Plinio Corrêa de Oliveira
Marx y Lutero en el Nuevo Misal francés
Transcripto de la “Folha de S. Paulo”, 13-9-1983 (*) |
|
Santa Juana d'Arco (París)
Francia, la primogénita de la Iglesia, brilló en todos los tiempos por la acción de insignes hijos suyos en pro de la conservación y expansión del Cuerpo Místico de Cristo.
Precisamente allá circula amplísima, y también impúnemente, el Nuevo Misal de los Domingos – 1983. Hasta ahora, la obra —que tiene el imprimatur (29-6-82) de Mons. R. Boudon, Obispo de Mende y Presidente de la Comisión Litúrgica Francofónica, aún no fue condenada. De suerte que sus páginas están intoxicando a incontables fieles de habla francesa, que buscan en ellas el aliento inapreciable de los textos litúrgicos conforme la enseñanza perenne de la Iglesia y encuentran, mezclados con éstos, trechos profundamente discrepantes con el espíritu católico. Me limito a comentar aquí tres tópicos característicos del Nouveau Missel. En el final de la misa del domingo 13 de marzo, el Nuevo Misal, en la página 139, aparece lo siguiente sobre... ¡Marx! Sí, Karl Marx; el lector no se engaña: “Hace 100 años, el día 14 de marzo de 1883, en Londres, fallecimiento de Karl Marx, economista y filósofo alemán. Algunos se sorprenderán de ver mencionar en un misal al representante más conocido del ateísmo moderno. Pero la repercusión del movimiento que él lanzó se reviste de tanta importancia que este acontecimiento no puede ser pasado por alto. El ateismo marxista fue varias veces condenado por los papas, mientras que la evaluación del análisis socioeconómico enunciada por el marxismo corresponde al ámbito de las Ciencias Humanas. Son numerosas las interpretaciones del pensamiento de Marx. La más corriente, y que es oficial en los estados marxistas, sigue viendo en la religión una alienación de la que el hombre debe emanciparse".
Todo es pavoroso en este texto. Si la simple importancia de la obra de un hombre justificara que se lo mencione así en un libro compuesto para que los fieles acompañen las ceremonias litúrgicas, entonces toda la galería de los grandes malhechores de la Historia debería ser recordada a los fieles por el Misal. En rigor, y dado que la Encarnación y la Redención fueron hechos históricos infinitamente más importantes que la expansión del marxismo, todos los que frente a una o a la otra, actuaron a fondo en sentido negativo, también merecerían ser conmemorados por el Misal, más aún que Marx. Para hablar sólo del Nuevo Testamento, deberían ser recordados Judas, Pilatos, Herodes, Anás, Caifás, la serie interminable de los herejes célebres, de los apóstatas famosos, de los pecadores que se inmortalizaron por el escándalo. No sólo recordados sino destacados por el Misal con la neutralidad matizada de simpatía, con que éste se explaya sobre Marx. Simpatía sí, que llega a afirmar que la doctrina socioeconómica de Marx está fuera del ámbito del Magisterio de la Iglesia. O sea, que no hay incompatibilidad entre la Doctrina Católica y el régimen marxista, sino tan sólo entre aquélla y el ateísmo marxista. Esto, evidentemente, es inexacto. Esta actitud es tanto más impresionante cuanto que en la presentación (pág. 4) se lee que “cuando nuestros comentarios reconocen su simpatía por tal movimiento de ideas o por tal personaje, es porque allí está latente una piedra angular del Evangelio.” ¿Se deberá concluir que en Marx y en el marxismo hay una piedra angular del Evangelio? Siendo el protestantismo un ancestro ideológico e histórico del ateismo (Cfr. León XIII, Encíclica Parvenu à la vingtcinquiéme année, 1902), no sorprende que también se haya instalado en las páginas del nuevo Misal el arquetipo de hereje que fue Lutero. Así, en la Semana de Oraciones para la unidad de los cristianos, dice (pág. 81): “Hace 500 años, el día 10 de noviembre de 1483, en Eisleben, Sajonia, nacimiento de Martín Lutero, cuyo destino (sic) debería pesar tanto sobre la unidad de la Iglesia”. La palabra destino parece tener allí una connotación extrañamente fatalista, como que liberando al heresiarca de su responsabilidad por su obra de cisma y de lucha.
Más expresiva aún resulta la mención de Lutero en la semana del 6 al 12 de noviembre (pág. 493): “Hace 500 años, el 10 de noviembre de 1483, nacimiento de Martín Lutero. Monje agustino, doctor en teología, dio relieve a la doctrina paulina de la justificación por la fe, que será la clave central del protestantismo: sólo la fe salva, no las obras. Escandalizado por el tráfico de indulgencias y los abusos de la Iglesia, Lutero publica sus grandes escritos reformadores contra los sacramentos (exceptuados el bautismo, la eucaristía y la penitencia), contra la concepción de la iglesia visible. Sus posiciones son condenadas por el Papa León X, es proscripto por el Imperio, sus escritos son prohibidos y quemados. Pasa el resto de su vida, hasta 1546, defendiendo sus tesis y organizando su Iglesia (...). Con el paso del tiempo, nos es lícito deplorar que esta rebelión —motivada en gran parte por la situación de la Iglesia en la época— haya terminado en una ruptura entre hermanos cristianos.” El texto no podría ser más severo para con la Iglesia, ni más cargado de mal disimulada simpatía hacia Lutero. A tal punto que, en la frase final, el lector queda sin saber quién tiene la culpa por la ruptura, si el heresiarca con sus negaciones o la Santa Iglesia con sus condenaciones. Muchas otras observaciones habría que señalar en este Misal trágicamente censurable. Me limito a evocar aquí a millares de fieles asistiendo a misa con el libro en sus manos y conmemorando, de rodillas, en términos llenos de benevolencia a Lutero, el heresiarca, y a Marx, el archiateo. A mí me parece que esto es mil veces más trágico que el peligro atómico, la crisis financiera internacional, o cualquier otra cosa... |