Plinio Corrêa de Oliveira

 

El cincuentenario

de la Pascendi

"Catolicismo" Nº 81 - Septiembre de 1957

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La Basílica de San Pedro en la Canonización de San Pío X

El 8 de este mes se cumplirán cincuenta años de la Encíclica "Pascendi", "sobre las doctrinas de los modernistas", promulgada por el Papa Pío X, que el actual Pontífice ha tenido la gloria inmortal de elevar al honor de los altares.

Nos pareció que ninguna manera de conmemorar la fecha sería mejor que publicar un resumen de la línea principal del gran documento, que es la demostración del carácter panteísta del modernismo. Completaremos el estudio en nuestro próximo número con algunas notas históricas sobre el modernismo a principios de siglo.

Las frases entrecomilladas proceden de la propia Encíclica [N.C.: sobre las fuentes de los textos aquí citados ver NOTAS abajo].

Para comprender bien la doctrina modernista, sutil, escurridiza, basada en algunos errores velados pero muy graves, y muy lógica al extraer de estos errores todas sus consecuencias, es necesario que tengamos una noción clara de su primer elemento, básico, al que la Encíclica "Pascendi" da el nombre de agnosticismo.

Para los agnósticos, la inteligencia humana sólo es capaz de comprender los fenómenos, es decir, "las cosas que aparecen a los sentidos, y precisamente como aparecen a ellos". Si la inteligencia intenta ir más allá de estos límites, se lanza a un campo que no tiene "ni los medios ni el derecho" de investigar. Así, todo lo que es imperceptible para los sentidos —Dios, por ejemplo— es inaccesible a la razón humana.

En consecuencia, el hombre no puede conocer ni demostrar, a través de las criaturas, la existencia de Dios. La teología natural, los motivos de credibilidad, la Revelación, no tienen valor para la inteligencia humana. En resumen, la razón está totalmente divorciada de la fe, a la que no presta el menor apoyo.

Si esto es así, ¿cómo se explica que, en todas las épocas y en todos los lugares, los hombres hayan buscado una explicación para su origen y su fin, para el mundo de ultratumba y para las realidades invisibles? ¿Cómo es posible explicar la formación de numerosas religiones e iglesias?

Es porque hay en la criatura humana una necesidad de lo divino, que yace inadvertida en su subconsciente, pero que surge en su conciencia cuando las circunstancias le son favorables. Este "sentimiento interior, engendrado por la necesidad de lo divino", es lo que los modernistas llaman sentimiento religioso o fe.

La fe brota, pues, de las regiones misteriosas de lo incognoscible. Ese incognoscible que existe en las oscuras profundidades de nuestro subconsciente y en las realidades insondables que yacen más allá de las exterioridades que perciben nuestros sentidos.

Así entendida, la fe es un sentimiento que contiene en sí, ya como objeto, ya como causa, la realidad divina. Y aquí radica el principio de toda religión.

Así, la vida religiosa, que para los modernistas no es sino una forma de vida natural, obedece a las reglas de todos los fenómenos vitales, es decir, "tiene por primer estímulo una necesidad, y por primera manifestación ese movimiento del corazón llamado sentimiento”.

La fe es una forma de vida, inmanente al hombre.

La revelación modernista

Como puede verse, Dios está presente en la realidad incognoscible, y habla al hombre en su subconsciente, por ese sentimiento religioso que es totalmente independiente de la razón, y es una auténtica revelación. "¿Qué más se puede pedir a una revelación? Este sentimiento que surge en la conciencia, y Dios que en este sentimiento se manifiesta al alma, aunque todavía confusamente, ¿no hay en ello una revelación, o al menos los primordios de una revelación? Para considerar el asunto con precisión, desde el momento en que Dios es a la vez causa y objeto de la fe, hay en la fe una revelación. En la fe, en la medida en que procede de Dios y tiene a Dios por objeto, Dios es a la vez revelador y revelado". Y cuando un creyente toma conciencia de algo que estaba en su subconsciente, hay en ello una revelación.

Las realidades incognoscibles y suprasensibles se manifiestan, además, como ocultas en las realidades sensibles, como, por ejemplo, "algún hecho de la naturaleza que entraña cierto misterio, o un hombre cuyo carácter o cuyos actos parecen desconcertar las leyes comunes de la historia".

En un fenómeno de esta envergadura, lo incognoscible se manifiesta y excita el sentimiento religioso. Y, en consecuencia, surgen la revelación y la fe.

