Plinio Corrêa de Oliveira
Tercera aparición de Nuestra Señora de Fátima: visión del infierno
“Santo do Dia”, 15 de julho de 1967. Exposición sin revisión del autor (*) |
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“Al decir estas palabras -a favor de los pecadores, reparación, etc., narra Lucía- Nuestra Señora abrió las manos como en los dos meses anteriores”. En aquel gesto propio a la imagen de Nuestra Señora de las Gracias, las manos inclinadas hacia abajo, un chorro de luz saliendo de las manos. “El reflejo que ellas expedían, parecía penetrar en la tierra y vimos una especie de mar de fuego y sumergidos en ese fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras, conformada humana”.
Es necesario notar que sabemos por la fe -para que tengamos una idea de lo que es ese fuego del infierno- que se trata de un verdadero fuego. Es forzoso, por lo tanto, excluir la idea modernista de que el fuego del infierno es una expresión simbólica, que retrata los sufrimientos de carácter moral. Existe en el infierno el sufrimiento de carácter moral y ese sufrimiento es terrible. Es la privación de Dios, es la desesperación eterna, en la que la persona se siente colocada completamente fuera de su propia naturaleza, colocada en un pavoroso conflicto consigo misma. Pero junto con ese sufrimiento moral, existe un sufrimiento de orden físico que se ejerce sobre el alma. Hay un fuego verdadero en el infierno, que es realmente fuego y ese fuego quema el alma. Alguien podrá decir: “pero no puedo comprender cómo siendo el alma espiritual pueda ser quemada por el fuego”. Es muy fácil de comprender: el alma espiritual ¿no está ligada al cuerpo? Ella no está atada, por lo tanto, a algo de carácter material? Si ella está ligada a la materia, ¿por qué entonces no puede ser quemada por algo material? ¡Es evidente! San Alfonso de Ligorio dice que ese fuego es tan terrible, que la peor llama de la tierra quema tan poco en comparación con ese fuego, como una llamada pintada “quema”, en comparación con una llamada real de la tierra. Ustedes comprenden, por lo tanto, que los peores fuegos que aquí se ven, no son tan terribles cuanto el del infierno. Esta es una meditación muy buena a ser hecha. Por esto nuestra Señora quiso que apareciese ese fuego para los pecadores de hoy. Frecuentemente, cuando veo una llamada más impresionante, me acuerdo del infierno y esto es algo que hace bien. Cuando bajo hacia Santos, por ejemplo, y veo aquella chimenea de Cubatão (una refinería), con aquella impresionante llama que sale, me agrada pensar un poco en el infierno. Aquel fuego está preparado para mí, está preparado para cada uno de ustedes, si no somos fieles. Santa Teresa de Jesús tuvo la gracia de ver el lugar que estaba reservado para ella en el infierno, si no fuese fiel. Era un lugar tremendo, con una especie de nicho de horno, de sepultura, donde su cuerpo debería entrar doblado durante toda la eternidad, cuando se diere la resurrección de los muertos. Y hace bien, por ejemplo, cuando uno pasa por esas calles que están siendo reparadas, y que hay asfalto ardiendo dentro de una especie de cacerolada y que uno ve aquel fuego saliendo como una lluvia, es interesante pensar: “Si tuviese que quedarme toda la noche solamente con un dedo metido ahí, talvez amanecía muerto de desesperación y de dolor”. Ahora, esto ocurre con un fuego que es no es nada, comparado con el fuego del infierno. El fuego del infierno es terrible y es para toda la eternidad. ¡Vale la pena pensar en esto! “Medita en los novísimos y no pecarás eternamente”. Ahora, los novísimos son: muerte, juicio, infierno y paraíso. Tenemos que pensar en esas cuatro verdades, todas ellas nos son necesarias. Aquí vemos como Nuestra Señora estimula la meditación del infierno. Y entonces continúa: “Un mar de fuego y sumergidos en ese fuego, de horror y tinieblas”. …“que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían…” Vean que cosa horrorosa: son movidos por las llamas que salen de dentro de ellos. ¡Se queman tanto que de ellas salen llamaradas! Esto es diferente a quemar de fuera para adentro. Es tener en las propias entrañas un fuego que quema de un modo horroroso, que no devora nada, y que hace andar por el impulso de ese calor. Vean que tormento esto representa. “… Junto con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados…” Imagen una enfermedad en la cual la persona comenzase a echar nubes de humo y llamas, y que fuese tambaleando entre las llamas. ¿Ustedes pueden imaginar el miedo que todos tendrían de ese contagio? Si hubiese una pastilla para evitar esa enfermedad, ¡cómo esa pastilla sería un negocio óptimo y todos querrían compararla! Entretanto, ustedes están viendo cómo estamos: el hombre es tan ciego, que no tiene miedo de hacer frente al peor sufrimiento por toda la eternidad.
