Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

La flor del guayacán: una gota

 

de la gloria de Dios

 

 

 

 

 

Trechos de conferencia del 12 de julio de 1977. Sin revisión del autor (*)

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Una flor magnífica nacida de un árbol feo: el guayacán. Es cuanto uno se puede imaginar de más esplendoroso. No sé, si acaso hubiese guayacanes en Palestina, ¿no habría Nuestro Señor utilizado como argumento la flor del guayacán en vez de hablar del lirio del campo?, pues aquella es de un color amarillo-dorado impactante.

Si supiera que la especie de los guayacanes estuviese por desaparecer y que los últimos guayacanes fueran los que florecen cerca de aquí, yo iría hasta allá solo para ver florecer al último guayacán. Y desearía poder decir que asistí a la muerte del último guayacán.

¿Por qué?

— Porque es una especie extraordinariamente apta para reflejar algo de la gloria de Dios que desaparece. Así, yo quisiera estar presente en ese momento histórico y tremendo en que Dios retira del orden del universo uno de los rayos de su gloria. Esta seria una hora eminentemente religiosa, a la cual el individuo religioso debería dar un gran valor. Y yo, el día en que hubiese asistido a la muerte del último guayacán, mandaría celebrar una misa. No por causa del guayacán en sí, sino con relación al designio de Dios extinguiendo en el universo creado esa belleza, ese reflejo de su gloria.

Nada de lo que existe nos es ajeno y, por lo tanto, frente a los grandes éxitos o a las grandes convulsiones de la historia, nuestra alma debe tener una intensa participación, bajo el riesgo de convertirse en un alma mediocre.

Estoy ejemplificando con el guayacán, ¡pero de cuántas otras cosas podríamos hablar! Si yo viese una flor del guayacán caída de un árbol y, movida por un vendaval con el riesgo de contaminarse y estropearse, cogería esa flor y la colocaría en un florero de un oratorio con la imagen de la Santísima Virgen. Sería para ofrecérsela, pero no sólo por Ella; seria para recoger esa gota de la gloria de Dios, a fin de que la flor del guayacán no desapareciera inútilmente y, así, diese la gloriosa vuelta rumbo a su Creador, arrojando sus últimas bellezas a los pies de la Madre del Creador.

Esta es una posición eminentemente religiosa. Es un modo religioso de vivir.

 

(*) Revista “Tesoros de la Fe” (Lima, Perú)


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