Plinio Corrêa de Oliveira

 

Reviven en los modernistas el espíritu y los métodos del Jansenismo

"Catolicismo" N.º 83 - Noviembre de 1957

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San Pío X

El verdadero camino para lograr la unión entre los católicos no es callar ante el error que pueda serpentear en el redil. La táctica correcta consiste en combatir frontalmente ese error, para que, unidos todos los católicos en torno a un mismo ideal, bajo la suprema y amorosa autoridad del Romano Pontífice, guiados por sus Obispos y legítimos Pastores, puedan mantener viva y finalmente victoriosa la gran lucha del siglo XX por el triunfo de la Iglesia, de la civilización cristiana, contra el materialismo, el panteísmo, la irreligión, así como contra el socialismo, el comunismo y todas las formas de la Revolución.

En nuestro último artículo analizamos la fisonomía moral del modernista, basándonos en la Encíclica "Pascendi" del Santo Padre Pío X, cuyo cincuentenario celebramos este año (1). Nos servimos exclusivamente de los textos de la propia “Pascendi”, ya que su autorizado juicio da una idea absolutamente exacta de lo que es la psicología modernista, y, por otra parte, cualesquiera otras palabras que no fueran las del Santo Pontífice serían posiblemente sospechosas de exageradas o parciales.

Si se observa el retrato psicológico que San Pío X traza del modernista, sorprende la franqueza de su lenguaje, la claridad, energía y precisión de sus conceptos. Está muy claro que, si alguien que no sea un Papa — ¡y qué Papa! — se expresara así, abriría el camino para que los liberales, cuyos matices son tan numerosos en nuestra población, y desgraciadamente existen incluso en los círculos católicos, tuvieran la impresión de que se exagera. De hecho, para los liberales, toda apreciación severa, toda afirmación radical, es por esta misma razón sospechosa de exageración. Y esto es especialmente cierto cuando se trata de personas con cuyas tendencias comparten, al menos en parte. Sería necesario contrarrestar tales críticas con el testimonio de alguien que, además de ser un Santo canonizado por la Iglesia, tiene toda la autoridad inherente a la Cátedra de San Pedro.

Continuamos, en nuestro artículo de hoy, describiendo el perfil moral del modernista a partir de la Encíclica "Pascendi".

Además del orgullo y la curiosidad, otra causa del modernismo es la ignorancia. "Sí, estos modernistas, que se jactan de ser doctores de la Iglesia, que suben a las nubes la filosofía moderna y miran desde arriba la filosofía escolástica, se han dejado engañar por ella y atraer por sus falaces apariencias, sólo porque, ignorantes de la escolástica, carecían del instrumento necesario para disipar las confusiones y deshacer los sofismas de la filosofía moderna. Ahora bien, de una alianza de la falsa filosofía con la fe ha nacido el sistema modernista, lleno de errores" (2).

Y, más adelante, sigue el Sumo Pontífice: "Ignorancia o temor, por decir bien una cosa y la otra, el hecho es que el amor a la novedad va siempre unido al odio a los maestros escolásticos; y no hay indicio más seguro de que comienza a crecer en un espíritu el gusto por las doctrinas modernas, que ver nacer en él la repugnancia al método escolástico.

"Que los modernistas y sus defensores recuerden la proposición condenada por Pío IX: 'El método y los principios que sirvieron a los antiguos doctores escolásticos en el cultivo de la teología no corresponden ya a las exigencias de nuestro tiempo, ni al progreso de las ciencias'".

Es natural que, movidos por su fiebre de novedad, los modernistas se hayan puesto también en contra de todas las buenas tradiciones cristianas. Por esta razón, San Pío X dice de ellos: "Su atención (de los miembros del Consejo diocesano de vigilancia) estará particularmente atenta a la novedad en la palabra, y recordarán a este respecto la advertencia de León XIII: 'No se puede aprobar, en los escritos de los católicos, un lenguaje que, inspirado por un censurable espíritu de novedad, parece ridiculizar la piedad de los fieles, y habla de un nuevo orden de vida cristiana, de nuevas doctrinas de la Iglesia, de nuevas necesidades del alma cristiana, de una nueva vocación social del Clero, de una nueva humanidad cristiana, y otras cosas por el estilo. No toleréis estas cosas en los libros y cursos de los profesores’.