La Transfiguración

La fe se apodera entonces del fenómeno y, mediante una especie de ilusión o mentira, lo sublima y lo adapta a sus necesidades. El hecho queda, así, como que transfigurado por la fe.

Transfiguración que más bien debería llamarse desfiguración, como se verá por una aplicación concreta de este principio.

El Cristo histórico. Cristo revelado

En la persona de Cristo, por ejemplo, la historia y la ciencia sólo ven a un simple hombre. Todo lo que en Cristo denota un carácter divino es producto de la mística de los fieles. Es una especie de visión mística de un Cristo transfigurado. En términos más crudos, todo lo que cuentan los Evangelios sobre los milagros de nuestro Señor Jesucristo y las manifestaciones de su divinidad, no es, a los ojos de la historia, más que una invención piadosa. La Historia rechaza todo esto y sólo ve en Jesucristo a un hombre, el Cristo histórico. Por el contrario, el Cristo “místico” es la mera transfiguración del Cristo histórico. Es el Cristo histórico adornado con todo tipo de mentiras para satisfacer nuestro sentimiento religioso, para producir en nosotros las experiencias religiosas a las que aspiramos.

Cómo se formaron las religiones

"El sentimiento religioso, que por inmanencia vital brotó de las profundidades del subconsciente, es el germen de toda religión, la razón de ser de todo lo que ha existido o existirá en cualquier religión. Oscuro al principio, y casi informe, este sentimiento ha ido progresando bajo la influencia secreta del principio que le dio su ser, y pari passu con la vida humana, de la que es una forma."

Así nació, como otras religiones, la católica. "Su cuna fue la conciencia de Jesucristo, un hombre de naturaleza espléndida, como nunca hubo ni habrá otro".

"El hombre debe pensar su fe"

Los modernistas describen la función de la inteligencia en la vida religiosa diciendo que "el hombre debe pensar su fe".

El sentimiento religioso hace aflorar a la conciencia una revelación difusa e imprecisa. La inteligencia, tomando esta revelación como materia prima, la traduce inicialmente en una fórmula vulgar. Luego, a partir de esta formulación, extrae otras, más profundas y distintas. Y si la autoridad eclesiástica castiga el rechazo de estas fórmulas, se convierten en dogmas.

Simbolismo de los dogmas

Los dogmas no contienen la verdad absoluta. Son siempre símbolos inadecuados en los que tiende a expresarse lo incognoscible.

Pero sucede que toda vida es dinámica, y el sentimiento religioso, nacido de la vida religiosa, está él mismo en un estado de cambio continuo. De ello se deduce que los dogmas también deben cambiar constantemente. Porque, de lo contrario, no simbolizarán más que sentimientos que allí no existen. Serán símbolos muertos.

Experiencia religiosa

Furiosamente racionalista, el modernismo, sin embargo, conduce al peor misticismo. Pues si rechaza por completo el asentimiento de la razón a la fe, admite, sin embargo, una revelación interior para cada individuo.

Pero ¿qué garantiza la autenticidad de esta revelación interior absolutamente independiente de la razón? Es la experiencia interior inherente al sentimiento religioso, es decir, "una cierta intuición del corazón, gracias a la cual, y sin intermediario alguno, el hombre alcanza la realidad misma de Dios, de la que brota una certeza de su existencia que va mucho más allá de la certeza científica".

Corresponde a cada uno dar testimonio de su experiencia religiosa interior.

La fe como esclava de la ciencia

A primera vista, puede verse que este sistema puede suponer una flagrante contradicción con la fe. Pues si la ciencia sólo ve en Jesucristo a un hombre, la fe, por el contrario, puede revelar en el interior de un individuo que Jesucristo era Dios y Hombre.

Los modernistas admiten de buen grado esta contradicción. En la medida en que manifiestan una experiencia interior, les es lícito dar testimonio de ella, sea cual fuere. Y como esta experiencia tomó la forma de una conciencia de sentimientos nacidos de las regiones profundas de lo incognoscible, la ciencia no tiene nada que decir al respecto.

Por su parte, por supuesto, la fe no puede pretender ninguna acción rectriz sobre la ciencia, que se limita al terreno de los fenómenos, de lo sensible, de lo cognoscible, al que la fe es totalmente ajena.

Pero si la fe pretende ir más allá del mero testimonio de un sentimiento interior, de una revelación-experiencia, y dar una idea de Dios, es decir, no un símbolo sino un concepto con la precisión, coherencia y consistencia de una noción científica, entonces entra en el terreno de la ciencia. Y luego corresponde a la ciencia podar, injertar, modificar a su antojo la sugestión de la fe.

En otras palabras, siempre que la fe pretenda salir del mero sentimentalismo, de los sueños confusos de un misticismo iluminista de peluche, es esclava de la ciencia.

Inmanencia, permanencia

"El método del modernista teólogo consiste enteramente en tomar los principios del filósofo y adaptarlos al creyente: a saber, los principios de la inmanencia y del simbolismo. Para ello, el proceso es sencillo. El filósofo afirmaba que el principio de la fe es inmanente; el creyente añadía: este principio es Dios; el teólogo concluye: Dios es inmanente en el hombre. Inmanencia teológica. Del mismo modo, el filósofo decía: las representaciones del objeto de la fe son meros símbolos; el creyente añadía: este objeto es Dios en Sí mismo; el teólogo concluye: las representaciones de la realidad divina son meramente simbólicas. Simbolismo teológico".

En cuanto a la naturaleza de la inmanencia divina en el hombre, el lenguaje de los modernistas era extremadamente confuso. Algunos llegaban a formulaciones totalmente panteístas.

A este concepto de inmanencia hay que añadir el de permanencia.

La fórmula dogmática, tomada como símbolo, aunque deja ver algo de Dios, también deja algo sin expresar sobre Él. De este modo, Dios es revelado y velado simultáneamente por el dogma. La fórmula dogmático-simbólica, comunicada a los fieles, despierta en ellos una reacción subconsciente acompañada de diversas experiencias místicas, que a su vez transmiten a los demás por la propagación del dogma. Y así se forman las grandes religiones. La permanencia es la continuación del elemento divino simbólico inicial, a lo largo de todas estas experiencias místicas en serie o en cadena, que pueden durar siglos.

Panteísmo en el modernismo

No vamos a refutar aquí una doctrina que es totalmente opuesta a la fe católica. Ella conduce directamente al panteísmo. "Si todos los elementos de la religión no son más que meros símbolos de Dios, ¿por qué no habría de ser un símbolo el nombre de Dios, el nombre de la personalidad divina? Admitido esto, aquí se cuestiona la personalidad de Dios y se abre el camino al panteísmo. — Al panteísmo, al que conduce en línea recta esta otra doctrina, de la inmanencia divina. Pues preguntamos si admite a Dios como distinto del hombre, o no: si lo hace, ¿en qué difiere de la doctrina católica, y con qué derecho rechaza la revelación externa? Si no lo admite, nos encontramos en pleno panteísmo. Ahora bien, la doctrina de la inmanencia, en el sentido modernista, admite y profesa que todo fenómeno de conciencia procede del hombre en cuanto hombre. La conclusión rigurosa es la identidad entre el hombre y Dios, es decir, el panteísmo.

"La misma conclusión se desprende de la distinción que hacen entre ciencia y fe".

 Para los modernistas, "la única religión posible es la de la realidad incognoscible. Ahora bien, ¿por qué no habría de ser esta realidad el alma universal del mundo, de la que habla un racionalista? Esto es lo que no vemos. — Esto basta, y superabundantemente, para mostrar por cuántos caminos conduce el modernismo a la aniquilación de toda Religión. El primer paso fue el protestantismo; el segundo es el modernismo; el tercero será el ateísmo".

Hemos concluido así la exposición de lo que en la Encíclica "Pascendi" nos parece lo esencial, a saber, la definición del carácter panteísta del modernismo.

Y al mismo tiempo hemos desvendado a nuestros lectores un vasto panorama histórico. Si San Pío X no hubiera abatido la herejía modernista, el mundo habría avanzado rápidamente hacia el panteísmo y el ateísmo. Y toda la acción comunista sobre la faz de la tierra no habría encontrado los enormes obstáculos que encontró.

La condena del modernismo fue, por tanto, un hecho histórico tan importante como la victoria de Lepanto. Y Pío XII se hizo acreedor a la gratitud eterna de los hombres por haberles presentado como modelo y dado como protector a tan gran Santo.

"La condena del modernismo fue, por tanto, un hecho histórico tan importante como la victoria de Lepanto"

[Batalla de Lepanto - Andrea Vicentino (1542 -1617) - Palazzo Ducale - Veneza]


NOTAS

Todas las citas de la presente obra están tomadas del texto de la Encíclica "Pascendi Dominici Gregis" del 8 de septiembre de 1907, publicado en francés en el vol. III de los "ACTES DE S. S. PIE X", edición de la editora Bonne Presse, París. Esta obra se puede descargar aquí.

— Las frases entrecomilladas proceden de la propia Encíclica.

Las letras en negrita proceden de este sitio.

Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

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