Ante la matanza de los inocentes, dentro del orden y de la ley: santa indignación
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De la obra “TRADICION, FAMILIA, PROPIEDAD - Un ideal, un lema, una gesta”, Parte II, España: Ante el aborto, santa indignación TFP-Covadonga publica en la prensa el manifiesto Ante la matanza de los inocentes — Dentro del orden y de la ley: santa indignación. Posteriormente divulga en puntos neurálgicos de Madrid y más tarde en provincias 950.000 resúmenes del mismo. El texto es firmado por los directivos de la entidad en el Cerro de los Angeles, a los pies del Sagrado Corazón de Jesús, a cuyo amparo confían la iniciativa. Los católicos son invitados a dejar las actitudes pasivas y melancólicas y a reaccionar vigorosamente frente a la amenaza abortista ("ABC", Madrid, 5-4-1983; un resumen del documento es publicado en el "Diario de Cuenca", 19-4-1983; "Las Provincias", Valencia, 21-4-1983; "Heraldo de Aragón", Zaragoza, 24-4-1983; "La Gaceta del Norte", Bilbao, 1-6-1983; "El Alcázar", Madrid, 8-5-1983). * * *
Ante la matanza de los inocentes Dentro del orden y de la ley: santa indignación I - La tristeza de una previsión confirmada Habitualmente el hombre se alegra con la realización de lo que habría previsto. Y esto no por un tonto sentimiento de amor propio, sino porque, siendo la previsión una operación de la mente, lo normal es que esta última sienta la recta alegría de su propio acierto. No es éste, sin embargo, el estado de alma de los socios y cooperadores de la Sociedad Española de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad-Covadonga (TFP), al constatar ahora que los hechos confirman las perplejidades formuladas en la Carta abierta al PSOE (1). La TFP manifestó en aquel entonces su aprensión ante la posible victoria de aquella corriente política en las elecciones que se aproximaban. Entre otros motivos para tal aprensión, la Carta abierta resaltaba que: a) Las Resoluciones de los Congresos del PSOE preconizan la implantación del amor libre («divorcio sin excepciones», dice eufemísticamente el texto de una Resolución), la miserable «rehabilitación» de la homosexualidad, así como la «legitimación» del aborto y de los anticonceptivos. b) Es verdad que no todas esas medidas se incluían en el Programa Electoral en el cual el PSOE presentaba al electorado solamente las medidas que serían puestas en práctica a corto plazo. c) Por ello, la esperanza escuálida y vacilante de que las medidas ajenas al Programa Electoral acabasen no siendo propuestas en la actual legislatura, dejaba a los católicos propensos a votar en aquella corriente de izquierda (2). d) Claro está que tal esperanza estaba subyacente en la distinción entre Resoluciones partidarias, por un lado, y Programa Electoral, por otro, pero nada impedía al PSOE que, una vez victorioso, propusiese a las Cortes, ya en las primeras sesiones, cualquier ítem de las Resoluciones de sus Congresos, en las que están fijadas las metas del Partido a largo, medio y corto plazo. Considerando que la posible aprobación, no sólo de los diversos ítems del Programa Electoral, sino también de las varias Resoluciones, llevaría consigo una ofensiva total contra los principios cristianos milenares, con los que la legislación hasta aquí vigente protege la moralidad pública y la familia, la TFP constataba con asombro que numerosos católicos se inclinaban a votar al PSOE. Y que la Conferencia Episcopal, a quien le corresponde por misión divina preservar de este abismo de horrores a la nación de los Reyes Católicos, por el contrario declaraba de modo implícito, a través de una nota de su Comisión Permanente, ser lícito a los fieles, desde el punto de vista moral, votar al PSOE (3). e) Ante este panorama, que la displicencia abobada del hombre moderno considera más o menos normal, pero que la posteridad no titubeará en calificar de dantesco, la TFP todavía intentó alertar a la opinión pública, y más especialmente a los sectores católicos propensos al voto suicida en favor del socialismo. Por ello, en la referida Carta abierta, en la que previó lo que podría suceder, interpeló también al mismo PSOE a propósito de la fragilidad de las ilusiones con las que adormecía a esos sectores católicos, trabajados profundamente por imponderables artimañas de la guerra psicológica revolucionaria, en la cual Moscú es maestra. La alternativa se planteó claramente. Si el PSOE respondiese a la Carta abierta, nacería de ahí una polémica en la que la TFP, empuñando la documentación editada por el mismo Partido, ilustraría aún más fácilmente al público. No procediendo así, no le quedaba al PSOE sino callarse. Es decir, confesar por el silencio la falsedad de su posición. El PSOE escogió claramente este camino. Uno y otro resultados de la Carta abierta han contribuido para hacer absolutamente evidente, a quien quisiera abrir los ojos, lo que antes de eso ya era fácil percibir que la victoria electoral del PSOE no supone para la España católica un peligro menor que el que trajeron las hordas mahometanas que en el lejano siglo VIII transpusieron el estrecho de Gibraltar. Alcanzado tal éxito, a los invasores sólo les quedaba avanzar contra la España visigoda tontamente optimista, adormecida y dirigida por hombres cuya mentalidad y cuya política puede simbolizarse muy bien en la mentalidad y en la política entreguista del enigmático arzobispo Don Opas. Pero hay estados de alma que ni siquiera la evidencia corrige. Venció el PSOE con notable concurso de votos católicos (4). En esta coyuntura nos encontramos, transcurridos solamente 133 días desde la apertura de las nuevas Cortes. Y, así, las previsiones de la TFP se confirmaron, pero con tanta fuerza y plenitud, que hoy podemos decir que hemos llegado al borde del precipicio. Frente a esta situación, ¿cómo alegrarse con la previsión horriblemente triunfante? No. La situación actual no está como para eso. II – Con perspectivas de futuro Si los que ocupan los altos escalones de la Conferencia Episcopal o los puestos de dirección de los movimientos de reacción pública no se mueven con toda la fuerza de impacto contra el proyecto de ley del aborto, al PSOE, vencedor de las elecciones, sólo le quedaba avanzar, al igual que la morisma de antaño. No hay lugar a dudas. La actitud de las Cortes, del Gobierno e incluso del mismo Monarca estará condicionada no sólo por la amplitud, sino también por el calor de esa saludable reacción. De poco le valdrá a España la protesta de grandes multitudes tristonas y plácidamente silenciosas, cuya pasividad puede dar a los abortistas la esperanza de que incluso los sectores más católicos acabarán «absorbiendo» la ley abortista que la mayoría parlamentaria socialista imponga a la nación. Así mismo, de poco le servirían