Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

El Picaflor,

joya creada por Dios para inculcar

la esperanza y el deseo del Cielo

 

 

 

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Cierta vez, en la terraza de una hacienda donde me encontraba, bien cerca mío un picaflor se detuvo de repente en el aire, y comenzó a sorber el néctar de las flores de una enredadera. Él succionaba flor por flor.

 

Con su vuelo semejante al trayecto de una saeta, ostentando un piquito puntiagudo, el colibrí bajaba y se detenía súbitamente. Tan inflexible y rectilíneo al volar, quedaba como suspendido y trémulo en el momento de chupar. Comenzaba con una serie de pequeños movimientos, revoloteando en torno de la flor y extrayendo de ella la miel que conseguía. En su aleteo, ninguna de las vibraciones se repetía. Se diría que era un instrumento musical tocando músicas siempre nuevas, una composición nueva que caracterizaba el "estilo picaflor".

Reflexioné que él tendría para eso sus normas, y me pregunté cuándo cesaría ese movimiento. De repente, de modo inopinado, se apartó de la flor. En esa retirada tan completa, parecía que aquella flor nunca había existido para él, y sin la menor vacilación se dirigía hacia otra. Era la propia imagen de la decisión: cuando es hora de elegir, no titubea; cuando es el momento de sorber, se lanza y sorbe; cuando ya es tiempo de partir, abandona y rechaza.

Tan brasileño en sus movimientos, el colibrí no conoce el sentimiento nacional de las saudades [añoranza con esperanza]. Abandona la flor sin saudades, pero al mismo tiempo sin rencor. Da la impresión de que, cuando extrajo el último néctar, quedó liberado y vuela como un cohete hacia otro lugar. Todo eso es realizado con tanta levedad, tanta delicadeza, tanta distinción, que se diría una danza. De hecho, es mucho más que una danza: es un vuelo.

En esta especie de "filmación" en cámara lenta, cada uno puede rememorar las impresiones que conservó, como contemplando nuevamente el revoloteo de un picaflor.

Quedamos encantados al observar que en el universo animal hay dos lindos ejemplos de movimientos contrastantes: uno, el del león que anda con paso majestuoso; otro, el del colibrí que vuela. ¡Cómo son diversos! ¡Cuántos seres ha creado Dios para entretenernos!

El picaflor azul y verde es una joya preciosa que Dios creó para que el hombre la pueda ver, nunca coger, y sentir el encanto de la cosa huidiza que pasa. En este valle de lágrimas, representa bien la esperanza y nuestro deseo del Cielo.

La Providencia divina creó en esta tierra de exilio varios seres fugaces, óptimos —pero que dejarían de ser óptimos si no fuesen fugaces—, para así presentarnos algunos tintes del Cielo. Porque la tierra, siendo un lugar de exilio, no puede ofrecer esa impresión celestial establemente. Dios tuvo pena de nosotros, y nos envió así algunas luciérnagas del paraíso celeste, para encenderse y apagarse, y de ese modo hacernos vislumbrar la felicidad celestial

* Extractos de la conferencia pronunciada el 26 de octubre de 1980. Sin revisión del autor. Difusión por el sitio Tradicion y Accion por un Perú Mayor.


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