En el
último número de
"CATOLICISMO"
(Agosto de 1951 - Nº 8),
analizamos el discurso de Pío XII a los dirigentes del
“Movimiento Universal por una Confederación Mundial”,
que contiene importantes lecciones sobre la estructura
del Estado y de la sociedad internacional en nuestros
días.
Mostramos
en este comentario que la Iglesia -según las enseñanzas
de León XIII- no es incompatible con ninguna de las
formas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la
democracia. Sin embargo, el concepto de democracia,
nacido de la Revolución Francesa, y fundado en los
cuatro grandes dogmas de la soberanía popular, de la
infalibilidad popular, de la fidelidad absoluta al
sufragio universal como expresión de la voluntad
popular, y de la organización de la república
democrática representativa universal,
es incompatible
con el pensamiento de la Iglesia.
Un gran equívoco
Cuando
los demócratas a la manera de 1789 y los católicos
hablan de “gobierno del pueblo”, normalmente hay dos
conceptos erróneos graves entre ellos, uno sobre la
palabra “gobierno” y el otro sobre la palabra “pueblo”.
Es debido a estos equívocos que la colaboración entre
ellos tiene apariencias de posibilidad. En cuanto a la
palabra “gobierno”: para los católicos, todo el poder
viene de Dios, se cierne sobre los súbditos y consiste
en dirigir al pueblo; por el contrario, para los hombres
de 1789 el poder viene del pueblo, los súbditos dictan
su voluntad a los gobernantes, y gobernar no es dirigir
la nación sino hacer la voluntad de las masas.
En cuanto
a la palabra “pueblo”, para la Iglesia es la sociedad
humana en la que cada hombre está dotado de convicciones
y principios personales estables y lógicos, capaces
de determinar de manera duradera todo un estilo de vida
y de acción; una sociedad en la que los grupos sociales,
definidos y constituidos, son ricos en vida: una
sociedad en la que se admiten, reconocen y jerarquizan
las clases sociales; una sociedad en la que hay élites
de herencia, cultura, capacidad, amadas, admiradas,
reconocidas y clases populares viviendo en la modesta
pero profunda dignidad de su condición la vida
laboriosa, tranquila y abundante, que cabe a los hijos
de Dios. Por el contrario, para los hombres de 1789, el
pueblo no es más que la “masa”, es decir, una multitud
inorgánica de personas todas iguales, todas anónimas,
todas estandarizadas, que viven de un pensamiento que no es individual sino
colectivo, que no procede de las profundidades de la
mente de cada uno, sino de los caprichos y pasiones de
la demagogia. Para los hombres de 1789, “el gobierno del
pueblo” es el gobierno de las masas. Para los católicos,
es la participación, en los asuntos públicos, de una
sociedad orientada por las élites.
Establecidas estas nociones generales, queremos subrayar
la corrección de las observaciones del Santo Padre Pío
XII sobre el sufragio universal, un mero recuento
numérico de los votos, en el que las opiniones de los
electores se toman en consideración sólo según su
número, y que, por lo tanto, es mucho más apropiado para
expresar la opinión de la masa, que el pensamiento del
verdadero pueblo.
El
problema en este punto es el siguiente: si, según la
doctrina católica, el “gobierno del pueblo” no es en
absoluto lo que entienden los hombres de 1789
(“entienden”, decimos, y no “entendían”, pues hoy en día
hay más hombres de 1789 que en pleno terror, ya que el
número de revolucionarios no ha hecho más que aumentar
continuamente), ¿cómo
existiría
en el orden concreto de los
acontecimientos lo que la Iglesia entiende por el
legítimo “gobierno del pueblo”?
Vida orgánica y unitarismo mecánico
Volvamos
al texto del discurso pontificio. Leyéndolo con
atención, veremos que Pío XII establece una serie de
antítesis:
a —
el mundo
debe “liberarse del engranaje de un unitarismo
mecánico”, para llegar a una organización que “se
armonice con todas las relaciones naturales, con el
orden normal y orgánico que rige las relaciones
particulares de los hombres y de los diferentes pueblos”;
b —
este
“unitarismo mecánico” existe actualmente “en el
ámbito nacional y constitucional” en forma de un “culto ciego del valor numérico”. En otros términos,
“el ciudadano es elector. Pero, como tal, es en
realidad sólo una de las unidades cuyo total constituye
una mayoría o una minoría que el simple desplazamiento
de algunas voces, si no de una, es suficiente para
revertir. Desde el punto de vista de los partidos
políticos, el votante cuenta sólo por su poder
electoral, por el concurso que su voto da”. Por el
contrario, “su situación, su papel en la familia y en
su profesión” también debería tenerse en cuenta, lo
que los actuales sistemas de votación “no consideran”
en absoluto;
c —
Este
“unitarismo mecánico” se manifiesta “en el campo
económico y social” en el sentido de que “no existe
una unidad orgánica natural entre los productores” y,
por el contrario, “el utilitarismo cuantitativo, la
mera consideración de la ganancia es la única norma que
determina los lugares de producción y la distribución
del trabajo, ya que es la clase que distribuye
artificialmente a los hombres en la sociedad y ya no la
cooperación en la comunidad profesional”;
d —
“en el
campo cultural y moral”,
en lugar de reinar los “valores objetivos y sociales”,
“la libertad individual, liberada de todas las
ataduras, de todas las reglas, de todos los valores
objetivos y sociales, no es en realidad más que una
anarquía mortal, especialmente en la educación de la
juventud”;
e —
en el
ámbito internacional, es necesario evitar que “los
gérmenes mortales del unitarismo mecánico” penetren
en la futura organización del mundo y, por el contrario,
es necesario que esta organización “favorezca por
todas partes la vida propia de una comunidad humana
sana, una sociedad cuyos miembros contribuyan todos
juntos por el bien de toda la humanidad”.