las manifestaciones frenéticas de minorías inexpresivas, que por su propia pequeñez inducirían a pensar que la gran mayoría de la nación no está en desacuerdo con las innovaciones socialistas. Si se quiere recuperar real y seriamente el terreno que la catástrofe electoral del día 28 de octubre hizo perder a la España católica, es necesario sumar el calor al número. El camino de la victoria pasa por ahí. Todo cuanto no sea esto implica la aceptación de la política de Don Opas y el rechazo del espíritu heroico y cristiano del Cid Campeador; espíritu éste tan identificado con la misma España que, una vez perdido, nuestra nación dejaría de ser ella misma. III – Oración y penitencia Ante el peligro, la actitud del católico no es el pánico. Y si le brotan las lágrimas, no es con desesperación estéril, sino con fe. Lágrimas y aprensión que invitan antes que nada a la oración. Nuestro país, lleno como está de tantas iglesias monumentales que van desde las catedrales hasta las encantadoras parroquias de aldea, pasando por todas las gamas intermediarias, está poblado, al mismo tiempo, por una inmensa mayoría católica. La TFP se acerca aqui, reverentemente, a la Sagrada Jerarquía, a quien suplica que llene con todo ese pueblo las tan numerosas iglesias. Que promueva, día y noche, una cruzada de oraciones con el Santísimo expuesto, de manera que delante de El y de las imágenes de la Virgen Santísima se eleve sin fin la súplica aflijida, ardiente, confiante y, por eso mismo, ya victoriosa delante del trono de Dios. Súplica, sí, de que sea apartado de España el peligro abortista. Mejor que nadie saben los señores obispos, nuestros pastores y maestros, cuál es el valor de la plegaria cristiana. Mejor que nadie saben que todo el heroísmo de nuestros ocho siglos de Reconquista no habría culminado en una victoria completa de la Fe si no fuera por el incesante concurso de la plegaria y de su noble hermana, la penitencia. Que sin una ni otra habría sido vana la resistencia indomable de la nación española contra las tropas de un déspota, ante el cual se curvó toda Europa: Napoleón Bonaparte, el sembrador de los errores de la Revolución francesa. Igualmente, habría sido vano el noble y heroico impulso del Alzamiento, que libró a España del yugo del comunismo, hijo genuino de la misma Revolución. Reconózcase el mérito de tantos y tan abnegados héroes, de cuya memoria se enorgullece la España cristiana, pero reconózcase sobre todo la importancia de la ayuda de Dios, de su Santísima Madre y de toda la Corte celestial. Así, en este llamamiento a la acción, no podía faltar un llamamiento a la penitencia y a la oración. Suplicamos a los señores obispos de España que les digan claramente a los fieles que la victoria de la legislación socialista en materia de aborto, como en los otros temas regidos por los VI y IX mandamientos, podrá perpetrar en 1983 —en estas tierras en que tantos vivieron y lucharon por medio de la oración, de la mortificación, del estudio y de la palabra— una nueva Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Cuánto agrada imaginar lo que sentiría, diría y haría, en esta coyuntura, el gran corazón de misionero de un San Antonio María Claret (5). Llenen, señores obispos, nosotros se lo pedimos, llenen de ardorosos misioneros los caminos de España, convocando a los pueblos para las grandes y decisivas batallas de la oración, de la penitencia y de la acción. Si en una ocasión como ésta no se hace algo semejante, entonces ¿cuándo se hará? IV – La matanza de los inocentes y la tutela de los izquierdistas No hay nada más comprensible que una tal reacción de los católicos españoles delante de la programada matanza de los inocentes. En este siglo, que se ufana de un igualitarismo absoluto e inflexible, no hay acto de injusticia... o de justicia practicado contra izquierdistas, aunque sean radicales en el orden del pensamiento y terroristas en el orden de la acción, que no provoque la erupción en cadena de protestas indignadas del humanitarismo laico universal: instituciones internacionales de gran calibre, gobiernos, personalidades de las más celebradas por la propaganda, programas torrenciales de radio y televisión, vocerío de la prensa, manifestaciones de masas; todo se moviliza. Y a esta movilización acuden también voces eclesiásticas impacientes por aplaudir siempre lo que todos aplauden y por obtener su parte en la popularidad «moderna». Sin embargo, todo ese humanitarismo parece enmudecer —¡ oh, asombro!— cuando se trata de la protección de las víctimas inocentes, sorprendidas por el asesinato en el claustro materno, Nosotros, los católicos, que para execrar el aborto voluntario tenemos los más graves motivos, ¿caeremos en tal aberración ? Peor todavía. Esa matanza es, la mayoría de las veces, fríamente confabulada entre el padre y la madre, y realizada con la complicidad hiperespecializada de la ciencia. Y ello hasta tal punto que, «despenalizado» el aborto, la interrupción técnica del embarazo será una especialidad profesional que dentro de algún tiempo ya no causará horror. Es decir, se considerará como cosa normal la matanza de inocentes. Pero todo esto, por muy malo que sea, aún no será lo peor. El nefando crimen de asesinato de inocentes en muchísimos casos no roba a sus víctimas sólo la vida terrena, sino también la bienaventuranza eterna, ya que, con mucha frecuencia, los abortados expiran antes de haber recibido el Sacramento del Bautismo. Alguien objetará que todas esas consideraciones sólo tienen fundamento en el supuesto de que el aborto constituye un crimen contra la vida humana; una transgresión grave del V Mandamiento: «No matarás». Pero, añadirá, una designación tan severa parece exagerada, tratándose de la interrupción de la vida de un ente humano todavía incompletamente constituido. Un análisis de tal argumentación tendría sentido si el presente Llamamiento, además de ser dirigido al venerable Episcopado nacional y a la opinión católica, lo fuese también a los sectores, verdaderamente minoritarios, en los que impera la indiferencia, el laicismo o el ateísmo. Sin embargo, éste no es el caso. Bastará con que le recordemos al lector católico que los documentos pontificios relativos al asunto siempre censuraron severamente el aborto (6). Criminales, sí, responsables por «intervenciones mortíferas»: la expresión fluye de la pluma autorizada de Pío XI (cfr. nota 6). Así, pues, los católicos no pueden censurar como exagerado el calificativo dado aquí a los que practican el aborto. V – Llamamiento especial al público católico: ¿por qué? Es el momento de describir aquí las circunstancias que llevaron a la TFP a dar al presente documento, no el carácter de un llamamiento a toda la opinión pública, sino solamente a la opinión católica