Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

No comprendo...

 

 

 

 

Transcrito de la “Folha de S. Paulo”, 22-3-1989

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Los turbios días del motín ocurrido en Venezuela se van hundiendo en el pasado, y así ya se vuelve más fácil el análisis de sus múltiples aspectos.

Sin embargo, un hecho sigue en pie. Es que, existiendo en la mayor parte de las capitales iberoamericanas condiciones aná­logas a las de Caracas, en ellas puede repetirse el drama que allí se desarrolló.

De esta manera, es plausible que estallen motines en serie en Iberoamérica, como se multiplican en cadena los forúnculos en un cuerpo minado por la forunculosis. Donde­quiera que haya ciudades-tumor, la explo­sión de pus puede sobrevenir de un mo­mento a otro. Es lo que viene previendo extensamente la prensa brasileña, a la vez que lo hacen, en el extranjero, importantes órganos publicitarios en más de un país.

En la imposibilidad de citarlos todos, ejemplifico en especial con la prensa de Estados Unidos —país donde se encuentran los principales acreedores de nuestra deuda externa— y de Madrid, que, conjuntamente con Lisboa, da particularísima atención al curso que van siguiendo los acontecimientos en las naciones iberoamericanas, desperta­das por ellas a la vida.

En estos últimos días, el «New York Times» advirtió en tono profético que el drama caraqueño es una señal de que la crisis económica, que —según el periódico—cunde en varias naciones de este continente, por motivo de la deuda externa, amenaza con lesionar la estabilidad de toda Iberoa­mérica.

Muy expresivamente, el editorial del voluminoso órgano de prensa neoyorquino registra: «Caracas hierve, Washington dormita.» Y hace ver que las democracias iberoamericanas que tendrán elecciones este año, presionadas por el peso de la deuda externa, podrán eligir gobiernos po­pulistas que pregonen el repudio de esa misma deuda y el antiamericanismo siste­mático.

Un artículo del mismo periódico, publi­cado en la importante sección «La semana en revista», lleva el título: «La crisis de la deuda externa hace explotar la bomba de relojería latinoamericana». Y así sucesiva­mente.

La prensa madrileña, por su lado, no se queda atrás. En el conocidísimo diario «ABC», del 4 de marzo, la portada está toda ella ocupada por la foto de un incendio que un bombero intenta apagar. La foto viene coronada por el título: «La deuda externa enciende el volcán iberoamericano». La materia trata del caso de Caracas y pondera que lo mismo puede repetirse en Colombia, en consecuencia del narcotráfico; en Méjico, Brasil y Argentina, en razón de la deuda externa; y en Nicaragua, El Salvador y Panamá, por motivo de las guerrillas.

No es mi intención comentar aquí el efecto deletéreo de la deuda externa sobre las condiciones generales de Iberoamérica. Pero me causa extrañeza que en Brasil, así como en las naciones hermanas de este continente, y aún en España y en los Estados Unidos, las atenciones se concen­tren de tal manera en la deuda externa, a punto de relegar a plano insignificante, o de pasar en completo silencio, otras causas ponderables del malestar económico, causas ésas cuya responsabilidad recae sobre nues­tros gobiernos.

La primera de esas causas, cuya elimina­ción nuestros acreedores nos indicaron como uno de los medios para evitar, por lo menos en parte, los efectos desastrosos de la deuda externa, consiste en la ausencia de una política global de saneamiento de nuestra economía, que el gobierno se obs­tina inexplicablemente en no aplicar. Así, no comprendo, absolutamente no com­prendo, por qué motivo Brasil desde hace mucho ya no ha restituido a la iniciativa privada las empresas estatales cuyo déficit va devorando nuestros recursos. De la misma manera, no comprendo cómo un clamor nacional auténticamente suprapar­tidario no haya forzado la adopción de esa medida.

Por otra parte, no comprendo cómo la prensa mundial y la iberoamericana no registran que, en el caso de Venezuela, hubo obviamente una ágil, vigorosa y sagaz operación comunista, sin la cual —todo lleva a creerlo— el motín caraqueño ni de lejos hubiera tenido la gravedad que tuvo, o ni siquiera hubiera ocurrido.

He aquí algunos indicios del carácter conspiratorio del motín:

1) La trágica sublevación caraqueña em­pezó en todas las chabolas de Caracas al mismo tiempo. En efecto, muy exactamente a media noche, todos los moradores de las chabolas bajaron en masa a los barrios ricos o acomodados. Ahora bien, eso no hubiera sido factible sin el concurso de una poderosa y subterránea coordinación de la fuerza de impacto de las chabolas, que articulase la inmensa ofensiva.

2) La identidad de métodos: o sea, el ataque fue casi exclusivamente asestado contra supermercados y «shoppings», ha­biendo sido dejadas de lado víctimas mucho más gordas, como joyerías y otras formas de comercio de lujo. Esto deja ver una disciplinada uniformidad de acción de la masa, no obstante puesta en delirio. Unifor­midad ésta que, también ella, sugiere la idea de un poderoso órgano directivo que agudizó la indignación popular y la siste­matizó en tácticas de ataque muy defini­das.

¿Quiénes son los responsables? Evidente­mente, los ideólogos que se benefician con todo ese drama. Y el clan, siempre al servicio de ellos, de los insufladores sistemáticos de las pasiones populares.

También me causa extrañeza que, en toda esa prensa nacional e internacional, haya sido omitida cualquier referencia de peso a la dinámica y nefasta colaboración de la llamada izquierda católica.

La falta de espacio me impide tratar de otro aspecto del asunto. Si el glorioso estandarte de la TFP no hubiese sido objeto de furibundas sanciones, injusta y arbitra­riamente tomadas por el gobierno Lusinchi, ¿cuál hubiera sido el efecto de su presencia en el ambiente venezolano, tanto antes como durante el motín? Tampoco com­prendo por qué, sobre este punto, se hace tan extraño silencio.

Registro tan sólo que de toda esta situa­ción resulta un movimiento general de antipatía contra América del Norte, con lo cual sólo gana Moscú. Parece que de eso se dio cuenta el presidente Bush, quien, en un significativo gesto de solidaridad continental, ha manifestado en los últimos días el propósito de efectuar una reducción de la deuda de los países iberoamericanos.

No basta que el gesto sea expresivo; también es necesario que sea efectivamente útil para esos países. ¿Lo es realmente? Sobre este asunto no me pronuncio, porque rebasa en mucho la esfera habitual de mis reflexiones.


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