"— Inspeccionaran igualmente los impresos en los que se trata de las tradiciones y reliquias piadosas locales. No permitirán que tales asuntos se agiten en los periódicos o en las revistas destinadas a alimentar la piedad, con un tono de sarcasmo en el que es evidente un verdadero desprecio, o a la manera de una sentencia sin apelación, sobre todo cuando se trata, como es corriente, de una tesis que no va más allá de los límites de la probabilidad, y que sólo se apoya en opiniones preconcebidas."

"Recomendamos, en fin, al Consejo de Vigilancia —continúa la Encíclica— que tenga los ojos asidua y diligentemente puestos en las instituciones sociales, y en todos los escritos que tratan de asuntos sociales, para ver si no se ha deslizado en ellos algo de modernismo, y si todo corresponde exactamente a las opiniones de los Sumos Pontífices”.

A este respecto, el Papa añade: "Lo que principalmente exige que hablemos sin demora es que hoy no hay que buscar a los artesanos del error entre los enemigos declarados. Se ocultan, y en esto hay un título de aprensión y de angustia muy particular, en el seno mismo y en el corazón de la Iglesia, enemigos tanto más temibles cuanto menos declarados. Hablamos, Venerables Hermanos, de un gran número de católicos laicos y, lo que es más deplorable, de Padres, que, so pretexto de amor a la Iglesia, carentes absolutamente de filosofía y teología serias y, por el contrario, imbuidos hasta la médula de los huesos de un veneno de error tomado de entre los mismos adversarios de la fe católica, se ocultan, con desprecio de toda modestia, como renovadores de la Iglesia. Estos hombres, en falanges cerradas, asaltan audazmente todo lo que hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar su Persona misma, a la que intentan rebajar, por una temeridad sacrílega, al nivel de la simple y pura humanidad.

"Estos hombres se asombrarán de que los inscribamos entre los enemigos de la Iglesia. Nadie se sorprenderá de ello, con fundamento, cuando -dejando a un lado sus intenciones, cuyo juicio está reservado a Dios- examine sus doctrinas y, de acuerdo con ellas, su manera de hablar y de actuar. Enemigos de la Iglesia, desde luego que lo son, y nadie se aparta de la verdad diciendo que son de los peores. En efecto, no es desde fuera —ya lo hemos dicho—, pero es sobre todo desde dentro que los modernistas traman la ruina de la Iglesia; el peligro está hoy casi en las entrañas mismas y en las venas de la Iglesia: sus golpes son tanto más seguros cuanto que saben mejor dónde asestarlos. Añádase a esto que no es sólo en los ramos y los vástagos donde han asentado el hacha, sino en la raíz misma, es decir: en la fe, y en sus fibras más profundas. Luego, una vez que hayan cortado esta raíz de vida inmortal, se afanan en hacer circular el virus por todo el árbol: no hay parte de la fe católica que esté a salvo de su mano, ninguna a que no hagan todo lo posible por corromper. Y aunque proceden de mil maneras diversas para llevar a cabo sus nefastos designios, no hay nada más insidioso, ni más pérfido, que sus tácticas."

"De hecho, al amalgamar en sí mismos lo racionalista y lo católico, los modernistas lo hacen con tan exquisita habilidad, que engañan fácilmente a las mentes menos avisadas. Además, expertos en su temeridad, no hay consecuencia ante la que retrocedan, o, más aún, que no mantengan obstinada y ruidosamente. Además, tienen toda una vida de actividad, una asiduidad y un ardor singulares en toda clase de estudios, hábitos de ordinario encomiables por su austeridad. Por último, y esto parece eliminar toda esperanza de remedio, sus doctrinas han pervertido de tal modo sus almas que se han convertido en enemigos de toda autoridad, impacientes ante toda restricción; basándose en su conciencia falseada, hacen todo lo posible por atribuir al puro celo por la verdad lo que es exclusivamente obra de la obstinación y del orgullo”.

De acuerdo con la duplicidad fundamental de su espíritu, los modernistas tienen una táctica especial para difundir sus errores, dándoles la apariencia de verdades atractivas y simpáticas.