de la nación, desde sus más altos hasta sus más modestos integrantes. Este Llamamiento solamente pretende ser una voz dentro del conjunto de voces que se están pronunciando contra el aborto. Una componente de esta realidad más amplia que es el movimiento antiabortista visto en su globalidad. A tal movimiento le cabe incorporar contra el aborto cada sector de la opinión pública nacional: hasta los mismos ateos, por lo tanto. A este esfuerzo antiabortista global le corresponde alertar a los distraídos, orientar a los que dudan y persuadir a los que objetan. El presente Llamamiento tiene un objetivo mucho más circunscrito. Se dirige específicamente hacia la opinión católica con la intención de ofrecerle, con todo el aprecio y con cristiano afecto, algunas reflexiones apropiadas para el momento. VI – La participación de los católicos en la catástrofe Como ya hemos dicho (cfr. ítem 1), y tal como los hechos lo hacen clamorosamente patente, la victoria del PSOE constituye para los católicos una catástrofe bajo cuyo peso estamos gimiendo. Tal catástrofe se debió —como ya hemos recordado también (cfr. nota 4)— a la colaboración amplia de votos católicos. Es lo que se desprende, por ejemplo, del análisis de los resultados electorales de las zonas más señaladamente católicas de la nación. La importancia de la colaboración católica para la victoria socialista aparece incluso en unas declaraciones de Felipe González (cfr. nota 4). Un hecho anómalo tan sorprendente debe ser explicado y corregido en sus causas, pues de lo contrario éstas podrán pesar de modo igualmente desfavorable en la conducta de los católicos durante la campaña antiabortista. Más claramente: el mismo factor que nos llevó a la catástrofe nos impedirá de salir de ella. Y eso no espanta, pues, por muy justo que sea el empeño de los múltiples dirigentes de la campaña antiabortista en interesar a las más variadas corrientes de opinión en el esfuerzo general, sin embargo, la fuerza de impacto del movimiento antiabortista está en los católicos. Y si esa fuerza fuera débil, también lo sería el impacto. Es decir, la campaña antiabortista corre un grave riesgo de no producir toda la impresión necesaria para alcanzar la victoria. Tal observación impone la pregunta: ¿cuál fue el factor determinante de la conducta de los católicos que votaron en favor del socialismo? VII – Estado de espíritu Un loable deseo de preservar al género humano de una nueva guerra mundial indujo a numerosisimos hombres de Estado contemporáneos a promover, ya desde Yalta, una politica «distensionista» con relación a Rusia. El imperio comunista, continuamente instalado sobre las bases artificiales —y en cuanto tales, precarias— de una dictadura feroz y omnímoda, y devastado por crisis económicas cada vez más graves, debe, por paradoja, a esa política su triunfal expansión a lo largo de las cuatro décadas de esta posguerra. Esa política está fundamentada en un concepto de los hombres y de las cosas del que está excluido la idea del mal. Parecería que según los seguidores de esa política, los hombres (por lo menos los de izquierda) son concebidos sin pecado original. Y que, por lo tanto, si los de izquierda están dispuestos a agredir, eso se debe esencialmente a que sus adversarios de centro y de derecha no han sabido tratarlos adecuadamente. A cada exigencia de los de izquierda correspóndase con una actitud de «comprensión», de simpatía y de confianza. Háganse concesiones. No se les manifieste el menor temor. En consecuencia, ábranse nuestras fronteras, franquéense nuestros ambientes religiosos, culturales, científicos, políticos, publicitarios e incluso militares. Convívase con ellos desprevenida y cándidamente en cualquier tipo de actividades, desde el ballet hasta la producción industrial. Sobre todo, nunca jamás se polemice con ellos. La era de las polémicas cesó. La del diálogo se abrió. Y por diálogo entiéndase un estilo de relaciones que supone, del lado no comunista, todas las ingenuidades, todos los malabarismos verbales, y, por fin, los pequeños y los grandes falseamientos doctrinales (7). Agréguese a todo eso la colaboración económica infatigable y cada vez más notoria del capitalismo occidental con la Rusia soviética y las naciones satélites, con China y con cuantos enclaves más o menos ocultos el comunismo tiene por el mundo; y ahí se explica como lo que sucesivamentese denominó política de la mano tendida, caída de las barreras ideológicas y, por fin, Ostpolitik y détente, dejó al mundo entero, al cabo de cuarenta años, en un estado de terror ante el peligro comunista, y a tal extremo que personajes serios, desde otros puntos de vista, llegan hoy hasta pronunciarse a favor... del desarme nuclear unilateral de Occidente. Es decir, ¡la vergonzosa capitulación del Occidente ante el molock rojo! Esta «ola» más reciente de pacifismo es el fruto más característico de la táctica que aquí está siendo descrita. De tanto agradar a la fiera, estamos empezando a capitular totalmente delante de ella. Como se ve, la fuerza motriz de toda esta galopada de errores ha sido un estado de espíritu: el del hombre occidental obsesionado por el pánico de una nueva guerra y propenso a caer en todos los engaños, mientras pueda continuar alegremente el ludus de su vivir seguro, abundante y despreocupado. Este estado de espíritu también contagió a los medios específicamente religiosos, llevándolos a atenuar paulatinamente la conducta de la Santa Iglesia de Dios frente al comunismo. De ahí nació la política muy peculiar del Concilio Vaticano II, que omitió toda condenación explícita del mayor adversario de la Iglesia en nuestros días, es decir, el comunismo. Un mensaje de 450 Padres Conciliares de 86 países pidiendo la condenación del comunismo no fue sometida a la apreciación de la Magna Asamblea debido a una «luz roja» hasta el día de hoy poco explicada en la Secretaría de la Comisión Conciliar responsable por la preparación del esquema sobre la Iglesia en el mundo moderno (8). Y la «Iglesia Ortodoxa Rusa», simple administración eclesiástica al servicio de los señores del Kremlin, fue invitada, ya antes del Concilio, a enviar «observadores» a este último. Según consta, tales observadores «vetaron» la aprobación de documentos como el referido mensaje (9). La política de Pablo VI frente al Gobierno soviético tuvo además una evidente correlación con el pacifismo de posguerra. Y por eso mereció llamarse «Ostpolítik» vaticana (10). De todo lo dicho no es difícil sacar la gran conclusión. Si un lado tiene la determinación de afirmarse, de expandirse, de conquistar, y otro sólo tiene el deseo de engañarse asimismo, de despreocuparse, de ceder, forzosamente el primero acabará por eliminar al segundo... Hasta ese punto puede llevar la acción