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"Combatir el error entre los católicos no es obra
de división, sino de unión, porque busca congregar a
todos en la misma Fe". Es lo que realizó San Pío
X combatiendo los errores de su tiempo,
especialmente el Modernismo. |
La prensa diaria de los grandes centros ha publicado
extractos tan extensos del discurso que el Santo Padre
Pío XII pronunció con ocasión de la canonización de San
Pío X, el pasado 29 de mayo, que parece superfluo
reproducirlo aquí. Sin embargo, un estudio de este
importante discurso nos parece de lo más oportuno.
El Sumo Pontífice reinante ha tenido la suerte de
ejercer altos cargos eclesiásticos bajo la mirada del
Papa que acaba de elevar al supremo honor de los
altares. Esta circunstancia fue incluso objeto de esta
curiosa observación por parte de Su Santidad: "Por
primera vez, tal vez en la historia de la Iglesia, la
canonización formal de un Papa es proclamada por quien
en otro tiempo tuvo el privilegio de estar a su servicio
en la Curia Romana".
Pío XII se encontraba, pues, en una posición
privilegiada para conocer la situación religiosa del
mundo en la época de San Pío X, situación marcada —como
decíamos en un número anterior de este periódico (“Mais
um florão de glória no pontificado de Pio XII,
“Catolicismo”, N.º 42, Junio de 1954)— por el flujo y
reflujo de dos corrientes —de amor y de odio— respecto
al gran Papa. De amor, por su piedad angélica, por su
bondad celestial, por su incesante actividad en favor de
las almas. De odio por su firmeza invencible contra
los errores de la época, el liberalismo, el laicismo, el
cientificismo racionalista sobre todo... y contra
la quinta columna modernista que, instalada en
medios católicos, se servía del púlpito, del
confesionario, de la cátedra y de la prensa religiosa
para difundir veladamente la irreligión.
Pío XII recogió en su discurso esta oposición de odio y
amor en torno al Santo. Por una parte, "el amado
nombre de Pío X" todavía hoy "suscita en todas
partes pensamientos de bondad celestial, crea poderosos
impulsos de fe, de pureza, de piedad eucarística, y
resuena como testimonio eterno de la fecunda presencia
de Cristo en su Iglesia". Por otra parte, este
"ilustre campeón de la Iglesia" sufrió duros
ataques, y en la valentía de soportarlos por amor a la
Iglesia de Dios se reveló una de las facetas más
hermosas de su admirable santidad: "Preocupado
únicamente por mantener intacta la herencia de Dios para
el rebaño que se le había confiado, el gran Pontífice no
mostró debilidad ante nadie, por grande que fuera su
dignidad o autoridad, ni vacilación ante doctrinas
seductoras pero falsas —en la Iglesia y fuera de ella—,
ni temor alguno a recibir ofensas a su persona y a la
pureza de sus intenciones. Tenía la conciencia tranquila
para luchar por la causa más santa de Dios y de las
almas. Literalmente, cumplió el mandato de las palabras
del Señor al apóstol Pedro: 'Pero yo he rogado por ti
para que tu fe no desfallezca, y tú, confírmala a tus
hermanos’”.
Al adoptar una postura terriblemente enérgica contra los
errores del modernismo y los defensores de estos
errores, ¿pecó San Pío X contra la caridad? Muchos lo
han afirmado. Esta fue incluso una de las objeciones más
esenciales contra su canonización. ¿Cómo puede un Santo
ser tan combativo, tan intransigente, tan severo? Es la
crónica intoxicación de falsa caridad de la que sufren
tantos pensadores y escritores católicos de nuestros
días. Una intoxicación de la que se contagian miles y
millones de lectores y oyentes.
San Pío X amaba a Francia con especial dilección.
Pero la amaba con un amor fuerte y sobrenatural. Por eso
no dudó en asestar algunos de sus golpes más duros
contra cierta ala de católicos franceses que tomaban por
asalto la patria de San Luís y Santa Juana de Arco. De
ahí la condena de Marc Sangnier, y del "Sillon", el
movimiento exaltadamente democratacristiano que dirigía.
De ahí las objeciones particularmente frecuentes en
Francia a la canonización de San Pío X. El mismo año en
que fue beatificado, murió Marc Sangnier. Ciertos
círculos católicos de ese país —generalmente los
implicados en el caso de los Curas Obreros— recibieron
la beatificación con una frialdad casi brusca y dieron a
Marc Sangnier funerales regios. Se diría que era el
entierro de un Santo...
