La procesión sigue por los campos fecundados por el trabajo duro y honesto del agricultor. El Santísimo Sacramento sale del sagrario, cruza los umbrales del templo y Nuestro Señor recorre los campos de trigo, colmando de bendiciones la tierra, sus frutos, el trabajo humano y, sobre todo, el trabajador. La escena es rica en armonías profundas. Gracia y naturaleza. La Iglesia y la sociedad temporal, las autoridades y el pueblo, los civiles, los militares y los eclesiásticos, los ricos y los pobres, todo se encuentra y se une, en una dignidad, una sencillez, un sentido de la jerarquía de los valores, que es la mejor y más genuina belleza de este cuadro técnicamente excelente: la bendición de los trigales de Arbois, de Jules Breton. Tanta variedad, dignidad y bienestar de la persona humana, incluso cuando es modesta, tanta fe profunda, sin el fanatismo de los movimientos de masas suscitados por las modernas técnicas de propaganda, hace pensar en la definición de pueblo dada por el Santo Padre Pío XII en su monumental alocución de Navidad de 1944 (*):
* * * El otro cliché fija una gran manifestación de masa en nuestros días. Un rebaño humano que piensa y vibra según las ideas —o más bien las impresiones— que la radio, el cine y la prensa le hacen ingerir, ojos y oídos hacia dentro. Todos sus movimientos, todos sus impulsos, están suspendidos, flotando en la atmósfera, planeando sobre la ciudad como una tormenta cuya fuerza sólo sirve para destruir. ¿Destruir qué? Nadie lo sabe. Lo que quieran los "técnicos" en la fabricación de la opinión pública. Así manipulada, esta pobre gente —esto es seguro— no construirá una catedral, pero podrá destruirla; no construirá una ciudad, pero podrá incendiarla. Las masas, infelices masas anorgánicas, que viven del movimiento que les llega de fuera, van donde no saben, no tienen jefes naturales, ni jerarquía propia, ni diferenciación interna de ningún tipo. No es un organismo. Se trata de una yuxtaposición física de hombres, en el fondo aislados unos de otros como los granos de arena de la playa, que se yuxtaponen unos a otros, pero que no tienen entre sí ninguna interpenetración de vida espiritual, "convivencia" en el sentido exacto del término. ¿Y cómo no pensar, a la vista de esto, en la definición de Pío XII, en el mismo discurso, sobre la masa?:
Y en efecto: ¡analicese esta masa y no se encontrará en ella ningún sentido del honor, ninguna riqueza de personalidad, ningún amor a la tradición! NOTA (*) Para un estudio más profundo de esta alocución sugerimos a nuestro visitante una consulta al libro del Prof. Plinio "Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana", Parte I, Capítulo 3: Pueblo y masa — Libertad e igualdad en un régimen democrático: conceptos genuinos y conceptos revolucionarios. Las enseñanzas de Pío XII — Para evitar errores de traducciones seguidas, los textos de la alocución han sido retiradas de la página web del Vaticano. |