Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

El tifón del contrapensamiento

 

 

"Folha de S. Paulo", 11 de febrero de 1983

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Con motivo de la última campaña electoral tuve ocasión de lamentar más de una vez que los representantes del Brasil auténtico se hayan mantenido tan ajenos a lo que estaba ocurriendo.

A medida que transcurre el mes de febrero, se van tornando más próximos de nuestras perspectivas los trabajos de las legislaturas federales y regionales por instalarse. Y ahora también me toca lamentar el desinterés de nuestros dirigentes frente a lo que podrá ocurrir en esas Casas. Me explicaré.

Para no quedarme en meras lamentaciones o en explicaciones teóricas, prefiero expresarme mostrando un ejemplo concreto de lo que de alentador va sucediendo en nuestro medio a ese respecto.

Me exhibieron una noticia de principios de diciembre, que informaba que las Asociaciones Comerciales del Brasil estaban preparando el montaje de un organismo, llamado "Acción Empresaria", y de una secretaría destinada a seguir los debates en la Cámara de Diputados, e inclusive a participar, eventualmente, en los trabajos de las comisiones, etc. Cada proyecto de ley que interese al comercio nacional será pues analizado. Y ese análisis será comunicado a todas las asociaciones comerciales del Brasil, que son aproximadamente mil.

De esta manera, toda la clase comercial brasileña sabrá, acerca de cada diputado, si está actuando en pro o en contra de los intereses nacionales específicos que nuestro comercio representa.

El recorte traía los nombres de varias personalidades del comercio embarcadas en el debate del tema, brasileños de cuyas opiniones discrepo en algunos puntos, y con los cuales concuerdo en otros, pero que, a mi modo de ver, representan con gran autenticidad el pensamiento medio de la clase comercial.

Personalmente, nunca ejercí actividades comerciales. Sin embargo, debo decir que la noticia me llenó de júbilo. Pues al fin me dio la ocasión de ver a un gran sector económico de mi país colocándose frente a las actividades políticas de modo enteramente sistemático, serio y eficaz.

No sé, sin embargo, hasta qué punto las circunstancias permitirán la realización de este inteligente designio de las asociaciones comerciales. Me mantengo a la espera...

Y lo hago haciendo votos para que todas las ramas de las actividades nacionales sigan el mismo camino: la industria, a veces tan ágil y emprendedora, y a veces también pareciendo tan ingenua y tan entreguista; el campo, siempre tan benemérito, siempre tan sacrificado, y siempre tan incapaz de defenderse victoriosamente en este país donde, sin embargo, él lo es todo o casi todo; los propietarios de inmuebles urbanos, tan desconectados entre sí y tan inertes, como las arenas de la playa cuando sobre ellas no sopla la brisa. Y sigo pensando: ante ejemplo tan bueno, ¿no se sentirán todos ellos movidos a hacer lo mismo?

Señalo apenas esos inmensos sectores pues fácilmente saltan a la vista. En realidad, todas las profesiones de la clase media, y aún las manuales, podrían actuar en forma análoga.

¿Y por qué sólo las profesiones? Aquí la temática del artículo me obliga a enderezar hacia otro punto: quien concibe a un país como un conjunto de clases profesionales, y nada más, piensa que vivir no es más que trabajar. Ahora bien, semejante pensamiento, en lugar de constituir una verdad obvia, es un error más allá de lo obvio. Si el hombre trabaja, lo hace para un fin. ¿Qué fin es éste? Depende de la idea que él se haya formado de lo que es esta vida. Como el trabajo es meramente un medio de alcanzar ese fin, vale menos que el fin. Pensar y, por medio del pensamiento, conquistar la Verdad, amarla, servirla, he aquí el gran fin de la vida.

¿La Verdad? Sí, y con "V" mayúscula. La Verdad, personificada en Aquel que dijo de Sí: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jo. XIV, 6).

Una concepción a-filosófica y a-religiosa de la sociedad, meramente económica y profesionalista, da origen a la gran desesperación de las multitudes contemporáneas. Ayer, éstas se afanaban en hacer capital, hoy en hacer revolución, y mañana en echarse al lodazal del miserabilismo nihilista, o sea, en la glorificación del andrajo y de la miseria, de la suciedad, del relajamiento y del caos.

Mamón (dibujo de Collin de Plancy)

Quiérase o no, más que Mamón, es el pensamiento el que conduce a los hombres.

Así, es necesario, no sólo que las profesiones se organicen, sino también que surjan opiniones (centellas de pensamiento que chisporroteen en el ambiente hoy tan analfabetizado y sumido en la pornografía de la vida social). Y que esas opiniones se organicen. Que reúnan en grandes asociaciones, de las más diversas naturalezas, a todos los hombres para quienes pensar aún significa algo. Y que estas asociaciones hagan sentir también su presencia de colaboración, de estímulo, pero también de vigilancia, en los corredores de las legislaturas del Brasil. Estoy en contra del libre pensamiento. Pero también en contra del no pensamiento.

A la vista de esto, algunos lectores habrán sentido un desahogo. Pues el pensamiento vivo es ahogado por ahí afuera. Otros, habituados tan sólo a acumular dinero o a articular revoluciones, habrán pensado que de repente comencé a soñar. Y a soñar un sueño incómodo. Pues soñar con el pensamiento molesta a quien, en materia de brillos, sólo conoce el del oro. Y en materia de luz, sólo conoce la del fuego, con el cual se preparan los incendios sociales.

Pero es así tal cual.

Eliminado de la vida pública o de la vida social el factor pensamiento, ¿cuál es el tipo de orden que quieren, para las democracias recientemente erigidas, los hombres que aparecen? ¿El orden de un corral, donde hay ración y tranquilidad para que el Estado ejerza con amplitud cada vez mayor su acción ordenativa?

El sistema democrático que la apertura le deparó al Brasil, si bien le da a cada hombre el derecho y el deber de votar, le impone también la obligación de pensar. Y cuando el hombre piensa, necesariamente habla acerca de lo que piensa. La obligación de hablar sobre temas de interés público, aún en los actos de la vida privada, es decurrente de esa circunstancia. Si todos los que se reúnen en tomo de la mesa doméstica no conversan con frecuencia sobre política (y por lo tanto sobre religión, cultura, arte), las familias no piensan. Y cuando las familias no piensan, no educan. Sólo votan al verse obligadas, echando en la urna un papel con cualquier nombre, nombre-anécdota, nombre-picardía, y, según el caso, aun nombre-blasfemia.

Pero esto ya no es democracia, ni siquiera es corral. Es otra cosa: es el triste campo de concentración, bajo el mando de los ladrones de pensamiento.

¿Quiénes son éstos? Los que, a fuerza de proclamar que sólo la economía tiene valor, hacen que el hombre únicamente encuentre reposo y entretenimiento en la bagatela, en el chiste, en la pornografía y en la droga. Es decir, en las varias formas de contrapensamiento.

¿Habrán ya calculado cuántos tifones de contrapensamiento están soplando por estas tierras? ¿Y qué bien andarán los que se organizaren, a la manera de las asociaciones comerciales, para hacer presente a nuestras legislaturas los anhelos del Brasil auténtico, que hace estas tres cosas tan afines: reza, piensa y trabaja? Reza —oh dolor en decirlo— la oración de la Iglesia de siempre, y no la oración amarga y venenosa de las CEBs (N. del T.: Comunidades Eclesiales de Base)!


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