|
Churchill en su juventud, a los 34 años |
Nuestra época se avergüenza de la vejez. Este sentimiento está tan
radicado que, incluso lo que se relaciona de
lejos con ella, desagrada.
Así, en la medida de lo posible, se evita
hasta parecer tener edad madura. Todo el
mundo quiere parecer joven. Y no son raros
los que buscan parecer jovencitos.
En estas afirmaciones no hay ninguna
exageración. Basta que cada uno mire en
torno de sí, y quizá hacia sí mismo.
Todo el maquillaje femenino representa un
esfuerzo no sólo en el sentido de disminuir
la edad, sino de aparentar – tanto cuanto el
implacable rigor de la naturaleza lo permita
– una juventud casi próxima de la
adolescencia.Los colores y las formas de los trajes,
las actitudes, los gestos, el lenguaje, los
temas de conversación, la risa, todo en
definitiva es explotado en el sentido de
acentuar esa impresión.
Los hombres no usan maquillaje, sino a
veces en los bigotes y en las sienes.
Pero cada vez más los trajes típicos de
la edad madura van siendo por ellos
abandonados: las líneas severas, los colores
discretos, el estilo sobrio va cediendo
lugar a los modos deportivos, a los colores
claros, a las líneas juveniles.
Esto se nota sobre todo en la playas de
baño, donde no es raro ver a graves
profesores, políticos de renombre, banqueros
maduros, vestidos precisamente como los
nietos: pies semi-descalzos, cabello al
viento, blusa de color amarillo canario,
pantalón azul celeste que no llega ni de
lejos a la rodilla, mostrando los pelos de
los brazos y de las piernas, risa burlona en
la boca vieja, una luz falsa mantenida a la
fuerza en los ojos cansados, y en todo un
tremendo esfuerzo para ocultar una edad que
pertinazmente se muestra, se afirma, se
proclama a sí misma por todos los poros.
* * *
¿Y por qué todo esto?
Antes de nada porque el hombre pagano de
nuestros días vive para el placer, y la edad
del placer es por excelencia la juventud;
por lo menos para los que no comprenden que
la juventud, como escribió un cierto autor,
no fue hecha para el placer sino para el
heroísmo.
|
Churchill en su vejez: su mirada hace
pensar en un león |
Pero hay otra razón. Es que la vejez, si
puede representar la plenitud del alma, es
ciertamente una decadencia del cuerpo.
Y como el hombre contemporáneo es
materialista y tiene los ojos cerrados para
todo lo que es del espíritu, claro está que
la vejez ha de causarle horror.
Pero la realidad es que si un hombre supo
durante toda su vida crecer no sólo en
experiencia, sino en penetración de
espíritu, en sentido común, en fuerza de
alma, en sabiduría, su mente adquirirá en la
vejez un esplendor y una nobleza que se
translucirá en su rostro y será la verdadera
belleza de sus últimos años. Su cuerpo podrá
sugerir el recuerdo de la muerte que se
aproxima.
Pero en compensación su alma tendrá
brillos de inmortalidad.
Ejemplo memorable de lo que afirmamos es
Sir Winston Churchill, a cuya inteligencia
rutilante de lucidez, a cuya voluntad de
hierro un gran pueblo confió la más difícil
de las tareas que es reerguir un Imperio
decadente
Nuestra primera fotografía lo presenta a
los 34 años. Es indiscutiblemente un joven
bien presentado, inteligente, de
futuro. Pero ni su mirada tiene la
profundidad, ni el porte, ni la seguridad,
ni la fisonomía y la fuerza hercúlea de la
fotografía de Churchill en su vejez, que
presentamos en segundo lugar.
La juventud sin duda se fue, y con ella
la lozanía. Pero el alma creció mientras el
tiempo marcaba implacablemente el cuerpo.
Y este alma es por sí sola la columna
sobre la cual reposa todo un Imperio.
Esta es – incluso en el orden meramente
natural – la gloria y la belleza de
envejecer.
¡Cuantos y cuanto más decisivos serían
esos comentarios si quisiésemos considerar
los aspectos sobrenaturales del asunto!
NOTAS
[1]
Traducción
y adaptación por
"Acción
Familia". |