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“Acordaos de dar a vuestra Madre una nueva
Compañía, para renovar por ella todas las cosas y para acabar por
María los años de la Gracia, como los habéis comenzado por Ella” |
La
situación de la Iglesia, como la veía con lucidez providencial San Luis
María Grignion de Montfort, se caracterizaba por dos rasgos esenciales,
que nos los describe en su Oración pidiendo Misioneros, con
palabras de fuego
[1].
* * *
Por
un lado, es el enemigo que avanza peligrosamente, es la embestida
victoriosa de la impiedad y la inmoralidad:
“Vuestra divina Ley es quebrantada; vuestro Evangelio, abandonado;
torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros
mismos siervos; toda la tierra está desolada: desolatione desolata
est omnis terra; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario
es profanado y la abominación se halla hasta en el lugar santo”.
Los siervos del mal son activos, audaces, exitosos en su empresa:
“Ved, Señor, Dios de los ejércitos,
los capitanes que forman compañías completas; los potentados que
levantan ejércitos numerosos; los navegantes que arman flotas enteras;
los mercaderes que se reúnen en gran número en los mercados y en las
ferias. ¡Qué de ladrones, de impíos, de borrachos y de libertinos se
unen en tropel contra Vos todos los días, y tan fácil y prontamente! Un
silbido, un toque de tambor, una espada embotada que se muestre, una
rama seca de laurel que se prometa, un pedazo de tierra roja o blanca
que se ofrezca; en tres palabras, un humo de honra, un interés de nada,
un miserable placer de bestias que esté a la vista, reúne al momento
ladrones, agrupa soldados, junta batallones, congrega mercaderes, llena
las casas y los mercados y cubre la tierra y el mar de muchedumbre
innumerable de réprobos, que, aun divididos los unos de los otros por la
distancia de los lugares o por la diferencia de los humores o de su
propio interés, se unen no obstante todos juntos hasta la muerte, para
hacer la guerra bajo el estandarte y la dirección del demonio".
¡Los
capitanes, los potentados, los navegantes, los mercaderes, es decir, los
hombres clave de su siglo, movidos todos por la impiedad, la codicia, la
sed de honores, depravados por graves vicios, constituyen con las masas
que les siguen —salvo las excepciones, claro está— una multitud de
borrachos, bandidos y réprobos que por la inmensidad de las tierras y de
los mares se unen para luchar contra la Iglesia!
¡Esto
es lo que puede llamarse claridad de conceptos y lenguaje, coraje del
alma, coherencia inmaculada en la clasificación de los hechos! ¡Como
este Santo parecerá desalmado, imprudente, apresurado en sus juicios, al
hombre moderno, que teme la lógica, choca con verdades radicales y
fuertes, y sólo admite un lenguaje endulzado y hecho de medias tintas!
* * *
Por
otro lado, es decir, entre los que todavía son hijos de la luz, S. Luis
Maria ve campear la inercia. Este hecho le aflige:
"Y por vos, Dios soberano, aunque en serviros hay tanta gloria, tanta
dulzura y provecho, ¿casi nadie tomará vuestro partido? ¿Casi ningún
soldado se alistará bajo vuestras banderas? ¿Ningún San Miguel gritará
de en medio de sus hermanos por el celo de vuestra gloria: Quis ut
Deus?”
S.
Luis Maria quiere tantos o más paladines del lado de Dios como los hay
del lado del demonio. Los quiere fieles, puros, fuertes, intrépidos,
luchadores, temibles, como el Príncipe de la Milicia celestial. No se
limita a decir que deben ser como San Miguel. Quiere que sean como que
versiones humanas del Arcángel: “¿Ningún San Miguel gritará de en
medio de sus hermanos...?"
Cuánto se aleja esta aspiración de ver al mundo lleno de apóstoles
blandiendo espadas de fuego de la miopía, la frialdad, el dulce e
incongruente sentimentalismo de tantos católicos de hoy, para quien
hacer apostolado es cerrar los ojos ante las faltas del adversario,
abrir ante él las barreras, darle las armas de guerra, aceptar su yugo
y, una vez consumada la capitulación, afirmar que hay motivos para estar
contento, pues las cosas podrían haber ido aún peor.
Mientras estos apóstoles de fuego no vengan, corre el riesgo de sufrir
serios reveses la Santa Iglesia. No lo veían tantos tibios e indolentes.
Pero lo vio San Luis María, que a todos convoca a la lucha:
"¡Ah! Permitidme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego!
¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las
almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros
hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se
apuñala a nuestro padre!”.
Es
la devastación en la Iglesia y en las almas, el fuego que consume las
instituciones, las leyes, las costumbres católicas, y la impiedad que
degüella a las almas y apuñala al Supremo Pontífice.
