
La procesión sigue por
los campos fecundados por el trabajo duro y honesto del agricultor. El
Santísimo Sacramento sale del sagrario, cruza los umbrales del templo y
Nuestro Señor recorre los campos de trigo, colmando de bendiciones la
tierra, sus frutos, el trabajo humano y, sobre todo, el trabajador. La
escena es rica en armonías profundas. Gracia y naturaleza. La Iglesia y
la sociedad temporal, las autoridades y el pueblo, los civiles, los
militares y los eclesiásticos, los ricos y los pobres, todo se encuentra
y se une, en una dignidad, una sencillez, un sentido de la jerarquía de
los valores, que es la mejor y más genuina belleza de este cuadro
técnicamente excelente: la bendición de los
trigales de Arbois, de Jules Breton.
Tanta variedad,
dignidad y bienestar de la persona humana, incluso cuando es modesta,
tanta fe profunda, sin el fanatismo de los movimientos de masas
suscitados por las modernas técnicas de propaganda, hace pensar en la
definición de pueblo dada por el Santo Padre Pío XII en su monumental
alocución de Navidad de 1944
(*):
"El
pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que la componen,
cada uno de los cuales —en su propio puesto y a su manera— es persona
consciente de sus propias responsabilidades y de sus convicciones
propias.
"De la exuberancia de vida de un pueblo verdadero, la vida se difunde
abundante y rica en el Estado y en todos sus órganos, infundiendo en
ellos con vigor, que se renueva incesantemente, la conciencia de la
propia responsabilidad, el verdadero sentimiento del bien común.
"En un pueblo digno de tal nombre, el ciudadano siente en sí mismo la
conciencia de su personalidad, de sus deberes y de sus derechos, de su
libertad unida al respeto de la libertad y de la dignidad de los demás.
En un pueblo digno de tal nombre, todas las desigualdades que proceden
no del arbitrio sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades
de cultura, de bienes, de posición social —sin menoscabo, por supuesto,
de la justicia y de la caridad mutua—, no son de ninguna manera
obstáculo a la existencia y al predominio de un auténtico espíritu de
comunidad y de fraternidad. Más aún, esas desigualdades, lejos de
lesionar en manera alguna la igualdad civil, le dan su significado
legítimo, es decir, que ante el Estado cada uno tiene el derecho de
vivir honradamente su existencia personal, en el puesto y en las
condiciones en que los designios y la disposición de la Providencia lo
han colocado".
* *
*
El
otro cliché fija una gran manifestación de masa en nuestros días. Un
rebaño humano que piensa y vibra según las ideas —o
más bien las impresiones— que la radio, el
cine y la prensa le hacen ingerir, ojos y oídos hacia dentro.
Todos sus movimientos, todos sus impulsos, están suspendidos,
flotando en la atmósfera, planeando sobre la ciudad como una tormenta
cuya fuerza sólo sirve para destruir. ¿Destruir qué? Nadie lo sabe. Lo
que quieran los "técnicos" en la fabricación de la opinión pública. Así
manipulada, esta pobre gente —esto es seguro—
no construirá una catedral, pero podrá destruirla; no construirá una
ciudad, pero podrá incendiarla.
Las masas, infelices
masas anorgánicas, que viven del movimiento que les llega de fuera, van
donde no saben, no tienen jefes naturales, ni jerarquía propia, ni
diferenciación interna de ningún tipo. No es
un organismo. Se trata de una yuxtaposición física de hombres, en el
fondo aislados unos de otros como los granos de arena de la playa, que
se yuxtaponen unos a otros, pero que no tienen entre sí ninguna
interpenetración de vida espiritual, "convivencia" en el sentido exacto
del término.
¿Y
cómo no pensar, a la vista de esto, en la definición de Pío XII, en el
mismo discurso, sobre la masa?:
"La masa es por
sí misma inerte, y no puede recibir movimiento sino de fuera.
"La masa, por el
contrario, espera el impulso de fuera, juguete fácil en las manos de
un cualquiera que explota sus instintos o impresiones, dispuesta a
seguir, cada vez una, hoy esta, mañana aquella otra bandera.
"De la fuerza
elemental de la masa, hábilmente manejada y usada, puede también
servirse el Estado: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos
agrupados artificialmente por tendencias egoístas, puede el mismo
Estado, con el apoyo de la masa reducida a no ser más que una simple
máquina, imponer su arbitrio a la parte mejor del verdadero pueblo:
así el interés común queda gravemente herido y por mucho tiempo, y
la herida es muchas veces difícilmente curable.
"En un estado
democrático “dejado al arbitrio de la masa, la libertad, de deber
moral de la persona se transforma en pretensión tiránica de
desahogar libremente los impulsos y apetitos humanos con daño de los
demás. La igualdad degenera en nivelación mecánica, en uniformidad
monocroma: sentimiento del verdadero honor, actividad personal,
respeto de la tradición, dignidad, en una palabra, todo lo que da a
la vida su valor, poco a poco se hunde y desaparece".
Y en efecto: ¡analicese
esta masa y no se encontrará en ella ningún
sentido del honor, ninguna riqueza de personalidad,
ningún amor a la tradición!
NOTA
(*) Para un estudio más
profundo de esta alocución
sugerimos a nuestro visitante
una consulta al libro
del Prof. Plinio "Nobleza
y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al
Patriciado y a la Nobleza romana", Parte I,
Capítulo 3:
Pueblo y masa — Libertad e igualdad en un régimen
democrático: conceptos genuinos y conceptos revolucionarios.
Las enseñanzas de
Pío XII
— Para evitar errores de
traducciones seguidas, los textos de la alocución han sido retiradas de
la
página web del Vaticano.
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