Esta táctica San Pío X la ha descrito admirablemente: "Lo que arrojará aún más luz sobre estas doctrinas de los modernistas, es su conducta, que es enteramente coherente con sus doctrinas. Al oír a los modernistas, al leer sus obras, uno estaría tentado de creer que caen en contradicción consigo mismos, que son oscilantes e indecisos. Ni mucho menos: todo se pondera, todo se desea entre ellos, pero a la luz del principio de que la fe y la ciencia son ajenas entre sí. Un pasaje de sus obras podría estar firmado por un católico; pase la página y tendrá la impresión de leer a un racionalista. Cuando escriben la historia, no mencionan la divinidad de Jesucristo; cuando ascienden a la cátedra sagrada, la proclaman alto y claro. Historiadores, desprecian a los Padres y a los Concilios; catequistas, los citan con honor. Si se presta atención, existen para ellos dos exégesis totalmente distintas: la exégesis teológica y pastoral, y la exégesis científica e histórica. — Del mismo modo, en virtud del principio de que la ciencia no depende en absoluto de la fe, cuando discuten sobre filosofía, historia y crítica, muestran de mil maneras —no horrorizándose en seguir los pasos de Lutero— muestran de mil maneras, decíamos, su desprecio por la doctrina católica, por los Santos Padres, por los Concilios universales y por el Magisterio eclesiástico; advertidos sobre ese punto, lanzan gritos de protesta, quejándose amargamente de que se les viola la libertad. Finalmente, puesto que la fe está subordinada a la ciencia, reprochan a la Iglesia, —abiertamente y en toda ocasión—, el hecho de que se obstine en no someter y no acomodar sus dogmas a las opiniones de los filósofos. En cuanto a ellos, después de haber hecho tabula rasa de la antigua teología, se empeñan en introducir otra, complacientes con las divagaciones de estos mismos filósofos."

"Una de las tácticas de los modernistas, muy insidiosa por cierto, consiste en no exponer nunca metódicamente sus doctrinas en conjunto, sino en transmitirlas de alguna manera y difundirlas aquí y allá. Esto hace que uno tenga la impresión de que son indecisos y flotantes, cuando en realidad sus ideas son perfectamente definidas y consistentes."

Como acabamos de ver, los modernistas actúan en el seno de la Iglesia como una verdadera quinta columna, pues es bastante evidente que su intención es mantener la apariencia de ser católicos, a fin de propagar más fácilmente el veneno de sus errores en las filas católicas.

Desgraciadamente, como siempre ocurre, existe una tercera fuerza que facilita la acción de esta quinta columna. Esta tercera fuerza está formada por aquellos católicos, tal vez bien intencionados, que, por un excesivo deseo de conciliación, o por miedo a parecer atrasados, retrógrados o reaccionarios, adoptan en su lenguaje, en sus actitudes, en toda la línea de su conducta, una orientación que, si no es directamente modernista, facilita el peligroso deslizamiento de los espíritus hacia esta herejía.

Esto es lo que el Santo Pontífice observó muy finamente: "Lo que es muy extraño, es que católicos, que sacerdotes, de los que nos gustaría pensar que tales monstruosidades les horrorizarían, se comporten, sin embargo, en la práctica, como si las aprobaran plenamente; es muy extraño que católicos, que sacerdotes, rindan tales alabanzas, rindan tales homenajes a los corifeos del error, que se tiene la impresión de que quieren honrar de este modo, no a los hombres mismos, tal vez en absoluto indignos de toda consideración, sino a los errores que tales hombres profesan abiertamente, y de los cuales se han erigido en paladines."

Muy bien organizados, desde el punto de vista de la propaganda, los modernistas se alían en todo el mundo, con el fin de difundir más ampliamente sus doctrinas.

"Uno no puede dejar de sorprenderse del valor que ciertos católicos le atribuyen [a la crítica modernista]. Hay dos razones para ello: por un lado, la estrecha alianza que los historiadores y críticos de la escuela modernista han hecho entre sí, por encima de todas las diversidades de nacionalidad y religión. Por otra parte, la audacia sin límites de estos mismos hombres: que uno de ellos abra los labios, y los demás aplaudirán a una voz, alabando los progresos que comunica a la ciencia; si alguien tiene la desgracia de criticar una u otra de sus novedades, por monstruosas que sean, en filas cerradas los modernistas cargan contra él; quien niega sus doctrinas es tratado de ignorante, quien las adopta y defiende es elevado a las nubes. Muchos que, engañados por esto, se inclinan por los modernistas, retrocederían horrorizados si lo percibieran."