* * *
Legiones enteras de almas fuera y dentro del santuario (S. Luis Maria lo
deja ver claramente) cruzaron sus brazos, cuidando su pequeño
microcosmos, sin preocuparse por la Iglesia y sus grandes problemas.
Estaban inmersos en su pequeña existencia diaria, sus pequeñas
comodidades, sus pequeñas economías, sus pequeñas vanidades, a par de
sus pequeñas devociones, sus pequeñas caridades, sus pequeños
apostolados, en cuyo centro estaba a menudo sólo su pequeña persona.
S.
Luis Maria, por el contrario, era un alma inmensa. Puesto en una
situación oscura, se dedicó de todo corazón a salvar al prójimo en los
pequeños ambientes en que vivía. Pero su celo no tenía límites ni
fronteras, y cubría toda la Iglesia. Vivía, palpitaba, se regocijaba o
sufría, en función de la causa católica entera, en el sentido más amplio
de la palabra.
Y
por esta razón dirigía una admirable súplica a Dios: si fuera para
presenciar un incesante triunfo de la iniquidad, sin que apareciera una
reacción a ello, sería mejor para él que Dios lo tomara:
"¿No me está a mí mejor morir que veros, Dios mío, todos los días tan
cruel e impunemente ofendido, que hallarme todos los días más y más en
peligro de ser arrastrado por los torrentes de iniquidad que van
creciendo? Mil muertes me serían más tolerables. O enviad socorros desde
el cielo o llevaos mi alma. Si no tuviera la esperanza de que oiréis,
pronto o tarde, a este pobre pecador en interés de vuestra gloria [...]
pediría absolutamente con un profeta: Tolle animam meam”.
EL REINO DE MARÍA
Le
parece imposible que Dios no interrumpa la marcha de la iniquidad:
“¿Lo dejaréis abandonado así todo, Señor justo, Dios de las venganzas? ¿Vendrá
todo, al fin, a ser como Sodoma y Gomorra? ¿Callaréis siempre? ¿Aguantaréis
siempre? ¿No es menester que vuestra voluntad se haga en la tierra como
en el cielo y que venga vuestro Reino?
No,
la intervención de Dios no faltará. Ya lo
anunciara a almas elegidas,
a las cuales dejó contemplar la visión de una futura era que sería el
Reino de María:
"¿No habéis mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una
renovación futura de vuestra Iglesia? ¿No han de convertirse a la verdad
los judíos? ¿No es esto lo que espera vuestra Iglesia? ¿No os piden a
gritos todos los santos del cielo justicia: Vindica? ¿No os dicen
todos los justos de la tierra: Amen, veni, Domine? Las criaturas
todas, aun las más insensibles, gimen bajo el peso de los pecados
innumerables de Babilonia y piden vuestra venida para restaurar todas
las cosas. Omnis creatura ingemiscit".
Y
en el anhelo de esta "restauración de todas las cosas" San Luis
implora a Dios que llegue el día en que "no haya sino un rebaño y un
Pastor y que todos Os rindan gloria en vuestro templo".
Ahí
están esbozados los elementos del futuro Reino de María.
Resultará de la conversión de todos los infieles, de la entrada de todos
los pueblos en el redil de la Iglesia, y de la "restauración de todas
las cosas", es decir, de la restauración en Cristo de toda la
vida intelectual, artística, política, social y económica que el Poder
de las Tinieblas ha subvertido. Es la reconstrucción de la
civilización cristiana.
Como podemos ver, se trata de acontecimientos futuros. Caminamos hacia
ellos. Cumple apresurar por nuestras oraciones, nuestras penitencias,
nuestras buenas obras, nuestro apostolado, este día mil veces feliz, en
el que habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
UNA NUEVA ERA HISTÓRICA
Ya
hemos visto (“CATOLICISMO”, Nº 53, mayo de 1955: "Doctor,
Profeta y Apóstol en la Crisis Contemporánea")
que nuestros días son parte del largo processus histórico
iniciado entre 1450 y 1550 con el humanismo, el renacimiento y el
protestantismo, acentuado a fondo con el enciclopedismo y la Revolución
Francesa, y por fin triunfante en los siglos XIX y XX con la
transformación de los pueblos cristianos en masas mecanizadas, amorfas,
largamente trabajadas por los fermentos de la inmoralidad, del
igualitarismo, de la indiferencia religiosa o del escepticismo total.
Del liberalismo ya han pasado al socialismo, y de él están en proceso de
descender al comunismo.
Esta marcha ascendente de falsos ideales laicos (de fondo panteísta, hay
que decirlo) e igualitarios es el gran acontecimiento que domina nuestra
era histórica. El día en que tal marcha comenzara a retroceder, de un
retroceso no pequeño y ocasional, sino continuo y poderoso, otra fase de
la Historia habría comenzado.
En
otros términos, la descristianización es el signo bajo el cual se
colocan todos los hechos dominantes ocurridos en Occidente, desde el
siglo XV hasta nuestros días. Es lo que une entre si estos
quinientos años, y de ellos hace un bloque en el gran conjunto que es la
Historia. Cesada la descristianización por un movimiento inverso,
habremos pasado de un conjunto de siglos a otro.
Fue
precisamente un hecho de esta amplitud, un corte en el processus
descristianizante y un impulso de la Religión sin precedentes
que S. Luis Maria suplicó, esperó y, de esto estamos seguros, obtuvo:
"El reino especial de Dios Padre duró hasta el
diluvio, y terminó por un diluvio de agua; el reino de Jesucristo
terminó por un diluvio de sangre; pero Vuestro reino, Espíritu del Padre
y del Hijo, continúa actualmente y se terminará por un diluvio de fuego,
de amor y de justicia".
Y el Santo pide ese diluvio:
"¿Cuándo vendrá este diluvio de fuego, de puro
amor, que Vos debéis encender sobre toda la tierra de manera tan dulce y
vehemente, que todas las naciones, los turcos, los idólatras, los mismos
judíos se abrasarán en él y se convertirán? Non est qui se abscondat a
calore eius. ¡Accendatur! Que este divino fuego que Jesucristo vino a
traer a la tierra se encienda, antes que Vos encendáis el de vuestra
cólera, que reducirá toda la tierra a cenizas.”
INSTRUMENTO PROVIDENCIAL
El
medio para lograr este triunfo será una congregación totalmente
consagrada, unida y vivificada por María Santísima.
Lo
que esta congregación propiamente sería, en la mente del Santo, no se
puede afirmar con absoluta certeza. En cierto sentido, parece ser una
familia religiosa. Pero también hay aspectos por onde se podría pensar
de forma diferente. De cualquier modo, esta congregación será el
instrumento humano para implantar el Reinado de María. Y, como tal,
las intenciones de la Providencia descansan amorosamente en ella desde
toda la eternidad:
“Acordaos, Señor, de vuestra Congregación; que
hicisteis vuestra desde toda la eternidad, pensando en ella en vuestra
mente ab initio; que hicisteis vuestra en vuestras manos, cuando
sacasteis el mundo de la nada, ab initio.”
En
el momento entre todos trágico y feliz en que se consumó nuestra
Redención, Dios "[la] hicisteis vuestra en vuestro corazón",
y su Divino Hijo "muriendo en la cruz, la regaba con su sangre y la
consagraba por su muerte, confiándola a su Santa Madre".
Esta misteriosa congregación, que será “una asamblea, una selección,
un apartado de predestinados, que Vos debéis hacer en el mundo y del
mundo: Ego elegi vos de mundo [Yo os he elegido del mundo]. Es un
rebaño de corderos pacíficos que Vos debéis reunir en medio de tantos
lobos; una compañía de castas palomas y de águilas reales en medio de
tantos cuervos; un enjambre de abejas en medio de tantas avispas; una
manada de ciervos ágiles entre tantas tortugas; un escuadrón de leones
valerosos en medio de tantas liebres tímidas”, esta congregación
sólo puede ser constituida por una acción fecunda de la gracia en las
almas de los que deben componerla. Pero para Dios nada es imposible:
"¡Oh Dios soberano, que de las piedras toscas podéis hacer otros tantos
hijos de Abraham!; decid como Dios una sola palabra, para enviar buenos
obreros a vuestra mies y buenos misioneros a vuestra Iglesia”.
Durante siglos, los justos han estado pidiendo a Dios la fundación de
esta congregación:
"Acordaos de las plegarias que vuestros siervos y vuestras siervas os
han hecho sobre este asunto desde hace tantos siglos: que sus votos, sus
gemidos, sus lágrimas, la sangre por ellas derramada lleguen a vuestra
presencia para solicitar poderosamente vuestra misericordia”.
Como esta Congregación será de María, es para Ella que un don tan rico
de la Providencia está destinado: "Acordaos
de dar a vuestra Madre una nueva Compañía, para renovar por ella todas
las cosas y para acabar por María los años de la Gracia, como los habéis
comenzado por Ella”.
TROPA DE CHOQUE DE LA IGLESIA MILITANTE
Como se sabe, Compañía significaba en la época de S. Luis Maria
regimiento o batallón. Fue en este espíritu que San Ignacio llamó
Compañía de Jesús su insigne Instituto. San Luis María concibió su
Compañía como esencialmente militante. Será como una extensión de
Nuestra Señora, en permanente y gigantesca lucha con el diablo y sus
secuaces:
“Verdad es, Dios soberano,
que el demonio pondrá, como Vos lo habéis predicho, grandes asechanzas
al carcañal de esta mujer misteriosa, es decir, a esta pequeña Compañía
de sus hijos, que vendrán hacia el fin del mundo, y que habrá grandes
enemistades entre esta bienaventurada descendencia de María y la raza
maldita de Satanás; pero es una enemistad totalmente divina, la única de
que Vos sois el Autor: inimicitias ponam [Estableceré hostilidades]”.
