la radio, el telégrafo y el
teléfono (podemos agregar los celulares, internet, etc., n.d.t.) traen
la rápida circulación del dinero, todo en fin concurre para darle al
hombre moderno condiciones de vida muy agitada.
* * *
Sí.
¿Pero a qué precio para su salud, sus nervios,
su equilibrio, su virtud, su vida de familia?
¿No hay en esto una expresión de la mecanización
peligrosa de la vida, contra la cual el Santo
Padre alertó al mundo?
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