Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

La visita: esperanzas

 

 

 

 

 

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“Folha de S. Paulo”, 21 de enero de 1985 

Aguardo con viva y simpática espectativa la visita a las naciones septentrionales de América del Sur —Venezuela, y Ecuador, así co­mo a Perú, ya no septentrional— que S.S. Juan Pablo II comenzará en Caracas a partir del próximo día 26.

Por cierto, el destino, no sólo de estas naciones sino de toda lberoa­mérica, está en este momento en las manos del Pontífice. Una palabra suya podrá salvar del abismo de la revolución social al mayor bloque de población católica de nuestros días, el cual se extiende desde el Rio Grande, en los confines de Méjico con los Estados Unidos, hasta las gélidas extremidades de la Patago­nia, ya vueltas hacia el continente Antártico.

"Salvar de la revolución social" —dije. Hay mucho más que esto. Pues la agitación comunista y social­comunista puede traer no sólo las injusticias y las violencias que le son inherentes, sino también algo más profundo y peor. Esto es, la conquista del Poder por grupúsculos marxistas incrustados en los ambien­tes políticos de todas las naciones sudamericanas, como también por la inmensa corriente filomarxista de la Teología de la Liberación, espar­cida en los medios católicos. O sea, horresco referens, la victoria del virus del ateísmo, inyectado en nuestros días en la Iglesia entre­gada a la autodemolición y pene­trada por el humo de Satanás.

Es cierto que, comunistizada Ibe­roamérica, Estados Unidos y Europa occidental perderán un apoyo eco­nómico y político absolutamente indispensable, cuya falta sólo enton­ces sentirán.

En otros términos, pienso que la gran lucha mundial pro y contra el comunismo podrá ser ganada o per­dida en Iberoamérica.

Por otra parte es verdad también que —como arriba dejaba entender— el comunismo sólo tiene importan­cia en el mundo iberoamericano en cuanto infiltrado en la Iglesia.

Tal infiltración presenta zonas de intensidad desiguales. Es auténtica y hasta fanática en ciertos medios de la sagrada Jerarquía, y en algu­nos ambientes directivos del laicado católico. Sin embargo, sólo adquirió alguna repercusión en los demás ambientes católicos, porque estos imaginan ver fielmente reflejado el pensamiento de los Papas postcon­ciliares en las predicaciones (o más bien en las incitaciones demagógi­cas) de ciertos obispos, sacerdotes y religiosas. Bastará una palabra de esclarecimiento del Pontífice, que sea diáfana, consistente y fuerte, para que la inmensa mayoría de los que siguen la "izquierda católica" se desinterese de las incitaciones subversivas de esta.

..."Decid una sola palabra, que nuestras Patrias serán salvadas". Es con esta fórmula en el corazón y en los labios (o por otra, en la punta de la pluma) que me dispongo a acom­pañar de lejos esta nueva visita de S.S. a nuestro continente.

En esto pensaba, precisamente con motivo del viaje a Brasil, con el que nos honró el Pontífice en 1980. Entre tanto, ese pensamiento no se renueva en mi exactamente con las características de 1980. El curso de los hechos le añadió algo. Algo de prometedor que expresa en esta bonita palabra: esperanza. Esperanza para la cual, confieso, no vi motivos en 1980.

Esta esperanza resulta de un hecho, o más bien de una cadena de hechos que hace pocos meses llenaron las columnas de todos los periódicos de Iberoamérica, y de muchos de los mayores periódicos de Occidente.

No hay quien no se acuerde de que, entonces, la Instrucción sobre algunos aspectos de la "Teología de la Liberación", publicada por la Sagrada Congregación para la Doc­trina de la Fe, diera ocasión a que la prensa Iberoamericana transformase súbitamente, y con alboroto, a Fray Leonardo Boff en una celebridad, propia a contender con el Cardenal Ratzinger de un modo sórdido y petulante al mismo tiempo.

Ahora bien, el tema alrededor del cual se desarrollaba toda esta con­troversia era esencialmente la pre­sencia del pensamiento marxista en muchas corrientes de la Teología de la Liberación; esa presencia, el Car­denal Ratzinger la censuraba en su famosa Instrucción, al paso que Fray Leonardo Boff y tantos otros la justi­ficaban, cuando no la defendían abiertamente.

El propio Juan Pablo II confirmó y amplió con nuevas enseñanzas la doctrina expuesta en el documento del Cardenal Ratzinger, en alocua­ciones dirigidas respectivamente a los episcopados de Ecuador y Perú, llegados a Roma en visita "ad limina apostolorum", así como a los obispos del CELAM, durante su viaje al Caribe, en octubre p.p. Así tuvimos ocasión de expresar nues­tras esperanzas, no sólo en artículo para la "Folha de S. Paulo" el 10-12-1984, como en telex oficial de la TFP brasileña a S.S., el 30 de octubre p.p.

Pero el curso de esas esperanzas, compartidas también por tantas otras personalidades o grupos cató­licos, quedó provisionalmente sus­pendido por el silencio gradual en que los medios de comunicación social atollaron el importante debate.

Entretanto, parece absolutamente incoherente que el camino rumbo a la expurgación de las influencias marxistas, en tan buena hora ini­ciada por el Vaticano, quede así paralizado indefinadamente. Por el contrario, es razonable esperar que el Pontífice aproveche su visita en tierras de América del Sur para dar al asunto el impulso que merece. De lo que parece haber sido un inicio alentador la alocución del Pontífice al Colegio de Cardenales, en el día 21 de diciembre p.p., en la que defendió con vehemencia el docu­mento del cardenal Ratzinger.

Puede ser que no diga nada sobre el tema en Venezuela. Efectivamente esa querida nación está gobernada por el partido fuerte­mente izquierdista, Acción Demo­crática (AD), afiliado incluso a la Internacional Socialista (que se ufa­na de ser la continuadora de la Aso­ciación Internacional de los Traba­jadores, fundada por Karl Marx). El Presidente de la República y todo su Gabinete pertenecen a AD. Igual­mente es de AD la mayoría en el Senado y en el Congreso. Además, AD cuenta, en ambas cámaras, con el apoyo de varias corrientes izquier­distas menores, entre las cuales el Partido Comunista. No cause asombro, por tanto, que el Pontífice se abstenga de decir algo sobre el gran asunto, cuando esté visitando a tales anfritiones. Sin embargo, ya en Ecuador o Perú, le será mucho más fácil hacerlo. Y es esta perspec­tiva la que explica nuestra espe­ranza, así como la de tantos católi­cos iberoamerìcanos.

Que la Santísima Virgen ilumine al Pontífice en esta tan importante coyuntura: es lo que al Cielo pedimos.


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