Plinio Corrêa de Oliveira

 

El significado esencial

de un gran pontificado

"Catolicismo" Nº 47 - Noviembre de 1954

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En Venecia, el Cardenal Patriarca Joseph Sarto maduró todos los conceptos que en el supremo gobierno de la Iglesia han dado a su nombre una gloria inmortal.

Hace tiempo que el público brasileño siente la necesidad de una presentación de la figura de San Pío X en todos sus aspectos, y en una perspectiva de conjunto que ponga de relieve la conexión mutua, la adecuada jerarquía de naturaleza y fines, y la armoniosa unidad que existe entre estos aspectos.

Hasta cierto punto, en la mente de la gente, hay "varios" Pío X. Algunos sólo ven en él a un taumaturgo, con la cabeza cubierta por un halo de santidad, repartiendo bendiciones milagrosas en las nobles galerías del Vaticano. Otros, un anciano lleno de dulzura, enteramente absorto en la mejora de la instrucción catequética y la piedad eucarística de los niños. Los artistas consideran en el exclusivamente el restaurador de la música sacra. Algunos piadosos tanto se impresionan por su vida interior que se lo imaginan como un alma puramente contemplativa, tanto más cuanto que, fuera de Italia, su intenso apostolado personal se ha perdido un poco en la memoria de las masas. Las personas más particularmente llamadas a la lucha tienden a veces a considerar a Pío X no más que como el Ángel con la espada de fuego, que infligió al modernismo la mayor derrota que jamás haya sufrido, y que puso un dique victorioso a la embestida anticlerical en Francia. Ahora bien, la mayor gloria de San Pío X no reside en haber sido el Ángel de la Guarda de la humanidad de su tiempo, o el admirable taumaturgo del Vaticano, o el Papa de la Eucaristía, etc., sino en haber sido todas estas cosas a la vez, de manera eminente, realizando en su persona y en su obra una variedad de aspectos desconcertante por su riqueza y, sin embargo, supremamente armoniosa. Una atenta consideración de este punto nos da un conocimiento exacto de quién era Pío X, y abre perspectivas a una noción equilibrada y muy provechosa de lo que son la santidad y la misión de la Iglesia misma.

UNA EXCELENTE BIOGRAFÍA

Una excelente ocasión para retomar este tema es el hecho de que la prestante editorial "Publicaciones Cristiandad" nos ha enviado un hermoso volumen que contiene la traducción española de la biografía de San Pío X publicada en italiano por el Padre Jerónimo Dal Gal, O.F.M. Cap. La edición española contiene una carta de presentación del Exmo. Rvdmo. Sr. Arzobispo-Obispo de Barcelona, escrita con el entusiasmo comunicativo de quien ha tenido la ventura de conocer personalmente al Santo. El propio padre Dal Gal también lo conoció, y parece que lo conoció muy de cerca, ya que nos cuenta en una de sus notas que rezó el Ángelus con él varias veces, en el Vaticano. Son páginas en las que aún se siente el calor de la presencia del gran Papa, realzadas por un interesante material fotográfico.

El Padre Dal Gal es un narrador claro, distinguido y, sobre todo, bien documentado, pues ha recurrido a las mejores fuentes: las "Acta Pii X Pontificis Maximi", las "Acta Apostolicae Sedis", las cartas pastorales del Santo como Obispo de Mantua y Patriarca de Venecia, sus cartas privadas escritas en el ejercicio de esos cargos y del Sumo Pontificado, los procesos de beatificación y canonización, etc. La bibliografía es muy sobria y selecta. Cita, entre otras, las interesantísimas memorias del cardenal Merry del Val. El volumen español va acompañado de útiles cuadros cronológicos. Sin embargo, tenemos que señalar un pequeño inconveniente. Una obra tan importante merecía estar dotada de un índice alfabético de nombres y materias. Hacemos votos de que no falte en la próxima edición.

Gracias a este libro, cualquier lector podrá familiarizarse fácilmente con la vida del gran Pontífice, que se relata en él con la imparcialidad, firmeza e inteligencia de un historiador de pulso. Nos proporciona en abundancia los materiales necesarios para la “mise au point” que deseábamos realizar.

