San Pío X
El verdadero camino para lograr la unión entre los católicos no es callar
ante el error que pueda serpentear en el redil.
La táctica correcta consiste en combatir frontalmente
ese error, para que, unidos todos los católicos en
torno a un mismo ideal, bajo la suprema y amorosa
autoridad del Romano Pontífice, guiados por sus Obispos
y legítimos Pastores, puedan mantener viva y finalmente
victoriosa la gran lucha del siglo XX por el triunfo de
la Iglesia, de la civilización cristiana, contra el
materialismo, el panteísmo, la irreligión, así como
contra el socialismo, el comunismo y todas las formas de
la Revolución. |
En nuestro último artículo analizamos la fisonomía
moral del modernista, basándonos en la Encíclica
"Pascendi" del Santo Padre Pío X, cuyo cincuentenario
celebramos este año
(1). Nos servimos exclusivamente de
los textos de la propia “Pascendi”, ya que su autorizado
juicio da una idea absolutamente exacta de lo que es la
psicología modernista, y, por otra parte,
cualesquiera otras palabras que no fueran las del Santo
Pontífice serían posiblemente sospechosas de exageradas
o parciales.
Si se observa el retrato psicológico que San Pío X traza
del modernista, sorprende la franqueza de su lenguaje,
la claridad, energía y precisión de sus conceptos. Está
muy claro que, si alguien que no sea un Papa — ¡y qué
Papa! — se expresara así, abriría el camino para que los
liberales, cuyos matices son tan numerosos en nuestra
población, y desgraciadamente existen incluso en los
círculos católicos, tuvieran la impresión de que se
exagera. De hecho, para los liberales, toda apreciación
severa, toda afirmación radical, es por esta misma razón
sospechosa de exageración. Y esto es especialmente
cierto cuando se trata de personas con cuyas tendencias
comparten, al menos en parte. Sería necesario
contrarrestar tales críticas con el testimonio de
alguien que, además de ser un Santo canonizado por la
Iglesia, tiene toda la autoridad inherente a la Cátedra
de San Pedro.
Continuamos, en nuestro artículo de hoy, describiendo
el perfil moral del modernista a partir de la
Encíclica "Pascendi".
Además del orgullo y la curiosidad, otra causa del
modernismo es la ignorancia. "Sí, estos modernistas,
que se jactan de ser doctores de la Iglesia, que suben a
las nubes la filosofía moderna y miran desde arriba la
filosofía escolástica, se han dejado engañar por ella y
atraer por sus falaces apariencias, sólo porque,
ignorantes de la escolástica, carecían del instrumento
necesario para disipar las confusiones y deshacer los
sofismas de la filosofía moderna. Ahora bien, de una
alianza de la falsa filosofía con la fe ha nacido el
sistema modernista, lleno de errores"
(2).
Y, más adelante, sigue el Sumo Pontífice: "Ignorancia
o temor, por decir bien una cosa y la otra, el hecho es
que el amor a la novedad va siempre unido al odio a los
maestros escolásticos; y no hay indicio más seguro de
que comienza a crecer en un espíritu el gusto por las
doctrinas modernas, que ver nacer en él la repugnancia
al método escolástico.
"Que los modernistas y sus defensores recuerden la
proposición condenada por Pío IX: 'El método y
los principios que sirvieron a los antiguos doctores
escolásticos en el cultivo de la teología no
corresponden ya a las exigencias de nuestro tiempo, ni
al progreso de las ciencias'".
Es natural que, movidos por su fiebre de novedad, los
modernistas se hayan puesto también en contra de todas
las buenas tradiciones cristianas. Por esta razón, San
Pío X dice de ellos: "Su atención (de los
miembros del Consejo diocesano de vigilancia) estará
particularmente atenta a la novedad en la palabra, y
recordarán a este respecto la advertencia de León XIII:
'No se puede aprobar, en los escritos de los católicos,
un lenguaje que, inspirado por un censurable espíritu de
novedad, parece ridiculizar la piedad de los fieles, y
habla de un nuevo orden de vida cristiana, de nuevas
doctrinas de la Iglesia, de nuevas necesidades del alma
cristiana, de una nueva vocación social del Clero, de
una nueva humanidad cristiana, y otras cosas por el
estilo. No toleréis estas cosas en los libros y cursos
de los profesores’.