destructiva de los estados de espíritu, hábilmente conducida desde Moscú, por medio de la guerra psicológica revolucionaria. VIII - Doctrinas El hombre es un animal racional. Y, en consecuencia, siempre buscará justificaciones doctrinales mejor o peor bien articuladas, que le cohonesten el modo de proceder (11). No cabe en los límites naturales de este Llamamiento el tratar de cada una de estas doctrinas. Baste indicar las que se encuentran más difundidas en varios sectores del público. Según una de ellas, el mundo está caminando, desde hace mucho, y caminará cada vez más, por determinado fatalismo histórico, hacia la izquierda. Y de nada sirve, pues, resistir hoy al socialismo. Con esto se afirma, implícitamente, que de nada servirá resistir mañana al comunismo. Otra es la de que todo el mundo comunista tiende hacia una mitigación de sus doctrinas y formas específicas, con lo cual, a su vez, se postula que el mundo occidental haga lo mismo. De esa recíproca pérdida de particularidades y de los contornos de los dos mundos resultaría en el futuro una convergencia de filosofías y de regímenes, en algún punto ideal del camino que los une. Es decir, en un orden de cosas semicomunista. La utopía autogestionaria socialista, pregonada por el actual Gobierno francés, sería tal vez el modo concreto de realizar ese sueño. Sueño que a los desprevenidos les puede parecer una atenuación de las metas de Marx, pero que los que conocen el asunto saben muy bien que tal sueño es, por el contrario, la realización de la transmeta del comunismo (12). Esas varias doctrinas erróneas parecen culminar en una actitud que constituye un matiz muy sintomático de las distintas manifestaciones antiabortistas. Este matiz es la quintaesencia más concentrada del pacifismo. Conviene señalar su efecto concreto. IX – El mutismo flemático de las manifestaciones antiaboristas En vista de la bofetada (no cabe otra palabra) dada por el PSOE a los sectores católicos que le votaron —o que declaran lícito votarle—, la reacción de ciertos antiabortistas no ha consistido en usar todos, enteramente todos, los medíos lícitos para evitar la matanza de los inocentes que amenaza comenzar en breve en España, por un tiempo indeterminado, siglos tal vez. Sin duda, que esta preocupación está presente, pero divide la atención y el celo de sus mentores con otra preocupación inesperada: no herir a los socialistas. En otras palabras, defender las víctimas de la matanza de los inocentes, sí; pero, pari passu, evitar causarles traumas ideológicos o afectivos a los que trabajan por tal matanza. Análoga postura sería manifiestamente considerada inadmisible si se tratase de asesinos de niños ya nacidos. ¿Por qué, entonces, considerarla admisible con relación al «nasciturus»? No se debe deducir de ahí que la agresión física o moral contra la persona del abortista sea legítima. Este tipo de agresiones no sirven a la causa antiabortista, sino que le confieren aires de ilegalidad y dan pretexto a persecuciones legales que no sirven más que para hacerla antipática y para restringir, consecuentemente, su indispensable libertad de acción. Pero entre este posible antiabortismo exacerbado y un antiabortismo sin sal, sin fuego y sin vida —en una palabra, sin una verdadera y cristiana hispanidad— la distancia es muy grande. Y entre estos dos extremos corre la vía del sentido común, el cual sabe inspirar las campañas que exige el momento; campañas cuyas manifestaciones públicas no se reduzcan sólo, o casi sólo, al desfile largo y melancólico de multitudes silenciosas, sino que encuentren medios de expresarse digna y naturalmente con carácter, nervio e impacto. Por cierto, en esta España en donde hay libertad para todo y para todos, hasta tal punto que el abortismo inherente a la doctrina socialista (13) ha podido alcanzar el grado de influencia que hoy disfruta, no se comprende por qué el antiabortismo debería amordazarse a sí mismo, reduciendo de esta forma muy notablemente sus posibilidades de éxito. En otros términos, las manifestaciones antiabortistas constituidas de multitudes a las que muy españolamente les gustaría proclamar y cantar sus convicciones en alta voz, y explicar caballerosamente su noble disconformidad, reciben, por el contrario, la norma de desfilar en un silencio lívido y sumiso. Tales técnicas a lo mejor impresionen a otros pueblos, en cuyas venas circule otra sangre y cuyos hijos hubieran visto la luz de un sol menos ardiante. Entre nosotros sirven para reunir a los antiabortistas más decididos, pero nunca para mover ciudades enteras. Alguno replicará, tal vez, que esa técnica del silencio no pretende evitar ecuménicamente la ruptura del diálogo y la inauguración de la polémica con los socialistas, sino que la inspira, eso sí, el recelo de agresiones físicas de estos últimos contra los antiabortistas. Si esto fuese verdad nos veríamos obligados a constatar que, bajo el signo del socialismo, la España democrática ya se ha transformado en una dictadura. En la dictadura de un partido que reduciría al silencio a los que discrepasen. Y esto ante la mirada indolente o complaciente de un gabinete emanado de este mismo partido. No; no es creíble que hayamos llegado ya tan lejos. ¿Serán otros los motivos del mutismo oficial de la táctica antiabortista? Sencillamente, a la TFP no le es posible averiguarlo. Y lo mismo a millones de españoles que, interrogados a este respecto, nada sabrían responder. Que el presente Llamamiento sirva, pues, para que los organizadores de las actuales manifestaciones antiabortistas —dignos de simpatía y de aplauso por causa de las concurridas manifestaciones que empiezan a apoyar al movimiento— expliquen públicamente las razones del modo de actuar que preceptúan. X – La indignación, un deber moral En suma, delante de una propuesta como la abortista, la indignación —dentro de la ley y del orden— no es sólo una actitud lícita para los católicos, sino que es el resultado forzoso de un verdadero imperativo moral, el fruto noble y bello de celo. Tal como ocurría ante el exterminio en masa de recién nacidos. ¿Por qué no podemos nosotros, los católicos, emplear contra el exterminio del «nasciturus» toda la indignación con la que se expresan (y es el caso de recordarlo una vez más) las protestas humanitarias contra las violencias cuyas víctimas son izquierdistas? En fin, ¿por qué dos pesos y dos medidas? XI – Un apólogo Imaginémonos en plena época de Herodes. Para matar al Niño Dios comenzó el execrable exterminio de los inocentes. Inmediatamente la indignación popular empieza a hervir, pero un influyente judío se interpone, temeroso no sólo de que, como consecuencia de tal reacción, sea conmovida la autoridad constituida, sino también que se irriten los ánimos y la marca de la