Continuando a explorar los tesoros de doctrina
encontrados en el discurso pontificio a los dirigentes
del “Movimiento Universal para una Confederación
Mundial” que hemos comentado en números anteriores
(Ver “Catolicismo”
Nº 8 de Agosto de
1951 y
Nº 9 de Septiembre
de 1951),
y después de analizar los temas de este documento
relativos a los errores de estructura de la sociedad
moderna, nos corresponde investigar qué líneas generales
debe tener la sociedad cristiana del futuro, según el
pensamiento de Pío XII.
Hablando
de la vida internacional, dijo el Pontífice:
“La
Iglesia quiere la paz, y por eso se esfuerza en
promover todo lo que en el marco del orden
divino, natural y sobrenatural contribuye a
asegurarla. Vuestro Movimiento, Señores, se empeña
en lograr una organización política eficaz del
mundo. Nada más acorde con la doctrina tradicional
de la Iglesia, ni más adaptado a su enseñanza sobre
la guerra legítima o ilegítima, especialmente en las
circunstancias actuales. Es necesario, entonces,
llegar a tal organización, aunque sólo sea para
poner fin a una carrera armamentista en la que, ha
decenas de años, los pueblos se han estado
arruinando y agotando en pura pérdida”.
“Opinais que, para ser eficaz, la organización
política mundial debe tener una forma federativa. Si
con esto entendéis ella que debe liberarse del
engranaje de un unitarismo mecánico, aún en este
punto estáis de acuerdo con los principios de la
vida social y política firmemente establecidos y
sostenidos por la Iglesia. En efecto, ninguna
organización del mundo será viable si no se armoniza
con el conjunto de las relaciones naturales, con el
orden normal y orgánico que rige las relaciones
particulares de los hombres y de los diversos
pueblos. Sin esto, cualquiera que sea su estructura,
será imposible que se mantenga en pie y dure”.
“Por
eso estamos convencidos de que el primer cuidado
debe consistir en establecer o restaurar
sólidamente estos principios fundamentales en todos
los campos: nacional y constitucional, económico y
social, cultural y moral”.
Volviendo
al campo político, dijo Pío XII:
“En
todas partes, actualmente, la vida de las naciones
se ve desagregada por el culto ciego del valor
numérico. El ciudadano es un votante. Pero, como
tal, es en realidad sólo una de las unidades cuyo
total constituye una mayoría o una minoría, que el
simple desplazamiento de algunas voces, si no de
una, es suficiente para invertir. Desde el punto de
vista de los partidos, el votante sólo cuenta por su
poder electoral, por el concurso que su voto da; y
de su papel en la familia y en la profesión no se
considera”.
En cuanto
a la vida económica y social, el Pontífice dice que:
“No
existe una unidad orgánica natural entre los
productores, ya que el utilitarismo cuantitativo,
la mera consideración del beneficio es la única
norma, que determina los lugares de producción y la
distribución del trabajo, ya que es la ‘clase’ la
que distribuye artificialmente a los hombres
en la sociedad, y ya no la cooperación en la
comunidad profesional.
En el
campo cultural y moral, a su vez:
“La
libertad individual, liberada de todas las ataduras,
de todas las reglas, de todos los valores
objetivos y sociales, no es en realidad más que
una anarquía mortal, especialmente en la educación
de la juventud”.
Y el
Santo Padre concluye:
“Si,
entonces, en el espíritu de federalismo, la futura
organización política mundial no puede, bajo ningún
pretexto, dejarse arrastrar al juego de un
mecanismo unitario, no gozará de una autoridad
efectiva salvo en la medida en que salvaguarde y
favorezca por toda parte la vida propia de una sana
comunidad humana, de una sociedad cuyos miembros
contribuyan todos juntos por el bien de toda
humanidad”.
Las
agrifadas, por supuesto, son nuestras. Las hemos
introducido en los textos para facilitar su estudio.