Como suele ocurrir con los herejes, los modernistas tienen un ardiente espíritu proselitista:

"¡Si tuvieran menos celo y menos actividad en propagar sus errores! Pero tal es su ardor en este asunto, tal es su pertinacia en su trabajo, que no deja de ser triste que gasten tan magníficas energías en arruinar a la Iglesia, energías que serían tan útiles si estuvieran bien empleadas. — Sus artificios para engañar a los espíritus son de dos maneras: esforzarse en remover los obstáculos que les causan molestias; luego procurar con cuidado poner en movimiento, activa y pacientemente, todo lo que pueda serles útil."

"Los modernistas se apoderan de las cátedras en los Seminarios y en las Universidades y las convierten en cátedras pestilentes. Disfrazadas, tal vez, sus doctrinas las siembran desde lo alto de los púlpitos sagrados; las profesan abiertamente en los congresos; las hacen penetrar y las ponen en boga en las instituciones sociales. Bajo su propio nombre, bajo seudónimos, publican libros, periódicos, revistas. El mismo escritor multiplicará sus seudónimos, para engañar mejor, por la multitud simulada de autores, al lector imprudente. En una palabra, acción, discursos, escritos, no hay nada que no pongan en juego y, en verdad, se diría que están dominados por una especie de frenesí. ¿El fruto de todo esto? Se Nos oprime el corazón al ver a tantos jóvenes que eran la esperanza de la Iglesia y que Le prometían tan buenos servicios, completamente perdidos. También Nos contrista otro espectáculo: que tantos otros católicos, que ciertamente no van tan lejos, hayan tomado la costumbre, como si hubieran respirado aire contaminado, de pensar, hablar y escribir con más libertad de la que corresponde a católicos”.

PERSECUCIÓN ENFURECIDA A LOS VERDADEROS CATÓLICOS

"Por último, los modernistas se esfuerzan por minimizar el Magisterio eclesiástico y debilitar su autoridad, ya sea desnaturalizando sacrílegamente su origen, su carácter y sus derechos, ya sea reeditando contra él, de la manera más libre del mundo, las calumnias de sus adversarios. Al clan modernista se aplica lo que Nuestro Predecesor León XIII escribía con dolor en el alma: ‘Para atraer el desprecio y el odio sobre la Esposa Mística de Cristo, en quien está la verdadera luz, los hijos de las tinieblas tienen la costumbre de lanzar sobre ella pérfidas calumnias a la vista del pueblo. Invirtiendo la noción y el valor de las cosas y de las palabras, la representan como amiga de las tinieblas, hacedora de ignorancia, enemiga de la luz, de la ciencia y del progreso’. Después de esto, no hay razón para que nadie se sorprenda si los modernistas persiguen con toda su malevolencia, con toda su acritud, a los católicos que luchan enérgicamente por la Iglesia. No hay insulto que no les lancen: el de ignorantes y obstinados es el favorito. Si se trata de un adversario temido por su erudición y vigor de espíritu, los modernistas tratan de reducirlo a la impotencia organizando a su alrededor una conspiración de silencio. Tal conducta es tanto más reprobable cuanto que, al mismo tiempo, sin fin ni medida, aplastan bajo sus panegíricos a quienes se ponen de su parte. Cuando aparece una obra, siempre que muestre el deseo de novedad por todos los poros, los modernistas la reciben con aplausos y exclamaciones de admiración. Cuanto más se atreva un autor a atacar el venerable edificio de la antigüedad, a socavar la tradición y el Magisterio eclesiástico, más se le considerará sabio. Por último —esto es un verdadero motivo de horror—, si uno de ellos es golpeado por las condenas de la Iglesia, los demás se reúnen inmediatamente a su alrededor, para colmarlo de elogios públicos, para venerarlo casi como a un mártir de la verdad. Los jóvenes, aturdidos y perturbados por el ruido de todos estos elogios y por el estrépito de todos estos insultos, acaban, por miedo al calificativo de ignorantes y por ambición del título de sabios, y al mismo tiempo bajo el aguijón interior de la curiosidad y del orgullo, por ceder a la corriente y lanzarse al modernismo”.

