Plinio Corrêa de Oliveira

 

San Pío X: La paz interna

de la Iglesia

"Catolicismo" Nº 43 - Julio de 1954

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"Combatir el error entre los católicos no es obra de división, sino de unión, porque busca congregar a todos en la misma Fe". Es lo que realizó San Pío X combatiendo los errores de su tiempo, especialmente el Modernismo.

La prensa diaria de los grandes centros ha publicado extractos tan extensos del discurso que el Santo Padre Pío XII pronunció con ocasión de la canonización de San Pío X, el pasado 29 de mayo, que parece superfluo reproducirlo aquí. Sin embargo, un estudio de este importante discurso nos parece de lo más oportuno.

El Sumo Pontífice reinante ha tenido la suerte de ejercer altos cargos eclesiásticos bajo la mirada del Papa que acaba de elevar al supremo honor de los altares. Esta circunstancia fue incluso objeto de esta curiosa observación por parte de Su Santidad: "Por primera vez, tal vez en la historia de la Iglesia, la canonización formal de un Papa es proclamada por quien en otro tiempo tuvo el privilegio de estar a su servicio en la Curia Romana".

Pío XII se encontraba, pues, en una posición privilegiada para conocer la situación religiosa del mundo en la época de San Pío X, situación marcada —como decíamos en un número anterior de este periódico (“Mais um florão de glória no pontificado de Pio XII, “Catolicismo”, N.º 42, Junio de 1954)— por el flujo y reflujo de dos corrientes —de amor y de odio— respecto al gran Papa. De amor, por su piedad angélica, por su bondad celestial, por su incesante actividad en favor de las almas. De odio por su firmeza invencible contra los errores de la época, el liberalismo, el laicismo, el cientificismo racionalista sobre todo... y contra la quinta columna modernista que, instalada en medios católicos, se servía del púlpito, del confesionario, de la cátedra y de la prensa religiosa para difundir veladamente la irreligión.

Pío XII recogió en su discurso esta oposición de odio y amor en torno al Santo. Por una parte, "el amado nombre de Pío X" todavía hoy "suscita en todas partes pensamientos de bondad celestial, crea poderosos impulsos de fe, de pureza, de piedad eucarística, y resuena como testimonio eterno de la fecunda presencia de Cristo en su Iglesia". Por otra parte, este "ilustre campeón de la Iglesia" sufrió duros ataques, y en la valentía de soportarlos por amor a la Iglesia de Dios se reveló una de las facetas más hermosas de su admirable santidad: "Preocupado únicamente por mantener intacta la herencia de Dios para el rebaño que se le había confiado, el gran Pontífice no mostró debilidad ante nadie, por grande que fuera su dignidad o  autoridad, ni vacilación ante doctrinas seductoras pero falsas —en la Iglesia y fuera de ella—, ni temor alguno a recibir ofensas a su persona y a la pureza de sus intenciones. Tenía la conciencia tranquila para luchar por la causa más santa de Dios y de las almas. Literalmente, cumplió el mandato de las palabras del Señor al apóstol Pedro: 'Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, confírmala a tus hermanos’”.

Al adoptar una postura terriblemente enérgica contra los errores del modernismo y los defensores de estos errores, ¿pecó San Pío X contra la caridad? Muchos lo han afirmado. Esta fue incluso una de las objeciones más esenciales contra su canonización. ¿Cómo puede un Santo ser tan combativo, tan intransigente, tan severo? Es la crónica intoxicación de falsa caridad de la que sufren tantos pensadores y escritores católicos de nuestros días. Una intoxicación de la que se contagian miles y millones de lectores y oyentes.

San Pío X amaba a Francia con especial dilección. Pero la amaba con un amor fuerte y sobrenatural. Por eso no dudó en asestar algunos de sus golpes más duros contra cierta ala de católicos franceses que tomaban por asalto la patria de San Luís y Santa Juana de Arco. De ahí la condena de Marc Sangnier, y del "Sillon", el movimiento exaltadamente democratacristiano que dirigía. De ahí las objeciones particularmente frecuentes en Francia a la canonización de San Pío X. El mismo año en que fue beatificado, murió Marc Sangnier. Ciertos círculos católicos de ese país —generalmente los implicados en el caso de los Curas Obreros— recibieron la beatificación con una frialdad casi brusca y dieron a Marc Sangnier funerales regios. Se diría que era el entierro de un Santo...