Organicidad y Mecanismo
En estos
diversos temas, cada uno más importante que el otro, hay
dos metáforas constantemente empleadas por el Pontífice,
“organismo” y “mecanismo”. El “organismo” siempre
corresponde a lo que es correcto, bueno, encomiable. El
“mecanismo” corresponde a su vez a lo que es desviado,
inadecuado, erróneo.
El
conocimiento exacto de las directivas pontificias
requiere que profundicemos en el análisis de estas
metáforas.
Un
organismo animal o humano y un mecanismo tienen entre si
algo en común. Ambos son un conjunto de piezas
diferentes, ordenadas una a la otra de tal manera que
constituyen un todo único, y cada cual realiza una tarea
que forma parte de una obra común.
A pesar
de tantas analogías, las diversidades entre el organismo
y el mecanismo son tan profundas que podrían llamarse
casi de infinitas. Todos ellas resultan de la diferencia
que va desde lo inerte, estático, muerto, a lo caliente,
ágil, vivo:
I -
Los órganos de un cuerpo actúan por un movimiento que
proviene de la vida que está presente en ellos; el
movimiento viene de las mismas profundidades de su ser.
Las partes de una máquina son incapaces de moverse por
sí mismas. Todo su movimiento viene de fuera.
Propiamente no se mueven: son movidas.
II -
Los órganos vivos tienen una capacidad no pequeña para
adaptarse a nuevas condiciones de existencia y
funcionamiento. Es una adaptación delicada, generalmente
lenta, hecha a milímetros, pero muy exacta y duradera.
La máquina es sólo como fue hecha, y por sí misma no se
adapta a nada. Cuando alguien la adapta a algún otro
propósito, puede hacerlo drásticamente, porque la
materia es ciega, y no es necesario emplear
contemplaciones para fundir un pedazo de metal, o para
labrar el mármol.
III -
Dotado de vida propia, el órgano tiene una cierta
porción de independencia. Por lo tanto, ninguno de
nosotros es libre de imponer a sus piernas o brazos el
tamaño y la forma que desea. Lo que es postizo,
artificial, mecánico, por el contrario, está
absolutamente sujeto al hombre. Y por esta razón un
lisiado puede imponer a su pierna de madera o de goma un
color, un peso, una forma que le parezca más práctica o
más estética.
IV -
Puesto que la naturaleza es obra directa de Dios, y el
mecanismo es más directamente obra del hombre, a pesar
de que todo lo que es mecánico está mucho más sujeto a
la ciencia, todo lo que es orgánico es mucho más
perfecto. Así, para ejemplificar, no importa cuánto la
ciencia perfeccione las piernas y brazos mecánicos
—y
ha logrado maravillas en este sentido—
cualquier hombre
preferirá a una de estas “maravillas” su pierna o brazo
natural, aunque sean deficientes.
V -
En la máquina, todas las partes obedecen a manera de
esclavas, bajo el impulso de quien las conduce. Lo
principal, entonces, es el papel de la voluntad de quien
las conduce. Con una máquina, sólo hay un medio de
dirección posible: la dictadura. Y cuando la máquina es
reacia, sólo hay una solución: abrirla, desmantelarla y
aplicar la tenaza y el martillo a lo que estuviera
defectuoso. Un organismo vivo es mucho más libre, la
mecánica siempre ha sido, es, siempre será más eficiente
que la cirugía. En el organismo humano, el éxito de las
actividades del cuerpo depende de la cooperación
natural, viva, de cierto modo (nótese la restricción),
libre, de cada parte.
Apliquemos ahora a las sociedades humanas los conceptos
de “orgánico” y “mecánico”.
Describamos dos sociedades del pasado, una orgánica y
otra mecánica.
Una sociedad, orgánica y cristiana
En un
cierto sentido, la más viva de todas las sociedades
es la familia. En efecto, aunque el Estado, al igual
que otros grupos sociales inferiores, nace del orden
natural mismo de las cosas, ninguna sociedad es tan
imperativa y, por así decirlo, tan urgentemente creada
por la naturaleza como la familia. Podemos concebir
la sociedad humana viviendo embrionariamente en una
estructura familiar, antes de la existencia del Estado.
