Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

El Cunctator: ¿un maximalista?

 

 

 

 

 

 

Folha de S. Paulo, 24 agosto de 1978

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En la primera reunión preparatoria del Cónclave a la que compareció el Cardenal Wyszynski, Arzobispo de Varsovia, informó que está programada una peregrinación a pie, de trescientos mil polacos entre los cuales habrá siete mil quinientos universitarios, al famoso Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa con la intención de implorar las luces del Cielo para los Cardenales, a fin de que la Iglesia tenga un nuevo Papa de acuerdo con las difíciles condiciones de los días que corren.

Una expresiva salva de aplausos de los demás Cardenales coronó las palabras del Cardenal Wyszynski. Para esto no faltaban motivos. En primer lugar, el carácter marcadamente espiritual de la iniciativa, que alivia y da respiro a los espíritus saturados con la obsesión socio-económica que invadió a la Iglesia en los últimos tiempos. Además, el constatar que, bajo la espesa capa de hielo del régimen comunista, en Polonia hay un fervor religioso que despierta en tan gran masa humana el ánimo necesario para la larga caminata (Varsovia-Czestochowa: 240 Km). Lo que impresiona particularmente, teniendo en cuenta la subnutrición connatural a toda economía comunista.

Es especialmente atrayente, la referencia a los 7.500 universitarios. Así, el Cardenal Wyszynski apareció ante los ojos de los electores del futuro Papa, como la figura carismática, o casi tanto, que logró preservar a sus fieles de los ataques del ateísmo. Esta, ya era su leyenda. Se decía desde hace mucho tiempo, y aún repercute en los medios de comunicación social de las más diversas posiciones ideológicas en Occidente, y (cosa que es infinitamente más importante), se susurra de boca en boca en los más variados círculos intelectuales y sociales del mundo libre, que el Prelado ha obtenido una fórmula de convivencia entre la Iglesia y el comunismo.

Dado que esta fórmula corresponde a una fundamental conveniencia de la humanidad (o sea, de evitar las tensiones religiosas que favorezcan una guerra entre Oriente y Occidente), la pregunta que naturalmente se plantea es si la leyenda que circunda al Arzobispo de Varsovia hará del Purpurado un “papabili”.

La cardenalicia salva de aplausos de la que fue objeto, bien puede ser interpretada como una cardenalicia aprobación a su política con relación al comunismo. Y en esta perspectiva, no parece mucho imaginar que, ante las naturales dificultades en ajustar una candidatura capaz de obtener la totalidad, o casi tanto, de los sufragios, el Sacro Colegio opte por aclamar Papa al Arzobispo de Varsovia, festejado tanto por la derecha, como por el centro y por la izquierda.

En este caso, un hombre-símbolo, un hombre-programa, ascendería al trono de San Pedro.

¿Símbolo de qué? ¿Programa de qué cosas? Es lo que faltaría definlr.

Intentaré hacerlo, presentando la línea de acción del Cardenal Wyszynski en sus aspectos más aplaudidos:

1. Por detrás de la Cortina de Hierro, el bloque católico más compacto e influyente está constituido por Polonia, con sus 30 millones de católicos. Supuesto el hecho de que, al fin de la última guerra, los occidentales abandonaron sin ninguna gloria -para decir solo esto- la heroica resistencia de los católicos polacos, al mismo tiempo antinazis y anticomunistas, ese gran bloque fue sepultado en la tenebrosa noche de la dominación comunista.

2. Para hacerse efectiva, la dominación soviética encontraba dos obstáculos: la secular alergia de los polacos al colonialismo ruso y, principalmente, la incompatibilidad entre la catolicísima población polaca y el régimen marxista, el que, por definición, es ateo, amoral e igualitario. Tales obstáculos, imponían al comunismo de Moscú una alternativa: o colonizar una vez más Polonia, sujetándola brutalmente a los pro-cónsules rusos y, al mismo tiempo, desencadenar una persecución religiosa neroniana; o entonces, conceder a la nación un “mínimum” de autonomía -gobernarla por medio de comunistas polacos y no rusos- y, simultáneamente, reconocer a la Iglesia un “mínimum” de libertad.

3. Evidentemente, la segunda fórmula era la única practicable. Sobre todo, teniendo en cuenta el principio de Napoleón según el cual, todo puede ser hecho con las bayonetas, excepto fijar en sus puntas un trono estable. Pero, para los soviéticos, la sabiduría política no consistía solamente en optar por la segunda fórmula, sino también, y muy principalmente, en determinar aquel “mínimum” a ser concedido al espíritu público polaco en dos de sus disposiciones fundamentales a saber: el sentimiento nacional y la Fe católica.

El punto delicado consistía en discernir si esas referidas disposiciones del espíritu se contentarían con un «mínimum” que les permitiese tan solamente sobrevivir. Y, en condiciones tan precarias que, con el transcurso del tiempo, el comunismo consiguiera extinguir tanto la Fe como el sentimiento nacional. De lo contrario la concesión de este “mínimum” sería, para los soviéticos, una capitulación.

