Plinio Corrêa de Oliveira
Supremacía de la tradición, de la legitimidad, del esplendor y de la sacralidad, sobre la riqueza y el poder militar
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En el centenario de la muerte del Emperador Francisco José de Austria (21-11-2016), continuador de las tradiciones del Sacro Imperio Romano Germánico, presentamos a nuestros lectores las siguientes notas (no revistas por el autor) basadas en una rica exposición verbal del Prof. Plinio socios y cooperadores de la TFP brasileña, del 27-V-1974 (*)
Francisco José I (18-8-1830 — 21-11-1916) Hoy haremos algo en la línea de Ambientes, Costumbres, Civilizaciones para poner en evidencia uno de los aspectos más marcantes de la Revolución actualmente: lo que sus secuaces más modernos llaman “desmitificación” o “desacralización”. Para comprender bien lo que eso significa debemos ante todo entender la noción que los revolucionarios tienen de “mito” o de cosas “sagradas”. Para llegar al fondo de la noción en dos palabras diría lo siguiente: en la pieza de teatro de Edmond Rostand “Chantecler”, el autor se vale de la figura principal, el gallo, para decirle al sol algo como: “¡Gloria a ti, oh sol, sin el cual las cosas no serían sino lo que son!” Un rayo de sol que cae sobre una simple cartulina, por ejemplo, puede dar efectos magníficos en los que, sin artificio ni mentira, le agrega algo a la cartulina que le confiere una belleza especial. Me acuerdo que durante años, cuando pasaba por la Calle de la Consolación (en San Pablo, Brasil), camino al Colegio San Luis, había siempre en la cúpula de una casa un vidrio abierto. Al parecer la dueña de casa no lavaba la ventana y el sol, dando en el vidrio, ¡era un verdadero esplendor! El sol se reflejaba sobre la suciedad dando el efecto de un espejo maravilloso, y yo me divertía tratando de descubrir en mi alma cuántas cosas eso significaba: el cielo iluminando y reflejándose en la suciedad, y logrando de ella un brillo especial... Así, las cosas vistas por el hombre con verdadero espíritu filosófico –y sobre todo con espíritu de Fe- reflejan algo de un orden superior: ellas tienen una analogía, una semejanza, con algo que existe en ese orden... Por ejemplo un pedazo de vidrio de ventana en el que se refleja el sol tiene analogía con el brillante, aunque éste sea mucho más que el vidrio. El brillante, a su vez, tiene analogía con alguna piedra maravillosa que existiría en el paraíso terrenal, en comparación con la cual el propio brillante no sería sino un pedazo de vidrio. Pero el brillante del paraíso terrenal tiene analogía con alguna substancia que existe en el paraíso celeste comparado con lal cual él mismo no es sino un pedazo de vidrio... Y esa cosa preciosísima del paraíso celestial no es sino un pedazo de vidrio, y menos aún que eso, comparado con la inteligencia del menos dotado de los hombres, porque el brillante que rutila es símbolo de la inteligencia. Hasta se acostumbra a decir que una persona muy inteligente tiene una ‘inteligencia brillante’. El menos dotado de los hombres tiene incomparablemente más luz en sí que un brillante, porque posee una luz de otra naturaleza. Pero ese mismo hombre es, a su vez, imagen de una persona inteligente. Esta, a su vez, es una imagen del Angel. Y éste es una imagen de Dios... Entonces, a partir del fragmento de ventana –por sucesivas ascensiones- podemos llegar hasta la perfección infinita que es Dios Nuestro Señor. El espíritu bien formado trata de ver siempre en una cosa la imagen de algo más elevado y de dirigir el espíritu a una consideración más alta, y es insaciable de analogías de esas hasta llegar a Dios. Es de esta manera que nos valemos de todas las cosas criadas para subir a Dios Nuestro Señor. Esto que se puede decir en el orden natural sobre todo puede decirse en el orden de la gracia. Porque ella ilumina a los hombres más de lo que el sol ilumina a todas las criaturas de la tierra. La gracia, a su vez, es un don sobrenatural creado por Dios, y a través del cual podemos tener una idea de cómo es Dios Nuestro Señor... El resultado de esta tendencia de espíritu consiste en que todos los pueblos que tienen un mínimo de sanidad psicológica, de sanidad mental, tratan de presentar todos los aspectos de la realidad –y cuando no les es posible, algunos de ellos- de manera que tales aspectos conduzcan a una realidad superior.
