Presentado en Madrid

el nuevo libro

de TFP-Covadonga

 

 

 

 

Covadonga Informa, Año XIV – Num. 158, Madrid, Junio de 1991

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El pasado 12 de junio (1991) fue presentado, en el hotel madrileño Gran Velásquez, el nuevo libro de TFP-Covadonga “Ad perpetuam rei memoriam”.

El orador principal de la noche fue don Francisco José Fernández de la Cigoña, ampliamente conocido por su larga trayectoria de colaboraciones en numerosos periódicos de ámbito nacional, como el ABC, Nuevo Diário, El Alcázar, Región, El Imparcial, El Pensamiento Navarro, Hoja del Lunes de Valencia, etc. El público que llenaba el salón supo apreciar la fluidez de lenguaje, el fuego y entusiasmo de sus palabras, y cortó repetidas veces su intervención con calurosos aplausos.

La sesión fue abierta por el presidente de TFP-Covadonga, don José Francisco Hernández Medina, quién señaló el objetivo principal de ese nuevo libro: se trata de mostrar que “hay fuerzas vivas en la nación que la Providencia continúa aún apoyando especialmente y que con la esperanza de la España católica de hoy y de mañana” (...)

Tras las palabras de apertura del presidente de la entidad y la vibrante presentación del libro por don Francisco José Fernández de la Cigoña, que resumimos en este número, fue proyectado un breve audiovisual. El Revdo. P. Bernardo Monsegú, que figuraba en la presidencia, clausuró el acto con tres Avemarias. Muchos de los asistentes quisieron alargar la sesión cambiando impresiones con nuestros cooperadores. La tarde se había hecho corta.

 

           

Palabras pronunciadas por don Fco José Fernández de la Cigoña

¡Arriba los corazones!

Desde hace tiempo, ya bastantes años, es frecuente encontrarse en las calles de las ciudades españolas con grupos de jóvenes que enarbolando llamativos estandartes en los que campea un león rapante, proclaman sin vergüenzas ni respetos humanos los principios sociales que durante siglos han conformado nuestra civilización y que hoy se ven, no ya amenazados, sino más bien relegados de la vida pública, con las lamentables consecuencias que estamos experimentando.

Y creo que el mejor comienzo de mis palabras es su grito varonil, proclamado en las calles y en las plazas de nuestras ciudades y nuestros pueblos:

— «¡Españoles! ¡Españoles! ¡Españoles! ¡Que soñais con restituir a Mahoma las antiguas mezquitas que nuestros mayores transformaron en catedrales! ¡Que asistís apáticos a que el socialismo dominante libere la homosexualidad, legalice el aborto, confisque las propiedades rurales! ¡Que no salís de vuestra apatía ni cuando el torrente de los espetáculos blasfemos barren España, como una riada de lodo, y las imagenes sagradas son destruidas e insultadas desde las cumbres del Pico Aneto hasta los más distantes rincones de nuestra patria!

— «¡Oíd!, ¡Oíd!, ¡Oíd!, vosotros que pasais, el grito de alerta y de protesta con que TFP-Covadonga trata de despertar a tantos de sus compatriotas que están adormecidos por una hipnósis trágica y despótica. ¡Oh centenares!, ¡Oh, millares de españoles! ¿Quién os ha anestesiado?»

El grito de alerta, aguerrido y provocador no podía pasar desapercibido y no pasó. Fue la más clara y atrevida denuncia de la corrupción moral a que nos arrastraba el socialismo. Ese socialismo que por boca de uno de sus más calificados representantes había dicho que iban a cambiar a España de forma que no la reconocería «ni la madre que la parió” ¡Y vaya, si lo están consiguiendo! Y como la madre de España es la Virgel del Pilar, y la de Covadonga, y la Macarena, y la Inmaculada, y las miles de Vírgenes que veneramos en nuestras catedrales, en nuestras ermitas, que a España no la reconozca su madre, es una labor demoniaca.

Contra esa labor destructora de nuestras esencias nacionales, de nuestras raíces cristianas, publicó TFP-Covadonga en 1988 un libro memorable, cuyo título lo decía todo: «España, anestesiada sin percibirlo, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo. — La obra del PSOE». Titulo bien expresivo, aunque tal vez un poco largo, que iba a hacer que fuera conocido por “España anestesiada”.