No podemos concebir el Estado viviendo antes que la
familia, o sin ella.
Por otro
lado, no hay sociedad a la que seamos tan naturalmente
propensos. Todas las disposiciones de espíritu
necesarias para el funcionamiento regular de la familia
existen dentro de nosotros
—al menos de cierta manera—
de forma espontánea: respeto de los hijos por sus
padres, comprensión, amor, ayuda mutua entre los
miembros. Comparada con la familia, cualquier otra
sociedad parece hirsuta, rígida, en cierto sentido
artificial.
Buenas noticias en
la familia - Theodore Gerard ( 1829-1895)
Uno de
los rasgos característicos de la civilización cristiana
edificada en Occidente después de la invasión de los
Bárbaros fue hacer de la familia no sólo una institución
de vida puramente doméstica y privada, como lo es hoy en
día, sino la unidad propulsora de todas, o casi todas,
las actividades políticas, sociales y profesionales.
Los
bienes inmuebles eran a menudo más familiares que
individuales. La casa, la tierra, el feudo se
consideraban mucho más como patrimonio de la familia que
del individuo. Lo mismo ocurría con la artesanía y el
comercio, donde la tendencia a transmitir la profesión
de padre a hijo se manifestó a lo largo de varias
generaciones.
Si
examinamos el campo de la ciencia y de las artes,
también veremos con quanta frecuencia los miembros de
una familia se dedican a la misma rama.
Tanto en
la administración feudal, municipal y real; en las
finanzas, la diplomacia, la guerra, en todos los campos
por fin, notamos que la familia como tal era, en la
medida de lo posible, la gran unidad de acción y
propulsión. Los feudos, las corporaciones, las
universidades, los municipios, no había nada que pudiera
escapar a la penetración de la familia. Tanto es así que
el Estado —un reino, por ejemplo— no era sino una
familia de familias, gobernada por una familia: la
familia real.
|
"...la familia penetró en todas las
partes del organismo social..."
Día de
Mercado - Theodore Gerard ( 1829-1895) |
Con las
reservas con que se deben emplear imágenes como ésta, se
puede decir que la familia penetró en todas las
partes del organismo social, como las arterias
penetran e irrigan todos los miembros del cuerpo humano.
Y así la familia comunicaba un qué de especialmente
vivo, plástico, orgánico, a todas las instituciones
políticas, sociales, económicas, etc.
Teniendo
en cuenta la estructura y la vida de estas
instituciones, tales como corporaciones, universidades,
municipalidades, impresiona su “naturalidad”.
Las
líneas típicas de estas diversas especies de organismos
no fueron preestablecidas por algún teórico académico e
imaginativo. Por el contrario, nacieron gradualmente de
un ajuste diario a las necesidades y problemas de cada
instante. Por esta razón, había algo profundamente real
en ellos, a un tiempo vivo y ágil, estable y sólido.
¿Y el
Estado? También era algo mucho menos hirsuto, impersonal
y lleno de aristas de lo que fue después de 1789. A
través del entrelazamiento del sistema feudal, un Rey
—encarnación del estado— podía poseer feudos en
territorio extranjero. Así, las soberanías se
enmarañaban unas en las otras, las naciones se
interpenetraban y, especialmente en ciertas zonas
fronterizas, era difícil establecer claramente cuándo
comenzaba un país y terminaba el otro. Algo de complejo
como los tejidos de un cuerpo, y no simple como las
líneas de un esquema mecánico.
|
Fueros de
Aragón - Códice Vidal Mayor - 1247
Aquí se
representa la compraventa de una casa. En la
imagen aparece comprador con el contrato y
dinero y fiador tomado de la mano así como
la mujer con los niños que debe prestar el
consentimiento. |
Si
consideramos las relaciones entre el todo y las partes,
el Estado y los órganos sociales de que se constituía la
nación, la impresión de organicidad vital se acentúa aún
más: cada órgano es un pequeño todo, como si fuera un
reino en punto pequeño o incluso minúsculo, dotado
dentro de su esfera de ciertas funciones
gubernamentales, legislativas, ejecutivas o judiciales.
