Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Habla el Arzobispo de Ho Chi Minh

 

 

 

 

Folha de S. Paulo, 9 octubre 1977

  Bookmark and Share

Según noticia telegráfica publicada por la “Folha de S. Paulo", seis de Octubre ppdo., hizo uso de la palabra durante el sínodo Mundial de Obispos, reunido en Roma (204 obispos presentes), el arzobispo de Saigón, Mons. Nguyen Van Binh. Los métodos para la enseñanza del catecismo a los niños y a los adultos constituían el tema general de de la sesión. Sobre él se manifestó el prelado.

Mons. Van Binh, dicho sea de paso, parece intitularse desembarazadamente “arzobispo de Ho Chi Minh”, aceptando como hecho consumado la sustitución del tradicional nombre de la ciudad de Saigón por el del fallecido líder comunista norvietnamita. Como todos saben, Ho Chi Minh, además de ateo, materialista y comunista -o mejor, por ser ateo, materialista y comunista- fue un cruel perseguidor de los católicos. Que un arzobispo católico acepte llamarse “arzobispo de Ho Chi Minh” es tan sorprendente como si la antigua Roma, en un delirio de paganismo hubiese cambiado su nombre por “Ciudad de Nerón,” o “Ciudad de Diocleciano”, y los Papas, de allí en adelante, hubiesen pasado a llamarse, ya no mas obispos de Roma, sino “Obispos de Nerón” u “Obispos de Diocleciano”: precisamente dos atroces perseguidores de la Iglesia.

Pasemos adelante, sin más comentarios, en esta época en que constantemente el cúmulo de aberraciones nos fuerza a “pasar adelante” sin más comentarios: “Non ragioniamo di loro, ma guarda e passa" - “No pensemos en ellos; presta atención y sigue” (“Divina comedia”, Infierno, Canto Tercero, v. 51), aconsejaba Virgilio a Dante, cuando transponían la zona extrínseca al infierno en la cual estaban los réprobos que ni siquiera Satanás había aceptado en su sombrío reino de maldad.

Ahora oigamos al “arzobispo de Ho Chi Minh". El trató no sólo de la catequesis en su patria, sino también de las condiciones en las que se encuentra el país, aplastado bajo el taco de la bota comunista, y sobre las repercusiones de tal situación en la enseñanza de la religión católica a los niños.

Sería de esperar, según la tradición eclesiástica, que Mons. Nguyen Van Binh enseñase a los niños cuan verdadera, santa y bella es la doctrina de la Iglesia. De allí partiría lógicamente a mostrarles que deben creer en ella con el alma entera, amarla con todo el corazón, y servirla con todos los recursos a su alcance. “Servir”: tratándose de la Iglesia militante, la palabra incluye la lucha.

Siempre según la tradición eclesiástica– el arzobispo les enseñaría la oposición “per diametrum” existente entre la doctrina de la Iglesia y la doctrina comunista, y mostraría cuán falsa, mala y hedionda es ésta última.

El servicio a la Iglesia, la lucha por la Iglesia, tomarían así, en el Vietnam moderno, el sentido de un servicio al cuerpo místico de Cristo, perseguido, aplastado, reducido gloriosamente a las últimas angustias, pero fulgurante en su autenticidad sin manchas.

Si Mons. Nguyen Van Binh hubiese proclamado, en el Sínodo, que ésta es su enseñanza, y que así prepara mártires para hoy y cruzados para mañana, en el mundo entero millones de católicos se habrían levantado para aplaudirlo. O antes bien, se habrían arrodillado para contemplarlo, pedirle bendiciones y oraciones. Una brisa de aire fresco llenaría nuestros pulmones apestados por aquello que Paulo VI llamó “humareda de Satanás”.

¡Qué bueno sería imaginar un sótano de Saigón, a modo de catacumba, oculto a la policía, con el arzobispo hablando de Jesucristo a los niños, y, al mismo tiempo, listo para ser llevado, de un momento a otro, hacia el martirio! De repente, alguien golpea la puerta: ¿Quién será? No es la policía, ya que en los países comunistas ella no golpea: derrumba. Un grupo de hombres entreabre con cautela la puerta. Son algunos jefes de familia que van a pedir la bendición a su pastor, pues están listos para dejar Saigón y dirigirse a la selva misteriosa, donde los aguardan los suyos. Ya están allá las ligeras naves en las que se lanzarán a los mares en búsqueda de puertos donde brille la libertad. Cuentan, de ahí, denunciar al mundo los horrores que los comunistas cometen en su patria. El arzobispo levanta los ojos al cielo. Los bendice. Hay un susurro general de oraciones. Los intrépidos nautas salen. Los niños entusiasmados, contemplan la escena. Algunas niñas secan lágrimas en los ojos. Reprimiendo un suspiro, el arzobispo continúa, retomando la frase interrumpida: “Como les decía, así es que se debe vivir, luchar y morir por Nuestro Señor Jesucristo. Las oraciones, siempre eficaces, de Su Madre Santísima les obtendrán las fuerzas sobrenaturales para eso…” Así hablaría un arzobispo de Saigón.