UN HECHO DE APARIENCIA MUY EXTRAÑA

Con estas citas concluimos la descripción del perfil moral del modernista, y de sus métodos de acción, según la Encíclica "Pascendi". En nuestro artículo de septiembre enunciamos en breves líneas la doctrina modernista, siempre según la magnífica exposición de ese documento pontificio. De este modo rendimos al inmortal Pontífice Pío X nuestro homenaje, lleno de gratitud, por los beneficios que ha prestado a la Santa Iglesia hiriendo gravemente, con angelical intrepidez, a este terrible enemigo de la Religión Católica.

Nuestra insistencia a este respecto se debió a una circunstancia especial. Hoy día, para el común de los fieles, incluso para los de cierta cultura religiosa, el error sólo puede existir fuera de la Iglesia. En otras palabras, el error es adoptado por quienes profesan religiones falsas, o por quienes no profesan religión alguna. Debe ser buscado y disparado en las filas de los protestantes, los espiritistas, los comunistas. Pero habría peligro, habría falta de caridad, habría temeridad, en buscarlo en las huestes católicas.

En estas, por el contrario, sólo podría florecer la verdad. Y la idea de buscar algún error de doctrina en las obras de los escritores católicos puede parecer a este público singular, extraña, nacida de suspicacias infundadas y antipatías personales.

En realidad, hemos visto cómo San Pío X nos muestra la existencia en su tiempo de una poderosa corriente de errores, floreciente en el seno mismo de la Santa Iglesia, y no sólo en las sectas heréticas o cismáticas, o entre los racionalistas. Esta vasta cohorte de católicos extraviados, estrechamente relacionada con los adversarios externos de la Religión, se articuló, en tiempos del Santo Papa, articulada de modo a, protegida por una falacia con apariencia de catolicidad, difundir el error en las propias filas católicas. Terrible trabajo de quinta columna, que hacía con que el mal se presentara disfrazado bajo la apariencia más simpática y agradable. De ahí que sea fácil explicar por qué han sido arrastradas por la voracidad modernista tantas almas que habrían permanecido en la verdad y no se habrían adherido a los errores de estos herejes si se hubieran mostrado enemigos declarados de la Iglesia.

LA HISTORIA SE REPITE

Es una constante en la vida de la Iglesia. No es raro que cuando aparece la herejía, sus defensores intenten en la medida de lo posible parecer ortodoxos y permanecer el mayor tiempo posible en las filas católicas, para atraer más fácilmente a las almas. En general, es necesario un terrible esfuerzo para que el error sea señalado, caracterizado, reconocido y expulsado del redil. La historia del arrianismo o del pelagianismo, por ejemplo, así lo atestigua. Pero cuando el error es condenado, tras un momento de tranquilidad suele reaparecer, defendido por una corriente que, de forma más velada y moderada, trata de resucitarlo en el mismo campo del que había sido extirpado.

Así, tras el arrianismo tuvimos el semiarrianismo, tras el pelagianismo el semipelagianismo, tras el protestantismo el jansenismo. Natural sería que después de totalmente condenado el racionalismo y el naturalismo, apareciera entre los fieles el modernismo.

UN EJEMPLO SIGNIFICATIVO: EL JANSENISMO (4)

"A divisão que o jansenismo causou entre os fiéis, a dispersão de esforços, a confusão, favoreceram na realidade a Revolução Francesa. Outra poderia ter sido a reação dos católicos (...) se permanecessem unidos na verdadeira doutrina ortodoxa (...) O enciclopedismo, encontrando nos próprios arraiais católicos o terreno preparado pelos desvios do jansenismo, se propagou livremente. E daí nasceu o terrível cataclismo que foi a Revolução Francesa".

[Na figura, Blaise Pascal, 1623 - 1662, por Gerard Edelinck]

A este respecto, el ejemplo de los jansenistas merece especial atención.

