El
alma femenina es un manantial de gracia, delicadeza y sensibilidad,
que enriquece la vida moral y social de la humanidad con valores
espirituales, que el hombre está lejos de poder darle. El equilibrio
del género humano exige mujeres con su mentalidad rica en
todos los dones propios de su sexo, como exige hombres con un alma
profundamente varonil. Sería absurdo educar a una generación de
niños del modo más afeminado posible. No menos sería educar a una
generación de muchachas con la intención de hacerlas tan masculinas
como sea posible. Esta verdad trivial,
cierta pedagogía de nuestros días parece olvidarla completamente. Y,
en lugar de formar niñas para el papel que naturalmente tendrán en
la vida social, las forma precisamente como un niño destinado a
resistir en el futuro el peso y las responsabilidades propias del
hombre.
Nuestra fotografía da un ejemplo de esto. Se trata
de un cuarto de juegos para la niña. Embutido en la pared algo que
recuerda una piedra de contorno rudo e irregular, en la que destacan
algunas figuras pseudo-infantiles, en la realidad tan parecidas como
sea posible con las figuras de arte del hombre primitivo. Se diría
que es un pedazo de cueva prehistórica aprovechado para crear
ambiente ‒el ambiente que le es propio, ya se ve‒ en el pequeño
mundo en que esta pequeña debe formar su alma.
Al
lado, una diversión del género de las que los niños de la era de las
cavernas habrán tenido cuando conseguían salir de su antro para
jugar un poco: trepar en un árbol. Ahí se ve un tronco seco, a lo
largo del cual la niña puede subir y bajar cuanto quiera. Junto al
tronco, una tabla con grandes agujeros asimétricos para variar la
diversión: la niña puede enroscarse por los agujeros, si cree que
subir por el tronco es monótono. Y como tercera diversión la niña
puede arrojarse al suelo, felizmente sustituido, en el caso (la
propia pedagogía moderna todavía es un tanto burguesa), por un
colchón. ¡Otra diversión que una muchacha prehistórica apreciaría!
Del ambiente de la selva primitiva, sólo falta en este cuarto el
aire libre, el sol, las estrellas, aquí sustituidas por bombillas
eléctricas. Un cielo eléctrico, para formar la sensibilidad de una
niña de la era atómica, no es excesivo.
De todo aquello que no debe faltar en una
atmósfera destinada a formar niñas ‒armonía, flores, pájaros‒ sólo
se nota una paloma dibujada arriba de la pared, rígida, dura, fría,
como si fuera de alambre.
¿Qué mundo nos prepara una tal pedagogía?
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