discordia divida irremediablemente al país por mucho tiempo. Ese judío interpone entonces su influencia para disminuir la reacción popular. En buena parte lo consigue, y la matanza continúa. Es comprensible que Herodes, que ya había comenzado a vacilar, se sienta menos cohibido para continuar su atroz persecución. No es difícil admitir que ese apaciguador influyente pase entonces a gozar de su crédito y simpatía, que sea invitado a sus fiestas y sea alabado públicamente delante de sus coterráneos. Pero es imposible no preguntarse lo que le dijeron a Dios acerca de tal «apaciguador» las voces cándidas de esos inocentes. Con este apólogo terminamos el presente Llamamiento. XII – Mirada puesta en el futuro No lo haremos, sin embargo, sin volver la mirada hacia el futuro de España. ¿Qué efecto tendrá sobre el carácter de los españoles el mutismo inexplicado de una campaña tan justa? Quien presencia una acción de admirable valor moral, pero la ama y admira menos de lo que se merece, o la alaba menos de lo que le corresponde, peca contra la justicia; e, ipso facto, deforma su propio modo de ser moral. Quien, ante un acto atrozmente censurable, lo censura menos de lo que merece, incurre en falta análoga y deforma su propio modo de ser moral. Este sería el caso, por ejemplo, de un hombre que, al ver a un extranjero arrancar de lo alto de un mástil la bandera nacional y pisotearla, inspirado por razones de prudencia, encontrase como modo de expresar su disconformidad solamente un silencio melancólico. No conviene inducir a análoga conducta a lo que hay de más sano en la opinión pública española. Ni dar este ejemplo nocivo a las generaciones que se están formando para la vida. XIII – Súplica de la TFP La fe inspira una osadía muy diferente de ese mutismo. La esperanza infunde la certeza anticipada de la ayuda de la Virgen en favor de las osadías inspiradas por la fe. La caridad, esto es, el amor de Dios y el amor al prójimo por amor de Dios, conduce a sacrificios mucho mayores que esos simples silencios prudentes. Que la fe, la esperanza y la caridad muevan el conocido celo de la España cristiana a todas las osadías moralmente lícitas y legalmente permitidas, es lo que la TFP pide en favor de la civilización cristiana —en la cual es intrínseca la garantía del derecho del «nasciturus». La TFP —entidad cívica de insiración cristiana destinada a defender, en el campo temporal, la civilización nacida de las enseñanzas del Evangelio— dirige su Llamamiento: — a la ilustre Jerarquía eclesiástica, con la filial veneración que le debe; — a los dirigentes de la campaña antiabortista, con la consideración, la simpatía y el deseo de colaboración que se merecen; — a todos y a cada uno de los participantes de la campaña antiabortista, para que consideren nuestras alegaciones y, si a ellas acceden, que procedan en consecuencia con gallardía; — a todos los católicos españoles, para que se dediquen a fondo a la campaña antiabortista, que comenzó en buena hora y en cuyo éxito se puede depositar toda esperanza: — a todos los españoles, para que la experiencia trágica de la ofensiva proaborto lanzada por el PSOE les abra los ojos sobre la verdadera índole y las metas reales del socialismo. XIV – Petición pro referéndum: una iniciativa que entusiasma Este Llamamiento también incluye un apoyo entusiasmado a las beneméritas entidades que hán comenzando la recogida de firmas pro referéndum. Incluso en la hipótesis extrema de que el Gobierno, procediendo antidemocráticamente, rehúse consultar a la nación sobre asunto de importancia tan grande, es necesario —es absolutamente necesario— que un número aplastante de apoyo abrumador a la petición pruebe al mundo que España no quiere la ley que el socialismo pretende imponerle. La TFP, que de modo especial está trabajando en la recogida de firmas, convoca a todos sus socios, cooperadores y corresponsales en el territorio español, a dar su apoyo a las varias formas legítimas de manifestación de disconformidad con la ley del aborto. Este Llamamiento fue firmado en el Cerro de los Angeles, delante de la imagen histórica del Sagrado Corazón de Jesús, a quien la TFP confía el éxito de la presente iniciativa. Madrid, 1 de abril de 1983 __________ En ese mismo lugar, y antes de firmar este documento, los signatarios rezaron un rosario por la grandeza y por la paz cristiana en España. Sociedad Española de Defensa de la Tradición, Família y Propiedad-Covadonga (TFP). Notas: (1) Con el título El socialismo español y la doctrina tradicional de la Iglesia, la Carta abierta al PSOE fue publicada en el «ABC» de Madrid el 22 de octubre de 1982. Desde este día hasta la antevíspera de las elecciones, los socios y cooperadores de la TFP distribuyeron 150 mil ejemplares de la Carta abierta en las vías públicas de Madrid, Zaragoza y Málaga. Con motivo de esa publicación y su posterior distribución directa a los transeúntes, la TFP recibió calurosas manifestaciones de apoyo de la población. Ni antes ni después de las elecciones la entidad recibió alguna respuesta del PSOE a esa Carta abierta, formulada, sin embargo, en términos serenos y elevados. (2) Esta esperanza era, además, enteramente injustificada en lo referente al aborto y a la planificación familiar, pues el Programa Electoral ya preconizaba medidas que conducían a eso (cfr. Cap. II, item 9.2, y Cap. III, item 2.2.4). En su Carta abierta al PSOE, la TFP teje consideraciones sobre la alegada moderación en esa y otras materias, del Programa Electoral del partido actualmente en el poder. (3) En una nota del 23 de septiembre del año pasado, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal declaraba que «la Iglesia no debe identificarse con ninguna postura politica ni imponerla autoritariamente a sus fieles». Y agregaba: «Sin ignorar que ningún programa politico agota las exigencias del Evangelio (el elector cristiano) procura inclinarse por aquel que a su juicio conduzca con mayor eficiencia hacia el bien común de la sociedad, del cual son componentes la vida religiosa y los comportamientos morales» (cfr. ABC, 24-9-82). Así la comisión Permanente de la Conferencia Episcopal dejaba a criterio de cada fiel decidir cuál sería el programa partidario preferible desde el punto de vista católico. Lo que equivalía en las condiciones concretas de nuestra nación, a dejar la puerta abierta para que muchos católicos simpatizantes del socialismo les diesen su voto a los candidatos del PSOE. Es público y notorio que así fue, efectivamente entendido por innumerables fieles (cfr. Nota 4). Además, el cardenal Tarancón declaró, un año antes que «si el PSOE llegara al Poder, en la Iglesia española no pasaría nada», agregando que «con gobiernos menos católicos la Iglesia vive mejor» (ABC, y EL PAIS, 