"— Inspeccionaran igualmente los impresos en los que se
trata de las tradiciones y reliquias piadosas locales.
No permitirán que tales asuntos se agiten en los
periódicos o en las revistas destinadas a alimentar la
piedad, con un tono de sarcasmo en el que es evidente un
verdadero desprecio, o a la manera de una sentencia sin
apelación, sobre todo cuando se trata, como es
corriente, de una tesis que no va más allá de los
límites de la probabilidad, y que sólo se apoya en
opiniones preconcebidas."
"Recomendamos, en fin, al Consejo de Vigilancia
—continúa la Encíclica— que tenga los ojos asidua y
diligentemente puestos en las instituciones sociales, y
en todos los escritos que tratan de asuntos sociales,
para ver si no se ha deslizado en ellos algo de
modernismo, y si todo corresponde exactamente a las
opiniones de los Sumos Pontífices”.
A este respecto, el Papa añade: "Lo que
principalmente exige que hablemos sin demora es que hoy
no hay que buscar a los artesanos del error entre los
enemigos declarados. Se ocultan, y en esto hay un título
de aprensión y de angustia muy particular, en el seno
mismo y en el corazón de la Iglesia, enemigos tanto más
temibles cuanto menos declarados. Hablamos, Venerables
Hermanos, de un gran número de católicos laicos y, lo
que es más deplorable, de Padres, que, so pretexto de
amor a la Iglesia, carentes absolutamente de filosofía y
teología serias y, por el contrario, imbuidos hasta la
médula de los huesos de un veneno de error tomado de
entre los mismos adversarios de la fe católica, se
ocultan, con desprecio de toda modestia, como
renovadores de la Iglesia. Estos hombres, en falanges
cerradas, asaltan audazmente todo lo que hay de más
sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar su
Persona misma, a la que intentan rebajar, por una
temeridad sacrílega, al nivel de la simple y pura
humanidad.
"Estos hombres se asombrarán de que los inscribamos
entre los enemigos de la Iglesia. Nadie se sorprenderá
de ello, con fundamento, cuando -dejando a un lado sus
intenciones, cuyo juicio está reservado a Dios- examine
sus doctrinas y, de acuerdo con ellas, su manera de
hablar y de actuar. Enemigos de la Iglesia, desde luego
que lo son, y nadie se aparta de la verdad diciendo que
son de los peores. En efecto, no es desde fuera —ya lo
hemos dicho—, pero es sobre todo desde dentro que los
modernistas traman la ruina de la Iglesia; el peligro
está hoy casi en las entrañas mismas y en las venas de
la Iglesia: sus golpes son tanto más seguros cuanto que
saben mejor dónde asestarlos. Añádase a esto que no es
sólo en los ramos y los vástagos donde han asentado el
hacha, sino en la raíz misma, es decir: en la fe, y en
sus fibras más profundas. Luego, una vez que hayan
cortado esta raíz de vida inmortal, se afanan en hacer
circular el virus por todo el árbol: no hay parte de la
fe católica que esté a salvo de su mano, ninguna a que
no hagan todo lo posible por corromper. Y aunque
proceden de mil maneras diversas para llevar a cabo sus
nefastos designios, no hay nada más insidioso, ni más
pérfido, que sus tácticas."