Como es bien sabido, la corriente jansenista que se extendió por Europa en los siglos XVII y XVIII, y en cierta medida en el siglo XIX, era en esencia un calvinismo disfrazado. Sus adeptos, hombres a menudo distinguidos por su erudición, que contaban con el apoyo y las simpatías de altos dignatarios eclesiásticos, con el apoyo también de Jefes de Estado y políticos eminentes, expertos en el arte de ocultar bajo la apariencia de austeridad, celo y talento el veneno de los errores, lograron durante siglos enteros perturbar la vida de la Cristiandad. Ocultando sus doctrinas heréticas bajo un lenguaje agradable, atrajeron la simpatía de personas que se habrían horrorizado ante cualquier tipo de herejía. Fue necesaria una terrible lucha para extirpar de la Santa Iglesia este tremendo veneno. Y como resultado de esta lucha, se debilitaron las fuerzas católicas, se aniquilaron energías que podrían haberse empleado con admirable eficacia en la lucha contra el racionalismo. Por otra parte, los partidarios de la doctrina ortodoxa, a menudo desacreditados por las calumnias jansenistas, fueron incapaces de prestar a la Iglesia todos los servicios que de otro modo podrían haberle prestado.

En efecto, dado que tantos hombres de eminente austeridad, de gran cultura, de destacada posición social, de amplio prestigio en cortes y ministerios, objeto de la simpatía de distinguidas autoridades eclesiásticas, difundían veladamente sus errores, la posición de quienes los denunciaban no podía ser más ingrata.

Hacía falta mucha sutileza para discernir el mal en medio de tantas apariencias de bien. Por esta razón, la impresión que daban quienes intentaban atacar el error de forma tan oculta era que sólo querían intrigar a hombres eminentes con la opinión pública.

La propia Santa Sede participó en esta amarga situación. Varias veces los Romanos Pontífices denunciaron el error. Pero los jansenistas siempre lograron, gracias a una táctica muy eficaz, que muchos fieles aceptaran la idea de que esas condenas eran sólo actitudes políticas, tomadas bajo la presión deplorable de las circunstancias humanas, y no actos de magisterio movidos por puro celo por la causa de Dios. Esto explicaba que muchas personas, dudando de los verdaderos Pastores de la Iglesia y poniendo toda su confianza en lobos ocultos con piel de oveja, se dejaran persuadir de que las disposiciones de la Santa Sede sobre el jansenismo no debían ser aceptadas en conciencia por los católicos.

La división que el jansenismo provocó entre los fieles, la dispersión de esfuerzos, la confusión, favorecieron en realidad la Revolución Francesa. Otra podría haber sido la reacción de los católicos del siglo XVII y sobre todo del XVIII, si hubieran permanecido unidos en la verdadera doctrina ortodoxa: habrían combatido frontalmente los monstruosos errores de la Enciclopedia, que fueron preparados, enunciados y luego difundidos por toda Europa. Esto no ocurrió. El enciclopedismo, encontrando en los mismos ambientes católicos el terreno preparado por las desviaciones del jansenismo, se extendió libremente. Y de ahí nació el terrible cataclismo que fue la Revolución Francesa.

Este aspecto del marco ideológico y político del siglo XVIII merece especial atención. Los historiadores suelen afirmar simplemente que el enciclopedismo, servido por eminentes escritores de gran talento, logró conquistar Europa. Sería el caso de preguntarse por qué esta conquista no encontró ninguna reacción, o por qué la reacción opuesta a la conquista fue tan débil que apenas pudo impedir el mal. La debilidad de esta reacción se debió en gran parte a la circunstancia ya señalada: el inmenso desorden introducido en las filas católicas por el jansenismo, el daño causado a la vitalidad de la Iglesia por la difusión, en su seno, de una herejía tan peligrosa.

LA ACTUALIDAD DEL TEMA

El modernismo fue condenado hace cincuenta años. Sin embargo, la actualidad del ejemplo histórico que acabamos de evocar sigue siendo grande.

Si consultamos los documentos del Santo Padre Pío XII, gloriosamente reinante, no es raro encontrar en ellos alusiones paternalmente tristes y severas sobre los errores que circulan entre los fieles. Estos errores pueden renovar en los medios católicos todos los inconvenientes que produjeron a principios de este siglo, bajo la forma del modernismo, o anteriormente, bajo la forma del jansenismo.

Nosotros también nos encontramos en vísperas de un inmenso cataclismo, ante cuya inminencia es inútil cerrar los ojos. Es evidente que la crisis comunista, provocada en todo el mundo no sólo por las maniobras de Moscú, sino también y sobre todo por la lenta pero universal socialización de Occidente, coloca a la civilización cristiana en la situación más peligrosa que ha conocido desde que el Edicto de Milán dio libertad a la Iglesia.

