Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Mediocrólogos

 

 

 

 

 

Transcrito de la “Folha de S. Paulo”, 22-7-1983

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“Al mediocre le agradan los escritores que no dicen ni sí, ni no, a respecto de ningún asunto, que nada afirman, y que tratan con respeto todas las opiniones contradictorias.

“Toda afirmación categórica le parece insolente, pues excluye la propuesta contraria. Pero si alguien es un poco amigo y un poco enemigo de todas las cosas, el mediocre lo considerará sabio y reser­vado, le admirará la delicadeza de pensamiento le elogiará el talento de las transiciones y de los matices.

“Para escapar a la censura de intole­rante, hecha por el mediocre a todos los que piensan con firmeza, sería necesario refugiarse en la duda absoluta; e incluso en tal caso, sería preciso no llamar a la duda por su nombre. Es necesario formu­larla en términos de opinión modesta, que respeta los derechos de la opinión opuesta, toma aires de decir alguna cosa y no dice cosa alguna. Es preciso añadir a cada frase una perifrasis azucarada: 'parece que’, 'yo osaría decir que', 'si es licito expresarse así’.

“Al activista de la mediocridad, cuando actúa, le queda una preocupación: es el miedo de comprometerse. Asi, él expresa algunos pensamientos robados a 'Pero-grullo' (1), con el cuidado, la timidez, la prudencia de un hombre receloso de que sus palabras, demasiado osadas, estre­mezcan al mundo.

“Al juzgar un libro, la primera palabra de un hombre mediocre se refiere siem­pre a un pormenor y, habitualmente, a un pormenor de estilo. 'Está bien escrito’, dice él, cuando el estilo es corriente, tíbio, incoloro, timido. 'Está mal escrito’, afirma él, cuando la vida circula en una obra, cuando el autor va creando para sí un lenguaje a medida que habla, cuando expresa sus pensamientos con ese des­embarazo osado que es la franqueza del escritor. El mediocre detesta los libros que le obliguen a pensar. Le agradan los libros que se parecen a todos los otros, los que se ajustan a sus hábitos, que no hacen estallar su molde, que caben en su ambiente, que se conocen de memoria antes de haberse leído, porque tales libros se parecen a todos los otros que leyó desde cuando aprendió a leer".

"El hombre mediocre dice que hay algo de bueno y de malo en todas las cosas, que es preciso no ser absoluto en sus juicios, etc.".

"Si alguien afirma con fuerza la verdad, el mediocre lo acusará de exceso de confianza en sí mismo. Él, que tiene tanto orgullo, no sabe lo que el orgullo es. Él es modesto y orgulloso, dócil frente a Marx (2), y rebelde contra la Iglesia Católica. Su lema es el grito de Joab: 'Soy audacioso sólo contra Dios’."

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"El mediocre, en su temor de las cosas superiores, afirma apreciar por encima de todo el sentido común: pero él no sabe lo que es el sentido común. Pues por esas palabras entiende la negación de todo cuanto es grande.

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"El hombre inteligente eleva la frente para admirar y para adorar; el hombre mediocre eleva la frente para burlarse; le parece ridículo todo lo que está por encima de él, y lo infinito le parece vacío".

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Para sentir todo el sabor de estas frases, sería preciso leerlas en el original francés. Las escribió uno de los héroes del catolicismo militante en Francia, Ernest Hello (1828-1885).

Al recorrer esas observaciones sobre el mediocre, el lector habrá tal vez sonreído maliciosamente, más de una vez, por sen­tir cuanto esta o aquella se aplica a tales o cuales personajes de la vida privada, y más especialmente de la vida pública del mundo contemporáneo.

Se habla tanto de la conscientización. ¿Tienen nuestros pueblos entera consciencia de la mediocridad de tantos de nuestros 'astros`?

Ahora bien, esto me parece una obra de salvación nacional. Me explico. Los vemos tambalearse indecisos, envueltos en las terribles marañas de sus proble­mas actuales. Pero todo parece irse hundiendo gradualmente. Y muchas cosas por aquí o por allá amenazan seriamente con desmoronarse de un momento para otro.

Falta en la vida pública el número suficiente de hombres capacitados para resolver tal situación. Y, sobre todo, los que hay, están esparcidos, desarticula­dos, aturdidos. En suma, hombres, cuyo consenso todavía podría salvarlo todo, ahi están sin salvar nada.

¿Y por qué son ellos así? Porque los legitimos anhelos de paz experimentados por los hombres a raiz de la ultima post-guerra comenzaron a ser desviados, ya por ocasión de Yalta, hacia el pantanal de un pacifismo invertebrado y utópico. Pacifismo ese que tuvo en la politica exterior de Carter, como en multiples modalidades de “détente”, de "Ostpoli­tik" y de ecumenismo, su expresión más exacta.

Nada afirmar, nada negar, por casi ningun derecho reclamar, contra nin­guna obscenidad protestar, en fin, enar­bolar la moderación como regla suprema de pensar, condición forzosa del querer, del sentir y del actuar: todo esto lanzó a Occidente en el pantanal de la mediocridad.

Mientras tanto, los dirigentes de la otra parte del mundo se ríen de nuestra inmensa miseria, que progresa sin cesar un instante.

Su sede está en el Kremlim...

He leído sobre especialistas en Krem­lim: los kremlinólógos. Cuando están bien orientados, son de una indiscutible utilidad.

Pero nos falta otra categoría de espe­cialistas: los mediocrólogos. ¿Qué de definitivo se puede obtener combatiendo al Kremlin, reduciendole en algunos cen­timetros o en algunos metros la orgullosa torre de mando, si su adversario, el Occi­dente, se ufana en mediocrizarse cada vez más? ¿En esa caminata hacia abajo, no es verdad que llegaremos muchisimo antes que el Kremlin, al punto cero? 


Notas:

Las negritas fueron puestas por éste sitio.

(1) En el original francés, “M. de la Palisse”.

(2) En el original francés, “Voltaire”.


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