"De hecho, al amalgamar en sí mismos lo racionalista y
lo católico, los modernistas lo hacen con tan exquisita
habilidad, que engañan fácilmente a las mentes menos
avisadas. Además, expertos en su temeridad, no hay
consecuencia ante la que retrocedan, o, más aún, que no
mantengan obstinada y ruidosamente. Además, tienen toda
una vida de actividad, una asiduidad y un ardor
singulares en toda clase de estudios, hábitos de
ordinario encomiables por su austeridad. Por último, y
esto parece eliminar toda esperanza de remedio, sus
doctrinas han pervertido de tal modo sus almas que se
han convertido en enemigos de toda autoridad,
impacientes ante toda restricción; basándose en su
conciencia falseada, hacen todo lo posible por atribuir
al puro celo por la verdad lo que es exclusivamente obra
de la obstinación y del orgullo”.
De acuerdo con la duplicidad fundamental de su espíritu,
los modernistas tienen una táctica especial para
difundir sus errores, dándoles la apariencia de verdades
atractivas y simpáticas.
Esta táctica San Pío X la ha descrito admirablemente:
"Lo que arrojará aún más luz sobre estas doctrinas de
los modernistas, es su conducta, que es enteramente
coherente con sus doctrinas. Al oír a los modernistas,
al leer sus obras, uno estaría tentado de creer que caen
en contradicción consigo mismos, que son oscilantes e
indecisos. Ni mucho menos: todo se pondera, todo se
desea entre ellos, pero a la luz del principio de que
la fe y la ciencia son ajenas entre sí. Un pasaje de
sus obras podría estar firmado por un católico; pase la
página y tendrá la impresión de leer a un racionalista.
Cuando escriben la historia, no mencionan la
divinidad de Jesucristo; cuando ascienden a la
cátedra sagrada, la proclaman alto y claro.
Historiadores, desprecian a los Padres y a los
Concilios; catequistas, los citan con honor. Si se
presta atención, existen para ellos dos exégesis
totalmente distintas: la exégesis teológica y pastoral,
y la exégesis científica e histórica. — Del mismo
modo, en virtud del principio de que la ciencia no
depende en absoluto de la fe, cuando discuten sobre
filosofía, historia y crítica, muestran de mil maneras
—no horrorizándose en seguir los pasos de Lutero—
muestran de mil maneras, decíamos, su desprecio por la
doctrina católica, por los Santos Padres, por los
Concilios universales y por el Magisterio eclesiástico;
advertidos sobre ese punto, lanzan gritos de protesta,
quejándose amargamente de que se les viola la libertad.
Finalmente, puesto que la fe está subordinada a la
ciencia, reprochan a la Iglesia, —abiertamente y en toda
ocasión—, el hecho de que se obstine en no someter y no
acomodar sus dogmas a las opiniones de los filósofos. En
cuanto a ellos, después de haber hecho tabula rasa de la
antigua teología, se empeñan en introducir otra,
complacientes con las divagaciones de estos mismos
filósofos."
"Una de las tácticas de los modernistas, muy insidiosa
por cierto, consiste en no exponer nunca
metódicamente sus doctrinas en conjunto, sino en
transmitirlas de alguna manera y difundirlas aquí y
allá. Esto hace que uno tenga la impresión de que son
indecisos y flotantes, cuando en realidad sus ideas son
perfectamente definidas y consistentes."
Como acabamos de ver, los modernistas actúan en el
seno de la Iglesia como una verdadera quinta columna,
pues es bastante evidente que su intención es mantener
la apariencia de ser católicos, a fin de propagar más
fácilmente el veneno de sus errores en las filas
católicas.
Desgraciadamente, como siempre ocurre, existe una
tercera fuerza que facilita la acción de esta quinta
columna. Esta tercera fuerza está formada por aquellos
católicos, tal vez bien intencionados, que, por un
excesivo deseo de conciliación, o por miedo a parecer
atrasados, retrógrados o reaccionarios, adoptan en su
lenguaje, en sus actitudes, en toda la línea de su
conducta, una orientación que, si no es directamente
modernista, facilita el peligroso deslizamiento de los
espíritus hacia esta herejía.