Los videntes antes y después de la visión del infierno Pero esa visión fue un don de Nuestra Señora. Si Ella quiso dar esa visión, Ella quiso que ocurriera, quiso para el bien de nuestra alma. Debemos hacer de esto un tesoro y debemos meditar en estas cosas detalladamente, pues esto nos auxilia y nos aproxima a Ella. Después, para el pecador empedernido que se mueve por la consideración del infierno. Los hijos de la Revolución son empedernidos por definición y si no consideran el infierno, ellos no se salvan. Por eso, debemos tomar esa visión y meditarla punto por punto, pidiendo a Nuestra Señora la virtud del temor de Dios. Hace un tiempo, un médico me decía que para morir, no se necesita estar enfermo por mucho tiempo. Hay ciertas formas de enfermedad que acometen a la persona de un momento para otro y matan. No es un infarto. El infarto tiene causas más o menos próximas o remotas; es repentino, pero tiene una larga génesis en el organismo. Existe una enfermedad llamada embolia -que parece ser una partícula que se desprende de algún lugar del organismo- que mata al hombre instantáneamente. Eso puede ocurrir en cualquier momento; puede ocurrirle a cualquiera de nosotros. ¿Quién sabe si uno de nosotros amanece muerto mañana? ¿Quién de nosotros sabe si estará vivo cuando llegue la hora de levantarse? Un hecho común: ¡fulano murió! Golpearon a la puerta, el no respondió. La empleada se puso nerviosa, llamó al padre, llamó a la madre… Entraron: ¡estaba muerto! ¡No es imposible! Entonces: ” … Entre gritos de desesperación que nos horrorizaban y llenaban de pavor. Los demonios se presentaban como figuras asquerosas de animales espantosos y desconocidos, trasparentes como negras brasas de carbones”. ¡Ya comenté con ustedes cuán asqueroso es aplastar una cuncuna! Sale un líquido horroroso. ¡Imaginen un hombre que tuviese que pasar la eternidad bañado en el jugo asqueroso de una cuncuna! ¡Sería una visión horrible! Esto es menor que el asco del demonio, porque el demonio es asqueroso, es sucio, es todo deformado, es monstruoso en todos los aspectos. Y es ese el enemigo que nos atrae, y es por causa de tantos “barrabás”, que lo preferimos a Nuestro Señor Jesucristo. Nuestra Señora dijo a Lucía: “Visteis el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. Vean bien: si queremos salvarnos, devoción al Inmaculado Corazón de María. “Si hacen lo que yo digo, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a terminar…” Llamó la atención para el hecho de que Nuestra Señora haya dado énfasis especial al Inmaculado Corazón de Ella, que era una devoción relativamente poco difundida en la Iglesia. En realidad, ella comenzó en el siglo XVI. Se ve entonces que es una de esas maravillas de la gracia que Nuestra Señora reservó para este tiempo de aflicción. Ella especialmente indica que debemos tener devoción al Inmaculado Corazón de Ella para salvarnos de nuestros pecados y especialmente del pecado de la Revolución, y principalmente de las raíces del pecado de la Revolución, que son el orgullo y la impureza. Si alguien quiere vencer al demonio del orgullo, al demonio de la impureza, conságrese al Inmaculado Corazón de María y haga una jaculatoria, por ejemplo, análoga a la que se hace al Sagrado Corazón de Jesús. Existe esa jaculatoria muy bonita: “O Jesús, manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al Vuestro”. Podemos decir esto a Nuestra Señora: “O María, mansa y humilde de corazón, haced nuestro corazón contrarrevolucionario y humilde semejante al Vuestro”. (*) Traducción y difusión por Acción Familia (Santiago de Chile). |