Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Regionalismo, Tradición y Buen Gusto

 

"Catolicismo" Nº 49 - Enero de 1955

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En materia de arte, hay que evitar dos extremos igualmente erróneos. Uno es el cosmopolitismo, que pretende constituir para todo el mundo un único arte, sin tener en cuenta las características propias de cada pueblo y cada región. El otro es el jacobinismo, que rechaza cualquier influencia alienígena, incluso en los casos en que es legítima y necesaria, para encerrarse en el ámbito puramente nacional. La tendencia cosmopolita se ve muy claramente en la construcción de los mamuts de cemento y hierro que cierto arte va erigiendo con desoladora uniformidad en Persia como en Suiza, en Rodesia como en Brasil, en Japón como en Francia, y en los que se instalan indistintamente bancos, cárceles, bolsas de mercancías, templos o teatros. La tendencia jacobina, al menos en Brasil, se revela en la idea de que el arte nacional sólo es típico cuando se inspira en motivos extraídos de las producciones, por lo demás interesantes, de los indios y de los negros, cuando prolonga —de manera totalmente artificial, hay que decirlo de paso— la vida de las supersticiones y de las costumbres que entre unos y otros se van extinguiendo lentamente.

En realidad, el hecho que domina la historia cultural de América es la llegada del europeo, que traía consigo siglos de una civilización bautizada y gloriosa y pretendía continuarla, inteligentemente adaptada y aclimatada, en nuestro continente. Contacto que no era apenas de un hombre, sino de todo un ambiente secularmente penetrado de sentido común, la inspiración europea fue siendo trabajada para dar lugar a los distintos regionalismos. Y así nació un estilo colonial norteamericano, claramente regional, aunque rico en todos los jugos de la cultura inglesa, al igual que nació un estilo colonial brasileño, lleno de magnífica savia lusitana, pero profundamente adaptado a nuestro temperamento y a las cosas del Brasil.

El cliché de arriba representa un bello y armonioso edificio norteamericano trabajada por los siglos. Pertenece al llamado estilo colonial posterior, y fue construido por Elisha Sheldon en 1760. Tenía un aspecto exterior más sencillo. Washington pasó una noche en ella, y la cama que utilizó sigue en uso. En 1800 fue embellecida por William Spatt, con algunos elementos decorativos en uso en los edificios americanos de la época, a saber, la columnata de la entrada, la ventana sobre ella y las cornisas en la parte superior de las ventanas.

Y así tomó su aspecto definitivo esta vivienda confortable, espaciosa, digna y rica en elegancia, toda ella hecha para una vida familiar estable, tranquila y templada, marcada al mismo tiempo por una visible influencia inglesa y por la discreta impronta regionalista que le da su verdadera gracia.

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¿Quién no notará la fuerza, la estabilidad y la lógica del carácter portugués en este edificio lleno de sentido común, equilibrio y gracia, que es la Casa da Câmara e Cadeia de Mariana (N.R.: Casa de la Concejalía y Cárcel de la ciudad de Mariana en el estado de Minas Gerais), reproducida en el segundo cliché de esta página? Sin embargo, ¿quién no notará en ella la marca brasileña, expresada en la sencillez, en cierta fisonomía de casa de familia, en una bonhomía especial, sin vulgaridad dígase de paso, que distingue todo lo que es auténticamente nuestro?

Estilos bien diversos entre sí, uno nacido en Inglaterra y que prospera en el septentrión americano, el otro nacido en Portugal y que florece en la dulzura del clima brasileño, sabiamente construidos sobre una posición de equilibrio entre cosmopolitismo y jacobinismo. Estilos que, sobre todo en Brasil, influenciados por el amor que la Iglesia tiene por todas las razas, supieron componer un ambiente armonioso con los elementos pintorescos de origen africano o indígena, sin guerrear con ellos, sin destruirlos, incluso entrelazándose con ellos para hacer una hermosa guirnalda de culturas, pero sin adorarlos ni aniquilarse ante ellos.

Obra cultural compleja, sensata, robusta, producto de generaciones enteras de hombres de buen sentido y buen gusto —en el caso de Brasil, de hombres que gozan del don de los dones que es la verdadera Fe— que debemos preservar del cosmopolitismo iconoclasta de nuestros días.