Esto es lo que el Santo Pontífice observó muy
finamente: "Lo que es muy extraño, es que católicos,
que sacerdotes, de los que nos gustaría pensar que tales
monstruosidades les horrorizarían, se comporten, sin
embargo, en la práctica, como si las aprobaran
plenamente; es muy extraño que católicos, que
sacerdotes, rindan tales alabanzas, rindan tales
homenajes a los corifeos del error, que se tiene la
impresión de que quieren honrar de este modo, no
a los hombres mismos, tal vez en absoluto indignos de
toda consideración, sino a los errores que tales
hombres profesan abiertamente, y de los cuales se
han erigido en paladines."
Muy bien organizados, desde el punto de vista de la
propaganda, los modernistas se alían en todo el mundo,
con el fin de difundir más ampliamente sus doctrinas.
"Uno no puede dejar de sorprenderse del valor que
ciertos católicos le atribuyen [a la crítica modernista]. Hay dos razones para ello:
por un lado, la estrecha alianza que los historiadores y
críticos de la escuela modernista han hecho entre sí,
por encima de todas las diversidades de nacionalidad y
religión. Por otra parte, la audacia sin límites de
estos mismos hombres: que uno de ellos abra los labios,
y los demás aplaudirán a una voz, alabando los progresos
que comunica a la ciencia; si alguien tiene la desgracia
de criticar una u otra de sus novedades, por monstruosas
que sean, en filas cerradas los modernistas cargan
contra él; quien niega sus doctrinas es tratado de
ignorante, quien las adopta y defiende es elevado a las
nubes. Muchos que, engañados por esto, se inclinan por
los modernistas, retrocederían horrorizados si lo
percibieran."
Como suele ocurrir con los herejes, los modernistas
tienen un ardiente espíritu proselitista:
"¡Si tuvieran menos celo y menos actividad en propagar
sus errores! Pero tal es su ardor en este asunto, tal es
su pertinacia en su trabajo, que no deja de ser triste
que gasten tan magníficas energías en arruinar a la
Iglesia, energías que serían tan útiles si estuvieran
bien empleadas. — Sus artificios para engañar a los
espíritus son de dos maneras: esforzarse en remover los
obstáculos que les causan molestias; luego procurar con
cuidado poner en movimiento, activa y pacientemente,
todo lo que pueda serles útil."
"Los modernistas se apoderan de las cátedras en los
Seminarios y en las Universidades y las convierten en
cátedras pestilentes. Disfrazadas, tal vez, sus
doctrinas las siembran desde lo alto de los púlpitos
sagrados; las profesan abiertamente en los congresos;
las hacen penetrar y las ponen en boga en las
instituciones sociales. Bajo su propio nombre, bajo
seudónimos, publican libros, periódicos, revistas. El
mismo escritor multiplicará sus seudónimos, para engañar
mejor, por la multitud simulada de autores, al lector
imprudente. En una palabra, acción, discursos, escritos,
no hay nada que no pongan en juego y, en verdad, se
diría que están dominados por una especie de frenesí.
¿El fruto de todo esto? Se Nos oprime el corazón al ver
a tantos jóvenes que eran la esperanza de la Iglesia y
que Le prometían tan buenos servicios, completamente
perdidos. También Nos contrista otro espectáculo: que
tantos otros católicos, que ciertamente no van tan
lejos, hayan tomado la costumbre, como si hubieran
respirado aire contaminado, de pensar, hablar y escribir
con más libertad de la que corresponde a católicos”.
PERSECUCIÓN ENFURECIDA A LOS VERDADEROS CATÓLICOS
"Por último, los modernistas se esfuerzan por minimizar
el Magisterio eclesiástico y debilitar su autoridad, ya
sea desnaturalizando sacrílegamente su origen, su
carácter y sus derechos, ya sea reeditando contra él, de
la manera más libre del mundo, las calumnias de sus
adversarios. Al clan modernista se aplica lo que Nuestro
Predecesor León XIII escribía con dolor en el alma:
‘Para atraer el desprecio y el odio sobre la Esposa
Mística de Cristo, en quien está la verdadera luz, los
hijos de las tinieblas tienen la costumbre de lanzar
sobre ella pérfidas calumnias a la vista del pueblo.
