Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Aviso a los indolentes

 

 

 

 

Traducido de la “Folha de S. Paulo”, 8-5-1989

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Venidas de las más diversas latitudes de la nación, me llegan frecuentemente repercusiones sobre la tan querida (así como, a veces, tan odiada...) entidad cuyo Consejo Nacional presido, o sea, la TFP.

En efecto, la TFP está continuamente en escena: ya sea en muchos medios de comunicación social, ávidos de referirse a ella para denigrarla bajo el más mínimo pretexto, ya sea en la atención del gran público, atraída por alguna amplia campaña o publicación nuestra.

De esta perenne actualidad del asunto TFP habla por sí solo un hecho aún reciente. En 1987, cuando los trabajos de la Constituyente alcanzaban su auge, la TFP lanzó el libro Proyecto de Constitución Angustia al País (Editorial Vera Cruz, 209 págs.), del cual soy autor. En 19 días, la venta pública de la obra alcanzó el promedio de 1.083 ejemplares diarios. No tengo noticia de salida tan vertiginosa, en la megalópolis paulopolitana, de una publicación de esa naturaleza. El público de nuestra urbe se mostraba así sediento en conocer el pensamiento de la TFP sobre la futura Constitución. En cuanto a la salida global de ese libro en nuestro país, fueron 73 mil ejemplares en tres ediciones.

También en el «imbroglio» político de ahora, cuando otra gran incógnita se perfila ante los ojos de la nación, el afán en conocer la opinión de la TFP se manifiesta. De los más diversos lados nos preguntan, con conmovedora confianza, cuál será, en la próxima elección presidencial, el candidato más deseable. O aunque sea, el menos indeseable. A veces, la misma pregunta se vuelve contra nosotros, con cierto aire de intimidación: ¿Qué candidato «tragable» tiene la TFP para proponer? Y si no lo tiene, ¿qué solución encuentra para sacar al país del peligroso caos en el que parece irse hundiendo?

La halagueña «apertura» de ayer nos condujo al terrible aprieto de hoy. ¿Qué hacer ahora?

Para responder, destaco desde luego algunos aspectos de la presente situación.

En Proyecto de Constitución Angustia al País, hice notar la profunda carencia de representatividad nacional de nuestros cuadros políticos. Tal carencia se hizo todavía más patente a lo largo de los años 1987 y 1988, marcados por los debates constitucionales. De éstos resultó esta triste Constitución, en la que casi todo causó angustia en Brasil entero. Digo «casi», para exceptuar una u otra medida que dejó satisfecha a la gran mayoría de la nación. Ejemplo de esto fue la derogación de la «clausula pétrea», que desde la Constitución de 1891 prohibía absurdamente la campaña monárquica, mientras franqueaba toda libertad para la propaganda comunista. A tal derogación siguió una carta emocionante, dirigida a los señores constituyentes por el Jefe de la Casa Imperial Brasileña, el Príncipe Don Luiz de Orleans y Braganza. En la misma perspectiva, tuvo señalada victoria la iniciativa del diputado Cunha Bueno en favor de la convocatoria de un plebiscito que, en 1993, dará al país la ocasión de optar a favor o en contra de la Monarquía, bien como del régimen parlamentario.

Para la próxima elección presidencial de noviembre, las tres primeras grandes candidaturas que han surgido son de políticos notoria y chocantemente izquierdistas.

Se explica que incontables brasileños pongan mala cara, o incluso «faccia feroce», ante la perspectiva de que los candidatos estén siendo escogidos entre lideres político-partidistas, por equipos estrictamente politico-partidistas. Todo ello bajo el influjo de la izquierda.

Esta situación viene desde hace mucho y está descrita en el ya referido libro que la TFP lanzó en 1987. Allí está igualmente predicho que si de los sectores apoliticos del país no surgen liderazgos extrapartidistas de primera línea que elijan figuras también apolíticas para ocupar considerable número de cargos de gobierno —de los cuales la Presidencia de la República es el ápice—, no habrá para Brasil ninguna solución.