22-8-81). Después de las elecciones, el mismo purpurado confirmó sus esperanzas de unas buenas relaciones con el PSOE: «Creo que los socialistas españoles harán todo lo posible por no enfrentarse con la Iglesia. Pienso, por el contrario, que tenderán cables de diálogo» (ABC, 6-1-83). El obispo de Canarias, monseñor ramón Echarren, también «ve con un gran optimismo» las relaciones de la Iglesia con el PSOE —según informa un diario madrileño— y hace «una llamada a todos los españoles para que colaboren seriamente con los que han ganado las elecciones» («Ya», 3-12-82). Monseñor Ramón Buxarrais, obispo de Málaga, va más lejos. Además de la colaboración, exhorta a la sumisión al sistema socialista que el PSOE quiere implantar (cfr. «Heraldo de Aragón», 26-11-82). El obispo auxiliar de Madrid, monseñor Alberto Iniesta, señala incluso la posibilidad de que la Iglesia acepte la despenalización del aborto: «Doy por sabidas, en principio, las razones de los abortistas y antiabortistas y deseo fijarme especialmente en los aspectos no eclécticos, que no caben en este terreno, pero si fronterizos y dialogantes. Deseo recordar, en primer término, que en el mensaje fundamental del Evangelio hay suficiente sintonía con todas las causas en favor del hombre como para que los católicos podamos comulgar y colaborar con todas las opciones de lo que hoy podría englobarse con el enunciado general de una ética de izquierdas o programa socialista en el sentido amplio de la palabra, y así lo venimos haciendo muchos y lo seguiremos haciendo. Inclusive en aquellos aspectos que no compartimos desde nuestra moral cristiana, no tenemos inconveniente, por respeto a la libertad de conciencia y al pluralismo de la sociedad, en aceptar su legalización, como ocurrió con la despenalización del adulterio o con la implantación del divorcio civil (...). Es el tema de la legalización del aborto el único quizá en el que, aun la Iglesia más abierta, no puede en su conciencia dar el sí» («El País, 18-1-83). En otras palabras, la Iglesia, probablemente, no dirá sí a la legalización del aborto: pero háganlo los socialistas, que ella tampoco dirá no. Es decir, vivirá sin clamar a cada momento, en todos los lugares, para que cese cuanto antes la injusticia clamorosa de la matanza de los inocentes. Afortunadamente, en las filas del Episcopado no faltó quien asumiese una posición valiente de enfrentamiento al aborto. De entre los que así procedieron entusiasmó a la opinión pública, recibiendo los aplausos generales, monseñor Guerra Campos, obispo de Cuenca, que el 28 de enero divulgó una firme Instrucción alertando a las autoridades y fieles sobre sus responsabilidades frente al problema: «Es hora de reflexión para tantas personas responsables en la Iglesia que han contribuido a crear la situación que ahora se condena. Situación que, según se declara, mina los fundamentos de todo el orden moral y de la sociedad; no solo por el aborto, sino por el contexto de ataque brutal a la familia, de erosión sistemática y oficialmente favorecida del sentido cristiano de la vida, de corrupción de niños y jóvenes. (...) Esos males no eran imprevisibles, porque sus promotores ya los patrocinaban y anunciaban abiertamente desde hace años. Dicho queda que personas responsables en la Iglesia, entre ellas pastores y prelados, han contribuido a plantar el árbol que da tales frutos. ¿Cómo? Con incitaciones, con silencios y neutralidades habilidosas, con orientaciones equívocas, con predicciones optimistas, con respuestas legitimadoras, con expresiones de satisfacción por la cooperación de los católicos. No se puede evitar que algunas declaraciones de ahora reproduzcan otra vez la imagen clásica de quien levanta cadalsos a los efectos después de haber entronizado las causas. Estamos ante un fenómeno de ligereza y complicidad, cuyas consecuencias dañosas son incalculables» (“El Alcázar”, 26-2-83). También tuvo un efecto alentador la declaración categórica y sustancial de la Hermandad Sacerdotal Española, en la cual califica al aborto de «asesinato» y de «matanza de inocentes», y lamenta «las flagrantes contradicciones de unos gobernantes que, tras haber luchado ardientemente por la abolición de la pena de muerte para los asesinos, ahora vienen de hecho a aceptar la pena de muerte por ley para seres más inocentes, débiles e indefensos» (cfr. «Fuerza Nueva», 26-2 al 12-3-83, págs. 24-25). (4) Al comentar la noticia, que circula en medios políticos, de que el PSOE impondrá la disciplina de partido en la votación del aborto, el órgano oficioso del Episcopado, «Ya», comenta: «El respeto tan traído y tan llevado a la libertad de conciencia, que los líderes socialistas proclamaban antes de las elecciones para tranquilizar el voto de algunos católicos, va quedar, como preveíamos, en agua de borrajas. Y en algo peor. Los millones de electores católicos que dieron su sí al socialismo, y que son los que han permitido a éste alcanzar la anormal mayoría hegemónica de que hoy dispone, tendrán la lamentable eficacia de encadenar también el voto de los diputados católicos que hay en el PSOE a la ley que propugna la permisividad del aborto» («Ya», 30-1-83). También el presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, reconoce que millones de católicos votaron al PSOE, no viendo, sin embargo, en eso una traición a la conciencia cristiana: «Ha habido muchos católicos que han votado al PSOE, pero ello no significa una aceptación íntegra de su programa. (...). Considero que el voto a favor del PSOE ha sido, en muchos cristianos, un voto a la esperanza y a los aspectos que les parecían positivos en su programa, lo que no suponía echarse a la espalda su condición de cristianos. Se ha visto mejor con la venida del Papa. Los millones de personas que han estado con él y le expresaron su adhesión y su alegría de sentirse cristianos –aunque no pueda deducirse de esto que sean unos católicos convencidos– demostraron que no es contradictorio el voto socialista y el masivo recibimiento al Papa. Pero no admito que el voto al PSOE equivalga a un voto al aborto. Poseo testimonios de gentes, tanto creyentes como no creyentes, que dicen que han votado al PSOE y consideran el aborto una monstruosidad» (“Ya” y “El Pais”, 20-2-83). Monseñor Iniesta, obispo auxiliar de Madrid, admite como verdadero el voto de muchos católicos a los candidatos del PSOE: «Si diez millones votaron al PSOE, otros diez por lo menos dijeron sí al Papa. Pero ni aquéllos ni éstos estamos muy seguros de que sucribirían un cheque en blanco ni al PSOE ni a la Iglesia en todos sus programas. Aparte de que en muchos casos se trataba de los mismos ciudadanos» (“El Pais”, 18-1-83). El mismo presidente del gobierno, Felipe González, declara que su partido recibió, en las últimas