|
Plinio Corrêa de Oliveira
Ambientes, Costumbres, Civilizaciones
Varonilidad pagana y falsa paciencia cristiana
|
|
|
Si comparamos los trazos de este romano del siglo III de nuestra era –representado en una espléndida escultura que se conserva en el palacio de Capitolino- con los del famoso Apolo del Belvedere, la incorrección de ellos queda patente inmediatamente. Desde este punto de vista, no se podría decir con rigor de expresión que se trate de un bello hombre. Entretanto, nadie puede negar que una cierta sensación de belleza emana del conjunto de su fisonomía. Pero es una belleza principalmente moral. El tamaño del rostro y la conformación de cráneo están muy proporcionados. La frente las orejas, los ojos, la nariz y la boca se adecuan recíprocamente con perfección. De estos trazos, cada uno da una impresión de justa medida, de fuerza, de regularidad, que parece encontrar en la mirada su más alta y viva representación. Mirada límpida, serena, grave, habituada a analizar el mundo con un sentido de dominación y una confianza en sus propios recursos, realmente admirable. Mirada que deja trasparecer un alma de temple varonil, capaz de enfrentar con fuerza y nobleza los embates y los reveses de la vida. Tal era el romano, todos lo saben. Y estas fueron la cualidades que supo comunicar a sus grandes realizaciones: el Imperio, el derecho, y las obras primas de su literatura y de su arte. Pero si tal era el romano, muy particularmente tal era en Roma el militar. Pues fue por el alto tenor con que poseyeron las cualidades del pueblo, que lo ejércitos romanos dominaron el mundo. San Sebastián fue, en el mismo siglo III, comandante de la primer cohorte bajo los Emperadores Diocleciano y Maximiano. Esta tropa era la élite del ejército, el cual, desde el punto de vista de la varonilidad, era a su vez (como dijimos) la élite del pueblo. No conocemos ningún documento capaz de esclarecernos sobre la fisonomía del glorioso mártir. Pero todo indica que sería aún mucho más grave y fuerte que la del romano anónimo de la primer foto. Y esto tanto más cuánto que San Sebastián era católico. Y la gracia, elevando y fortificando la naturaleza, lejos de debilitar en él las virtudes del romano, les daba un valor y una intensidad incomparables.
¿Cómo admitir entonces que el jefe de la cohorte se pareciese a este joven, que, aún atravesado de flechas, se diría que es al mismo tiempo la antítesis de la mortificación cristina y de la gravedad de espíritu? Se trata de un joven bien hecho de rostro y de cuerpo, muy seguro de su buena apariencia, encantado de exhibirse. Su rostro tiene una expresión sentimental y caprichosa. La actitud de su cuerpo es de quien está perezosamente, gozando del sol y de las brisas, un poco cansado de estar de pie. Usa el tronco del árbol como confortable respaldo, y encontró una forma de apoyar cómodamente los pies en dos gajos cortados. Las flechas no le causan el mínimo de dolor. Nada de su figura, nos da la impresión de que está por morir. El recuerdo de Dios y de la vida eterna, l a súplica para alcanzar la perseverancia final, la oración por la Santa Iglesia, la invectiva saludable o la palabra de bondad para con sus verdugos, nada de esto se expresa o se representa en el cuadro. Se diría que este joven, fastidiado por encontrase solo, está esperando que lo vengan a buscar, a fin de volver a los quehaceres de la vida cotidiana. En último análisis, se trata de una figura moralmente mediocre, preocupada exclusivamente consigo, y con el mundo... en la medida en que este le toca de cerca. Pertenece a la familia moral de las almas triviales. Artísticamente, un gran cuadro, que se debe al pincel inmortal de Botticelli. Pero que el maestro no debería haber titulado “San Sebastián”. Mejor hubiera sido borrar las flechas, pintar al joven a nivel del suelo, y llamar al cuadro “joven buen mozo, tomando sol”. ¿Por qué estos comentarios? Para hacer sentir todo el mal que el Renacimiento pagano hizo a las almas, difundiendo a través del arte un estado de espíritu impalpable pero contagioso, capaz de contradecir discretamente todas las ideas de la Iglesia sobre perfección moral. ¡Advertencia para los católicos antes las aberraciones tanto más graves de numerosos artistas modernos! |