Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Paz, paz…

 

pero ¿qué paz?

 

 

 

 

 

Extractos de ”A posição do Vaticano”, Legionário, Nº 368, 1-10-1939

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Con respecto a la paz, hay dos actitudes doctrinales completamente diferentes, que, por desgracia, el público confunde a menudo:

1.-  la posición de la Iglesia Católica, que considera la paz como un bien inestimable, pero admite la guerra en algunos casos como un derecho y en ciertos casos incluso como un deber sagrado;

2.- la posición de los pacifistas extremados que consideran la guerra como un mal intolerable y, por ello, la paz como un bien que a toda costa debe ser preservado. (…)

[Sobre] la cuestión de la legitimidad de la guerra, tomemos dos ejemplos clásicos. Uno de ellos es la legítima defensa. El otro es la guerra santa. En el caso de la legítima defensa, la guerra es un derecho indiscutible. En el caso de la guerra santa, no existe sólo un derecho, sino un deber.

Estos son los principios de la doctrina católica. Se sintetizan todos en un pensamiento de San Agustín. Dice el gran Doctor que - lo que ya en su tiempo era una impresión general - el más grave de los males de la guerra no está en la mutilación o destrucción de cuerpos perecederos que, más temprano o más tarde, han de corromperse en las entrañas la Tierra, en la humilde sombra de una tumba.

El gran mal de la guerra, pero mayor que todos los males, es la ofensa que Dios recibe con ella. Porque no podemos concebir un conflicto en el que ambas partes sean totalmente inocentes. Al menos una de ellas tiene que ser culpable. Y la ofensa que Dios recibe con la injusticia del agresor es, en el fondo, el mayor mal que una guerra puede causar.

Ahora bien, si la ofensa que Dios recibe con una agresión injusta es grande, ¿qué decir de la ofensa por Él recibida con la victoria del agresor y con la transformación de la injusticia en un orden de cosas estable y duradero, que se convierta en una injuria permanente a la Divina Majestad?

La paz que tenga como resultado evitar la guerra y permitir la consumación pacífica e incruenta de la injusticia, cuando ésta podría evitarse mediante la reacción de las armas, esa paz sería una suma injusticia a los ojos de Dios, y los restos del pueblo avasallado, pero inconformado con la desgracia, clamarán por venganza, con la misma vehemencia patética con que clamó por venganza la sangre inocente de Abel.

Así pues, imaginar cómo algunos imaginan à outrance que debemos a toda costa evitar la guerra, aunque la paz así obtenida signifique la desaparición de pueblos enteros, y la injusticia campeando como el principio supremo del orden internacional, no es sino oponer a la doctrina católica el desmentido más formal que pueda oponerse. (…)

Nadie tiene dificultad para entender que la Iglesia haya predicado varias cruzadas contra el Islam, cuando éste amenazó el Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo y la libertad religiosa de las poblaciones cristianas allí residentes.

(*) Traducción y difusión por Familia Uruguaya.


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