Esta posición, contraria a la verdad histórica, fue condenada por el Santo Padre Pío XII en su discurso: "Pío X se revela también campeón determinado de la Iglesia y Santo providencial de nuestro tiempo en la segunda empresa que distingue su obra y que se asemeja, a través de episodios a veces dramáticos, a la lucha emprendida por un gigante por la defensa de un tesoro inestimable: la unidad interna de la Iglesia en su fundamento más íntimo, la Fe. Ya desde la infancia, la divina Providencia había preparado a su elegido en su humilde familia, edificada sobre la autoridad, las buenas costumbres y la fe escrupulosamente vivida. Sin duda, cualquier otro Pontífice, en virtud de la gracia de estado, habría combatido y rechazado los asaltos que pretendían golpear a la Iglesia en sus cimientos. Hay que reconocer, sin embargo, que la lucidez y la firmeza con que Pío X condujo la lucha victoriosa contra los errores del modernismo, testimonian hasta qué grado heroico ardía en su corazón de santo la virtud de la fe". Y más adelante: "A él corresponde, en efecto, el mérito de haber preservado la verdad del error, tanto entre quienes gozan de su plena luz, es decir, los creyentes, como entre quienes la buscan sinceramente. Para los otros, su firmeza en combatir el error pudo haber causado escándalo: en realidad, fue un servicio de extrema caridad, prestado por un Santo, como Cabeza de la Iglesia, a toda la humanidad".

"Roma locuta, causa finita”. En la canonización la infalibilidad papal está en juego. Para los verdaderos católicos, el asunto está cerrado.

Para muchos espíritus timoratos, señalar la existencia de errores entre los católicos es hacer una labor de desunión. Al condenar el modernismo, Pío X ha desencadenado contra los autores de este error el celo de los elementos más vigilantes del mundo intelectual y de los hombres de acción católicos.

San Pío X —seria superfluo decirlo— no patrocinó la calumnia, la exageración o la injusticia. Pero expresó el deseo reiterado y formal de que los católicos luchasen enérgicamente contra el modernismo.

¿Hizo con esto obra de división? ¿Fomentó la desunión? Al contrario. Así lo proclamó el Santo Padre Pío XII al afirmar que San Pío X luchó como "un gigante por la defensa de un tesoro inestimable: la unidad interna de la Iglesia en su fundamento más íntimo, la Fe".

Aquí se señala la clave de la cuestión. La unidad de la Iglesia se basa en la unidad de la Fe. Combatir el error entre los católicos no es una obra de división, sino de unidad, porque pretende reunir a todos en la misma Fe.

¿No habría sido anacrónico un Papa tan resueltamente opuesto a los errores de su tiempo? ¿No habría actuado mejor condescendiendo, callando, cerrando los ojos? Al contrario, nos dice Pío XII.

San Pío X fue un Papa muy actual, pues previó la terrible crisis de nuestro tiempo, y el mundo la habría evitado si hubiera escuchado sus enseñanzas. El capitán "actualizado" no es el que deja que el barco corra a sabor de las olas, sino el que lo dirige con mano firme para evitar los escollos. En efecto, el Pontífice gloriosamente reinante dice: "Cuando el Modernismo separa, poniéndolas en oposición, la Fe y la ciencia en su fuente y en su objetivo, provoca entre estos dos campos vitales un cisma casi tan funesto como la muerte.

"Con el nuevo siglo, el hombre, dividido en lo más profundo de su ser, y aunque manteniendo la ilusión de preservar su unidad en una frágil apariencia de armonía y felicidad basada en el progreso puramente humano, ha visto cómo esta armonía se rompía bajo el peso de una realidad muy diferente. La atención vigilante de Pío X vio acercarse esta catástrofe espiritual del mundo moderno, esta decepción especialmente amarga entre los ambientes cultos. Comprendió que esta fe aparente, es decir, una fe que, en lugar de fundarse en Dios Revelador, se arraigaba en un suelo puramente humano, se disolvería para muchos en el ateísmo. Pío X percibió también el destino fatal de una ciencia que, yendo contra la naturaleza e imponiéndose una limitación voluntaria, cerraba el camino a la verdad y al bien absolutos, y dejaba así al hombre sin Dios, frente a la invencible oscuridad en la que yace todo ser, sin más que una actitud de angustia o de arrogancia.