LAS PRINCIPALES LÍNEAS BIOGRÁFICAS

El futuro Pío X nació en junio de 1835 de padres muy pobres, Juan Bautista Sarto y Margarita Sanson, en una aldea insignificante llamada Riese, la antigua Marca de Treviso. Al día siguiente fue bautizado con el nombre de José. Confirmado a los 10 años, fue admitido a la Sagrada Comunión a los 12. En 1850 ingresó en el seminario de Padua, donde recibió sucesivamente las Órdenes Menor y Mayor hasta 1858, año en que recibió el presbiterado. Más tarde fue nombrado Capellán de Tombolo y en 1867 Párroco de Salzano. En 1875 fue promovido a Canónigo de Treviso, acumulando estas funciones con las de Canciller de la Diócesis y Director Espiritual del Seminario. En 1884, a la edad de 49 años, fue elegido Obispo de Mantua y en 1893 recibió el Cardenalato como recompensa a sus altos méritos. Ese mismo año fue elevado a Patriarca de Venecia. En 1903, el Cónclave que se reunió para elegir al sucesor de León XIII lo eligió para el Sumo Pontificado. Joseph Sarto tomó entonces el nombre de Pío X. Tenía 68 años y gobernó la Iglesia hasta su muerte, acaecida a la edad de 79 años, el 20 de agosto de 1914.

Como puede verse, fue una carrera brillante que llevó a Jose Sarto por todos los escalones intermedios, desde la pobre vivienda de Riese hasta los esplendores del Vaticano.

Esta carrera le dio la oportunidad de ejercer su ministerio sacerdotal en las situaciones más variadas, viendo los problemas del apostolado desde todas las perspectivas, entrando en contacto con ellos en todos los niveles de la cura de almas, desde Coadjutor de aldea hasta Romano Pontífice, y pasando por delicadas funciones, no sólo como Canciller de un Obispado, sino también como Director Espiritual de un Seminario, delicado entre los más delicados.

Es, como puede verse, una preparación incomparable para el Papado.

EL SENTIDO PROFUNDO DE UNA VIDA

Si se comparan en la obra del P. Dal Gal las actividades del Santo en cada una de estas etapas, se ve que son sustancialmente las mismas que en la etapa anterior, sólo que transpuestas a un campo más amplio. Podría decirse que son una misma melodía, interpretada con fuerza y armonía crecientes, hasta cubrir con sus acordes toda la superficie de la tierra. Las notas de esta melodía espiritual es decir, los conceptos más elevados de la Iglesia, la acción de la Providencia en el gobierno de las almas y en la dirección de los acontecimientos terrenales, la santidad sacerdotal, la difusión del bien y la represión del mal, como aspectos de la gran pugna de la Iglesia militante en esencia no son muchas. Su valor procede de la belleza incomparable de cada una, de la armonía que reina entre todas ellas. La verdadera música no se hace con muchos sonidos de mero efecto, sino con el desarrollo de melodías sencillas, armoniosas y bellas.

Podríamos quizás enunciar así las líneas maestras que hemos podido constatar en la fecunda obra del gran Papa:

Por su misma razón de ser, el Sacerdote u Obispo, tanto en su vida personal como en el ejercicio de su ministerio, debe estar íntimamente unido a Nuestro Señor Jesucristo y ocupado en hacer Su voluntad sin restricciones, incondicionalmente, sin pusilanimidad ni medias tintas. Por tanto, oración, meditación, mortificación, ante todo. Mutatis mutandis, lo mismo debe decirse de los Religiosos, y de los apóstoles que en las filas de los laicos asisten a la Sagrada Jerarquía. Por eso, todo lo que tiene que ver con el enfervorizamiento de la piedad, tanto entre los fieles como entre los sacerdotes y religiosos, merece el primer lugar.

Siendo la Sagrada Eucaristía y Nuestra Señora, respectivamente, fuente y canal de las gracias necesarias para ello, es de la mayor importancia fomentar y desarrollar la devoción de los fieles hacia ellas. El culto público en la Iglesia, celebrado con gravedad y decoro, es un medio indispensable y eficacísimo para la santificación de las almas. Para ello, es muy importante fomentar la buena música sacra y eliminar la música profana, teatral e indecorosa, que desgraciadamente ha invadido el santuario.

