El Senado romano marcó tan profundamente la
imaginación de todos los pueblos que, hasta hoy,
cuando se quiere dar a una asamblea un título
que transmita su gravedad, su alta sabiduría, su
fuerza, su nobleza, se la llama Senado. Los
Papas dan a veces al Sacro Colegio el nombre de
Senado de la Iglesia. En muchos países, la
Cámara Alta se llama Senado. Y los
constituyentes americanos, para mostrar en qué
nivel esperaban situar a la más ilustre de las
dos Casas del Congreso, le dieron el nombre de
Senado.
¿Qué dirían George Washington y sus
contemporáneos si vieran a este senador, su
compatriota, colocado en un lugar destacado en
una reunión de su partido, para llamar la
atención? ¿Verían en él la realización de la
gravedad y la nobleza de costumbres de la
antigua Roma?
¿Es ésta la actitud que corresponde a la
elevación de un cargo público que confiere una
alta participación en el poder civil, que como
sabemos es de origen divino?
Pero, se dirá, Estados Unidos es un país nuevo,
y allí las cosas no pueden ser de otra manera.
Mero engaño. Antes de todo, porque este mal
tiene una raíz universal, y no sólo americana.
Es la vulgarización de los hombres, de las
ideas, de las cosas, por la acción del sufragio
universal. Obligado a cortejar a las masas para
dirigirlas, el político se ve tentado a
convertirse en su esclavo. De ahí que se
vulgarice para complacerlas. En nuestro país, en
la Capital Bandeirante (N.R.: São Paulo),
durante una campaña electoral, un candidato a
diputado hizo desfilar por los barrios populares
un camello con carteles con su nombre: es el
proceso de publicidad de los circos y los
payasos. Pero si se trata de ganar llamando la
atención de las masas a toda costa, ¿no son
estos los procesos más directos?
Es cierto que el pueblo estadounidense es joven,
y el nuestro también. Pero este no es el
problema. Los hombres públicos que teníamos
cuando éramos más nuevos no eran así.
Y todavía tenemos figuras públicas que no son
así. Tomemos un ejemplo entre los
norteamericanos. Es el Sr. Dean Acheson,
Secretario de Estado en el gobierno del Sr.
Truman. No pretendemos aquí analizar su acción
política. Considerémosle sólo como un caballero.
Qué contraste dignificante con ese pobre
senador.
Lo tenemos aquí en cuatro actitudes diferentes:
pensativo, analizando un problema — riendo, en
un momento de relajación —
escuchando
atentamente un discurso — estructurando algún
plan de acción. A no considerar sino el
caballero, qué inteligencia, qué fuerza, qué
calma, qué distinción. Es un hombre de salón del
que un americano de élite puede tener orgullo.
Pero puestos los dos hombres —el senador y el
Sr. Acheson— ante el público de una convención
política, en Estados Unidos como en cualquier
otro país, ¿quién es más probable que adquiera
la popularidad demagógica y vulgar que hoy
parece el mejor medio de conducir a la victoria?
Insistimos: La causa de esta vulgarización de
tantos ambientes, de tantas costumbres, y poco a
poco de la civilización misma, está en buena
parte en el culto al número, expresado en el
sufragio universal meramente cuantitativo contra
el que tan bien hablaba el Santo Padre Pío XII
[1].
NOTAS
[1]
El Prof. Plinio se refiere a la
alocución del Santo Padre Pío XII a los líderes
del “Movimiento Universal por una Confederación
Mundial” de 6 de abril de 1951. Esta alocución
fue comentada por el Prof. Plinio en dos
artículos del periódico "Catolicismo", donde
profundizó la cuestión a que se refiere aquí, o
sea, el factor numérico sobreponiéndose al
cualitativo en la sociedad. Pueden ser leídos en
los enlaces abajo trascritos:
"Catolicismo" Nº 8, Agosto de
1951 -
EL CULTO CIEGO DEL NÚMERO EN LA SOCIEDAD
CONTEMPORÁNEA
"Catolicismo" Nº 9, Septiembre de
1951
-
EL MECANICISMO REVOLUCIONARIO Y EL CULTO AL
NÚMERO