En estas circunstancias, es de suma importancia que todos los católicos, atentos a la gran voz y al gran ejemplo del Papa Pío X, a quien Pío XII elevó al honor los altares para que nos sirviera de intercesor y de luz, sepan atender a los deberes de la hora presente.

Este deber consiste ciertamente en combatir a los enemigos exteriores de la Iglesia con todo celo y todo afán. Pero la cosa no queda ahí. Consiste también en mirar los problemas internos de la Santa Iglesia de Dios con la convicción de que pueden ser un obstáculo muy grande, y con una franca comprensión de quienes, de manera muy especial, se dedican al análisis y a la solución de estos problemas.

Cuántas veces, repasando los distintos números de este periódico, ha habido lectores que se han hecho la pregunta: ¿por qué combatir los errores entre los fieles cuando hay tantos otros fuera de las filas católicas que son más claros, y por tanto más peligrosos, a ser combatidos? A esta frecuente pregunta la Encíclica "Pascendi" ofrece una magnífica respuesta: el error interno es siempre más peligroso que el externo, la división de fuerzas es siempre más peligrosa que cualquier adversario. Y para acabar con la división de fuerzas, lo esencial es que todos luchen en torno a una sola bandera. Es esencial que todos tengan la misma doctrina. Lo esencial es que la circulación subrepticia del error no divida los espíritus, no divida los corazones, no divida las energías.

El verdadero camino para lograr la unión entre los católicos no es callar ante el error que pueda serpentear en el redil. La táctica correcta consiste en combatir frontalmente ese error, para que, unidos todos los católicos en torno a un mismo ideal, bajo la suprema y amorosa autoridad del Romano Pontífice, guiados por sus Obispos y legítimos Pastores, puedan mantener viva y finalmente victoriosa la gran lucha del siglo XX por el triunfo de la Iglesia, de la civilización cristiana, contra el materialismo, el panteísmo, la irreligión, así como contra el socialismo, el comunismo y todas las formas de la Revolución (3).


NOTAS

(1) Los primeros artículos de esta serie se publicaron en los números de septiembre y octubre, bajo los títulos "El Cincuentenario de la Pascendi" y "Por orgullo, repelen toda sujeción".

(2) Todas las citas del presente trabajo están tomadas del texto de la Encíclica "Pascendi Dominici Gregis" del 8 de septiembre de 1907, publicada en francés en el vol. III de "ACTES DE S. S. PIE X", editada por Bonne Presse, París. Esta obra puede ser bajada aquí.

(3)Revolución” – El término “revolución” es usado aquí en el sentido que le da el Prof. Plinio en su obra “Revolución y Contra-Revolución”, editada primeramente en el número 100 de “Catolicismo”.

(4) Jansenismo: Herejía del holandés Cornelius Jansenius, obispo de Ypres (1636), especialmente clara en su obra Augustinus. En el año 1620 Jansenius llegó a la conclusión de que sólo él, hasta ese momento, había comprendido el verdadero pensamiento de San Agustín (de ahí el nombre Augustinus dado a su obra) sobre la gracia y la predestinación. En sus elucubraciones negó la libertad humana, partiendo del principio de que la gracia divina es concedida a ciertos hombres desde su nacimiento, y rechazada a otros.

Las cinco proposiciones clave de esta nueva herejía fueron presentadas a Roma -tras serios estudios en Francia en la Universidad de la Sorbona- y condenadas en la bula papal Cum occasione de Inocencio X, fechada el 31 de enero de 1653. Posteriormente, los papas Alejandro VII (en 1656) y Clemente XI (en 1705) volvieron a condenarlos.

Sobre el papel del Jansenismo en preparar la Revolución Francesa sugerimos a nuestros visitantes la lectura de los artículos " Como se prepara uma Revolução: o Jansenismo e a terceira força" I y II publicados en materia no firmada en "Catolicismo"  Nos. 20 y 21, de Agosto y Septiembre de 1952 (en portugués). Se pueden consultar aquí y aquí.

—— Las frases entrecomilladas proceden de la propia Encíclica.

Las letras en negrita proceden del original en "Catolicismo" y algunas de este sitio.

Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

Traducido con auxilio de www.DeepL.com/Translator (free version)