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La Basílica de San Pedro en la
Canonización de San Pío X |
El 8 de este mes se cumplirán cincuenta años de la
Encíclica "Pascendi", "sobre las doctrinas de los
modernistas",
promulgada por el Papa Pío X, que el actual Pontífice ha
tenido la gloria inmortal de elevar al honor de los
altares.
Nos pareció que ninguna manera de conmemorar la fecha
sería mejor que publicar un resumen de la línea
principal del gran documento, que es la demostración
del carácter panteísta del modernismo. Completaremos
el estudio en nuestro próximo número con algunas notas
históricas sobre el modernismo a principios de siglo.
Las frases entrecomilladas proceden de la propia
Encíclica [N.C.: sobre las fuentes de
los textos aquí citados ver NOTAS abajo].
Para comprender bien la doctrina modernista, sutil,
escurridiza, basada en algunos errores velados pero muy
graves, y muy lógica al extraer de estos errores todas
sus consecuencias, es necesario que tengamos una noción
clara de su primer elemento, básico, al que la Encíclica
"Pascendi" da el nombre de agnosticismo.
Para los agnósticos, la inteligencia humana sólo es
capaz de comprender los fenómenos,
es decir, "las cosas que aparecen a los sentidos, y
precisamente como aparecen a ellos". Si la
inteligencia intenta ir más allá de estos límites, se
lanza a un campo que no tiene "ni los medios ni el
derecho" de investigar. Así, todo lo que es
imperceptible para los sentidos —Dios, por ejemplo— es
inaccesible a la razón humana.
En consecuencia, el hombre no puede conocer ni
demostrar, a través de las criaturas, la existencia de
Dios. La teología natural, los motivos de credibilidad,
la Revelación, no tienen valor para la inteligencia
humana. En resumen, la razón está totalmente
divorciada de la fe, a la que no presta el menor
apoyo.
Si esto es así, ¿cómo se explica que, en todas las
épocas y en todos los lugares, los hombres hayan buscado
una explicación para su origen y su fin, para el mundo
de ultratumba y para las realidades invisibles? ¿Cómo es
posible explicar la formación de numerosas religiones e
iglesias?
Es porque hay en la criatura humana una necesidad de lo
divino, que yace inadvertida en su subconsciente, pero
que surge en su conciencia cuando las circunstancias le
son favorables. Este "sentimiento interior,
engendrado por la necesidad de lo divino", es lo que
los modernistas llaman sentimiento religioso o fe.
La fe brota, pues, de las regiones misteriosas de lo
incognoscible. Ese incognoscible que existe en las
oscuras profundidades de nuestro subconsciente y en las
realidades insondables que yacen más allá de las
exterioridades que perciben nuestros sentidos.
Así entendida, la fe es un sentimiento que contiene en
sí, ya como objeto, ya como causa, la realidad divina. Y
aquí radica el principio de toda religión.
Así, la vida religiosa, que para los modernistas no es
sino una forma de vida natural, obedece a las reglas de
todos los fenómenos vitales, es decir, "tiene por
primer estímulo una necesidad, y por primera
manifestación ese movimiento del corazón llamado
sentimiento”.
La fe es una forma de vida, inmanente al hombre.
La revelación modernista
Como puede verse, Dios está presente en la realidad
incognoscible, y habla al hombre en su subconsciente,
por ese sentimiento religioso que es totalmente
independiente de la razón, y es una auténtica revelación.
"¿Qué más se puede pedir a una revelación? Este
sentimiento que surge en la conciencia, y Dios que en
este sentimiento se manifiesta al alma, aunque todavía
confusamente, ¿no hay en ello una revelación, o al menos
los primordios de una revelación? Para considerar el
asunto con precisión, desde el momento en que Dios es a
la vez causa y objeto de la fe, hay en la fe una
revelación. En la fe, en la medida en que procede de
Dios y tiene a Dios por objeto, Dios es a la vez
revelador y revelado". Y cuando un creyente toma
conciencia de algo que estaba en su subconsciente, hay
en ello una revelación.
Las realidades incognoscibles y suprasensibles se
manifiestan, además, como ocultas en las realidades
sensibles, como, por ejemplo, "algún hecho de la
naturaleza que
entraña
cierto misterio, o un hombre cuyo carácter o cuyos actos
parecen desconcertar las leyes comunes de la historia".
En un fenómeno de esta envergadura, lo incognoscible se
manifiesta y excita el sentimiento religioso. Y, en
consecuencia, surgen la revelación y la fe.
La Transfiguración
La fe se apodera entonces del fenómeno y, mediante una
especie de ilusión o mentira, lo sublima y lo adapta a
sus necesidades. El hecho queda, así, como que
transfigurado por la fe.