El libro que ahora tengo el honor de presentaros es precisamente la historia de aquella hermosa campaña de difusión que ante el silencio que se impuso como férrea consigna, fue preciso dar a conocer a las gentes de España, mediante el contacto directo en la calle.

No se entiende bien, o se entiende tal vez demasiado bien, como un formidable alegato contra la política socialista fue silenciado en los medios de comunicación españoles en una actitud sectaria que les descalifica. No fue noticia el libro, la denuncia y ni siquiera la llamativa presencia en las calles de los jóvenes de Covadonga que realmente se hacían notar. Pues la historia de aquella verdadera gesta emprendida en nuestros días con un espíritu que recuerda al del caballero medieval, se relata ahora en este libro gratificante y reconfortador, en el que hay que resaltar no solo el contenido sino también la acertadísima presentación, muy en la linea de “España anestesiada”, que le hace de facilisima lectura y que por sus numerosas fotografías deja una constancia, casi notarial, del éxito de la campaña.

Pero si no nos sorprende demasiado el silencio de una prensa cómplice con la degradación moral de España, sí debo hablaros de otro silencio, más escandaloso, que aunque estemos acostumbrados a él, no debemos resignarnos al mismo, pues es todavía mucho más grave que el de la prensa, la radio y la televisión. Me refiero al silencio, a la incomprensión, al desamor de nuestros obispos. En verdad, os digo, que si no existiese Covadonga los obispos debían rezar a Dios por que existiera (aplausos). Si en España no hubiera sacerdotes como los que han vibrado de entusiasmo con “España anestesiada” y de los que en el libro que ahora se presenta aparecen numerosos testimonios, el catolicismo español estaría en la agonía. Hay cartas espléndidas de adhesión y de apoyo de sacerdotes, de religiosos, de religiosas, y me vais a permitir que me refiera especialmente al testimonio de éstas, porque una vez más parece cumplirse aquellas divinas palabras que nos dicen que lo que Dios reveló a los humildes no lo comprenden los altos y poderosos.

(...) Ante tantos apoyos, ante tantos ánimos, resultan más clamorosos los silencios. Y a ellos he de referirme con dolor. Enviásteis “España anestesiada...” a todos los obispos españoles. No sé exactamente los que hay en este momento. Unos ochenta. Os contestaron siete... y uno, de cuyo nombre prefiero olvidarme, ¡os devolvió el ejemplar que le remitisteis sin ni siquiera abrirlo! En el libro lo contáis, y hacéis bien, porque la verdad nos hace libres y ella distingue a los hijos de Dios. De esas siete cartas, una, la única verdaderamente hermosa, la del obispo dimisionario de Vitoria, Mons. Peralta. Pero yo os aseguro que esto no ha de durar. Dios moverá sus corazones y les hará comprender quienes son de verdad sus hijos y en quienes pueden encontrar sus mejores colaboradores en la reconquista espiritual de España, que será al mismo tiempo la recuperación de la patria. ¡Sursum Corda! Arriba los corazones! Como vuestros estandartes, este libro, Ad perpetuam rei memoriam, será um eslabón más de esa perpetua memória que quedará en los siglos de la España católica que no perecerá nunca, por la misericordia de Dios y por la intercesión de su bendita Madre (aplausos).

Hoy, os ha tocado ser sus caballeros. ¡Qué enorme tarea! Pero también ¡qué inmenso honor! Como San Fernando, bajo cuya gloriosa advocación habéis puesto vuestra editorial, sed los alféreces de Santa María en esta cruzada de hoy, que exige tantos sacrificios como las pasadas. Grandes valedores tenemos en el Cielo. Tal vez sólo falte nuestra hazaña. Vosotros la habéis iniciado y os sonreirá la victoria y la primavera. La patria de Leandro, de Idelfonso y de Isidoro. La patria de Domingos, de Teresa, de Ignacio y de Javier. La de los santos Juanes, de Borja, de Calasanz y de Claret. La patria de miles y miles santos mártires de 1936 no puede ser la nación de la blasfemia y del pecado. Aunque nosotros no lo mereciésemos ellos han merecido demasiado. Tanta gloria como dieron a Dios y a su Iglesia tiene que pesar mucho en las balanzas de cristal del Cielo.

 


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