La revista “Fede e Arte”, editada por la Comisión Pontificia de Arte
Sacro de Italia, ha publicado recientemente un artículo de Michele
Guerrisi sobre “El arte religioso y la crisis del gusto contemporáneo”.
El artículo contiene interesantes consideraciones sobre Rouault, algunos
de cuyos temas transcribimos aquí.
"Así como ha habido artistas” —escribe Guerrisi—, “que por
su sincero sentimiento religioso, y a veces sólo por su pietismo (el
de Dolci, por ejemplo) fueron durante mucho tiempo sobrevalorados,
incluso desde el punto de vista artístico, hubo otros cuyo débil
sentimiento religioso debió al valor artístico únicamente su
importancia histórica. Un ejemplo de estos últimos es Caravaggio:
las diversas repercusiones que suscitó su obra (desde los sacerdotes
que no querían tener en la Iglesia algunos de sus cuadros por ser
irreverentes y vulgares, hasta la exaltación indiscriminada de sus
admiradores modernos) no pueden considerarse todavía lo
suficientemente maduras para un juicio sereno y claro. Es cierto que
su Magdalena no es más que una campesina regordeta, que no tiene
nada que ver con María de Magdala, trágica y afligida penitente; que
su Abraham está a punto de decapitar a Isaac con la ferocidad de un
asesino, y no con un espíritu de superior y divina obediencia; y que
no había ninguna razón, ni artística ni religiosa, para plegar de
tal modo las vestiduras de la Virgen muerta, que esta parece, menos
la dormitio Virginis, [N.C.:
aquí parece que faltan palabras en el texto original de Catolicismo]….
de que sensacionales: el que tiene buen olfato encuentra aquí,
inventivo, preocupado únicamente por los efectos, una persona
ahogada. Más recientemente, por el mismo error que no sabe
distinguir y a la vez establecer relaciones entre arte y religión,
ha habido quienes han querido ver en el realismo de la estupenda
obra de Caravaggio el único arte religioso de la época, dejando de
lado, con exagerada premura, tantas actividades de ese siglo que fue
uno de los más activos de la historia del cristianismo.
"Y fue en nombre de estos errores de estética que la propia
expresión del sentimiento fue sustituida a menudo por los esquemas
abstractos del figurativismo. Fue la semejanza externa de los
esquemas figurativos de Rouault con el frontalismo bizantino, con el
imponente volumen de masa románico, con las vidrieras góticas
(esquemas de formas y sentimientos que fueron altamente religiosos),
lo que llevó a algunos a ver en ese pintor no sé qué agudo
sentimiento místico. No se percibió que esos esquemas no nacieron de
una auténtica emoción religiosa. Tienen su origen en una necesidad
arcaizante que los sitúa al mismo nivel que la escultura negra
imitada por los Matisse y por los Picasso, y lo más de las veces en
un hábito de oficio consistente en marcar las distintas zonas
cromáticas con signos anchos y oscuros, que recuerdan las soldaduras
de plomo de las antiguas vidrieras, de las que Rouault fue, de
joven, un hábil restaurador.
"Si
una crítica más prudente hubiera profundizado en esa extraña
figuración, sólo habría encontrado allí el amor a lo nuevo, a lo
extraño, a lo disforme, a lo monstruoso, para el que los episodios
religiosos sólo sirven de vago pretexto, formas externas de fingir
una necesidad expresiva a través de una emoción equívoca que no pasa
de ficción. Si los críticos hubieran sabido ver mejor, habrían
observado que Rouault representa con los mismos rasgos el rostro de
Cristo, el de sus payasos y el de père Ubu. Se diría que el
artista sólo habla un idioma, y no tantos como los de sus
personajes. En este caso, se haría una afirmación inexacta: aquello
no es un lenguaje con el que se pueda decir todo, sino un simbolismo
cualquiera, un grafismo vacío de consistencia expresiva. Su aparente
religiosidad carece de caridad, e ignora cualquier iluminación
mística, como la propia catarsis artística”. Y más
adelante añade: “Una reciente exposición romana de los grabados
de Rouault recogidos en el volumen titulado Miserere puso en
evidencia el lado sistemático, convencional, exterior, diría que
casi exclusivamente tecnicista, de un proceso presentado como
trouvailles, expedientes de la naturaleza de los que sirven para
impresionar a los niños”.
Este
artículo se ilustra con varios clichés, de los cuales publicamos dos. Al
compararlos, el lector no dudará en afirmar que en el “Santo Rostro” y
en el “Payaso” Rouault pintó al mismo hombre.
Todo esto nos hace reflexionar. Rouault no es un artista aislado. Está a
la cabeza de toda una corriente que a su vez se entrelaza con otras
similares a él. Es todo un vasto movimiento, que ha tenido a su favor el
apoyo de una propaganda atronadora, el encanto que la extravagancia, la
aberración, la novedad abstrusa y paradójica ejerce sobre los hombres en
períodos de decadencia. Son armas poderosísimas que en los últimos
tiempos han derribado, casi al primer impacto, ideas, costumbres,
sistemas e instituciones casi sin número. Y estas armas se esgrimen con
incesante celo, a favor no sólo de Rouault y su escuela, sino de todo lo
relacionado con ella.
No sería difícil imaginar qué mundo, qué ambiente, qué costumbres, qué
“civilización” nacerían de la victoria de este arte sin arte, de esta
religiosidad absolutamente vacía de auténtico y sano contenido
religioso.
Pero esperamos firmemente que la Providencia salve al mundo de esta
situación extrema.
Traducción realizada con la versión gratuita del
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