“Pero estos combates y estas persecuciones, que los hijos de la raza de
Belial desencadenarán contra la raza de vuestra Santa Madre, sólo
servirán para hacer brillar más el poder de vuestra gracia, la valentía
de su virtud y la autoridad de vuestra Madre, puesto que Vos, desde el
principio del mundo, le habéis dado el encargo de aplastar a este
orgulloso, por la humildad de su Corazón y de su planta: ipsa conteret
caput tuum
[Ella te herirá en la cabeza]”.
Este tópico es uno de los más importantes, ya que muestra la modernidad
de la Compañía, de su apostolado militante, de su espíritu profundamente
—casi diríamos sumamente— marial.
De
hecho, S. Luis María ve esta "Compañía
de sus hijos
[de Maria], que vendrán hacia el fin del mundo".
Y si, en el lenguaje de los adoradores de la modernidad, cada siglo es
más moderno que los que lo precedieron, no habrá siglos más modernos —al
menos en el sentido cronológico de la palabra— que los "que
vendrán hacia el fin del mundo".
¿Qué
significa este "hacia
el fin"? En
el lenguaje profético, la precisión del término es discutible. Es quizás
la última fase de la humanidad, es decir, el Reino de María. ¿Cuánto
tiempo durará esta fase? Es otro problema, para cuya solución no
encontramos elementos en la Oración del Santo. Pero, en cualquier caso,
estableciendo la absoluta "modernidad" de este apostolado, veamos
algunas de las características que tendrá. Aquellos que piensan que
estas características son anacrónicas verán cuánto se equivocan.
LA DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA
Esos apóstoles de los últimos tiempos serán "verdaderos hijos de
María, vuestra Santa Madre, engendrados y concebidos por su caridad,
llevados en su seno, pegados a sus pechos, alimentados con su leche,
educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo y enriquecidos de sus
gracias”. Y más adelante dice: "Por su abandono en manos de la
Providencia y su devoción a María tendrán las alas plateadas de la
paloma: inter medios cleros pennae columbae deargentatae, es decir, la
pureza de la doctrina y de las costumbres. Y su espalda dorada: et
posteriora dorsi eius in pallore auri: es decir, una perfecta caridad
con el prójimo para soportar sus defectos y un gran amor para con
Jesucristo para llevar su cruz”.
COMBATIVIDAD
Pero esta devoción y caridad marial se realizarán en una extrema
pugnacidad, como resultado de la propia devoción marial. En efecto,
serán "verdaderos siervos de la Virgen Santísima, que, como otros
tantos Domingos, vayan por todas partes con la antorcha brillante y
ardiente del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, a
ladrar como perros, abrasar como el fuego y alumbrar las tinieblas del
mundo como soles”. Su victoria consistirá que, "por medio de una
verdadera devoción a María […] aplasten, por dondequiera que fueren, la
cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que Vos le
echasteis se cumpla enteramente: Inimicitias ponam inter te et mulierem,
et semen tuum et semen illius; ipsa conteret caput tuum”.
Y
por eso San Luis María multiplica a lo largo de su Oración las metáforas
y adjetivos que aluden a la combatividad de los miembros de su
congregación: "águilas reales", "batallón de leones intrépidos",
tendrán "la valentía del león por su santa cólera y su celo ardiente
y prudente contra los demonios, hijos de Babilonia”.
Y
es esa falange de leones la que le pide a Dios en el tema final de su
oración:
"Señor,
levantaos; ¿por qué parecéis dormir? Levantaos en vuestra omnipotencia,
vuestra misericordia y vuestra justicia, para formaros una Compañía
escogida de guardias de corps, que guarden vuestra casa, defiendan
vuestra gloria y salven vuestras almas, a fin de que no haya sino un
rebaño y un pastor y que todos os rindan gloria en vuestro templo: Et in
templo eius omnes dicent gloriam. Amen” [En su templo un grito
unánime: ¡Gloria! Amén].
NOTAS
[1]
Los primeros artículos de esta serie fueron publicados en
los nos
53 (mayo)
y
55 (julio)
de 1955, de “Catolicismo”.
[2] Los textos de la
"Oración Abrasada" fueron tomados de "Obras de San Luis María Grignion
de Montfort", edición preparada bajo la dirección de los padres Nazario
Perez, S.I. y Camilo Maria Abad, S.I. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC),
Madrid, 1954. págs. 596 y sgts. Negritos
y alguna traducción del latín por este sitio.
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