Plinio Corrêa de Oliveira

 

La verdadera formación católica que no prepare para el sufrimiento

se burla de Nuestro Señor Jesucristo

 

Adaptación de trecho de conferencia del 30 de marzo de 1972,

sin revisión del Autor (*)

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Para saborear bien los acontecimientos que el Evangelio narra, en un lenguaje tan simple, deberíamos imaginar el estado de espíritu de Nuestro Señor Jesucristo, y las disposiciones del Sagrado Corazón de Jesús en aquellas situaciones.

La Última Cena, por ejemplo, fue triste para El a dos títulos. En primer lugar, porque veía la Pasión que se acercaba y de la cual tenía perfecto conocimiento. También era triste por la situación lamentable de los Apóstoles. En muchos momentos de la narración de la Ultima Cena vemos que aparecen manifestaciones de la mediocridad de los Apóstoles, de su insuficiencia. La infidelidad de los apóstoles, el fracaso de la obra que Nuestro Señor que había comenzado con ellos, debería herir al Sagrado Corazón de Jesús más que la lanza de Longinos.

Es decir, llegado el fin, Nuestro Señor les da la mayor manifestación de su amor hasta aquel momento, que era instituir y darse a Sí mismo en la Eucaristía, y siente que aquellas almas reciben ese don incomparable con aquella frialdad que nosotros vemos.

Un poco del porqué, y ese porqué es de una sublimidad extraordinaria, se sabe qué significado tiene. El quiso que los hombres viesen todo Su sufrimiento, para que cada hombre tuviese todo el coraje para cargar su propio sufrimiento.

Si Dios hubiese pasado por la tierra y sólo hubiese sufrido un poco y derramado una sola gota de sangre, estaríamos igualmente redimidos. Pero la lección de la conformidad con el dolor, la lección de la aceptación del sufrimiento como siendo lo más alto de la vida – no un desastre en la vida, no un estorbo en la vida, no algo que no debería haber sucedido, que uno no comprende – el camino necesario para que el hombre llegue hasta donde debe llegar, el camino por el cual el hombre se dirige hacia la realización de su propio destino.

 

Es decir, cada uno de nosotros nació para cargar una cruz; nació para pasar por un Huerto de los Olivos; nació para beber un cáliz; nació para tener sus horas de agonía, en las que dice a Dios Nuestro Señor: “Padre mío, si es posible apartad de mí este cáliz, pero hágase Vuestra voluntad y no la mía”. La idea, el ejemplo de que el dolor representa esto en la vida del hombre y que el hombre nació para dar gloria Dios, antes que nada sufriendo. Esta idea rectrix, fundamental en la formación del verdadero católico, no la tendríamos si no fuese presentada por un ejemplo, por el más sublime, por el más arrebatador de los ejemplos, que es Nuestro Señor Jesucristo muriendo en la Cruz.

Y aquí tenemos un contraste con el espíritu moderno y sobre todo con el espíritu del mundo. Según éste, el hombre vino a esta tierra para tener éxito, y la finalidad del hombre en la Tierra es tener salud, enriquecerse, gozar de la vida y morir bien tarde, cuando no haya más remedio, teniendo durante toda la vida la mayor cuota posible de seguridad, de manera tal que incluso, no digo ya el sufrimiento, sino el miedo del sufrimiento, no lo asalte. Bien esta mentalidad es pagana por esencia. Calcular la vida así, es entenderla como un pagano.

La formación católica que no prepare para el sufrimiento y para el dolor es una formación que se burla de Nuestro Señor Jesucristo, cuya vida fue centrada en esta hora suprema de sufrimiento y de dolor. Y esto nos obliga a volvernos hacia nosotros mismos y preguntarnos cómo es que nosotros enfrentamos los sufrimientos de nuestra vida, de los cuales el mayor ‒no se tenga ninguna duda‒ es nuestra propia santificación, porque no hay santificación que no venga acompañada de dolor.

Bien, entonces la pregunta es esta: ¿cómo miramos el sufrimiento de nuestra vida? ¿Cómo miramos el dolor que nuestra santificación causa? Es decir, ¿combatimos nuestros malos impulsos que, como consecuencia del pecado original y de nuestras malas acciones, vienen de la profundidad de nuestro ser? ¿Qué hacemos, no sólo para reprimir los malos impulsos, sino para practicar las virtudes opuestas a esos impulsos? ¿Cómo hacemos para aceptar nuestras limitaciones? Ya sean limitaciones de inteligencia, limitaciones físicas de todo tipo, ya sean limitaciones sociales: falta de posición, de fortuna, de simpatía personal, etc.

¿Cómo la persona acepta tener poca gracia? Todo esto hace parte de la cruz del hombre, cada uno tiene la suya. Y es aquí que nos fue enseñado por el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo el papel fundamental del sufrimiento. No fue posible al Padre Eterno atender Su oración, y una de las razones es porque El quiso que los hombres tuviesen su ejemplo.

¡Esto es cuanto costó a Nuestro Señor ese ejemplo! Por lo tanto nosotros debemos amar nuestra cruz y debemos meditar sobre este punto.

Por último, nos deja un consejo extremamente útil para nosotros: “vigilad y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está presto, pero la carne es débil”. Bellas ideas, bellos proyectos, es fácil concebirlos… viene después la carne, es decir, nuestras malas tendencias que necesitan ser vencidas; y entonces, ¿cómo actuamos?


(*) Traducción de


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