Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Desafiando la ley de la gravedad

 

 

 

Trecho de conferencia del 3 Noviembre 1990. Sin revisión del autor.

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Recogimiento, silencio, aislamiento, fueron en todos los tiempos notas distintivas de los religiosos cartujos, la Orden fundada por San Bruno en el siglo XII.

El hombre de nuestros días, en contacto con los cartujos, los creería almas anquilosadas, sin estimulo ni vitalidad, o sin ninguna forma de dinamismo.

Ahora bien, dos espléndidas realizaciones de esos religiosos, fuertemente contrastantes aunque armónicas, desmienten esa falsa impresión: Son ellos los creadores del internacionalmente famoso licor chartreuse y de los espléndidos y no menos famosos caballos cartujanos. El lector puede contemplar en esta página un magnifico ejemplar de esa raza.

 

  

Bajo el cielo de Andalucía (España), elevándose sobre el campo raso y abierto de una alegre mañana soleada, un caballero radiante de victoria y de gloria realiza una de las más bellas y expresivas manifestaciones del coraje humano: la fuerza de osar y de avanzar.

Hay una innegable belleza en contemplar a un hombre que fluctúa sobre las incertidumbres de los mares rumbo a un destino distante. Pero no se puede negar belleza a este caballero, que parece navegar por los aires en circunstancias con que aventaja a cualquier piloto de avión: él no pilota una máquina, sino un ser vivo, cuya vitalidad y mutabilidad es gobernada superiormente por él. Es admirable la fuerza con que el caballo, tan bien conducido, consigue vencer la atracción de la gravedad y se eleva en el aire.

Se percibe además, una especie de dominio psicológico del caballero con relación al caballo, de manera que la osadía de aquel se refleja en este como en un espejo. ¡Es una sola osadía, un solo impulso en un solo vuelo!

La luz que se refleja sobre el caballo —realzando la musculatura y la fuerza del cuerpo, lo que hace de él una especie de aeronave viva surcando los aires— no podría haber sido imaginada tan bella por ningún artista.

Contribuye poderosamente a la perfección de la escena el movimiento del tejido que el caballero trae al cuello. El viento levanta esta pañoleta como el caballero al caballo. Y hay en ese tejido como que una palpitación imponderable de la victoria y la gloria alcanzadas por el caballero en el completo dominio de la situación.

La crin del animal que el viento ondea es también de una belleza que se diría pictórica y perfecta. Se asemeja a una llamarada escultural, pero llena de movimiento. La mirada del caballo parece devorar el peligro y su boca masticar el riesgo. Sin embargo, avanza confiando en el dominio de quien lo guía y se diría que sus patas delanteras esbozan un elegante reposo. Hay en él un equilibrio de los nervios, una flexibilidad y obediencia perfectas.

Estamos en presencia, propiamente, de una  bella expresión del auténtico heroísmo humano, el cual no consiste tanto en el poder de destruir, sino en enfrentar el riesgo. Tal noción, el hombre pragmático, securitario y tantas veces vil de nuestros días la perdió de modo casi completo, si no enteramente. ¡Que la esplendorosa escena nos sirva de lección, y de ejemplo!

 

Audio de esa reunión (en portugués)


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