La libertad cristiana y el mecanicismo revolucionario
En estos
contrastes, dos caminos están claramente delineados, uno
a seguir y otro a evitar. Precisemos, por confrontación,
ambas líneas, situando el pensamiento pontificio en el
marco general de la doctrina tradicional.
— I —
Doctrina católica:
Los hombres son naturalmente desiguales por su
valor intelectual y moral, por su capacidad artística,
por su constitución física, por las tradiciones de que
viven, por la educación que han recibido, por todas las
pequeñas particularidades individuales, del alma y del
cuerpo, que resultan de lo que un ser tiene de más
profundo y peculiar, y que caracterizan su personalidad.
De este hecho natural proviene la estructura
jerárquica de la sociedad.
Pensamiento Revolucionario:
Niega la estructura jerárquica de la sociedad y, en
consecuencia, no tiene en cuenta las desigualdades del
alma y del cuerpo de los hombres, así como sus
características individuales. El Estado no conoce
hombres concretos, como lo son en la vida y en la
realidad, sino hombres en tesis, hombres en lo
abstracto, hombres apersonales y anónimos.
— II —
Doctrina católica:
Según la lógica de los hechos, el orden natural de las
cosas, expresado a través de las mil y mil desigualdades
legítimas existentes entre los hombres, da lugar
naturalmente a toda una serie de relaciones entre las
personas, las familias, los grupos sociales, los grupos
económicos o profesionales, las clases, que son
producidas por la realidad misma y constituyen el juego
fecundo de las fuerzas vivas de la sociedad.
Pensamiento Revolucionario:
Todo esto no es conocido por el Estado, y es un asunto
del mero campo de la actividad privada. La vida del
Estado ignora todos estos hechos y no los tiene en
cuenta.
— III —
Doctrina católica:
La razón de ser del Estado consiste en mantener esta
vida en consonancia con el Decálogo y el bien común; en
favorecerla en todas sus formas; y, por lo tanto, en
modelarse según lo necesario para que esta vida siga su
curso, cada vez más rica en savia de la realidad
natural. Prosperan así libremente las familias, los
grupos sociales, las clases sociales, las organizaciones
que promueven la vida cultural, la caridad, etc. No hay
una ley estatal uniforme para todos. Cada cual se
estructura según la costumbre, las necesidades diarias,
las circunstancias históricas, etc. Estos organismos,
que son casi infinitamente diversos entre sí en naciones
muy vastas y pobladas, deben tener la oportunidad de
intervenir en la vida pública, cada uno en la medida de
su naturaleza, de su papel histórico, de la situación
que ocupa en el conjunto de los demás organismos.
Pensamiento Revolucionario:
El Estado no tiene en cuenta toda esta esfera de
actividad, porque corre el riesgo de desnaturalizarlas
al dejarse impregnar por ella. Este riesgo se hace más
acuciante si se forman familias numerosas, instituciones
grandes, clases sociales grandes que influyan en el
Estado. Por lo tanto, el Estado, que en principio no
debería saber de tales asuntos, interviene en ellos para
reducir a su control las fuerzas sociales. Es el punto
de transición del liberalismo al socialismo.
— IV —
Doctrina católica:
El Estado no puede elegir arbitrariamente su forma de
gobierno. Será monárquico, aristocrático o
democrático en la medida en que el orden natural de las
cosas se produzca por una lenta y gradual evolución
histórica de cualquiera de estas formas.
Pensamiento Revolucionario:
El Estado debe ser siempre democrático, y dirigir la
vida social de tal manera que la constitución de las
aristocracias sea imposible.
— V —
|
Una
sociedad inorgánica se parecería a una
máquina: todas sus partes serían movidas por
la voluntad de un único agente externo y
centralizado,
por el movimiento que les llega del Estado,
de
la misma
manera que arranca una máquina. |
Doctrina Católica:
La forma en que las familias, y otros grupos sociales
intermedios, intervienen en la vida política se
constituye poco a poco por la vida misma de los grupos y
de la sociedad, más que por planes meramente teóricos y
preestablecidos.
Pensamiento Revolucionario:
La forma del Estado es el mecanismo elegido teóricamente
por los pensadores de 1789. No es el resultado de la
vida sino de un plan de gabinete. Todo este plan debe
ser implementado por las distintas unidades sociales, ya
que las piezas de un mecanismo desempeñan el papel
preordenado de quienes las ordenaron. Se mueven, no por
la vida que llevan dentro, sino por el movimiento que
les llega del Estado.