Sin embargo no habló así el “arzobispo de Ho Chi Minh". En efecto, él explicó a los 204 Obispos Silenciosos (¡oh los Obispos silenciosos, “non ragioniamo di lor…”!) que siendo “imposible esconder a esos niños la diferencia entre el marxismo y el cristianismo", es necesario “explicar esas diferencias no con una actitud de oposición” al marxismo (oh, cuánto mas cómodo es esto, cómo evita el martirio, cómo huye de la gloria, cómo hunde en las vías de la deserción!) pero con sentido de justicia”.

Ignoro cómo ese pobre prelado entiende tal “justicia”. Pues no sé cómo se puede ser justo ante Herodes o Pilatos, Anás o Caifás, sino llamándolos de Herodes o Pilatos, de Anás o Caifás. “Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no”, enseñó el Divino Maestro (Mt. 5, 37).

Y Mons. Nguyen Van Binh, maestro del comodismo, agrega que a los dominadores actuales del Vietnam “debemos mostrarles una nueva faz de la Iglesia” y “cooperar activamente” con el gobierno. Mostrar la verdadera faz, concuerdo. La verdadera faz, regia y santa, de la Iglesia tradicional y militante. Y no la faz “nueva”, tan vulgar, marcada por la sonrisa de la supervivencia irresponsable de tal iglesia colaboracionista. De la Iglesia anti-Iglesia, casi diría.

Después de haber usado la palabra el “arzobispo de Ho Chi Minh", habló en el Sínodo de los Obispos un “reverendo Tarcissio Agostini”, de Italia. Se desato en ataques contra los gobiernos no comunistas. Y reveló la otra cara de la “Iglesia anti-Iglesia": la de prostituta demagógica insuflando la revolución social.

En suma, para con los comunistas, colaboración, sujeción, diálogo. Para con los no comunistas, injusticia, vituperios, furor incendiario.

¡Oh, cuánto me duele decirlo, por fin! La actitud colaboracionista del triste “arzobispo de Ho Chi Minh” no es nueva para los brasileños. La “Voz do Paraná”, hebdomadario católico de Curitiba (semana del 25 de abril al 1 de mayo de 1976) publicó un pronunciamiento de pagina entera titulado “La Iglesia del Vietnam está dispuesta a sobrevivir”, con la expresa nota de que se trataba de una solicitada por la Regional Sur II de la CNBB (Comisión Nacional de los Obispos del Brasil). O sea, el sector oficial de la CNBB compuesto por los dos arzobispos y diecisiete obispos del estado de Paraná.

La materia contiene una larga historia, de la implantación del comunismo en el Vietnam -presentada bajo el prisma simpático de “liberación” del pueblo vietnamita- y termina con un comunicado del mismo “arzobispo de Ho Chi Minh”, de sentido totalmente colaboracionista en relación al comunismo. Y el texto paranaense concluye: “Quien sabe, esa Iglesia de los confines del Asia nos dará el primer ejemplo de como la Iglesia puede existir y actuar eficazmente en su misión salvadora, bajo un régimen de “dictadura del proletariado”.

Publiqué este triste documento vietnamita-paranaense en mi estudio “La Iglesia ante la escalada de la amenaza comunista, llamado a los Obispos Silenciosos” (pags. 87 ss.). De este estudio, fueron vendidos en Brasil 51 mil ejemplares, y hasta el momento los señores Obispos de la Regional Sur II de la CNBB, los cuales yo esperaba que salieran públicamente con alguna explicación de alguna hipotética equivocación, envolviendo la pública condenación de la actitud de los obispos colaboracionistas del Vietnam del Sur, se mantuvieron en silencio.

¡Oh, los Obispos Silenciosos!


ROI campagne pubblicitarie