Invirtiendo la noción y el valor de las cosas y de las
palabras, la representan como amiga de las tinieblas,
hacedora de ignorancia, enemiga de la luz, de la ciencia
y del progreso’. Después de esto, no hay razón para
que nadie se sorprenda si los modernistas persiguen con
toda su malevolencia, con toda su acritud, a los
católicos que luchan enérgicamente por la Iglesia. No
hay insulto que no les lancen: el de ignorantes y
obstinados es el favorito. Si se trata de un adversario
temido por su erudición y vigor de espíritu, los
modernistas tratan de reducirlo a la impotencia
organizando a su alrededor una conspiración de silencio.
Tal conducta es tanto más reprobable cuanto que, al
mismo tiempo, sin fin ni medida, aplastan bajo sus
panegíricos a quienes se ponen de su parte. Cuando
aparece una obra, siempre que muestre el deseo de
novedad por todos los poros, los modernistas la reciben
con aplausos y exclamaciones de admiración. Cuanto más
se atreva un autor a atacar el venerable edificio de la
antigüedad, a socavar la tradición y el Magisterio
eclesiástico, más se le considerará sabio. Por último
—esto es un verdadero motivo de horror—, si uno de ellos
es golpeado por las condenas de la Iglesia, los demás se
reúnen inmediatamente a su alrededor, para colmarlo de
elogios públicos, para venerarlo casi como a un mártir
de la verdad. Los jóvenes, aturdidos y perturbados por
el ruido de todos estos elogios y por el estrépito de
todos estos insultos, acaban, por miedo al calificativo
de ignorantes y por ambición del título de sabios, y al
mismo tiempo bajo el aguijón interior de la curiosidad y
del orgullo, por ceder a la corriente y lanzarse al
modernismo”.
UN HECHO DE APARIENCIA MUY EXTRAÑA
Con estas citas concluimos la descripción del perfil
moral del modernista, y de sus métodos de acción,
según la Encíclica "Pascendi". En nuestro
artículo de septiembre
enunciamos en breves líneas la doctrina
modernista, siempre según la magnífica exposición de
ese documento pontificio. De este modo rendimos al
inmortal Pontífice Pío X nuestro homenaje, lleno de
gratitud, por los beneficios que ha prestado a la Santa
Iglesia hiriendo gravemente, con angelical intrepidez, a
este terrible enemigo de la Religión Católica.
Nuestra insistencia a este respecto se debió a una
circunstancia especial. Hoy día, para el común de los
fieles, incluso para los de cierta cultura religiosa, el
error sólo puede existir fuera de la Iglesia. En otras
palabras, el error es adoptado por quienes profesan
religiones falsas, o por quienes no profesan religión
alguna. Debe ser buscado y disparado en las filas de los
protestantes, los espiritistas, los comunistas. Pero
habría peligro, habría falta de caridad, habría
temeridad, en buscarlo en las huestes católicas.
En estas, por el contrario, sólo podría florecer la
verdad. Y la idea de buscar algún error de doctrina en
las obras de los escritores católicos puede parecer a
este público singular, extraña, nacida de suspicacias
infundadas y antipatías personales.
