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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Automóviles, mentalidades, estilos de vida "Catolicismo" N.º 36 - Diciembre de 1953 |
Una pregunta que se plantea a menudo al leer esta sección es si para nosotros todo lo del pasado era bueno y todo lo del presente es malo; pues cuando hacemos comparaciones entre nuestra época y las anteriores, siempre es para destacar que hemos decaído o empeorado. La pregunta es un tanto infantil, pues no se puede imaginar que alguien piense seriamente que la penicilina, la estreptomicina, etc., representen estigmas de decadencia de la medicina de hoy en relación con la de hace veinte años, o que el conocimiento de los microbios y todo lo que se derivó de él demuestre que la medicina del siglo pasado estaba en decadencia en relación con la de Félix y Fagon, médicos de Luis XIV. Tampoco se puede suponer seriamente que alguien considere que una carretera moderna, pavimentada y boscosa, sea un índice de retroceso en las comunicaciones humanas en comparación con los caminos que nuestros antepasados recorrían penosamente en litera, carroza o a caballo. Hemos sostenido, eso sí, que desde el siglo XVI el espíritu cristiano está cada vez menos presente, influyente y visible en los ambientes, las costumbres y el conjunto de la civilización occidental; y que ha sido progresivamente sustituido por un espíritu neopagano, lleno de panteísmo naturalista, igualitarismo omnímodo y sensualismo. Sostenemos, pues, que en el mundo contemporáneo coexisten en lucha dos fermentos opuestos e irreconciliables, y que en las leyes, la cultura, las artes, las costumbres, no pasa un solo día en que el fermento del mal no tenga algún éxito que registrar. La acción de esta levadura se hace más profunda en todas partes. Y como el mal sólo puede producir maldad, sólo produce decadencia a su alrededor. Decadencia a veces velada por el esplendor del lujo, o por la exageración de la forma artística o literaria, cuando no por un vago matiz de religiosidad “cristiana”. Pero, en cualquier caso, auténtica decadencia. Sostenemos, además, que todo esto da a nuestra época una fisonomía propia, profundamente diferente de la época anterior a Lutero, y que de las innumerables diferencias que nos distinguen de aquel período —diferencias de las cuales muchas son legítimas, y varias a favor de nuestro siglo— la más importante, la más esencial, la que excede, destaca, como que da color a todas las demás es la presencia dominante del espíritu neopagano. Destacamos las palabras “presencia dominante”. Hay presencias activas, eficaces, pero no son dominantes. Este fue el caso de los fermentos del mal antes de Lutero. En la Edad Media hubo profundas manifestaciones de impiedad y corrupción. Basta pensar en el emperador Enrique IV, o en los albigenses. Pero estos eran los derrotados. Los vencedores fueron San Gregorio VII, Inocencio III y Simón de Montfort. En nuestros días todavía hay poderosos fermentos cristianos, pero no dominan el siglo, no le dan su propia marca. No se puede negar la presencia cristiana en el mundo, pero no es la fuerza rectora.
El desarrollo de las misiones y del apostolado de los laicos son hechos consoladores de nuestro siglo. ¿Por qué? Son el resultado, no del cáncer neopagano, sino de las energías naturales aún sanas, y sobre todo de la gracia de Dios. Esto no impide de afirmar que la fuerza rectora del mundo moderno no son las misiones ni el apostolado de los laicos, sino el cáncer neopagano. Y no sólo hay que señalar las misiones o el apostolado de los laicos. Podrían señalarse varias cosas, que en su desarrollo resultan de la legítima y natural tendencia a mejorar, a perfeccionar. En la medida en que esta tendencia se realiza, y en la medida en que no lleva la marca del cáncer, sólo un loco podría censurarla. * * *
Comparando estos dos tipos de coches, ¿quién podría negar que esta transformación no fue ajena a la influencia de factores psicológicos y culturales que siguen siendo sanos? * * * Comparemos ahora un Rolls de 1906 con un Cadillac de 1953. También hubo progreso. ¿En la misma línea que los del Jaguar? No nos atreveríamos a decirlo.
Mientras que el Jaguar refleja el gusto aristocrático de una sociedad tradicional, el Cadillac manifiesta la mentalidad burguesa, en su ostentación de potencia y lujo. Sin duda, el Jaguar deja ver que es un coche fuerte y de alto precio. Pero lo que simplemente deja ver, el Cadillac busca alardear. La ostentación de potencia aparece en la línea enfáticamente aerodinámica de este coche, que da la idea de que su estado normal es la carrera rápida por las carreteras, llevando su pasajero como una carga de lujo, sin tiempo para ver o ser visto, descansando o dormitando calmamente, a 120 por hora, sobre tapicerías y muelles hiperconfortables; el Jaguar por el contrario parece no sufrir violencia en la marcha de turismo moderado, en la que el coche no va a la velocidad máxima sino a la que prefiere el pasajero, con tiempo para disfrutar, ver, ser visto. En el Cadillac, la ostentación de potencia hace que el cofre y la parrilla brillantemente niquelada —“the dollar grin”, la sonrisa del dólar, como la llaman en Europa— sean el punto de atracción de los ojos, mientras que en el Jaguar el punto de atracción no está en el coche sino en el pasajero. En el Cadillac, el efecto ornamental más expresivo es burgués, y está en el color, en el brillo de los esmaltes, en el resplandor de los metales. En el Jaguar se encuentra principalmente en un elemento más refinado y más intelectual: la armonía y la proporción de las formas. Así se reflejan en tres modelos de automóvil los atributos y defectos de nuestra época, así como el sentido en que puede decirse de varias cosas de esa época que son dignas de aplauso por no esclavizarse al defecto dominante en ella. Todo analizado a nivel psicológico y cultural, por supuesto, y haciendo abstracción —insistimos— de cualquier consideración de interés técnico o comercial.
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Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator |