Completamente…

 

Plinio Corrêa de Oliveira (*)

 

Pido la atención del lector a los textos siguientes:

          «Si alguno dijere que el vínculo del matrimonio puede ser disuelto por el cónyuge a causa de herejía, de la coha­bitación molesta o del abandono del ho­gar: sea anatema» (Concilio de Trento, Denzinger-Schoenmetzer, «Enchiridion Symbolorum», 1805).

          «Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando enseñó y enseña, según la doc­trina evangélica y apostólica (Mc 10; 1 Cor 7), que el vínculo del matri­monio no puede ser disuelto a causa del adulterio de uno de los cónyuges y que, ninguno de los dos, ni tan siquiera el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro matrimonio en vida del otro cónyuge, y que comete adulte­rio tanto aquel que, abandonando el marido, se casa con otro: sea anatema» (Concilio de Trento, lbíd., 1807).

          «El vínculo del sacramento del matrimonio es indisolu­ble, aunque por adulterio, herejía u otras causas puedan los cónyuges proceder a la separación de los cuerpos, no les es lícito contraer otro matrimonio» (Benedic­to XIV, Ibíd., p. 2.536).

Estos documentos manifiestan, de una forma ineludible, el rechazo categórico del divorcio por parte del Magisterio Su­premo de la Iglesia. ¿Habrían querido impugnar explícitamente esta enseñanza los abogados —católicos en su gran ma­yoría— que en la reciente Conferencia Nacional del Colegio de Abogados de Brasil pidieron, en una proclamación, la implantación del divorcio entre nosotros?

No lo creo. ¿Cómo explicar, entonces, la insólita deliberación de la Conferencia Nacional de la OAB?

No me parece difícil. En nuestra glo­riosa y pobre Iglesia, el humo de Satanás va entrando cada vez más. Y muchas personas ya no saben, aun en puntos tan esenciales como lo es el divorcio, cuál es la auténtica enseñanza de la Iglesia.

La implantación del divorcio en Italia impresionó al mundo entero. Hubo clérigos y figuras destacadas del laicado que se manifestaron públicamente favorables al divorcio. Los pocos que fueron amo­nestados, lo fueron, en general, indolen­temente. En lugar de movilizar en la lucha todas sus fuerzas y su prestigio, se diría que la sagrada Jerarquía se limitó a lo mínimo impuesto por la decencia. Tanto así. Y esto creó en el público la impresión de que la Iglesia va realizando una dis­tensión favorable al divorcio. Lo que no puede asustar, porque el mundo entero es testigo de la progresiva distensión del Vaticano con el comunismo. Ahora bien, el divorcio es sólo un punto secundario del programa comunista. Y quien entra en distensión con el todo, muy bien puede entrar en distensión con la parte.

Esta trágica confusión, que explica la deplorable actitud de la OAB, se puede reproducir fácilmente en muchos otros sectores de la opinión nacional, engaña­dos también sobre la legitimidad de una «détente» católica favorable al divorcio.

Por todo esto, el humo de Satanás, la confusión doctrinaria que se cultiva en la Iglesia, da a la corriente favorable al di­vorcio algunas posi­bilidades de victoria que, en circunstan­cias normales, este nunca tendría en Brasil.

* * *

Y llegamos al punto final. La tra­dición contraria al divorcio es aún tan viva en nuestro pueblo, que bastaría un serio empeño de la Jerarquía católica nacional para disi­par, en esta materia, el humo de Satanás, e impedir que el divorcio sea apro­bado.

Los eminentísimos señores cardenales, los excelentísimos señores arzobispos y obispos tomen lo ocurrido en la OAB como una señal de alarma. Levántense, enseñen, proclamen, y, si es necesario, fulminen. En caso de hacerlo, desde luego que el divorcio no pasará. ¡Qué alegría, qué gloria para la Iglesia que lo hagan cuanto antes!

El fracaso de la ofensiva favorable al divorcio depende de ellos. Completamente.

 

(*) “Folha de S. Paulo”, 25 de agosto de 1974.