Un paisaje digno de mención, a la vez imponente y
elegante. Las dos moles de piedra, por su volumen y la severidad natural
del granito, sugieren una impresión de grandeza y fuerza. Pero también
tienen tal suavidad de formas, parecen descansar con tal ligereza sobre
la montaña cubierta de vegetación risueña, se unen con tal armonía al
cielo sin nubes, se apoyan una en la otra, hombro a hombro, como dos
compañeras tan habituadas a una antigua y afectuosa convivencia, que
transfunden bonhomía y gracia a todo el entorno. De entre la vegetación,
emerge a la derecha una palmera [N.C.: infelizmente cubierta hoy por
el arbolado a mano derecha], esbelta, ligera, cuyo follaje parece hecho
para el incesante baile de las brisas. Brisas, sí, y no vientos, pues es
bien sabido que toda esta naturaleza no suele ser visitada por tifones,
rayos, tormentas, sino sólo por las abundantes y fugaces lluvias y las
tibias brisas de las zonas tropicales.
¿Se puede decir que esta casa interpreta, recoge en
sí misma el jugo de todo este entorno, y lo manifiesta al visitante? No.
Su estilo es esencialmente cosmopolita. Con algunas variaciones a más o
a menos, es absolutamente similar a las que, del mismo tipo, se
construyen hoy en todas las latitudes, en todos los paisajes, en todos
los climas. ¿Qué consonancia tiene, por ejemplo, la gran masa blanca de
líneas afiladas y forma brutal del muro encalado con el entorno? ¿Qué
coherencia con la naturaleza amable presenta el conjunto de figuras que
saltan y se contorsionan en el gran azulejo de la base? Y, en cuanto al
cuerpo del edificio que se ve a la izquierda, ¿en qué se diferencia de
los miles y miles de construcciones similares, rigurosamente urbanas
entretanto, que se levantan sin cesar en todas partes?
Esta falta de conexión entre el edificio y el paisaje
también se aprecia en el cuerpo del edificio de la izquierda, el muro y
los azulejos. Se podría pensar que estos tres elementos formaban parte
de otros edificios y que un terremoto o un ciclón los unió
inesperadamente. El pequeño adosado a izquierda, banal, no tiene nada
que ver con el sorprendentemente largo, liso y blanco muro que se agacha
"tant bien que mal" sobre los accidentes del terreno. Y en este
desconcertante muro, los ojos se encuentran inesperadamente con una
"pequeña sorpresa", que es la barandilla del extremo derecho. Por la
forma, por cierto, el azulejo -en cuyo interior continúa el terremoto-
no tiene a su vez nada que ver ni con el paisaje ni con la pared. La
desconexión no se detiene ahí. Además, el edificio no guarda relación
con el fin al que está destinado, es decir, la vivienda. El adosado
puede ser una residencia, un restaurante, un taller en la planta baja
con un almacén y la gestión en la parte superior. Si no fuera por la
pequeña barandilla, todo el mundo estaría obligado a suponer que el muro
sirve de espléndido depósito de agua. El azulejo parece sacado de una
pared del Ministerio de Educación, en Rio [de Janeiro].
La desconexión -o más bien la extravagancia- es la
nota dominante del edificio. Una extravagancia fundamental que se ha
arraigado en todo y que marca la pauta.
* * *
La arquitectura civil y religiosa de cada época forma un todo único. El
estado de ánimo que concibe y realiza una y otra es el mismo, y por ello
las características psicológicas de una se extienden a la otra.
En la iglesia de la Pampulha, en Belo
Horizonte [capital del estado de Minas Gerais, en la que no se permitía
el culto, todo es extravagante.
En el edificio destacan tres partes de desigual importancia: la iglesia,
la torre y una tal o cual pasarela que las conecta.
Se diría que la iglesia es un perfecto hangar de aviones completado en
su parte posterior por dos hangares más pequeños. O tal vez una estación
en la que estuviéramos buscando la parte por la que entran los trenes.
Nunca la Casa de Dios.
Quien ve la torre cree que está al revés. La imagina, por tanto, con la
parte más ancha en el suelo y la más fina hacia arriba. Ve
inmediatamente que parecería absurdo. A continuación
se preguntaria cómo se
la vería tumbada en la hierba. Pero la torre tendida en el suelo es
algo prematuro para nuestros tiempos: hay que esperar al siglo XXI, pues los
burgueses de hoy se horrorizarían de ello. Uno tiene ímpetus de
preguntarse si quedaría bien en el fondo del lago. Pero esta cuestión,
si es congruente con [la iglesia de la] Pampulha, que es una broma en
hormigón, no es compatible con la gravedad de "CATOLICISMO". Uno se
queda sin saber qué decir. Y el espíritu cansado se dirige a la
inesperada pasarela que va desde el 'depósito de agua' de la entrada
hasta la torre. Se diría que se trataba de una inmensa tabla de lavar
ropa que, a título de emergencia, se utilizó como toldo. Como no
encajaba bien, tuvieron que cortar parte del techo de la iglesia para
que cupiera. Como no había soporte desde el exterior, lo sujetaron
provisionalmente a la torre. Y como la obra era realmente precaria, se
confió a obreros negligentes, que colocaron el toldo más alto en una de
las extremidades que en la otra.
Y mucha gente llama a esto una obra de arte.
* * *
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor
www.DeepL.com/Translator
|