Va llegando así el fatídico 15 de noviembre, sin que el Brasil apolitico haya aprovechado el tiempo para estructurarse y entrar en la lidia, renovando y aireando la atmósfera enrarecida de nuestra vida cívica.

¿Qué solución presenta entonces la TFP? ¿Que el país recurra a las cúpulas de las grandes asociaciones de clase? Tal propuesta, la TFP no la hará. Pues a lo largo de los debates de la Constituyente, las cúpulas profesionales que hablaron, lo hicieron casi siempre en el sentido de favorecer a las izquierdas del plenario constitucional, que ya se extremaba tanto en este sentido. O entonces se destacaron en la práctica de la ruinosa política del «ceder para no perder», o sea, ceder mucho ante las izquierdas para intentar no perder todo... Y cuando no actuaron así, fue porque se callaron completamente.

La TFP sólo ve una salida para la situación: que todos los brasileños conscientes de la realidad dramática de estos días se agrupen con urgencia, articulando elementos afines en lo referente a las soluciones que deseen dar a sus preocupaciones cívicas. Y que, a su vez, estos grupos se reúnan en amplias coaliciones en torno a un programa y actividades categóricas. Es de esperarse que en esas filas sobresalgan naturalmente las personas más ilustres por sus predicados intelectuales y morales y por su influencia sobre los que caminan con ellas en los mismos rumbos. Y que por fin surjan, de tales frentes amplios, robustas y equilibradas candidaturas, entre las cuales sea posible escoger la mejor, en vez de votar sin gloria en la «menos mala».

Dirán algunos que el remedio indicado por la TFP es muy bueno, pero que la nación ha caído en una modorra invencible. De suerte que tal solución no pasa de mera utopía.

La TFP se niega por completo a aceptar como utopía la única salida que ve para la situación. Pues calificar esto de utopía importaría en renunciar a que, en el torbellino de la más terrible crisis económica, política, social e ideológica de nuestra historia, fuese posible encontrar una salida.

Pero —dirá alguien— si el itinerario trazado por la TFP no despierta la actividad de los que en tesis están de acuerdo con él, suscita la oposición de los que de él discuerdan, ¿cómo se sacará de ese atolladero a Brasil?

Como ya quedó dicho, rechazamos tal hipótesis.

No obstante, admitiéndola tan sólo «argumentandi gratia» —o sea, simplemente por argumentar—, ¿cómo salvará la TFP a este Brasil?

A tal pregunta sólo cabe una respuesta.

En el caso de que la grande y querida población de un país de 140 millones de habitantes, sumergida en una crisis terrible y evidente, se mantuviese indolente y muda, invenciblemente dispuesta a nada hacer para salvarse, ¿quién en este mundo tendría genialidad suficiente para salvar a esta nación? A los que no quieren salvarse, ni el propio Dios los salva, advertió San Agustín: «Qui creavit te sine te, no salvabit te sine te» (Quien te creó sin tu concurso, no te salvará si para esto no actúas).

Desvío los ojos de este panorama sombrío para hacer aquí un ofrecimiento. Si la mediación de la TFP es útil en algo para que se produzca esa aglutinación de brasileños apolíticos pero válidos, ella ofrece aquí su aportación para tal.

Si alguien nos objeta que no desea hacer uso de nuestro concurso porque somos demasiado categóricos en nuestra línea de pensar y de actuar, nosotros le responderemos: en este caso, continúa durmiendo cómodamente, o arrójate a los brazos de los que tienen como ideal la indefinición, y como hábito invencible la modorra. Y en la hora de las elecciones, opta por el «menos malo». Hecho esto, tu candidato, si sale vencedor, acabará por entregarte en las manos del comunismo. Déjate entonces devorar por él. Pero no acuses a la TFP de no haber ofrecido a su querida patria una salida serena, pacífica y altamente deseable.

¿Tú te perdiste, a pesar de esto?

La culpa, ¡oh indolente!, sólo será tuya...


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