Así, en la familia, el Padre era un verdadero Rey en
miniatura, por el poder que ejercía sobre su esposa
e hijos. El axioma era característico: El
Padre es el Rey de los hijos, y el Rey es el Padre de
los padres. En algunas familias, incluso las leyes
de sucesión eran peculiares y diversas de las que se
aplicaban a todas las demás.
También
en los feudos, el Señor era una miniatura del Rey,
legislador, gobernador y juez dentro de su órbita.
|
Procesión con la caja de reliquias de San
Marcel, del gremio de los orfebres de Paris
durante el reinado de Luis XIII (Le moyen
äge et la renaissance…Vol III-1848- Paul
Lacroix y Ferdinand Séré) |
En cuanto
a las corporaciones [de oficio], ellas también ejercían
funciones “laborales” —para utilizar la palabra moderna—
que hoy en día suelen estar adscritas a los órganos
legislativos, ejecutivos o judiciales del Estado.
El Rey
—simplificando mucho las cosas, por supuesto— sólo tenía
la función suplementaria de hacer lo que estos diversos
cuerpos no podían realizar por sí mismos, es decir,
proteger los intereses comunes y supremos que iban más
allá del alcance propio de todos los cuerpos, la
manutención de un justo equilibrio entre ellos, y
asegurando que en el recóndito de ninguno de ellos se
ofendieran los principios fundamentales de la moral y de
la civilización cristiana.
Tomado en
su conjunto este cuadro muy resumido, se ve lo cuanto es
orgánico. Cada elemento celular tiene funciones
totalmente peculiares. Cada uno tiene, para el ejercicio
de sus funciones, atribuciones que le tocan por derecho
propio, y se mueve por una energía que actúa de adentro
hacia afuera, y no de afuera hacia adentro. El buen
progreso del conjunto depende mucho más del buen
progreso de cada parte que de la mera acción del
organismo central.
Una sociedad anorgánica
¿Cómo
sería un orden de cosas anorgánico?
Sería el
que se pareciese con una máquina, es decir, en que todos
los miembros recibiesen el impulso de un único agente
externo y central; en que la obediencia de cada parte
fuese absolutamente pacífica e impersonal; en que la
forma y la tarea de cada parte, y del conjunto, fuese
susceptible de cualquier reforma que se juzgue
conveniente según las concepciones teóricas de los
técnicos.
|
"en
que todos los miembros recibiesen el impulso de
un único agente externo y central"
[Henri
Cartier-Bresson -
Agricultural show, Moscow, USSR, 1954] |
¿Cómo
se lograría esto? Por el socialismo absoluto.
De hecho, para el estado socialista, la familia y los
grupos sociales no existen. El no concibe otro medio
de acción que la oficina estatal, naturalmente
esclavizada, obedeciendo al impulso que viene de la
dirección central, moviéndose exclusivamente según este
impulso, y organizada a la manera de una inmensa red
metálica que abarca al país, y a través de cuyos
filamentos la dirección central hace circular corrientes
eléctricas como y cuando le place.
Por otro
lado, todo esto es rígido: un teorizador concibe a
priori una serie de piezas de este organismo. Un
decreto, o una ley, lo convierte en realidad. Y debe
existir tal como lo dicte el decreto o la ley, siempre
que otro decreto u otra ley no disponga lo contrario.
Nada más rígido, sí, pero nada más reformable. Basta con
que nazca una nueva ley, para que el mecanismo se
transforme en otro totalmente diferente, sin rastro o
vestigio de lo que fue en su momento. Como el metal que,
una vez fundido, acepta un nuevo molde y no conserva
ningún rastro de su forma anterior.
El
estado contemporáneo
En
gran medida, las democracias modernas participan en los
vicios del estado socialista.