Esta posición, contraria a la verdad histórica, fue
condenada por el Santo Padre Pío XII en su discurso:
"Pío X se revela también campeón determinado de la
Iglesia y Santo providencial de nuestro tiempo en la
segunda empresa que distingue su obra y que se asemeja,
a través de episodios a veces dramáticos, a la lucha
emprendida por un gigante por la defensa de un tesoro
inestimable: la unidad interna de la Iglesia en su
fundamento más íntimo, la Fe. Ya desde la infancia, la
divina Providencia había preparado a su elegido en su
humilde familia, edificada sobre la autoridad, las
buenas costumbres y la fe escrupulosamente vivida. Sin
duda, cualquier otro Pontífice, en virtud de la gracia
de estado, habría combatido y rechazado los asaltos que
pretendían golpear a la Iglesia en sus cimientos. Hay
que reconocer, sin embargo, que la lucidez y la firmeza
con que Pío X condujo la lucha victoriosa contra los
errores del modernismo, testimonian hasta qué grado
heroico ardía en su corazón de santo la virtud de la fe".
Y más adelante: "A él corresponde, en efecto, el
mérito de haber preservado la verdad del error, tanto
entre quienes gozan de su plena luz, es decir, los
creyentes, como entre quienes la buscan sinceramente.
Para los otros, su firmeza en combatir el error pudo
haber causado escándalo: en realidad, fue un servicio de
extrema caridad, prestado por un Santo, como Cabeza de
la Iglesia, a toda la humanidad".
"Roma locuta, causa finita”. En la canonización la
infalibilidad papal está en juego. Para los verdaderos
católicos, el asunto está cerrado.
Para muchos espíritus timoratos, señalar la existencia
de errores entre los católicos es hacer una labor de
desunión. Al condenar el modernismo, Pío X ha
desencadenado contra los autores de este error el celo
de los elementos más vigilantes del mundo intelectual y
de los hombres de acción católicos.
San Pío X —seria superfluo decirlo— no patrocinó la
calumnia, la exageración o la injusticia. Pero expresó
el deseo reiterado y formal de que los católicos
luchasen enérgicamente contra el modernismo.
¿Hizo con esto obra de división? ¿Fomentó la desunión?
Al contrario. Así lo proclamó el Santo Padre Pío XII al
afirmar que San Pío X luchó como "un gigante por la
defensa de un tesoro inestimable: la unidad interna de
la Iglesia en su fundamento más íntimo, la Fe".
Aquí se señala la clave de la cuestión. La unidad de
la Iglesia se basa en la unidad de la Fe. Combatir el
error entre los católicos no es una obra de división,
sino de unidad, porque pretende reunir a todos en la
misma Fe.
¿No habría sido anacrónico un Papa tan resueltamente
opuesto a los errores de su tiempo? ¿No habría actuado
mejor condescendiendo, callando, cerrando los ojos? Al
contrario, nos dice Pío XII.
San Pío X fue un Papa muy actual, pues previó la
terrible crisis de nuestro tiempo, y el mundo la habría
evitado si hubiera escuchado sus enseñanzas. El
capitán "actualizado" no es el que deja que el barco
corra a sabor de las olas, sino el que lo dirige con
mano firme para evitar los escollos. En efecto, el
Pontífice gloriosamente reinante dice: "Cuando el
Modernismo separa, poniéndolas en oposición, la Fe y la
ciencia en su fuente y en su objetivo, provoca entre
estos dos campos vitales un cisma casi tan funesto como
la muerte.
"Con el nuevo siglo, el hombre, dividido en lo más
profundo de su ser, y aunque manteniendo la ilusión de
preservar su unidad en una frágil apariencia de armonía
y felicidad basada en el progreso puramente humano, ha
visto cómo esta armonía se rompía bajo el peso de una
realidad muy diferente. La atención vigilante de Pío
X vio acercarse esta catástrofe espiritual del mundo
moderno, esta decepción especialmente amarga entre los
ambientes cultos. Comprendió que esta fe aparente, es
decir, una fe que, en lugar de fundarse en Dios
Revelador, se arraigaba en un suelo puramente humano,
se disolvería para muchos en el ateísmo. Pío X percibió
también el destino fatal de una ciencia que, yendo
contra la naturaleza e imponiéndose una limitación
voluntaria, cerraba el camino a la verdad y al bien
absolutos, y dejaba así al hombre sin Dios, frente a la
invencible oscuridad en la que yace todo ser, sin más
que una actitud de angustia o de arrogancia.
"El Santo opuso a tal mal el único medio posible y real
de salvación: la verdad católica, bíblica, de la fe
aceptada como homenaje racional (Rom 12,1) rendido a
Dios y a su Revelación. Al coordinar así fe y ciencia,
la primera como prolongación sobrenatural y a veces
confirmación de la segunda, y la segunda como vía de
acceso a la primera, devolvió a los cristianos la unidad
y la paz de espíritu, condiciones indispensables para la
vida.