La formación piadosa no puede dejar de basarse en una instrucción religiosa seria, aunque proporcionada al grado de cultura de cada creyente. Todas las formas de alta instrucción religiosa estudios de filosofía escolástica, investigaciones históricas y bíblicas exhaustivas, etc. son dignas de aplauso y desarrollo. Pero deben presuponer un conocimiento exacto del Catecismo, sin el cual todo el edificio cultural católico carece de cimientos. Además, sin el conocimiento del Catecismo, todo apostolado y toda apologética son vanos. ¿Cómo se puede propagar una verdad que no se conoce? ¿Y cómo se puede atacar el error cuando se ignora la verdad? De donde amplia, amplísima difusión catequética para niños y también para adultos.

Con la piedad, la instrucción religiosa y la mortificación reinando en sus muros, con miembros enteramente dóciles al Papa docilidad que es la piedra de toque de toda verdadera formación las falanges católicas, caminando siempre por las sendas de la perfección que son las sendas de la Providencia, pueden contar con el apoyo de Dios. Por eso deben entregarse de todo corazón cada uno según su vocación a la obra del apostolado. En medio de dificultades, abismos y quizás aparentes desastres, Dios les conducirá a la victoria.

Este apostolado debe ser inteligente y heroico. Inteligente, debe presuponer en sus planes un conocimiento profundo del tiempo y del lugar en que actúa, una utilización reflexiva y ágil de métodos de acción adaptados a las circunstancias, una gran amplitud e incluso una cierta audacia en la elaboración de los planes, mucha prudencia en los medios, una profunda penetración religiosa en todos los sectores y clases de la sociedad. Debe ser heroica, debe implicar la renuncia a todas las ventajas personales, y debe implicar la intrepidez frente a todas las enemistades y riesgos.

La limosna es uno de los graves deberes de los católicos.

El celo del apóstol no puede estar ajeno a la esfera de la política, para proteger los derechos de la Iglesia. Por eso, siempre que haya que tratar en política cuestiones de orden religioso o moral, los católicos deben estar allí, unidos y disciplinados.

Para que la actividad de la Iglesia esté libre de tropiezos interiores, cumple que sus leyes, sabiamente proporcionadas a las necesidades de los tiempos, sean conocidas, amadas y obedecidas por todos.

La acción personal del apóstol sobre aquellos con los que tiene contacto es de lo más beneficiosa. En el caso de San Pío X, su eficacia rayaba a menudo en lo milagroso. Tal eficacia, además, no resulta de ocultar la verdadera doctrina, ni de concesiones imposibles, sino de la atracción de la verdad, del bien y de la gracia.

La lucha contra el error y el mal no abarca toda la actividad de la Iglesia, del mismo modo que los cuidados médicos y quirúrgicos no son los únicos que debemos a nuestro cuerpo. Es mejor evitar la enfermedad con una vida metódica y sana. Pero cuando a pesar de todo la enfermedad aparece, es necesario enfrentarla por todos los medios posibles. Así es mejor prevenir el surgimiento del error y del mal, predicando la verdad, atrayendo a las almas a los sacramentos, haciéndolas amar la virtud y la mortificación, que reprimir los desatinos en que puedan caer por nuestro triste descuido. Pero si el error y el mal se muestran persistentes, es necesario actuar contra ellos. San Pío X dio todos los ejemplos de la admirable bondad y energía con que debe librarse este combate.

Es interesante analizar la continuidad de la gran obra de San Pío X en todos los cargos que desempeñó, a la luz de estos principios, que, al menos de un modo general, encierran sus medios para realizar su admirable lema: "Instaurare omnia in Christo".

