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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Almas delicadas sin debilidad, y fuertes sin brutalidad
"Catolicismo" Nº 52 - Abril de 1955 |
Si en la era del romanticismo la opinión pública se inclinaba a las almas delicadas, sutiles, frágiles, exageradamente delicadas, exageradamente sutiles, —diríamos exageradamente frágiles, si la fragilidad no fuese ya de por sí un defecto y una exageración,— en nuestros días, cuando la lucha por la vida del alma y del cuerpo impone un incesante esfuerzo, la admiración se torna más a menudo hacia las almas poderosas, fuertes, realizadoras, enérgicas. Y, como todo lo humano está sujeto a exageración, no raramente nos sentimos propensos a glorificar, como valores absolutos y supremos, la fuerza física de los boxeadores y atletas, o la casi hipnótica fuerza de ciertos dictadores . En esto, como en todas las cosas, se impone un sano equilibrio. Y, de ese equilibrio, es maestra la Iglesia Católica, fuente de toda virtud. Entre la fuerza y la delicadeza de alma no existe incompatibilidad siempre que, tanto una como otra, sean entendidas rectamente. Y un alma puede al mismo tiempo ser delicadísima, sin debilidad alguna, y fortísima, sin ninguna brutalidad. En verdad, no hay en Brasil persona piadosa alguna que no haya leído “El alma de todo Apostolado” de Dom Chautard, el famoso abad trapense que vivió un tiempo en nuestro país, donde intentó —en vano, lamentablemente— fundar un Monasterio de su Orden en Tremembé, Estado de San Pablo. No es posible leer las admirables páginas de ese libro, cuya unción recuerda por momentos la “Imitación de Cristo”, sin sentir los tesoros de delicadeza que su gran alma acumulaba. Dom Chautard fue, no obstante, un gran luchador. Contemplativo por vocación, las circunstancias permitidas por la Providencia le exigieron entrar en numerosas luchas. Se enfrentó con éxito a Clemenceau, el famoso ministro anticlerical francés que pasó a la historia como "El Tigre", y que durante la Primera Guerra Mundial como que personificó todo el coraje y la resistencia del pueblo francés. Y de tal manera su alma grande se impuso a Clemenceau, que éste sentía hacia Dom Chautard un respeto que conservó hasta sus últimos días. La fuerza del hombre se percibe en su pujante personalidad, impregnada de toda la calma de un contemplativo, de toda la decisión de una voluntad de hierro, y de toda la majestad de un espíritu robusto, profundo, compenetrado por entero de las cosas de Dios. La mirada es como si fuera una síntesis de todas esas cualidades. Mirada noble y dominadora, con la que Dom Chautard hacía proezas. Durante un viaje a Oriente se topó con un león enjaulado, fijó atentamente sus ojos en él e hipnotizó la fiera... * * *
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