Plinio Corrêa de Oliveira

 

Artículos en la

 "Folha de S. Paulo"

 

 

 

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Y el mendigo tiene razón…

La brillante descripción no es mía, sino de un autor portugués aún de nuestro siglo, que alcanzó en su época una gloriosa fama:

"A la puerta de una tienda, aprovechando los últimos ra­yos del sol que ya se pone, y sentado en el suelo, un mendi­go de caminos come en una lata el caldo que le han dado. Tiene una figura de loco de hambre: rostro cadavérico, ojos desvariados, densa greña con los cabellos tiesos. Los tendones del cuello parecen ser de hierro negro, como lo son los huesos de las clavícu­las, del todo descarnadas. Es­tá cubierto con harapos, cosi­dos en harapos. En las piernas lleva unas como que polainas de tabla, atadas con guitas, que recuerdan los haces de va­ras de los litores romanos; y por los agujeros de las deshe­chas alpargatas salen los de­dos negros de los esqueléticos pies. En las manos, sólo piel y hueso, agarrando con fuerza la escudilla y la cuchara de esta­ño, marcándose las falanges y los nudos de los dedos como si fueran un esqueleto articula­do.

"¡Ah, los mendigos españo­les!

"El lápiz de Gustavo Doré, en su viaje por España, diseñó algunos de estos espectros de hambre, envueltos con ara­pientas capas y cubiertos con largos fieltros agujereados, manteniendo, sin embargo, a pesar de la mayor miseria, un tal aplomo, que se diría fue­sen Grandes de España, o se­ñores de Bazán a quien las mayores tempestades de la vi­da, arrastrándolos a la más completa miseria, obligándo­les a extender la mano, pi­diendo limosna, no consi­guieron desverticalizarles la espina orgullosa.

"Y como el arte es un sol que todo dora, esos jirones, en las manos del diseñista de las visiones, de la negrura y de la luz, tomaban aspectos de gran­deza.

"¡Los pobres españoles son trágicos! Su miseria grita, su aspecto es pavoroso. Pero un halo de belleza cerca la cabeza de este desventurado: la hu­mildad, la resignación de toda su figura. Trapo humano, po­brecillo de Cristo, creeme, ¡Je­sús te sonríe!" (Antero de Figueiredo, "España", Librería Bertrand, Lisboa, Págs. 330-331).

 *     *     *

¡Cuánto poder evo­cativo, cuánta riqueza de análisis, qué cascada de colorido en la des­cripción!

Resaltemos en este cuadro, a nuestro modo de ver más próximo de lo real que si fuese pin­tado, un trazo que el gran Antero supo dejar claro, pero que no in­cluyó en la condensa­ción de su parágrafo fi­nal. Se trata de la rique­za de personalidad, la fuerza de alma, la ele­vación de vistas, en sín­tesis, la verdadera hi­dalguía de estilo, que existe al par de la "hu­mildad" y de la "resig­nación" de corazón, en este gigantesco "pobre­cillo de Jesucristo" que tan magníficamente describió.

Heroicamente de pie sobre el eje de su própio infortunio, verdadero "caballero" de la mejor cepa española y cristia­na, este hombre resplandece de noble originalidad. No duda­mos en añadir que también de augusta respetabilidad. Mendi­go de cuerpo, el es un ricachón de alma.

Se vuelven ahora nuestros ojos hacia las innumerables ca­ras más o menos nutridas, ace­leradas y aflijidas que uno ve en las calles de las grandes ciudades. ¡Cómo son pobres de aquello en que este pobre es tan rico!

La verdad es que si a cual­quiera de estos apresurados y padronizados personajes de nuestros días se le ofreciese cambiarse por este sublime mendigo, lo rechazarían horro­rizados. Para muchos la rique­za de personalidad, la eleva­ción de pensamiento, la privi­legiada fuerza de alma, la ori­ginalidad personal, la respeta­bilidad venerable, todo esto, vale menos que una tranquila vidita, estable y acomodada. O entonces, que una buena vida, holgada, opulenta y sin preocu­paciones.

Pero, si se le ofreciese a nuestro mendigo perder todos sus tesoros de alma para ser un hombre padrón de la inmensa y monótona colmena contempo­ránea, con cuánta indignación lo rechazaría.

En nuestra opinión, la op­ción del mendigo sería la ver­dadera. Sólo ella entraría en consonancia con el espíritu ca­tólico.

El mendigo tendría razón.

¡Quién entenderá esto, en los tristes días de banalidad neopagana que vivimos! En es­ta confusa época, en que hasta la solicitud de tanta gente en la Iglesia parece muchas veces confinada —con censurable exclusivismo— al campo de la materia, con descuido de los tesoros de alma sobrenaturales y naturales que le imcumbe distribuir, a manos llenas, a los hombres, los cuales curten la vida en este Sahara espiritual de nuestro fin de siglo...


Nota: Trechos del artículo publicado en la "Folha de S. Paulo" del 26-11-1982. Las negritas fueron puestas POR ESTE SITIO sólo para mayor facilidad de los lectores. Para leer el texto original basta clicar.