Transfiguración que más bien debería llamarse
desfiguración, como se verá por una aplicación concreta
de este principio.
El Cristo histórico. Cristo revelado
En la persona de Cristo, por ejemplo, la historia y la
ciencia sólo ven a un simple hombre. Todo lo que en
Cristo denota un carácter divino es producto de la
mística de los fieles. Es una especie de visión mística
de un Cristo transfigurado. En términos más crudos, todo
lo que cuentan los Evangelios sobre los milagros de
nuestro Señor Jesucristo y las manifestaciones de su
divinidad, no es, a los ojos de la historia, más que una
invención piadosa. La Historia rechaza todo esto y sólo
ve en Jesucristo a un hombre, el Cristo histórico. Por
el contrario, el Cristo “místico” es la mera
transfiguración del Cristo histórico. Es el Cristo
histórico adornado con todo tipo de mentiras para
satisfacer nuestro sentimiento religioso, para producir
en nosotros las experiencias religiosas a las que
aspiramos.
Cómo se formaron las religiones
"El sentimiento religioso, que por inmanencia vital
brotó de las profundidades del subconsciente, es el
germen de toda religión, la razón de ser de todo lo que
ha existido o existirá en cualquier religión. Oscuro al
principio, y casi informe, este sentimiento ha ido
progresando bajo la influencia secreta del principio que
le dio su ser, y pari passu con la vida humana,
de la que es una forma."
Así nació, como otras religiones, la católica. "Su
cuna fue la conciencia de Jesucristo, un hombre de
naturaleza espléndida, como nunca hubo ni habrá otro".
"El hombre debe pensar su fe"
Los modernistas describen la función de la inteligencia
en la vida religiosa diciendo que "el hombre debe
pensar su fe".
El sentimiento religioso hace aflorar a la conciencia
una revelación difusa e imprecisa. La inteligencia,
tomando esta revelación como materia prima, la traduce
inicialmente en una fórmula vulgar. Luego, a partir de
esta formulación, extrae otras, más profundas y
distintas. Y si la autoridad eclesiástica castiga el
rechazo de estas fórmulas, se convierten en dogmas.
Simbolismo de los dogmas
Los dogmas no contienen la verdad absoluta. Son siempre
símbolos inadecuados en los que tiende a expresarse lo
incognoscible.
Pero sucede que toda vida es dinámica, y el sentimiento
religioso, nacido de la vida religiosa, está él mismo en
un estado de cambio continuo. De ello se deduce que los
dogmas también deben cambiar constantemente. Porque, de
lo contrario, no simbolizarán más que sentimientos que
allí no existen. Serán símbolos muertos.
Experiencia religiosa
Furiosamente racionalista, el modernismo, sin
embargo, conduce al peor misticismo. Pues si rechaza
por completo el asentimiento de la razón a la fe,
admite, sin embargo, una revelación interior para cada
individuo.
Pero ¿qué garantiza la autenticidad de esta revelación
interior absolutamente independiente de la razón? Es la
experiencia interior inherente al sentimiento religioso,
es decir, "una cierta intuición del corazón, gracias
a la cual, y sin intermediario alguno, el hombre alcanza
la realidad misma de Dios, de la que brota una certeza
de su existencia que va mucho más allá de la certeza
científica".
Corresponde a cada uno dar testimonio de su experiencia
religiosa interior.
La fe como esclava de la ciencia
A primera vista, puede verse que este sistema puede
suponer una flagrante contradicción con la fe. Pues si
la ciencia sólo ve en Jesucristo a un hombre, la fe, por
el contrario, puede revelar en el interior de un
individuo que Jesucristo era Dios y Hombre.
Los modernistas admiten de buen grado esta
contradicción. En la medida en que manifiestan una
experiencia interior, les es lícito dar testimonio de
ella, sea cual fuere. Y como esta experiencia tomó la
forma de una conciencia de sentimientos nacidos de las
regiones profundas de lo incognoscible, la ciencia no
tiene nada que decir al respecto.
Por su parte, por supuesto, la fe no puede pretender
ninguna acción rectriz sobre la ciencia, que se
limita al terreno de los fenómenos, de lo sensible, de
lo cognoscible, al que la fe es totalmente ajena.
Pero si la fe pretende ir más allá del mero testimonio
de un sentimiento interior, de una
revelación-experiencia, y dar una idea de Dios, es
decir, no un símbolo sino un concepto con la precisión,
coherencia y consistencia de una noción científica,
entonces entra en el terreno de la ciencia. Y luego
corresponde a la ciencia podar, injertar, modificar a su
antojo la sugestión de la fe.
En otras palabras, siempre que la fe pretenda salir del
mero sentimentalismo, de los sueños confusos de un
misticismo iluminista de peluche, es esclava de la
ciencia.