Su gran fuerza motriz es la voluntad de la mayoría
meramente numérica de la población. Expresada esta
voluntad en las urnas se constituye un Parlamento
soberano, que puede hacer todo, incluso reformar la
Constitución. O sea, la mitad más uno puede entonces
decretar lo que quiera: todo es legal si se hace por
vía parlamentaria. La familia puede ser disuelta, la
propiedad privada erosionada por toda clase de sofismas
o incluso abolida, la Religión destronada por su
separación del Estado, o tal vez proscrita: todo
será honesto, coherente, recto, si ese es el deseo de la
mayoría. Fue en nombre de esta mayoría, consultada en
sucesivos plebiscitos
—sobre cuyo enigma la Historia no
ha dicho aún
la última palabra—, que Hitler redujo Alemania a
una “senzala” (N.C.: hogar de los esclavos en el Brasil
colonial).
El Poder
Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, pertenece
exclusiva y enteramente al Estado, en los regímenes
originados de la Revolución. Y frente a este Estado que
todo puede, los grupos e individuos no son órganos, sino
piezas de maquinaria.
Es
necesario no saber leer, para no ver que es exactamente
en este aspecto del estado actual que cae la censura del
Papa Pío XII.
Cómo
llegar a la organicidad
¿Qué
hacer, entonces? Lo que hicieron nuestros mayores, en
los albores de la actual civilización. Comprendieron
que, dentro del curso del Decálogo, y observados los
derechos de la Iglesia, asunto en que toda
intransigencia y severidad es poca, es necesario
permitir que la sociedad camine gradualmente por sí
misma, libre del férreo guante de la dictadura del
Estado, ya sea parlamentaria o del jefe de Estado.
Es necesario permitir que la familia regrese una vez
más a la plenitud de acción e influencia que antaño
alcanzó; que los grupos profesionales, sociales y
otros, intermediarios entre el individuo y el Estado,
sean libres de ejercer, por derecho propio y según sus
propias modalidades, las actividades necesarias para el
cumplimiento de sus deberes; que el Estado, respetando
en todo caso estas autonomías, conceda a cada región el
derecho de organizarse según su estructura social y
económica, su naturaleza, sus tradiciones; que
finalmente el poder soberano, dentro de su órbita
suprema y propia, sea honrado, vigoroso, eficiente.
Respetando estos principios, ¿a qué término final
llegaríamos? ¿Volveríamos a la Edad Media? ¿O nos
moveríamos hacia un nuevo y absolutamente impredecible
futuro?
Ambas
preguntas deberían ser respondidas afirmativamente. La
naturaleza humana tiene sus constantes, que son
invariables para todos los tiempos y todos los lugares.
Los principios básicos de la civilización cristiana
también son inmutables. Así, con seguridad, este
nuevo orden de cosas, esta nueva civilización cristiana
será profundamente similar, o más bien, idéntica a la
antigua en sus características esenciales. Y será, unida
a Dios, en el siglo XXI la misma que en el siglo XIII.
Pero, por otro lado, las condiciones técnicas y
materiales de la vida se han transformado profundamente,
y nada sería más anorgánico que abstraerse de estas
modificaciones. En este sentido, es necesario no hacer
muchos planes. Los fundadores de la civilización
cristiana en la Alta Edad Media no tenían en mente el
siglo XIII tal como existía. Simplemente tenían la
intención genérica de hacer un mundo católico. Para
ello, cada generación resolvía los problemas que estaban
a su alcance con profundidad de visión y sentido
católico. Y por lo demás, no se perdían en conjeturas.
Hagamos
con ellos. En términos generales, todo el marco ya es
conocido por la Historia y por el magisterio de la
Iglesia. En cuanto a los detalles, caminemos paso a paso
sin planes meramente teóricos, elaborados en un
gabinete: “sufficit diei malitia sua” (“Cada día tiene
suficientes problemas propios”).
N.C.: Esta serie concluye
con el artículo "La
estructura supranacional en el magisterio de Pío XII",
publicado en el Nº 12 de "Catolicismo" y que
puede leerse aquí.
[Traducción realizada con la versión gratuita del
traductor
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Negritas
de autoria de este sitio.
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