En realidad, hemos visto cómo San Pío X nos muestra la
existencia en su tiempo de una poderosa corriente de
errores, floreciente en el seno mismo de la Santa
Iglesia, y no sólo en las sectas heréticas o cismáticas,
o entre los racionalistas. Esta vasta cohorte de
católicos extraviados, estrechamente relacionada con los
adversarios externos de la Religión, se articuló, en
tiempos del Santo Papa, articulada de modo a, protegida
por una falacia con apariencia de catolicidad, difundir
el error en las propias filas católicas. Terrible
trabajo de quinta columna, que hacía con que el mal se
presentara disfrazado bajo la apariencia más simpática y
agradable. De ahí que sea fácil explicar por qué han
sido arrastradas por la voracidad modernista tantas
almas que habrían permanecido en la verdad y no se
habrían adherido a los errores de estos herejes si se
hubieran mostrado enemigos declarados de la Iglesia.
LA HISTORIA SE REPITE
Es una constante en la vida de la Iglesia. No es raro
que cuando aparece la herejía, sus defensores intenten
en la medida de lo posible parecer ortodoxos y
permanecer el mayor tiempo posible en las filas
católicas, para atraer más fácilmente a las almas. En
general, es necesario un terrible esfuerzo para que el
error sea señalado, caracterizado, reconocido y
expulsado del redil. La historia del arrianismo o del
pelagianismo, por ejemplo, así lo atestigua. Pero
cuando el error es condenado, tras un momento de
tranquilidad suele reaparecer, defendido por una
corriente que, de forma más velada y moderada, trata de
resucitarlo en el mismo campo del que había sido
extirpado.
Así, tras el arrianismo tuvimos el semiarrianismo, tras
el pelagianismo el semipelagianismo, tras el
protestantismo el jansenismo. Natural sería que después
de totalmente condenado el racionalismo y el
naturalismo, apareciera entre los fieles el modernismo.
UN EJEMPLO SIGNIFICATIVO: EL JANSENISMO
(4)
|
"A
divisão que o jansenismo causou entre os fiéis, a
dispersão de esforços, a confusão, favoreceram na realidade a Revolução Francesa. Outra poderia ter sido a reação dos católicos
(...) se permanecessem
unidos na verdadeira doutrina ortodoxa (...) O enciclopedismo, encontrando nos próprios arraiais
católicos o terreno preparado pelos desvios do
jansenismo, se propagou livremente.
E daí nasceu o terrível cataclismo que foi a Revolução
Francesa".
[Na figura, Blaise Pascal,
1623 - 1662, por Gerard Edelinck] |
A este respecto, el ejemplo de los jansenistas
merece especial atención.
Como es bien sabido, la corriente jansenista que
se extendió por Europa en los siglos XVII y XVIII, y en
cierta medida en el siglo XIX, era en esencia un
calvinismo disfrazado. Sus adeptos, hombres a menudo
distinguidos por su erudición, que contaban con el apoyo
y las simpatías de altos dignatarios eclesiásticos, con
el apoyo también de Jefes de Estado y políticos
eminentes, expertos en el arte de ocultar bajo la
apariencia de austeridad, celo y talento el veneno de
los errores, lograron durante siglos enteros perturbar
la vida de la Cristiandad. Ocultando sus doctrinas
heréticas bajo un lenguaje agradable, atrajeron la
simpatía de personas que se habrían horrorizado ante
cualquier tipo de herejía. Fue necesaria una terrible
lucha para extirpar de la Santa Iglesia este tremendo
veneno. Y como resultado de esta lucha, se debilitaron
las fuerzas católicas, se aniquilaron energías que
podrían haberse empleado con admirable eficacia en la
lucha contra el racionalismo. Por otra parte, los
partidarios de la doctrina ortodoxa, a menudo
desacreditados por las calumnias jansenistas, fueron
incapaces de prestar a la Iglesia todos los servicios
que de otro modo podrían haberle prestado.
En efecto, dado que tantos hombres de eminente
austeridad, de gran cultura, de destacada posición
social, de amplio prestigio en cortes y ministerios,
objeto de la simpatía de distinguidas autoridades
eclesiásticas, difundían veladamente sus errores, la
posición de quienes los denunciaban no podía ser más
ingrata.