Cel. John Ripley, héroe de la guerra de Vietnam (29-6-1939 – 1-11-2008) Si consideramos, por ejemplo, un militar, nos gustaría verlo con un uniforme que nos haga pensar en el esplendor del coraje, trazo que distingue al militar. Y de tal manera que nosotros, de proche en proche, acabáramos reflexionando sobre el coraje angélico y el vigor con el que San Miguel Arcángel expulsó del cielo al demonio. De donde, entonces, el gusto por cierto esplendor en el uniforme militar.
San Felipe Neri celebrando la Santa Misa Si consideramos al sacerdote en ejercicio de sus funciones, debemos querer considerar en él la sacralidad de su misión. Y a través de esa consideración, algo que nos haga pensar en Dios. De modo que es útil y hace bien –sobre todo cuando está celebrando la Santa Misa- realzar su figura con paramentos que nos den idea de la importancia de su misión y a través de ésta nos haga pensar en Dios. Así también podríamos considerar cualquier otra profesión. El profesor universitario, por ejemplo. Lo normal sería que diera clase revestido de toga. ¿Por qué? Para realzar el esplendor, la gravedad, la importancia del oficio y misión del profesor. El traje realza la idea de la misión; la idea de la misión nos lleva a Dios, Fuente de toda verdad y Maestro de todos los profesores. Luego, hay una tendencia natural del espíritu que no es ateo a ver siempre algo más alto presente en lo inferior y tratar de realzar lo que está más abajo para conducir el espíritu hasta lo que está más elevado. Esto, que es una tradición de la Civilización Católica, es un principio que ella transformó y aplicó en innumerables hábitos sabios que permanecieron vivos hasta nuestros días. Es precisamente esto lo que el espíritu moderno considera “mito”. El ver en una cosa la presencia de una realidad superior es hacer de ello un “mito”. Tratar de ver algo por sus aspectos más altos sería “mitificar”, sería considerar ese algo de modo fantasioso e imaginario. Luego, esto que para nosotros es una serie de elevaciones que nos conducen hasta Dios, para el ateo es una serie de “mitos” que nos conducirían hasta la mentira. Porque Dios para él no existe y, al no existir, evidentemente es un mito que esas cosas puedan conducir hasta Dios, y todo esto no es sino poesía y vacío. De donde brota entonces la tendencia a lo que ellos llaman “desmitificación”, la desacralización. El sacarle a las cosas todos sus adornos, privarlas de todas las formas de belleza para presentarlas “tierra-tierra”, “como ellas son”, para evitar la mitificación, la sacralización.
