Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

 

 

Reconquista, Quito, agosto-septiembre 1974, Pág. 27 (*)

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 La Gloria, la alegría, la honra...

"El buen Pastor da la vida por sus ovejas" (San Juan 11, 10).

En estos tristes días, marcados por su destitución del Arzobispado de Esztergom, el Cardenal Mindszenty una vez más dio pruebas de que es un buen pastor, representante genuino e íntegro del Buen Pastor por excelencia. Para luchar contra el comunismo, que redujo a la miseria espiritual y material a sus ovejas, el Purpurado magiar acaba de sufrir el último sacrificio. Y tal vez el más doloroso.

Se conmemora en este año el 25o. aniversario de su encarcelación por los comunistas. Se hizo célebre la fotografía que lo muestra en el banquillo de los reos con una mirada aterrada pero inquebrantable en la resolución de cumplir hasta el fin su deber. El mundo entero vio esa fotografía, y se estremeció de horror y de admiración. Vino después el rápido "intermezzo" de la sublevación anticomunista. Y comenzó entonces para Mons. Mindszenty el largo cautiverio en la embajada norte-americana. Cautiverio en el cual — ioh misterio! — le era vedado el contacto hasta con los habitantes del edificio. Pero, como columna solitaria en medio de las ruinas de su patria, Mons. Mindszenty permanecía de pie continuando en su conducta las grandezas religiosas y nacionales del reino de San Esteban, y preparando, por su ejemplo, la resurrección de su pueblo.

 

 

Consolaba al menos al Cardenal el apoyo corajoso, firme, continuo, de Pio XII. Y por cierto se sabía objeto de la admiración conmovida de la Cristiandad. En tan firme y sólido fundamento, la columna altanera enfrentaba ilesa, a lo largo de los años, las borrascas y los soles.

La cuota de sufrimiento que le era pedida por la Providencia parecía colmada. Su holocausto se terminaría en esa soledad trágica, en esa universal admiración.

Pero, aún había algo que dar. Ahora, el buen pastor da todo. Da la propia vida. Nuestro Señor "como amase a los suyos, los amó hasta el fin" (San Juan 13, 1).

Y correspondía que en torno de la columna grandiosa se hiciera el ocaso de la admiración, y su propia base sufriese el mayor de los golpes.

Muerto Pio XII, en amplios sectores católicos la tendencia a la colaboración con el comunismo fue apagando la admiración por el gran Cardenal. Por fin, desde el trono de San Pedro le fue pedido que renunciase al aislamiento grandioso en la Hungría en ruinas y aceptase la trivialidad de un exilio confortable. El gran Cardenal obedeció. Nunca la voz de Pedro se mostró más poderosa que al poner de rodillas al varón altanero, a quien la presión conjunta de Moscú y de Washington no consiguiera curvar.

Paulo VI le dio como residencia una torre austera y solitaria en los jardines del Vaticano.

¿Qué misterios llevaron a Mons. Mindszenty a salir solo, de su torre, y a aparecer súbitamente en Viena? Nadie lo sabe. El hecho es que nuevamente como columna solitaria, él se fijó en la capital austriaca, proyectando su sombra bienhechora por encima de la frontera de la patria tan próxima.

iOh fuerza, oh grandeza! Hasta su sombra incomodaba a los viles tiranos que gobiernan Hungría. Fue preciso abatir la columna.

Y entonces las manos más sagradas de la tierra sacudieron la columna y la tiraron, partida, al suelo. Mons. Mindszenty ya no es Arzobispo de Esztergom. El sacrificio llegó al fin, el pastor acabó dando todo.

Pero, ioh loca ilusión de los hombres! Si cayó el Arzobispo al perder su diócesis, creció hasta las estrellas la figura moral del buen pastor que da su vida por las ovejas. Y en esta figura grandiosa, todos los católicos anticomunistas del mundo — todos los católicos genuinos — tomamos aliento, fuerza, esperanza invencible. Y nuestra aclamación sube hasta la gran víctima: "Tu gloria Jerusalem, tu laetitia, Israel, tu honorificentia populi nostri" (Judith 15, 10). Eres tu la gloria de la Iglesia, eres tu la alegría de los fieles, eres tu la honra de los que continúan en la lucha sacrosanta.


(*) Publicado originalmente en la "Folha de S. Paulo", 10-2-1974.