Hacía falta mucha sutileza para discernir el mal en
medio de tantas apariencias de bien. Por esta razón, la
impresión que daban quienes intentaban atacar el error
de forma tan oculta era que sólo querían intrigar a
hombres eminentes con la opinión pública.
La propia Santa Sede participó en esta amarga situación.
Varias veces los Romanos Pontífices denunciaron el
error. Pero los jansenistas siempre lograron, gracias a
una táctica muy eficaz, que muchos fieles aceptaran la
idea de que esas condenas eran sólo actitudes políticas,
tomadas bajo la presión deplorable de las circunstancias
humanas, y no actos de magisterio movidos por puro celo
por la causa de Dios. Esto explicaba que muchas
personas, dudando de los verdaderos Pastores de la
Iglesia y poniendo toda su confianza en lobos ocultos
con piel de oveja, se dejaran persuadir de que las
disposiciones de la Santa Sede sobre el jansenismo no
debían ser aceptadas en conciencia por los católicos.
La división que el jansenismo provocó entre los fieles,
la dispersión de esfuerzos, la confusión,
favorecieron en realidad la Revolución Francesa.
Otra podría haber sido la reacción de los católicos del
siglo XVII y sobre todo del XVIII, si hubieran
permanecido unidos en la verdadera doctrina ortodoxa:
habrían combatido frontalmente los monstruosos errores
de la Enciclopedia, que fueron preparados, enunciados y
luego difundidos por toda Europa. Esto no ocurrió. El
enciclopedismo, encontrando en los mismos ambientes
católicos el terreno preparado por las desviaciones del
jansenismo, se extendió libremente. Y de ahí nació
el terrible cataclismo que fue la Revolución Francesa.
Este aspecto del marco ideológico y político del siglo
XVIII merece especial atención. Los historiadores suelen
afirmar simplemente que el enciclopedismo, servido por
eminentes escritores de gran talento, logró conquistar
Europa. Sería el caso de preguntarse por qué esta
conquista no encontró ninguna reacción, o por qué la
reacción opuesta a la conquista fue tan débil que apenas
pudo impedir el mal. La debilidad de esta reacción se
debió en gran parte a la circunstancia ya señalada: el
inmenso desorden introducido en las filas católicas por
el jansenismo, el daño causado a la vitalidad de la
Iglesia por la difusión, en su seno, de una herejía tan
peligrosa.
LA ACTUALIDAD DEL TEMA
El modernismo fue condenado hace cincuenta años. Sin
embargo, la actualidad del ejemplo histórico que
acabamos de evocar sigue siendo grande.
Si consultamos los documentos del Santo Padre Pío XII,
gloriosamente reinante, no es raro encontrar en ellos
alusiones paternalmente tristes y severas sobre los
errores que circulan entre los fieles. Estos errores
pueden renovar en los medios católicos todos los
inconvenientes que produjeron a principios de este
siglo, bajo la forma del modernismo, o anteriormente,
bajo la forma del jansenismo.
Nosotros también nos encontramos en vísperas de un
inmenso cataclismo, ante cuya inminencia es inútil
cerrar los ojos. Es evidente que la crisis comunista,
provocada en todo el mundo no sólo por las maniobras de
Moscú, sino también y sobre todo por la lenta pero
universal socialización de Occidente, coloca a la
civilización cristiana en la situación más peligrosa que
ha conocido desde que el Edicto de Milán dio libertad a
la Iglesia.
En estas circunstancias, es de suma importancia que
todos los católicos, atentos a la gran voz y al gran
ejemplo del Papa Pío X, a quien Pío XII elevó al honor
los altares para que nos sirviera de intercesor y de
luz, sepan atender a los deberes de la hora presente.
Este deber consiste ciertamente en combatir a los
enemigos exteriores de la Iglesia con todo celo y todo
afán. Pero la cosa no queda ahí. Consiste también en
mirar los problemas internos de la Santa Iglesia de Dios
con la convicción de que pueden ser un obstáculo muy grande, y con una franca comprensión de quienes, de
manera muy especial, se dedican al análisis y a la
solución de estos problemas.
