El contraste entre la indumentaria, la actitud y
el porte de estos dos hombres —un rey de Francia
antes de la Revolución y un presidente de los
Estados Unidos en el siglo XX— es tan inmenso
que hace imposible cualquier comparación. Y, en
efecto, no pretendemos establecer aquí un
paralelismo entre un hombre y otro, lo que
carecería de todo interés para esta sección, que
no estudia a los hombres personalmente
considerados, sino sólo a las sociedades
humanas, costumbres, ambientes y civilizaciones.
Para definir con precisión el punto de vista en
el que nos situamos en este comentario —ya que
se trata más de un comentario que de una
comparación— debemos recordar en primer lugar un
principio de carácter genérico. Todo grupo
humano produce, por un proceso de lenta
elaboración psicológica, y casi se podría decir
de destilación, ciertos tipos que encarnan
especialmente las cualidades y características
del grupo. Así, hay boxeadores con los más
variados rasgos fisonómicos, pero hay un tipo
ideal clásico de boxeador, al que algunos se
asemejan más y otros menos, pero que, en cierto
modo, cada uno realiza en sí mismo. Lo mismo
podría decirse de los locutores de radio.
Naturalmente, existe la mayor variedad
fisionómica e incluso técnica entre ellos. La
forma de dirigirse al público, la manera de
presentar el tema, el timbre y la inflexión de
su voz varían casi hasta el infinito. Sin
embargo, considerado el tema en tesis, lo mismo
podría decirse de todas las profesiones, desde
las más elevadas hasta las más modestas, desde
las más antiguas hasta las más modernas. Ahora
bien, todo grupo humano siente una inclinación
especial hacia los tipos que lo expresan
característicamente. Es un reflejo muy
explicable del amor que el grupo tiene por sus
ideales, su mentalidad y su propia forma de ser.
De ahí la popularidad, no sólo de ciertos
hombres, sino de ciertos
tipos
literarios que nunca tuvieron existencia real, e
incluso de ciertas figuras de caricatura y "charge"
[N.C.: retrato, narración, dibujo, etc.,
conteniendo exageraciones], como Juca Pato [N.C.:
personaje caricatural de la prensa de São Paulo
en los años 20/30], que representaba al pequeño
burgués sensible, fino observador y al mismo
tiempo algo ingenuo, y Jeca Tatu [ídem], la
caracterización pintoresca, aunque muy
exagerada, del caipira [N.C.: apodo del
habitante, un poco tosco, del mundo rural de
antaño] brasileño.
Sintiendo al vivo la fuerza de la popularidad
resultante de este principio genérico, los reyes
y jefes de Estado han tratado en todo momento de
encarnar en si mismos el alma nacional. Este
propósito puede haber sido sólo instintivo en
algunos, más claro en otros, totalmente
explícito e intencional en unos pocos, pero de
una u otra manera —genéricamente consideradas
las cosas— todos los jefes de Estado, en todos
los tiempos, han buscado rodearse de
exterioridades
cercana o remotamente tendientes
a reflejar un determinado ideal social colectivo,
constituyéndose así en el blanco del aprecio y
la simpatía general.
El primer cliché es un cuadro oficial de grande
circunstancia, pintado por Rigaud [N.C.:
Hyacinthe Rigaud : Portrait de Louis XV,
1727-1729, Versailles, musée national du château],
y que representa a Luis XV vestido con todas las
insignias reales. Que el pintor fuera Rigaud, y
el modelo Luis XV, poco importa para nuestro
estudio, pues este traje y estas insignias se
pierden, por así decirlo, en la noche de los
tiempos, habiendo servido también a los
antepasados del Rey. Lo importante es que se
trata de un cuadro oficial, en el que la actitud,
el porte, la expresión, la vestimenta del modelo
y, por tanto, en cierta medida, la propia
técnica del pintor, obedecen a cánones ya
establecidos como capaces de causar una
impresión favorable y "generar popularidad".
Una atmósfera de majestuosidad impregna el
cuadro, acentuada por el gran manto violeta
forrado de armiño, bordado con flores de lis de
oro, y el esplendor de las insignias reales.
Defensor de la Iglesia, primer caballero de su
Reino, reuniendo exponencialmente en su persona
toda la distinción y el refinamiento de una
nobleza que a su vez es el exponente de la
propia nación, un Rey de Francia encarnaba así
todos los ideales de una sociedad en la que la
Fe, la tradición, la destilación de los valores
a través de un proceso formativo de base
familiar llevado a cabo durante siglos por
familias de
élite,
eran los elementos más esenciales de las
Instituciones, generalmente aceptados y
apreciados por la psicología colectiva. Cuanto
más alto, más poderoso, más exquisito sea el
Rey, más ufano y dignificado el pueblo.
*
* *
Precisamente en la época de Luis XV, esta
mentalidad comenzó a cambiar, socavando la
sociedad y preparando la Revolución Francesa de
la que surgió el mundo contemporáneo.
Esencialmente igualitaria,
la Revolución Francesa cambió los criterios de
popularidad. Los grupos humanos ya no se sentían
encarnados y representados por sus figuras
exponenciales, ya que la figura exponencial es
el producto de una selección y toda selección es
antiigualitaria. La popularidad dejó de
converger en los hombres excepcionales,
superiores, para concentrarse en los hombres
modelo, en
los hombres masa. De ahí que los cuadros
oficiales que representan a los jefes de Estado
en chaqué y con todas sus condecoraciones hayan
perdido casi toda capacidad de generar
popularidad. Para ser popular, el jefe de Estado
no debe demostrar que es más que los demás. Al
contrario, debe demostrar que no es más que
nadie, que es como todos los demás. Por eso los
cuadros oficiales se quedaron en las paredes de
los grandes salones nobiliarios que viven vacíos
y cerrados, excepto en los raros días de gala. Y
los jefes de Estado comenzaron a hacerse ver por
el público, sobre todo en periódicos y revistas,
fotografiados en las actitudes ordinarias de la
vida cotidiana. Tratan de hacer olvidar al
público que son Jefes de Estado, para aparecer
como simples burgueses en la época de la
burguesía... Ahí tenemos al presidente Truman,
en una foto a toda página en una revista
americana, tocando burguesamente su piano. Hay
que destacar que esto no puede considerarse
típicamente norteamericano. Estos vientos soplan
en todo el mundo, y en la propia Europa no son
raros los presidentes e incluso los reyes que
obedecen a la misma influencia. Insistimos: no
estamos comentando aquí sobre un hombre, y mucho
menos sobre un país, sino sobre una ideología y
una época.
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* *
Así soplan los vientos. ¿Y para
dónde están
soplando? ¿Llegará el día en que los jefes de
Estado tengan miedo de presentarse como
burgueses y prefieran la chaqueta proletaria de
Stalin? ¿Y en que los diplomáticos adoptarán los
modales "fuertes" de Ana Pauker?
[Traducción realizada con la versión gratuita del
traductor
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