Plinio Correa de Oliveira

 

 

Ambientes, costumbres,

barbarie

 

 

 

Catolicismo, N. 74 - Febrero de 1957

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Este pobre anciano parece una reencarnación de Job, en lo más amargo de sus probaciones. Una flaqueza extrema deja aparecer, por debajo de la piel maltratada, rugosa, exangüe, las lineas generales del esqueleto. Los músculos del cuello son impotentes para mantener erguida la cabeza, que por esta causa cuelga hacia un lado. Las orejas, debido a la delgadez, sobresalen desmesuradamente. Los ojos arden, medio desvairados, en el fondo trágicamente sombrío de las órbitas. Las manos no sustentan ni siquiera el peso de una taza.

Hablamos de Job. La comparación es inexacta. El santo varón fue flagelado por el demonio con graves desgracias, pero éstas no le quitaron el vigor espléndido de la mente, que, bajo inspiración divina, escribió a respecto del dolor propio páginas de una belleza sin par en la literatura de todos los tiempos.

En este desdichado enfermo, se tiene la impresión de que el sufrimiento desgastó casi todas las energias del alma, cuya vida parece haberse concentrado tan sólo en la mirada. Una mirada terrible, ajena a todas las cosas que la rodean, y encerrada en el recuerdo de hechos y ambientes dantescos que son como una pesadilla en las que todo el ser todavía está inmersa. Una admirable mirada que conserva un candor y una dignidad superiores a todas las desgracias.

En el rostro, apenas un pormenor sugiere la idea de que tal vez se trate de un hombre prematuramente acabado, que llegó a la ancianidad no por el curso del tiempo, sino por un brutal desgaste: las cejas se mantienen negras...

 En 1952 aún este varón estaba en plena actividad. Sus hombros soportaban el fardo del episcopado, tan grande que, como escribió San Jerónimo, causaría miedo a los propios ángeles. Su nombre es Monseñor Alfonso Ferroni, O.F.M. Su nacionalidad, italiana.

Su diócesis, de Laohokow, en la China, cayó bajo el poder de los rojos, que lo sujetaron a toda clase de malos tratos. El rehusó heroicamente adherir al marxismo. Y el resultado aqui está. La ferocidad de los aseclas de Chou-En-Lai dejó su marca en esta cara. Espléndida expresión de los dos valores en lucha: la virtud sobrenatural de la Iglesia, y la infamia satánica del comunismo.

*    *    *

El mismo ambiente alucinante de las mazmorras rusas y chinas, la misma crueldad frenética y refinadamente odiosa, inherente al comunismo, tuvo por victima, bien lejos de China, a otro Prelado.

Las multitudes pronuncian su nombre con veneración. En este charco de inmoralidad, de inmediatismo, de corrupción, de cobardía, que es el mundo moderno, él es el varón rectilineo, desinteresado, coherente e intrépido, que probó por el martirio la autenticidad de su inmenso desprendiimento. Millones de hombres, pensando en él, sienten honor en ser hombres. Y su intrepidez -como dijera Pío XII- causa admiración a los Angeles de Dios (cf. Carta Apostólica del 29 de Junio de 1956).

En nuestro cliché, después de su liberación, el Cardenal Mindszenty en el Palacio Archiepiscopal de Buda, rodeado por sus libertadores.

El cuerpo, de constitución vigorosa, parece haber resistido bien a la dura prueba. El rostro expresa admirablemente la varonilidad y la penetración que tornaron famoso al ex-Prímado de Hungria. La vitalidad, la agilidad, denotan la inmensa reserva de recursos que el campeón de la Fe pudo aún poner a servicio de Jesucristo.

Pero considérese la mirada. Sin nada, absolutamente nada de senil, parece evocar escenas terribles, angustias inenarrables, tormentos que, sin recursos muy especiales de la Providencia, aniquilarían a cualquier hombre.

Se ve que el Cardenal fue sumergido, también, en el océano de dolores morales y fisicos, que es una prisión comunista.

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Ambiente, costumbres del comunismo. No decimos ambiente, costumbres, civilización, porque deberiamos decir ambiente, costumbres, barbarie.

¿Como tener dificultades en comprender, frente a estos cuadros, la legitimidad de una lucha total contra el comunismo, en los términos enseñados por la Iglesia Católica?


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