Una
escena contemporánea de la vida familiar: un matrimonio, en un
rincón pintoresco, sale de picnic con sus hijos. ¿Algo de malo?
¡Pero cómo! La reunión de la familia es en sí mismo algo excelente.
Excelente es también que esta reunión se efectúe en lugar ameno y
atrayente, que proporciona reposo y distracción inocente. La pujanza de
la vida doméstica se demuestra por la perfecta unión, por la cordialidad
absoluta entre todos. Ojalá, se diría, fuese siempre éste el ambiente de
la vida en el hogar.
Todo esto es muy cierto. Sin embargo un observador más
fino no se detendría apenas en estos comentarios superficiales.
Analícese la sonrisa de los personajes: es a boca rasgada, abierta de
par en par, como de personas que se entregan sin restricciones al pleno
gusto de vivir. La idea de que los placeres de la vida son efímeros; que
el hombre vive en esta tierra para el cielo, y debe pues gozar con
sobriedad los deleites temporales incluso cuando son honestos; la idea
de que tenemos, por el pecado original, una naturaleza frecuentemente
propensa al error y al mal, la cual necesita, por lo tanto, vigilancia
constante y mortificación; la noción de que vivimos en una hora trágica
de la Historia, en que a todos les cabe cargar con terribles
responsabilidades; todo esto no marca las fisonomías, los gestos, el
ambiente, del menor o más leve trazo. Vivir sin pena ni gloria y sin
preocupaciones como los pájaros de estos hermosos árboles, o los peces
de un lago tranquilo, ¡éste es el único deseo que trasparece… y de
cuántos modos!
La ausencia de todo y cualquier pensamiento serio en
estas mentalidades se prueba por la actitud de los hijos y de los
padres. En éstos, nada de la gravedad, de la respetabilidad, que
convenga a su sagrada autoridad. En aquellos, nada de la reverencia, del
respeto, de la sumisión propia a la piedad filial. Estas personas no se
presentan aquí, unas con relación a las otras, tanto como miembros de
una familia, sino más bien como excursionistas unidos por la mera y
plena camaradería de una excursión.
¡Y
cuánta gente piensa, hoy, que éste es el verdadero ideal de la vida de
familia! Ideal de una espontaneidad naturalista y pagana, pues en él no
se nota nada de específicamente sobrenatural y cristiano.
* * *
Escena muy diferente nos la presenta el cuadro de
François Hubert Drouaies (1727-1775). Es una familia en el siglo XVIII.
No queremos decir —claro está— que la vida de familia en ese siglo no
haya tenido mancha. Pero evidentemente conservaba más tradiciones
cristianas que la de hoy. Así, en esta familia, las actitudes y los
trajes expresan bien las diferencias de sexo y de edad, la fisonomía de
los padres es propia para infundir respeto y sumisión, todo en los
personajes expresa la armonía, la fuerza, el equilibrio de temperamentos
gobernados, controlados, dirigidos por toda una concepción superior de
la vida. Hay una tradición de ascesis, de mortificación, de saludable y
cristianísima energía moral en este ambiente sin embargo tan afable,
acogedor, discreto.
¿Por qué esta comparación? Para que nos edifiquemos con
los ejemplos del pasado, para rectificar el presente y preparar el
futuro. ¿Para qué servirían pues las retrospectivas históricas, si esta
finalidad moralizadora les fuese negada?
NOTAS:
[1] Traducción y
adaptación por
"El Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe".
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