Inmanencia, permanencia
"El método del modernista teólogo consiste enteramente
en tomar los principios del filósofo y adaptarlos al
creyente: a saber, los principios de la inmanencia
y del simbolismo. Para ello, el proceso es
sencillo. El filósofo afirmaba que el principio de la fe
es inmanente; el creyente añadía: este principio es Dios;
el teólogo concluye: Dios es inmanente en el hombre.
Inmanencia teológica. Del mismo modo, el filósofo decía:
las representaciones del objeto de la fe son meros
símbolos; el creyente añadía: este objeto es Dios en Sí
mismo; el teólogo concluye: las representaciones de la
realidad divina son meramente simbólicas. Simbolismo
teológico".
En cuanto a la naturaleza de la inmanencia divina en el
hombre, el lenguaje de los modernistas era
extremadamente confuso. Algunos llegaban a formulaciones
totalmente panteístas.
A este concepto de inmanencia hay que añadir el de
permanencia.
La fórmula dogmática, tomada como símbolo, aunque deja
ver algo de Dios, también deja algo sin expresar sobre
Él. De este modo, Dios es revelado y velado
simultáneamente por el dogma. La fórmula
dogmático-simbólica, comunicada a los fieles, despierta
en ellos una reacción subconsciente acompañada de
diversas experiencias místicas, que a su vez transmiten
a los demás por la propagación del dogma. Y así se
forman las grandes religiones. La permanencia es la
continuación del elemento divino simbólico inicial, a lo
largo de todas estas experiencias místicas en serie o en
cadena, que pueden durar siglos.
Panteísmo en el modernismo
No vamos a refutar aquí una doctrina que es totalmente
opuesta a la fe católica. Ella conduce directamente al
panteísmo. "Si todos los elementos de la religión no
son más que meros símbolos de Dios, ¿por qué no habría
de ser un símbolo el nombre de Dios, el nombre de la
personalidad divina? Admitido esto, aquí se cuestiona la
personalidad de Dios y se abre el camino al panteísmo. —
Al panteísmo, al que conduce en línea recta esta otra
doctrina, de la inmanencia divina. Pues
preguntamos si admite a Dios como distinto del hombre, o
no: si lo hace, ¿en qué difiere de la doctrina católica,
y con qué derecho rechaza la revelación externa? Si no
lo admite, nos encontramos en pleno panteísmo. Ahora
bien, la doctrina de la inmanencia, en el sentido
modernista, admite y profesa que todo fenómeno de
conciencia procede del hombre en cuanto hombre. La
conclusión rigurosa es la identidad entre el hombre y
Dios, es decir, el panteísmo.
"La misma conclusión se desprende de la distinción que
hacen entre ciencia y fe".
Para los modernistas, "la única religión posible es
la de la realidad incognoscible. Ahora bien, ¿por qué no
habría de ser esta realidad el alma universal del mundo,
de la que habla un racionalista? Esto es lo que no
vemos. — Esto basta, y superabundantemente, para mostrar
por cuántos caminos conduce el modernismo a la
aniquilación de toda Religión. El primer paso fue el
protestantismo; el segundo es el modernismo; el tercero
será el ateísmo".
Hemos concluido así la exposición de lo que en la
Encíclica "Pascendi" nos parece lo esencial, a saber,
la definición del carácter panteísta del modernismo.
Y al mismo tiempo hemos desvendado a nuestros lectores
un vasto panorama histórico. Si San Pío X no hubiera
abatido la herejía modernista, el mundo habría avanzado
rápidamente hacia el panteísmo y el ateísmo. Y toda la
acción comunista sobre la faz de la tierra no habría
encontrado los enormes obstáculos que encontró.
La condena del modernismo fue, por tanto, un hecho
histórico tan importante como la victoria de Lepanto.
Y Pío XII se hizo acreedor a la gratitud eterna de los
hombres por haberles presentado como modelo y dado como
protector a tan gran Santo.
"La condena del modernismo fue, por tanto, un hecho
histórico tan importante como la victoria de Lepanto"
[ Batalla
de Lepanto - Andrea Vicentino (1542 -1617) - Palazzo
Ducale - Veneza]
NOTAS
—
Todas las citas de la presente obra están tomadas del
texto de la Encíclica "Pascendi Dominici Gregis" del 8
de septiembre de 1907, publicado en francés en el vol.
III de los "ACTES DE S. S. PIE X", edición de la editora Bonne
Presse, París. Esta obra
se puede descargar
aquí.
—
Las frases entrecomilladas proceden de la propia
Encíclica.
—
Las letras en negrita proceden de este sitio.
— Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y
especialmente su lucha contra el “modernismo”
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sobre San Pío X (en portugués).
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