El Kaiser Francisco José recibe al emperador Guillermo II y los príncipes alemanes en la Sala María Antonieta. Palacio de Schönbrunn, Viena, 1908, por Franz von Matsch El encuentro, representado en el cuadro que analizaremos, se da en el Palacio de Schönbrunn, en Viena, en 1908. Tal encuentro tiene los siguientes antecedentes: Francisco José celebraba en aquella ocasión 60 años de reinado. El subió al trono muy temprano por la abdicación de un tío y era descendiente de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Simplificando mucho la narración histórica, durante buena parte de su reinado Francisco José fue el jefe de todos los pueblos de lengua alemana. El Sacro Imperio había sido abolido y substituido por Napoleón Bonaparte por una organización llamada Confederación Germánica, y los emperadores de Austria eran los presidentes hereditarios de esa Confederación. Cerca de la mitad del siglo XIX, Prusia promovió una coalición de estados germánicos en contra de él y lo expulsó de la Confederación Germánica, quedando entonces como Emperador de Austria-Hungría. Y los demás pueblos de lengua germánica pasaron a constituir un solo imperio bajo la dirección del Kaiser (Guillermo). Entonces había varios reyes, príncipes que eran señores de diversas partes del territorio alemán, y el Kaiser o Emperador era el jefe de todos ellos. Francisco José –además de ser de las más antiguas dinastías de Europa y ciertamente de la más ilustre y sacral de todas ellas, que es la Casa de Austria-, resultó expulsado del mundo alemán y presidiendo apenas un conglomerado de estados de lengua magiar, de lengua eslava, un poco de lengua italiana, etc., la monarquía austro-húngara (del que Austria, de lengua germánica, era el elemento central). El estaba, por tanto, en un estado de resentimiento en relación al mundo alemán. Como Guillermo II necesitaba de su apoyo, por ocasión del 60º aniversario del reinado de Francisco José, el Kaiser fue llevando una comisión de príncipes alemanes a visitarlo. El cuadro representa la Sala María Antonieta del Castillo de Schönbrunn en el cual están siendo recibidos. Están viendo una escena altamente sacralizada en el siguiente sentido: el esplendor del ceremonial militar y del ceremonial de Estado es llevado al máximo de gala y de pompa para elevar el espíritu a consideraciones más altas, que se refieran a Dios Nuestro Señor. Francisco José está solo frente a todos los otros príncipes alemanes. El Kaiser está de penacho grande. Todos los otros son reyes y príncipes de pequeños estados alemanes. En Alemania había tres ciudades libres de organización burguesa; no eran monarquías sino repúblicas: Bremen, Hamburgo y Lübeck. Aquí está el representante de una de ellas (el Burgomaestre de Hamburgo, Dr. J. H. Burchard).
He aquí los principales monarcas y príncipes presentes. El hombre mayor de barba blanca (a la izq. de Guillermo II) es el Príncipe Regente Luitpold de Baviera. Al lado de él se encuentra el Rey de Sajonia. Bien al costado, junto al cuadro de María Antonieta, se encuentra el Gran Duque Federico de Baden. El de uniforme azul con borlas doradas es el Gran Duque Federico Francisco IV de Mecklenburg-Schwerin. (Hay otros representantes de principados alemanes: ver la lista completa en el gráfico reproducido aquí). Uds. pueden ver allí la atención centrada en una idea de gran esplendor. Noten como todo es luminoso: la sala tiene una luz…! Es la luz natural, una luz como plateada, que se refleja en las paredes, que da en el piso... Se diría que el piso es una piedra preciosa sobre la cual ellos están pisando, cuyo reflejo incide en el blanco de la mesa junto a la cual está Francisco José, así como en el blanco de los penachos de los cascos de los varios príncipes allí presentes; refulge en la borla dorada que lleva ese duque; refulge en los muebles, en los espejos…, hay una inundación de luz. Esa luz brilla en las condecoraciones, en los galones; por todas partes lo que vemos es luz y esplendor. Por otra parte, se nota que las personas están todas en una actitud de gran compostura y respeto de quien sabe quién es y qué representa, que usa ese uniforme por respeto para consigo mismo y para con su propio cargo. La idea es sublimar todo lo posible el poder público, el Estado, por respeto a la dignidad de la criatura humana a la cual el Estado está llamado a gobernar. Vemos su aire militar, que les confiere una idea de poder, de fuerza, de manera que se podría decir: fuerza, esplendor, sacralidad son