"Si muchos vuelven hoy de nuevo a esta verdad,
impulsados en cierto modo a ella por la impresión de
vacío y la angustia de su abandono, y si tienen así la
dicha de encontrarla firmemente poseída por la Iglesia,
se lo deben a la clarividente acción de Pío X."
En un siglo de naturalismo, San Pío X fue por todas sus
enseñanzas y por toda su vida un predicador de lo
sobrenatural. Lo demuestra sobre todo su ardiente
devoción a la Eucaristía y todo lo que hizo para
intensificar esta devoción entre los fieles.
Así opuesto al siglo, San Pío X fue actual y más que eso
providencial. Exclama el Santo Padre Pío XII: "Gracias a la
profunda visión que tenía de la Iglesia como sociedad,
Pío X reconoció en la Eucaristía el poder de alimentar
sustancialmente su vida íntima y de elevarla por encima
de todas las demás asociaciones humanas. Sólo la
Eucaristía, en la que Dios se da al hombre, puede fundar
la vida de una sociedad digna de sus miembros, fundada
en el amor antes que en la autoridad, rica en obras y
tendiente a la perfección de los individuos: una vida
oculta en Dios con Cristo.
"¡Ejemplo providencial para el mundo moderno, en el que
la sociedad terrestre, que se convierte cada vez más en
una especie de enigma para sí misma, busca ansiosamente
una solución para recomponer para sí un alma! Que
contemple, pues, como modelo a la Iglesia reunida en
torno a sus altares. Allí, en el misterio eucarístico,
el hombre descubre y reconoce verdaderamente su pasado,
su presente y su futuro como unidad en Cristo.
Consciente de esta solidaridad con Cristo y con sus
hermanos, todo miembro de una y otra sociedad —ya sea la
del mundo terrestre o la del mundo sobrenatural—, estará
en condiciones de extraer del altar la vida interior de
dignidad y de valor personal que hoy está a punto de ser
sumergida por la tecnificación y la excesiva
organización de toda existencia, trabajo y
entretenimiento. Sólo en la Iglesia, parece repetir el
Santo Padre, y a través de ella en la Eucaristía, que es
vida oculta con Cristo en Dios, se encuentran el secreto
y la fuente de la renovación de la vida social".
Además, rectamente actual en todo, San Pío X supo
responder a las necesidades de los tiempos en todos sus
legítimos aspectos. Un monumento a ello es el Código de
Derecho Canónico, tan "antimoderno" en su espíritu y en
sus disposiciones, tan útil, tan oportuno, tan actual en
sus aspectos técnicos: San Pío X "concibió la ardua
tarea de renovar el cuerpo del derecho eclesiástico,
para dar a todo el organismo de la Iglesia un
funcionamiento más regular, una mayor seguridad y
rapidez de movimiento, como lo exigía el mundo exterior,
lleno de dinamismo y de creciente complejidad. Es cierto
que esta empresa, que definió como difícil, era digna de
su eminente sentido práctico y del vigor de su carácter”.
Escuchar las enseñanzas de Pío XII, que es Cristo y
Pedro en la tierra, seguir los admirables ejemplos del
gran Santo a quien la Providencia le ha dado el
dulcísimo consuelo y la espléndida gloria de canonizar,
es estar con Nuestro Señor Jesucristo. Porque, como dijo
el Santo Padre Pío XII de San Pío X: "¿Cuál es el
camino que nos lleva a Jesucristo? — preguntó, pensando
con afecto en las almas perdidas y vacilantes de su
época. La respuesta, válida ayer como hoy y para los
siglos venideros, es: ¡la Iglesia! Esta fue, pues, su
primera preocupación, perseguida incesantemente hasta su
muerte: hacer que la Iglesia sea cada vez más
concretamente capaz y abierta para conducir a los
hombres a Jesucristo".
Esta obediencia a la Iglesia personificada en el Papa —
ubi Petrus ibi Ecclesia — es la que pedimos de corazón
por intercesión de San Pío X y de la Virgen Inmaculada
en este año que la piedad mariana de Pío XII ha querido
consagrar afectuosamente a la Inmaculada Concepción.
NOTAS
— Las frases entrecomilladas proceden del
dircurso de Pío XII.
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Las letras en negrita proceden de este sitio.
— Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y
especialmente su lucha contra el “modernismo”
recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial”
sobre San Pío X (en portugués).
Para acceder pinchar aquí.
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