Cuántas veces, repasando los distintos números de este
periódico, ha habido lectores que se han hecho la
pregunta: ¿por qué combatir los errores entre los fieles
cuando hay tantos otros fuera de las filas católicas que
son más claros, y por tanto más peligrosos, a ser
combatidos? A esta frecuente pregunta la Encíclica
"Pascendi" ofrece una magnífica respuesta: el error
interno es siempre más peligroso que el externo, la
división de fuerzas es siempre más peligrosa que
cualquier adversario. Y para acabar con la división
de fuerzas, lo esencial es que todos luchen en torno a
una sola bandera. Es esencial que todos tengan la misma
doctrina. Lo esencial es que la circulación subrepticia
del error no divida los espíritus, no divida los
corazones, no divida las energías.
El verdadero camino para lograr la unión entre los católicos no es callar
ante el error que pueda serpentear en el redil.
La táctica correcta consiste en combatir frontalmente
ese error, para que, unidos todos los católicos en
torno a un mismo ideal, bajo la suprema y amorosa
autoridad del Romano Pontífice, guiados por sus Obispos
y legítimos Pastores, puedan mantener viva y finalmente
victoriosa la gran lucha del siglo XX por el triunfo de
la Iglesia, de la civilización cristiana, contra el
materialismo, el panteísmo, la irreligión, así como
contra el socialismo, el comunismo y todas las formas de
la Revolución
(3).
NOTAS
(1) Los primeros artículos de esta serie se publicaron
en los números de septiembre y octubre, bajo los títulos
"El Cincuentenario de la Pascendi"
y
"Por orgullo, repelen toda sujeción".
(2) Todas las citas del presente trabajo están tomadas
del texto de la Encíclica "Pascendi Dominici Gregis" del
8 de septiembre de 1907, publicada en francés en el vol.
III de "ACTES
DE S. S. PIE X", editada por
Bonne Presse, París.
Esta obra
puede ser bajada aquí.
(3) “Revolución” – El término “revolución” es
usado aquí en el sentido que le da el Prof. Plinio en su
obra
“Revolución y Contra-Revolución”,
editada primeramente
en el número 100 de “Catolicismo”.
(4)
Jansenismo: Herejía del holandés Cornelius
Jansenius, obispo de Ypres (1636), especialmente clara
en su obra Augustinus. En el año 1620 Jansenius llegó a
la conclusión de que sólo él, hasta ese momento, había
comprendido el verdadero pensamiento de San Agustín (de
ahí el nombre Augustinus dado a su obra) sobre la gracia
y la predestinación. En sus elucubraciones negó la
libertad humana, partiendo del principio de que la
gracia divina es concedida a ciertos hombres desde su
nacimiento, y rechazada a otros.
Las cinco proposiciones clave de esta nueva herejía
fueron presentadas a Roma -tras serios estudios en
Francia en la Universidad de la Sorbona- y condenadas en
la bula papal Cum occasione de Inocencio X, fechada el
31 de enero de 1653. Posteriormente, los papas Alejandro
VII (en 1656) y Clemente XI (en 1705) volvieron a
condenarlos.
Sobre el papel del
Jansenismo en preparar la Revolución Francesa sugerimos
a nuestros visitantes la lectura de los artículos " Como
se prepara uma Revolução: o Jansenismo e a terceira
força" I y II publicados en materia no firmada en
"Catolicismo" Nos. 20 y 21, de Agosto y Septiembre
de 1952 (en portugués). Se pueden consultar
aquí
y
aquí.
—— Las frases entrecomilladas proceden de la propia
Encíclica.
—
Las letras en negrita proceden del
original en "Catolicismo" y algunas de este sitio.
— Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y
especialmente su lucha contra el “modernismo”
recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial”
sobre San Pío X (en portugués).
Para acceder pinchar aquí.
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