CATECISMO

Este punto merece especial destaque en Brasil, porque necesitamos el catecismo en todos los grados. Se ha hecho mucho, pero queda mucho por hacer para el desarrollo de la catequesis primaria. No menos importante quizá sea el desarrollo de la enseñanza de la Religión en el curso secundario. Pero esto no basta. Debemos trabajar para disipar el triste prejuicio de que el Catecismo es sólo para niños. Ningún católico de nivel cultural universitario puede sentirse al día con su conciencia si no tiene la correspondiente formación catequética. E insistimos en la palabra "catequético". Tenemos hoy en Brasil, de Norte a Sur, una numerosa élite católica, animada por el más vivo interés en los problemas religiosos, y en el análisis de cuestiones filosóficas, científicas, artísticas, políticas, sociales, históricas, económicas, etc., desde el punto de vista católico. La Santa Sede lo reconoció con maternal satisfacción, favoreciendo la creación de numerosas Universidades Católicas e incluso Pontificias en nuestro país, lo que hubiera sido imposible sin la existencia de esta élite para los puestos docentes. Con la natural vivacidad de espíritu del brasileño, en este mundo cada vez más sin fronteras, nuestro medio intelectual católico se abrió a todos los vientos que soplaban en los ambientes culturales de los grandes centros europeos y americanos. Y aquí empezaron a estudiarse, a comentarse, a debatirse, tal vez, cuestiones de todo tipo que hace treinta años eran casi desconocidas en nuestro país. Todo esto nació, echó raíces y creció entre nosotros con ese vigor típico de nuestro ardor de país nuevo, y expresa un desarrollo natural legítimo. Sería incluso alarmante que nuestra cultura católica se desarrollara menos que nuestra cultura secular o nuestra economía. Pero este progreso tiene el peligro de todo crecimiento rápido. Hay que guiarlo. Es excelente estudiar sociología, política, economía, filosofía o incluso teología un campo que en modo alguno debería estar vedado a los laicos cultos, pero "corruptio optimi pessima". Si todos los que se dedican a estos estudios tuvieran una base catequética adecuada, nos parece que ganarían incomparablemente en firmeza, claridad de ideas, seguridad doctrinal. Hay aquí un inmenso campo de apostolado en el que hay mucho de urgente y hermoso por hacer.

Consideremos la importancia que San Pío X dio a este asunto.

Giuseppe Sarto fue el alumno más vivaz y esforzado del curso de Catecismo que siguió en su parroquia natal. Con la vivacidad que conservó hasta sus últimos días, seguía las explicaciones del Párroco, al que daba respuestas a veces sorprendentes. "Daré una manzana a quien me diga dónde está Dios", dijo una vez el celoso sacerdote. Y el pequeño José le respondió inmediatamente: "Te daré dos manzanas si me dices dónde no está Dios". Fue en las clases de catecismo donde nació su ardiente interés por la doctrina sagrada, elemento esencial de toda vocación sacerdotal seria.

Una vez terminados sus estudios en el seminario, su mente se abrió definitivamente a la importancia de la enseñanza de la religión. Así, como párroco de Salzano, enseñaba personalmente el Catecismo al pueblo, invitando a los feligreses a unirse a él y explicándoles todos los males que se derivaban de la ignorancia religiosa. "Os conjuro a que vengáis al Catecismo", solía decir. Y añadió: "antes faltar a Vísperas que al Catecismo”.

Su enseñanza era seria, profunda, meticulosa, pero muy interesante. Explicaba la doctrina "con gran vitalidad y gran calor". Introdujo el método de dialogar el Catecismo con un joven Sacerdote de la Parroquia vecina, lo que atraía a sus clases a gente de toda la zona.

Como Canónigo en Treviso, agobiado por sus obligaciones en la Cancillería de la Curia Diocesana y responsable de la dirección espiritual de más de 200 seminaristas, encontraba aún los medios para enseñar el Catecismo a los alumnos del Colegio Episcopal.

Al frente de la Diócesis de Mantua, una de sus mayores preocupaciones fue la enseñanza del Catecismo. Fue un tema frecuente de sus exhortaciones al Clero y a los fieles. En su Carta Pastoral de 1885, se extendió particularmente sobre el modo y la ocasión de enseñar la doctrina católica, ordenando que en todas las parroquias se estableciera una Escuela de Doctrina Cristiana, ordenando al Párroco que enseñara el Catecismo al pueblo los domingos y días de precepto, y diariamente a los niños durante la Cuaresma y el Adviento. Y, acompañando estas judiciosas medidas de acción positiva con algunas severas penas, según su sabia costumbre, prohibió a los confesores dar la absolución a las personas que impidieran a sus hijos o criados asistir a las clases de instrucción religiosa sin causa justificada.