elementos muy presentes en este cuadro. Tienen ustedes aquí a Alemania, pero la Alemania dominada por Prusia. El Kaiser tiene un papel en la mano, que puede ser el texto de un discurso que está leyendo o que acaba de leer, y Francisco José ha oído o está oyendo la salutación. Un verdadero primor es Francisco José! Son dos escuelas completamente diferentes. La Alemania nueva, militar, industrial representada por el Kaiser y quienes lo siguen. La vieja Alemania, antigua, sacral, noble, distinguida, –guerrera, es verdad, pero no principalmente guerrera sino patriarcal, que está representada por el Emperador de Austria. Son dos figuras diversas, dos ideas diversas: la de la Alemania militarista, pre-nazi, y la idea del viejo mundo germánico sacral y católico. Observen esto de curioso. Francisco José está enteramente solo, no se hace acompañar por nadie; su uniforme es simple, apenas tres colores: una casaca blanca, un pantalón colorado con un galón dorado que va de alto a bajo. Dorado, colorado, blanco…, por coincidencia, los colores de la TFP. El lleva una faja, en diagonal sobre el pecho, que es de una condecoración, y tiene en las manos un casco con plumas de un verde claro y discreto. El, enteramente solo, pesa en la balanza tanto o más que todos los otros reunidos. Se tiene la impresión de que los otros hacen fuerza para pesar tanto como él. Por otro lado hay cierta simplicidad en su actitud, mientras que los otros están poco naturales, con el cuello estirado para dar la idea de que valen algo. Francisco José está con una naturalidad completa, pero al mismo tiempo tiene una distinción que deja a todos los otros empequeñecidos… A tal punto que hay una especie de vacío alrededor de él y que nadie se pone cerca de él. Consideren su fisonomía: es un hombre sumamente consciente de que no necesita de adornos ni nada para ser él mismo. Tiene tras de sí siglos de historia, siglos de gloria; posee un derecho que la fuerza no violó y por esa causa recibe a sus visitantes de un modo serio, afable, pero no risueño. Recibe visitantes en relación a los cuales tiene una queja, que él vela con toda urbanidad. Pero está quejoso y los mira con una fisonomía como quien dice lo siguiente: “Mucha simplicidad, etc., etc., pero observen mi palacio, símbolo de mi fuerza. Si hubiera otra guerra yo recibo a punta de espada, porque no me dejo dominar por nadie”. Esto queda insinuado con toda afabilidad, con toda dignidad, con toda distinción. El comentario podría ser aquí: cuánto vale la tradición, cuánto vale el derecho, cuánto vale la sacralidad por encima de todas esas cosas como riqueza, poder, etc… Para quien analiza el ambiente, hay un valor simbólico especial en este cuadro de María Antonieta. Es un cuadro que la mayor parte de esos príncipes abomina. Todos o casi todos ellos son muy anti-franceses. Austria, al contrario, en el último período de la monarquía austríaca, era muy pro-francesa. Ahí se ve al militarista alemán desdeñando el charme (encanto) austríaco y la gracia francesa, pensando que todo se consigue por la espada. Allí está el símbolo del charme austríaco y de la gracia francesa: el cuadro muestra a María Antonieta, Reina de Francia, pintada por Mme. Vigée Lebrun, uno de los cuadros más famosos y de más gracia representando a la Reina-mártir. Como saben, María Antonieta era austríaca y le mandó este cuadro a María Teresa, su madre, Emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, por tanto antecesora de Francisco José en el trono imperial. Hay una antítesis entre dos mundos. Del lado del Kaiser y los príncipes alemanes el esplendor de la fuerza, del poder, de la riqueza. Por encima de ese esplendor tenemos, brillando aquí solo, el esplendor también de la fuerza, también del poder, también de la riqueza, pero que considera la fuerza, el poder y la riqueza valores secundarios, y que da importancia a la historia, a la tradición y a la sacralidad. Ahí tienen ustedes a Francisco José. Vean ahí un aspecto maravilloso de la Civilización Cristiana. Hoy en día no se ve más una ceremonia pública que tenga, ni de lejos ese esplendor, e incluso los hombres de esta categoría se van tornando cada vez más raros. Hay una caída en todo. Porque nada se hace para recordar algo más elevado y menos aún para elevar a Dios. Hay un achatamiento, la invasión de la vulgaridad –para no decir de la indecencia- a fin de substituir lo maravilloso de otros tiempos. (*) Nota: Traducción y difusión por el sitio Nobleza.org (Argentina). |