4. Viendo la situación, exactamente con los mismos ojos de sus oponentes comunistas, el Cardenal Wyszynski habría optado por aceptar ese “mínimum”. Pero aceptarlo sagazmente, aprovechándolo al máximo para mantener encendida la Fe. Y, al mismo tiempo, reaccionando valerosamente contra todos los intentos comunistas de reducir gradualmente ese exiguo “mínimum”. Sagacidad y coraje. Precisamente, las dos virtudes que refulgen en la leyenda “wyszynskiana”.

5. El resultado habría sido que, evitando de esta manera los horrores de una persecución religiosa en Polonia, Wyszynski conservó para su pueblo el inestimable don de la Fe.

Un resultado brillante, sin duda. Tan brillante que, a partir de él, toma vuelo una leyenda. Es aquella de Wyszynski, el “cunctator”, o sea, el contemporizador, del que se podría decir, como de su célebre congénere romano Fabius, que “cunctanto restituit rem”. También Wyszynski, contemporizando, habría salvado a la causa pública.

Las leyendas crean un clima ingrato para cierto género de análisis. Si el Cardenal polaco consiguió defender milímetro a milímetro la minúscula área de libertad que el comunismo dejó a la Iglesia, es porque siempre dispuso de instrumentos eficaces. En el caso concreto, esos instrumentos se reducían a la perspectiva de transformar a Polonia en un brasero humano, como lo fue la católica España cuando la invasión de la Península por parte de las tropas revolucionarias y anticlericales de Bonaparte. Y si una tal perspectiva contuvo a los soviéticos en los debidos limites, es el caso de preguntarse si el Cardenal-“Cunctator” no habría actuado mejor al contrario, siendo un Cardenal-Cruzado. En otros términos, si hubiese desencadenado sobre los pro-consuletes soviéticos, el tifón de una oposición religiosa como aquella que postró en tierra al propio Napoleón.

Esta es la pregunta que se impone, en rigor de lógica. Pero ésta contiene en su seno, muchas “sub-preguntas” para las cuales el público de Occidente no tiene ni siquiera los elementos para una respuesta. Por ejemplo, ¿no estaría exhausto en la pobre y gloriosa Polonia de la postguerra, el espíritu combativo tan vivaz en los españoles de la época napoleónica? ¿Podría una irrupción de disconformidad épica y sacral del pueblo polaco contar con un apoyo anglo-norteamericano análogo al que la Inglaterra del siglo XIX (movida por britaniquísimos intereses, dígase de paso) dio a los españoles, enviando a Wellington a la Península? Y otras similares.

Toda leyenda es brillante, atrayente, encantadora. Pero, también es agresiva. ¡Ay, de quien busque discutir con ella! No cometeré tal temeridad, en lo que resta de articulo. Ni me mueve el deseo de cuestionar esta leyenda, ante la simple hipótesis de ser aclamado Papa el Cardenal-“Cunctator”.

Junto a las leyendas, solamente vive bien la esperanza. Manifiesto la mía. Es que, si Wyszynski, el “Cunctator”, toma asiento en el supremo trono de San Pedro, multiplique la sagacidad por la sagacidad, el coraje por el coraje, y la leyenda por la leyenda y brinde al mundo el deslumbrante espectáculo de transformarse en un nuevo Urbano II, el bienaventurado proclamador de la primera Cruzada.

Porque el audaz “minimalismo”, aconsejable quizá al Arzobispo de Varsovia, no lo es, por lo menos en esta coyuntura, al sucesor de Pedro.

En efecto, los seiscientos millones de católicos que hay en el mundo libre, pueden nutrir bien otras esperanzas que aquellas de sus queridos y gloriosos hermanos polacos. Para los primeros, no se trata de obtener, semi-aplastados por la bota soviética, tan solo un pequeño lugar bajo el sol. Sino, muy por el contrario, de evitar que esa bota se atreva a emprender el aplastamiento de lo que resta de libre en el mundo.

Un programa de audacias apostólicas, un programa enteramente hecho de lo que Camoens califica como “cristianos atrevimientos” (Os Lusíadas, Canto VII, Estancia 14), es lo que espero -¡y conmigo tantos y tantos millones de católicos!-  del sucesor de Paulo VI.

*    *    *

El Cardenal-“Cunctator” se nos presenta rutilante con la gloria de legendarios y “cristianos atrevimientos”, en la defensa de un “mínimum”.  Cuanto deseamos que brille en el trono de San Pedro, con la misma gloria de los “cristianos atrevimientos”, esta vez, sin embargo, en la defensa del “maximum”. “Ad Majorem Dei Gloriam” – “Para la mayor gloria de Dios”, tal era el lema de San Ignacio de Loyola.

*    *    *

Tanto más cuanto que en los días en curso, el “maximum” aún puede obtenerse, quizá sin la efusión de la sangre cristiana, de la sangre que los cruzados vertieron tan espléndida y generosamente.


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