Para estimular a los Párrocos en este apostolado, ora venía a esta parroquia, ora a aquella, de improviso, para cerciorarse de que se daba la clase, y asistir a ella para comprobar la capacidad del Sacerdote.

Cardenal Patriarca de Venecia

Ni dos meses después de su traslado a Venecia, el nuevo Patriarca dirigía ya una Carta Pastoral a sus diocesanos en la que hablaba extensamente del Catecismo y exclamaba: "Sucede a menudo que las personas educadas en las ciencias profanas ignoran totalmente las verdades de la Fe o las conocen mal, y saben el Catecismo menos que los niños más sencillos. Piénsese en el bien de las almas, que se tiene en vista. La gente está sedienta de verdad. Désela lo necesario para la salvación de sus almas, y entonces, conmovida y emocionada, llorará sus errores y se acercará a los Divinos Sacramentos”.

Inmediatamente reorganizó las escuelas parroquiales de Catecismo, ordenó a los Párrocos que explicaran la doctrina católica de forma más asidua y sistemática, promovió con todas sus fuerzas la formación de mejores catequistas e introdujo la enseñanza de la Religión en las escuelas municipales. Como en Mantua, se presentaba de vez en cuando ora en una iglesia ora en otra para observar cómo se impartían las lecciones.

Como Papa, San Pío X dio al mundo católico un espléndido ejemplo, enseñando el Catecismo en persona durante ocho años al pueblo romano en el patio de San Dámaso, donde todavía hoy está marcado el lugar donde hablaba. Cabe imaginar la eficacia de este ejemplo para impulsar los esfuerzos catequéticos en todo el mundo. Pero San Pío X no se contentó con esto. En la Encíclica "Acerbo Nimis" del 15 de abril de 1905, señaló con palabras conmovedoras el estado de ignorancia religiosa en que se encontraban tantos fieles: "es difícil describir cuán densas son las tinieblas que han envuelto a innumerables hombres que se suponen cristianos y en esta creencia viven tranquilamente. En ellos no hay el menor pensamiento de Dios. Desconocen los misterios de la Encarnación del Verbo de Dios y de la Redención de la humanidad realizada por Jesucristo. No saben nada del Sacrificio de la Misa, ni de los Sacramentos por los que se adquiere y conserva la gracia de Dios, y desconocen la malicia que hay en el pecado mortal. Por esta razón, no se esfuerzan por evitarlo ni por deplorarlo, y solo se enteran de algo cuando se acercan al final de sus vidas”. Después de haber demostrado que la instrucción religiosa es un medio indispensable para el pleno aprovechamiento de los frutos del Bautismo, determina medidas para el incremento de la instrucción religiosa en todo el mundo católico. Estas medidas, fruto de una larga experiencia, son en esencia las mismas ya puestas en práctica en Mantua y Venecia. El Santo Pontífice determinó en este documento que también en las Universidades "se establezcan Escuelas de Religión para promover la enseñanza de las verdades de la Fe y la formación de la vida cristiana". El efecto de esta Encíclica fue mundial. La preparación de catequistas laicos para suplir las deficiencias del Clero se desarrolló enormemente, se multiplicaron los congresos catequéticos, los concursos, los premios. Florecieron los estudios sobre metodología catequética. Fue un amanecer en toda la Iglesia.

San Pío X no concebía la enseñanza del Catecismo como algo inerte, frío, puramente informativo. Quería que se hiciera de tal manera que encendiera el amor por nuestra santa Fe, y el celo por la Ley de Dios.

Su empeño en este sentido se comprende mejor estudiando la forma en que predicaba San Pío X. De esto nos ocuparemos en otro número (Ver: Estrategia apostólica de un santo, de Febrero de 1955)

Entrada del Patriarca Sarto en Venecia. Sale de la Iglesia de los Carmelitas Descalzos, próxima a la estación ferroviaria, para subir a una lancha de la Marina. La entrada tuvo lugar el 24 de noviembre de 1894.


NOTAS

- Las letras en negrita proceden de este sitio.

- Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

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