Para la
formación de los candidatos al sacerdocio nacidos en
Roma, existen naturalmente, en la Ciudad Eterna,
diversos seminarios. Al par de éstos hay,
entretanto, también otros establecimientos de
formación eclesiástica destinados a los jóvenes de
las más diversas naciones. Y es explicable. En
efecto, Roma, sede del Papado, es por definición el
centro de la ortodoxia. Es, pues, natural, que los
Obispos del mundo entero deseen enviar allí el mayor
número de seminaristas, con la intención de obtener,
de este modo, nuevos sacerdotes profundamente
imbuidos del espíritu de la Iglesia.
Es muy de ver
que esta costumbre, de suyo excelente, produce una
preciosa consecuencia. Es que los Papas disponen,
así, de los medios para modelar directamente a
numerosos jóvenes de todas las naciones, que por su
propia formación moral e intelectual podrán, en el
futuro, ocupar cargos de relieve en las actividades
católicas de los respectivos países.
Las grandes
universidades eclesiásticas romanas siempre
rebosaron, pues, de alumnos de todos los
continentes. Paralelamente a ellas existen las casas
destinadas a residencia de los seminaristas. Estas
casas llamadas habitualmente colegios agrupan
generalmente a los jóvenes por naciones. Así tenemos
el Colegio Brasileño, como el Francés, el Germánico,
etc.
En su conjunto, insisto, este sistema
constituye un valiosísimo instrumento para que el
Papado ejerza a fondo su misión providencial en la
Iglesia.
* * *
Como bien
se puede imaginar, el celo de los Papas, a partir de
1917, se volvió especialmente hacia los Colegios de
las naciones subyugadas por el comunismo. Los
aspirantes de tales Colegios son, habitualmente,
jóvenes nacidos en familias que, no resignándose al
yugo comunista, consiguieron refugiarse en el mundo
libre. O jóvenes de detrás del telón de acero que,
enfrentando obstáculos y riesgos fáciles de
imaginar, consiguieron llegar a Roma.
De tales jóvenes, la Iglesia espera los más valiosos
servicios: el incremento de la fe entre los
refugiados, la infiltración por detrás del telón de
acero, etc. Por esto mismo, también, los regímenes
totalitarios siempre intentaron infiltrar espías y
agentes en tales establecimientos. Sin ir más lejos,
la semana pasada, las agencias telegráficas se
refirieron a documentos recientemente publicados,
los cuales revelan, por un lado, la infiltración del
nazismo en los seminarios romanos, durante la última
guerra, y, por otro la infiltración de agentes de
Stalin en el Vaticano.
Nada más explicable, pues,
que la Santa Sede procure, con extremada solicitud,
proteger contra tales infiltraciones especialmente
los colegios de las naciones bolchevizadas.
* * *
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Obispos católicos
de Hungría firman un
acuerdo de sumisión al gobierno
comunista en 1964, pero la realidad a
posteriori mostró que la persecución
religiosa no dejó de existir (ICI, May
15, 1965) |
Es en el
contexto de estos hechos donde se debe evaluar el
verdadero alcance de la noticia publicada por un
órgano de la prensa de São Paulo, la semana pasada:
el nuevo director del Instituto Magiar de Roma,
monseñor Fabrian Arpad, fue designado por la Santa
Sede mediante previo “agreement” del Gobierno de
Budapest —pues de aquí en adelante los rectores de
colegios de naciones comunistas ya no serán
nombrados sin el “placet” de los respectivos
gobiernos.
Para que alguien obtenga este “placet”
—ponderamos— deberá evidentemente contar con la
simpatía de los comunistas de su patria. Y para
tener esta simpatía, es necesario no serle incómodo
al comunismo... Ahora bien, siendo la filosofía y el
régimen económico-social comunistas exactamente lo
contrario de la religión y de la civilización
católicas, es fácil de ver qué larga secuela de
efectos temibles se siguen del nombramiento de los
rectores de aquellos colegios según el nuevo
sistema.
Tan funestos son estos resultados, que a
primera vista nos sentiríamos propensos a dudar de
la noticia. Pero, desgraciadamente, en los días
revueltos y confusos que corren, esta duda no puede
ser tan consistente como en otro tiempo. Incluso se
puede conjeturar toda una serie de presiones y
amenazas, las cuales, para evitar un mal mayor,
puedan haber inclinado al Vaticano a la aceptación
de tal riesgo. Pero estas consideraciones están al
margen de mi tema. Mi intención, en este caso, no es
de estudiar la actitud de la Santa Sede, sino la del
Gobierno comunista húngaro.
* * *
De mil
modos y maneras propagandísticas, el comunismo
intenta hacer creer que está preparado para un
“deshielo” con relación a la Iglesia. Y propenso,
como consecuencia, a darle una cierta libertad de
acción más allá del lúgubre telón. Un “modus vivendi”
con la Santa Sede podría regular esta libertad.
Basta con que la Iglesia no incomode al comunismo...
Así piensan los ingenuos...
En vista de esto,
pregunto cómo se puede creer en la sinceridad de
estos propósitos, si hasta en Roma la “longa manus”
del comunismo procura coartar la libertad de la
Iglesia... en materia tan inmensamente delicada. Si
esto ocurre, por ejemplo, en el Colegio Húngaro de
Roma, que está tan distante de Budapest, ¿cómo dudar
que esto, o algo peor aún, ocurrirá continuamente en
cada sacristía y en cada convento de la Hungría
actual?
Con estas intenciones por parte de los
comunistas, ¿qué podrá ser un “modus vivendi” con la
Iglesia? ¿Qué es —pregunto— un contrato en que una
de las partes, la Iglesia, entra dispuesta a cumplir
todas sus obligaciones, y la otra entra con el deseo
de embrollar y poner mala intención en la ejecución
de cada cláusula? Un “modus vivendi”, no. Un “modus
moriendi”, esto sí. Lo digo para alertar a los
perpetuos soñadores de utópicos acuerdos con el
comunismo...
PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
Presidente del Consejo Nacional
de la Sociedad
Brasileña de Defensa de la
TRADICIÓN,
FAMILIA y PROPIEDAD
NOTAS
[1] Artículo
originalmente publicado en la
"Folha
de S. Paulo" de 18
de enero de 1970. Traducción y
adaptación al español por "Cristiandad".
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