Plinio Corrêa de Oliveira
La Gran
Cartuja de la oración y de la penitencia
Trechos de conferencia del 15 de enero 1977 (*) |
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Llama la atención en este panorama el aspecto soberbio de la nieve. Ella cubre el edificio tan ampliamente que explica la razón de ser de los tejados y de las torres en punta. No es propiamente un edificio, es casi una pequeña ciudad, con la plaza central, una serie de construcciones y la iglesia, que sobresale. Las montañas hacen parte de un macizo inapropiado para la construcción de ciudades. Así, la vastedad completamente yerma, marca el espíritu de la institución allí establecida. ¿Qué institución es esa? ¿Por qué ese aislamiento? ¿Qué significa la vida de un hombre en ese lugar? — Es, como se dice en castellano, la Cartuja; incomparablemente menos bonito que en francés: Chartreuse. Es un nombre que canta. La ilustración es de la Grande Chartreuse en Francia, porque existen muchas cartujas, siendo esta la mayor de todas. ¿Qué es la Orden de los cartujos o de los chartreux? Ella fue fundada por San Bruno en la Edad Media. Tiene por objeto separar de la convivencia humana a algunos hombres que recibieron de Dios esta altísima vocación: estar constantemente pensando en asuntos relacionados con la doctrina católica, con el espíritu de la Iglesia, con la teología, con la filosofía, con los documentos del magisterio eclesiástico. Así, los cartujos reservan gran parte de su tiempo a la oración: oficios rezados de día y de noche en la capilla del monasterio; ayuno riguroso; trabajos manuales; lecturas y penitencias. Ellos viven completamente aislados. ¿Cuál es la razón de ello? Es un propósito muy bello: en atención al hecho de que todos nosotros pertenecemos al Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo —la Iglesia Católica Apostólica Romana— existe una reversión entre los hombres, mediante la cual los méritos y sacrificios de unos pueden transformarse en méritos y perdón para otros. De ese modo, los cartujos ofrecen sus méritos por las almas a respecto de las cuales la Santísima Virgen tiene planes especiales, para su gloria y la expansión de la Santa Iglesia. Así, comprendemos la verdadera belleza de este escenario, con hombres perpetuamente silenciosos, puestos en la oración y en el sacrificio, pensando en las cosas de Dios y ofreciendo eso por almas que ellos ignoran. Imaginemos el rigor del inverno, el rugir de los vientos y de las tempestades en aquellas montañas. La Chartreuse puede ser comparada a un inmenso turíbulo del cual suben continuamente al cielo los sacrificios de la oración y de la penitencia. Se comprende entonces que haya cualquier cosa de tranquilo, de sereno, de crucificado y varonil en este género de vida, ¡que realmente infunde enorme veneración y respeto sin fin!
(*) Revista “Tesoros de la Fe” (Lima, Perú) |