"El Santo opuso a tal mal el único medio posible y real de salvación: la verdad católica, bíblica, de la fe aceptada como homenaje racional (Rom 12,1) rendido a Dios y a su Revelación. Al coordinar así fe y ciencia, la primera como prolongación sobrenatural y a veces confirmación de la segunda, y la segunda como vía de acceso a la primera, devolvió a los cristianos la unidad y la paz de espíritu, condiciones indispensables para la vida.

"Si muchos vuelven hoy de nuevo a esta verdad, impulsados en cierto modo a ella por la impresión de vacío y la angustia de su abandono, y si tienen así la dicha de encontrarla firmemente poseída por la Iglesia, se lo deben a la clarividente acción de Pío X."

En un siglo de naturalismo, San Pío X fue por todas sus enseñanzas y por toda su vida un predicador de lo sobrenatural. Lo demuestra sobre todo su ardiente devoción a la Eucaristía y todo lo que hizo para intensificar esta devoción entre los fieles.

Así opuesto al siglo, San Pío X fue actual y más que eso providencial. Exclama el Santo Padre Pío XII: "Gracias a la profunda visión que tenía de la Iglesia como sociedad, Pío X reconoció en la Eucaristía el poder de alimentar sustancialmente su vida íntima y de elevarla por encima de todas las demás asociaciones humanas. Sólo la Eucaristía, en la que Dios se da al hombre, puede fundar la vida de una sociedad digna de sus miembros, fundada en el amor antes que en la autoridad, rica en obras y tendiente a la perfección de los individuos: una vida oculta en Dios con Cristo.

"¡Ejemplo providencial para el mundo moderno, en el que la sociedad terrestre, que se convierte cada vez más en una especie de enigma para sí misma, busca ansiosamente una solución para recomponer para sí un alma! Que contemple, pues, como modelo a la Iglesia reunida en torno a sus altares. Allí, en el misterio eucarístico, el hombre descubre y reconoce verdaderamente su pasado, su presente y su futuro como unidad en Cristo. Consciente de esta solidaridad con Cristo y con sus hermanos, todo miembro de una y otra sociedad —ya sea la del mundo terrestre o la del mundo sobrenatural—, estará en condiciones de extraer del altar la vida interior de dignidad y de valor personal que hoy está a punto de ser sumergida por la tecnificación y la excesiva organización de toda existencia, trabajo y entretenimiento. Sólo en la Iglesia, parece repetir el Santo Padre, y a través de ella en la Eucaristía, que es vida oculta con Cristo en Dios, se encuentran el secreto y la fuente de la renovación de la vida social".

Además, rectamente actual en todo, San Pío X supo responder a las necesidades de los tiempos en todos sus legítimos aspectos. Un monumento a ello es el Código de Derecho Canónico, tan "antimoderno" en su espíritu y en sus disposiciones, tan útil, tan oportuno, tan actual en sus aspectos técnicos: San Pío X "concibió la ardua tarea de renovar el cuerpo del derecho eclesiástico, para dar a todo el organismo de la Iglesia un funcionamiento más regular, una mayor seguridad y rapidez de movimiento, como lo exigía el mundo exterior, lleno de dinamismo y de creciente complejidad. Es cierto que esta empresa, que definió como difícil, era digna de su eminente sentido práctico y del vigor de su carácter”.

Escuchar las enseñanzas de Pío XII, que es Cristo y Pedro en la tierra, seguir los admirables ejemplos del gran Santo a quien la Providencia le ha dado el dulcísimo consuelo y la espléndida gloria de canonizar, es estar con Nuestro Señor Jesucristo. Porque, como dijo el Santo Padre Pío XII de San Pío X: "¿Cuál es el camino que nos lleva a Jesucristo? — preguntó, pensando con afecto en las almas perdidas y vacilantes de su época. La respuesta, válida ayer como hoy y para los siglos venideros, es: ¡la Iglesia! Esta fue, pues, su primera preocupación, perseguida incesantemente hasta su muerte: hacer que la Iglesia sea cada vez más concretamente capaz y abierta para conducir a los hombres a Jesucristo".

Esta obediencia a la Iglesia personificada en el Papa — ubi Petrus ibi Ecclesia — es la que pedimos de corazón por intercesión de San Pío X y de la Virgen Inmaculada en este año que la piedad mariana de Pío XII ha querido consagrar afectuosamente a la Inmaculada Concepción.


NOTAS

Las frases entrecomilladas proceden del dircurso de Pío XII.

Las letras en negrita proceden de este sitio.

Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

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