Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

La manguera, el deseo

y el deber

 

 

 

Transcrito de la "Folha de S. Paulo", 10 de diciembre de 1984

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Circunstancias diversas me impidie­ron que escribiese a propósito de la Ins­trucción "Sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación", cuyo autor fue el cardenal Joseph Ratzinger, Pre­fecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Aprovecho sin embargo la primera ocasión para hacer­lo. Cumplo así —y con cuanto gusto— un deber especial, nacido para mí de un hecho que es indispensable recordar apuí.

En 1974 —hace por tanto diez años— las TFPs entonces existentes publicaron una declaración concerniente a la "Ost­politik" vaticana y al conjunto de la actuación de Pablo VI frente al comu­nismo, tan diferente de la de su antece­sor Pío XII. La declaración constituía un análisis esmerado del asunto y se titu­laba significativamente: "La política de distensión del Vaticano con los gobier­nos comunistas - para la TFP: ¿omisión o resistencia?". Ocupó tres cuartos de página de la Folha de S. Paulo (10-4­-74). Su Ienguaje era respetuoso, pero al mismo tiempo muy franco. Su tópico culminante, y que resume el espíritu con que fue escrito, es el siguiente: "En este acto filial, decimos al Pastor de los Pas­tores: Nuestra alma es Vuestra, nuestra vida es Vuestra. Mandadnos lo que qui­sieréis. Sólo no nos mandéis que cruce­mos los brazos delante del lobo rojo que embiste. A esto nuestra conciencia se opone". El documento fue reproducido en 73 periódicos o revistas de once paí­ses, sin que me conste que nadie haya hecho la menor objeción a la ortodoxia y a la rectitud canónica de él.

Desde entonces, no conozco, de fuente vaticana, un sólo pronuncia­miento sobre el comunismo, que com­pense lo que se podría llamar, por lo menos, de unilateralidad de la "Otspoli­tik" vaticana. "No conozco",— acabo de decir. Note pues el lector que no estoy afirmando que no exista tal documento. Es tan abundante la producción doctri­naria postconciliar, que dudo mucho exista quien, fuera de los círculos estric­tamente especializados, la conozca toda, de tal modo que pueda afirmar que, por lo menos en este o en aquel inciso de este o aquel documento, no se encuen­tre algún pronunciamiento taxativamente condenatorio del comunismo. Sin em­bargo, esto es tan improbable, que si alguien me apuntase ese inciso, me causaría satisfacción y también mucha sorpresa...

Con la Instrucción del Cardenal Rat­zinger, se puede decir que algo ha cam­biado en ese panorama desolador. Pues alerta a los católicos de los desvíos doc­trinales de inspiración marxista, los cua­les proliferan ampliamente por todo Brasil y América del Sur. Y, a mi ver, tiene gran responsabilidad por esa ver­dadera erisipela de agitación social, la cual se viene arrastrando por todo el interior de Brasil, con evidente tenden­cia a radicalizarse y a transformarse en una inmensa guerrilla.

Para quien se afligía ante este espec­táculo, de momento trágico, pero que dentro de poco se puede transformar en apocalíptico, ver que un órgano como la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe afirma, claramente, la incompa­tibilidad de la doctrina católica con el marxismo es algo así como quien, den­tro de un incendio, siente llegar a sí, inesperadamente, el chorro de agua fresca y bienhechora de una manguera de bomberos.

Y a mi, que, como presidente del Con­sejo Nacional de la TFP brasileña, fuí el primer firmante de la referida declara­ción de resistencia a la "Otspolitik" vati­cana, me incumbe el deber de justicia de manifestar aquí la alegría, la gratitud y sobre todo la esperanza que siento, den­tro del incendio, con la llegada de este alivio.

Sé que hermanos en la fe, extrínsecos a los contornos de la TFP, y sobre todo fuera de Brasil, se abstienen de exterio­rizar análogos sentimientos, especial­mente porque juzgan que una sola man­guera es insuficiente para apagar todo un incendio.

También juzgo que una sola man­guera no apaga un incendio. Pero esto no impide que la saludemos como un beneficio. Tanto más cuanto que no tengo prueba de que nos quedaremos sólo en esa manguera. Fue ines­perada la Instrucción del Cardenal Ratzinger? ¿Un paso inesperado no invita a esperar otros en la mima línea, también más o menos inesperados?

Al escribir estas reflexiones, es natu­ral que ponga los ojos sobre lo que podría llamar el "lendemain" de todo el alboroto publicitario hecho por la prensa internacional sobre la controversia, designada por la prensa de "Ratzinger­Boff". De ella se ocupó el mundo entero. Desde los medios de comunicación social comunistas hasta los más anti­comunistas. De "extremismo a extre­mismo"— diría alguien.

En el momento en que dicto esta frase tengo en las manos un bastón y me pre­gunto si sería posible que existieran bas­tones sin extremos. Alguien me diría que sí: bastaría cortar las dos puntas del bastón. Pero así que hubiese hecho este corte, vería que el bastón continuaría teniendo dos extremos, que, poco antes de la poda, tal vez se llamasen centro derecha y centro izquierda.

Y he aquí a nuestro hombre que corta, afligido, las nuevas puntas. Y así en ade­lante hasta acabar con el bastón. La caza relativista de los extremos, sólo por ser extremos, termina con la opinión pública exactamente como acabaría con el bastón. Pero dado este pellizco de pasada, en los "enragés" del centris­mo, vuelvo a mi tema.

La opinión pública está tan exhausta de manipulaciones de todo orden, que parece ansiosa de atonía. Apenas había llegado fray Boff a Brasil, cuando se apagaron en torno de él los reflectores, se enmudecieron los altavoces, y se silenciaron los periódicos. Y el pueblo con gusto se evadió de ese nuevo sus­pense, para respirar un poco en las des­preocupadas niñerías de la vida coti­diana.

Pero el Vaticano, siempre ejemplar­mente informado, sabe que la Teología de la Liberación no por eso cesó de cre­pitar en América del Sur. Y que espe­cialmente sus errores, de los cuales la Instrucción en buena hora apuntó algu­nos, están retomando todo su dina­mismo en la misma medida en que sobre la Instrucción baja la cortina del olvido. Todo esto nos hace augurar que ocurra lo inevitable. Esto es, en la lógica de la propia Instrucción está claro que se debe recelar la difusión de esos errores, si no fuesen contenidos por obstáculos doctrinales y prácticos. Esperar que estos surjan es nuestro deber.


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