elecciones, tres millones y medio de votos «en prenda», «probablemente porque no había otra opción que los recibiese» (“Informaciones”,17-2-83). Sobre el origen de esos votos «en prenda», las declaraciones antes citadas son bastante ilustrativos. Pero no hay que perder de vista que dentro del mismo PSOE los cristianos son numerosos, como él afirma con toda naturalidad: «Felipe González fue tajante al decir que no se debía sacralizar la doctrina de Marx, que, en todo caso, ha supuesto una aportación al acervo de toda la humanidad y no sólo del socialismo. En el PSOE no se plantea este problema en la actualidad porque coexisten pacificamente personas que defienden a Marx, pero apenas le conocen, con otros que le conocen, pero no defienden con tanto ardor sus teorías, hasta cristianos que desean modificar la sociedad más por su cristianismo que desde la perspectiva marxista» (“Informaciones”, 17-2-83). El obispo de Gerona, monseñor Jaime Camprodón, en carta abierta a los sacerdotes de su diócesis, también señala complacido que «ahora hay cristianos presentes en todos los partidos, hecho que no se daba años atrás», y que «muchos cristianos han votado por el cambio, algunos lo han hecho por motivaciones cristianas». Concluye monseñor Camprodón: «No podemos acotar la Iglesia en un sector político determinado, como se había hecho en otro tiempo» («Ya», 9-1-82). (5) Poco antes de la revolución republicana del siglo pasado, cuando era confesor de la reina, San Antonio María Claret conoció el socialismo en Andalucía, y lo condenó en términos categóricos. En dos revelaciones proféticas, San Antonio María Claret vio que los males que sobrevendrían a España serían la descristianización, la proclamación de la República y el comunismo (cfr. San Antonio María Claret, Escritos autobiográficos y espirituales, B. A. C., Madrid, 1959. págs. 381, 384, 390 y 393). (6) Para citar sólo Papas de este siglo, y teniendo en cuenta las limitaciones naturales de espacio de un documento como el presente, serán mencionados aqui - de entre muchos– un único texto de Pío XI y otro de Pío XII. En la Encíclica Casti Connubii, de 31 de diciembre de 1930, enseña Pio XI: «Y tenemos que tocar todavía venerables hermanos, otro delito gravisimo con el que se atenta contra la vida de la prole encerrada en el claustro materno. Pretenden unos que esto sea permitido y que quede al beneplácito de la madre o del padre; otros, por el contrario, lo estiman ilícito, a no ser que concurran motivos graves, a que dan el nombre de indicación médica, social o eugenésica. Todos éstos, por lo que se refiere a las leyes penales que prohiben la muerte de la prole engendrada y no nacida todavía, exigen que las leyes públicas se reconozcan y declaren libre de toda pena el tipo de indicación que cada cual defiende. Más aún, no faltan quienes pidan el concurso de los magistrados públicos en estas intervenciones mortíferas, que, ¡oh, dolor!, son sumamente frecuentes en algunas partes, como es sabido de todos. (...). Pero ¿qué podrá jamás excusar en modo alguno la muerte directa del inocente? Y de ésta se trata aquí. Se la infiera a la madre o a la prole, está contra el precepto de Dios y la voz de la naturaleza: “!No matarás!” (Ex. 20, 13; cfr. Decretos del Santo Oficio de 4 de mayo de 1898, 24 de julio de 1895 y 31 de mayo de 1884). La vida de ambos es igualmente sagrada, y ni siquiera la autoridad pública estará facultada jamás para conculcarla» (Doctrina Pontificia. Documentos Sociales, B.A.C., Madrid 1964, vol. III, 2ª. Edición, pags. 578-9). Pío XII no es menos vehemente en la condenación del aborto. Afirma en su alocución del 29 de octubre de 1951 a las matronas: «Además de esto, todo ser humano, incluso el niño en el seno de su madre, recibe el derecho a la vida inmediatamente de Dios, y no de los progenitores ni de cualquier sociedad o autoridad humana. Por tanto, no existe ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna “indicación” médica, eugénica, social, económica, moral, que pueda exhibir u otorgar un título jurídico válido para directa y deliberadamente disponer de una vida humana inocente, es decir, una disposición que se dirija a su destrucción, sea como fin, sea como medio para obtener un fin que tal vez en si mismo no sea absolutamente ilegítimo. Así, por ejemplo, salvar la vida de una madre es un fin muy noble; pero directamente matar al niño como medio de obtener ese fin no es licito. La destrucción directa de una así llamada "vida sin valor", nacida o aún no nacida, practicada desde hace unos años en gran escala, de ninguna manera puede justificarse. (...) La vida de un inocente es intocable y cualquier atentado directo o agresión contra ella viola una de las leyes fundamentales, sin las cuales no es posible una convivencia humana segura. No necesitamos enseñaros detalladamente el significado y el alcance, en vuestra profesión, de esa ley fundamental. Pero no os olvidéis que por encima de cualquier ley humana y por encima de toda "indicación" se levanta, indefectible, la ley de Dios» (Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pío XII, vol. III. pág. 336). El Magisterio conciliar y posconciliar, en el que ciertas corrientes católicas afirman la existencia de disonancias con relación al Magisterio preconciliar tradicional, tampoco toleró, sin embargo, ninguna discrepancia en este asunto. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, afirma claramente que «el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (núm. 51). No es otra fa enseñanza de Juan Pablo II, impartida con motivo de la visita a nuestra Patria: «Hay otro aspecto, aún más grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida, aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vidas humanas indefensas? ¡Queridos esposos! Cristos os ha confiado a su espíritu para que no olvidéis sus palabras. En este sentido sus palabras son muy serias: “Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeñuelos!...; sus ángeles en el cielo contemplan siempre el rostro del Padre”. El quiso ser reconocido por primera vez por un niño que vivía aún en el vientre de su madre, un niño que se alegró y saltó de gozo ante su presencia» (El proyecto cristiano para la vida familiar – Homilia durante la misa para las familias cristianas, in Juan Pablo II en España – Texto completo de todos los discursos, B.A.C., Madrid, 1982, pág. 54). Por fin, tanto el Código de Derecho Canónico de 1917 como el que acaba de ser promulgado, determinan la pena de excomunión latae sententiae a «los que procuran el aborto (...) si él se verifica» (respectivamente, cánones 2350 y 1398). (7) Sobre este tema léase el excelente estudio del profesor Plinio Corréa de Oliveira, Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo, Editorial C.I.O., S. A., Madrid, 1971, 79 páginas. (8) Cfr. Pe. Ralph M. Wiltgen S. V. D., The Rhine flows into the Tiber - A History of Vatican II, Augustine Publishing company, Devon, 1978, págs. 272 a 278. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes se limitó a la inclusión de una nota, en el punto que se refiere al ateísmo, remitiendo a documentos de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, en los que, entre otros errores, es condenado también el comunismo. Según la norma propia de todas las citas, los documentos a que se hace referencia sólo son alegados en tanto en cuanto corroboran la censura al ateismo. Así, la Gaudium et Spes parece limitar su condenación explícita al ateísmo comunista. Detáquese, además, que la Gaudium et Spes evitó cuidadosamente emplear la palabra comunismo, sea en el texto, sea en la nota. La referencia al comunismo es hecha por circunloquios: «20. (...) Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público. 21. (Actitud de la Iglesia ante el ateísmo.) La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandezza (16)» (Gaudium et Spes, números 20 y 21). La nota 16 del documento conciliar remite, sin mayores aclaraciones, a las enciclicas Divini Redemptoris, de Pío XI, Ad Apostolorum Principis, de Pío XII, Mater et Magistra, de Juan XXIII, y Ecclesiam Suam, de Pablo VI. (9) Cfr. Ulisse Floridi, S.J., Moscou et le Vatican – Les dissidents soviétiques face au dialogue, Editions France-Empire, Paris, págs. 147-148. Hasta hoy, los buenos historiadores y canonistas se indignan con el derecho de veto que los Jefes de las grandes Monarquías católicas de Europa ejercían en los cónclaves para elegir a los Pontífices romanos. Y así no ahorran críticas, por cierto justas, a Francisco José, emperador de Austria, por haber vetado la elección del cardenal Rampolla como sucesor de León XIII. San Pío X suprimió muy oportunamente ese derecho de veto. Mucho más grave que ese veto, cuyo objeto inmediato fueron personas y no doctrinas, fue el veto ejercido por el Kremlin, a través de los «simples» observadores de la “Iglesia Ortodoxa Rusa”, sobre el pronunciamiento, de inmediato e incalculable alcance doctrinal, que 450 padres conciliares consideraron necesario. (10) Cfr. La politica de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas – Para la TFP: ¿omisión o resistencia?, documento en que las TFP y entidades congéneres se declraban en estado de resistencia frente a la “Ostpolitik” de Pablo VI. Publicado en 73 periódicos y revistas de once países, esa Declaración no sufrió ninguna contestación por parte de autoridad religiosa alguna, quedando así reconocida implicitamente su ortodoxia y conformidad con las leyes de la Iglesia. Las TFP constituyen una familia de entidades, profundamente pacíficas, pero no conformes con el estado de espíritu y la política aquí llamadas peyorativamente de pacifistas, comenzada en Yalta y que todavía en nuestros días marca profundamente varios aspectos de la vida internacional. Tal pacifismo penetró, naturalmente, en el llamado movimiento ecuménico, que tiende a borrar cada vez más, en el terreno religioso, las fronteras entre la verdad y el error, el bien y el mal, dicho sea de paso y para completar el panorama. Pues el ecumenismo es extrínseco al tema de este Llamamiento. (11) Dice Paul Bourget en su célebre obra Le démon du midi : «Cumple vivir como se piensa, so pena de, más tarde o más temprano, acabar pensando como se vivió» (op. Cit., Librairie Plon, Paris, 1974, vol. II, pág. 375). (12) Cfr. Plinio Corrêa de Oliveira, El socialismo autogestionario: frente al comunismo, ¿es una barrera o una cabeza de puente?, Mensaje de las Sociedade de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad de España, Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Francia, Portugal, Uruguay y Venezuela, publicado en 49 periódicos de 19 países (cfr. «Covadonga Informa», edición especial, números 49-52, septiembre-diciembre 1981). El sistema autogestionario es propugnado también por el PSOE, como se desprende de varios de sus documentos (cfr. El socialismo español y la doctrina tradicional de la Iglesia-Carta abierta de la Sociedad Cultural Covadonga-TFP al PSOE, «ABC», Madrid, 22-10-82, nota 3). (13) Habituado a ver en el socialismo tan sólo una doctrina y una estructura partidaria orientadas hacia la implantación de un régimen socioeconómico igualitario, el gran público ignora que la instauración del aborto no es una mera peculiaridad accidental y extrínseca del PSOE, sino que, por el contrario, el aborto forma parte del orden de cosas ideal soñado por los socialistas. Así se explica que la legalización del aborto figure en el programa y en las resoluciones no sólo del PSOE, sino también en el de otros – e importantes – partidos socialistas. Una resolución del XI Congreso de las Mujeres de la Internacional socialista dice así: «Las mujeres de la Internacional socialista defienden con todos sus medios el progreso hecho en diferentes países del mundo con relación a las leyes relativas a los anticonceptivos, aborto y divorcio» («Socialist International Women Bulletin», número 1, 1981, pág. 4). Otra resolución del Congreso de las Mujeres de la Internacional Socialista manifiesta la solidaridad con las mujeres del PSOE y «apoyan su lucha en favor del acceso libre e informado de la mujer al control de su fertilidad, incluida la posibilidad de recurrir al aborto voluntario» («Socialist International Women Bolletin», números 4-5, 1982, pág. 29). El programa del Partido socialista Portugués propugna: «Se revocará toda la legislación represiva del aborto, ilustrando a las poblaciones sobre los medios anticonceptivos y sobre el hecho de que el aborto no sea un medio de resolver los problemas de los excesos de natalidad. Se asegurarán rigurosas condiciones clínicas cuando el aborto sea realizado» (item 3.7.2.4). También el programa del Partido Laborista inglés – integrante de la Internacional socialista – es favorable al aborto: «Creemos que es necesario a una legislación que asegure a todas las mujeres el derecho de interrumpir la gravidez dentro de los límites de tiempo normalmente permitidos por la legislación» (Labour's Programme 1982, pág. 104). A su vez, los dos Partidos Socialistas italianos –el PSI y el PSDI– apoyaron la ley abortista 194 en el referéndum de 1981. De igual manera es favorable al aborto el Partido Socialista francés (cfr. Plinio Corrêa de Oliveira, El socialismo autogestionario frente al comunismo: ¿es una barrera o una cabeza de puente?. Mensaje de las 13 TFP, nota 20). Por lo que se refiere al PSOE, cfr. El socialismo español y la doctrina tradicional de la Iglesia - Carta abierta de la Sociedad Cultural Covadonga al PSOE, «ABC», Madrid, 22-10-82, ítem 1, 2. |