* * *
Por ahí
se entiende lo que el Sumo Pontífice llama “mecánico”
y lo que él llama “vivo”. Queda por ver cuál es
la relación entre estos conceptos y el culto al número,
del que nos habla en su discurso.
El culto al número y el mecanicismo revolucionario
Número es
una palabra que supone la noción de cantidad. Muy
diferente de esto es la noción de calidad. El culto al
número es el establecimiento de un orden de cosas en el
que la cantidad es el criterio supremo. Por supuesto,
ese orden de cosas es profundamente diferente de otro en
el que se hace hincapié en el factor “calidad”. En la
concepción revolucionaria, esencialmente igualitaria,
el factor calidad está necesariamente perjudicado en
favor de la cantidad.
Porque si todos son iguales, deben
tener la misma cultura, la misma educación, el mismo
nivel de vida, la misma influencia, el mismo prestigio.
Y esto lleva inevitablemente a la idea de dar más valor
a la alfabetización que a la formación de élites; de
hacer más abundante la producción en lugar de hacerla
también mejor; de estandarizar y normalizar todo, según
las conveniencias del tipo abstracto de hombre, a las
que todos deben nivelarse, no permitiéndose quedar por
debajo o más allá del modelo oficial.
Para un
Estado mecánico, en el que toda la actividad se realiza
exclusivamente bajo el impulso de leyes, ordenanzas,
circulares ministeriales y reglamentos, para una
sociedad compuesta por hombres anónimos e iguales
perdidos en la masa, ¿qué es cada hombre sino un número?
Y para cada unidad humana, ¿qué se necesita sino las
unidades de cultura, alimentación y alojamiento
necesarias para que prolonguen su existencia y
multipliquen su descendencia?
|
Para un
Estado mecánico, en el que toda la actividad se realiza
exclusivamente bajo el impulso de leyes, ordenanzas,
circulares ministeriales y reglamentos, para una
sociedad compuesta por hombres anónimos e iguales
perdidos en la masa, ¿qué es cada hombre sino un número?
- [Planta textil en Moscú, 1954] |
La
cantidad es el ideal natural, el único objetivo
alcanzable para el estado mecánico. El problema visto
desde el punto de vista de la calidad es muy diverso,
pues sólo puede nacer de la formación de las élites
de la cuna y de la cultura, del perfeccionamiento de
las potencialidades del alma que existen en tan desigual
medida entre los hombres, y de la libre proyección de
estas desigualdades en todo el cuerpo social, bien
entendido en los límites en que lo permiten la justicia
y la caridad enseñadas por la propia doctrina de la
Iglesia.
Dejando las “rutas trilladas” ...
¿Cómo se
constituiría el Estado, en las condiciones actuales de
la sociedad, según los principios que se acaban de
enunciar aquí? En otras palabras, si la humanidad
contemporánea se liberara del chaleco de hierro de las
leyes, ordenanzas, decretos y regulaciones de naturaleza
socialista que de alguna manera obstaculizan su
desarrollo natural, ¿hacia dónde nos dirigiríamos?
Esto
equivale a preguntar qué trayectoria tomaría un pájaro
en el aire si se liberara de la jaula. Es impredecible.
Se podría decir simplemente que volaría. Pero nadie
podría preestablecer punto por punto que movimientos
haría, que cursos tomaría, en la libre expansión de su
naturaleza viviente.
Consideremos una sociedad auténtica y profundamente
católica, firmemente dispuesta a desarrollar su
actividad con la más estricta observancia de los
principios del Decálogo, y un Poder Público que
considera su misión superior castigar el mal y estimular
el bien —tomando las palabras “mal” y “bien”
precisamente en el sentido en que la Iglesia las
entiende— y preguntémonos cómo se estructuraría si se
liberara del culto a los números, de la tiranía de los
órganos mecánicos que distorsionan su marcha como lo
harían los aparatos ortopédicos a los hombres con pies
sanos. ¿Qué formas de gobierno, qué formas de
organización social, cultural y económica asumirían esas
sociedades?
Dice Pío
XII en su discurso que “es efectivamente imposible
resolver el problema de la organización política mundial
sin consentir en apartarse a veces de las rutas
trilladas, sin apelar a la experiencia de la Historia, a
una sana filosofía social, e incluso a una cierta
adivinación de la imaginación creadora”. Con el
concurso de todos estos elementos, Historia, sana
filosofía, adivinación de la imaginación creativa, el
coraje decidido de abandonar las rutas trilladas del
mecanicismo numérico de 1789, ¿es posible hacer
suposiciones para el futuro? No hasta cierto punto;
porque, como hemos dicho sobre el pájaro que se libera
de la jaula, hay mucho imprevisible en el funcionamiento
de los seres vivos. Pero, por otra parte, como la
naturaleza humana y la Ley de Dios no cambian, ya que en
el pasado tuvimos sociedades constituidas por el libre
desarrollo de energías naturales legítimas, es posible
prever algunas líneas generales para el futuro.
Lo
veremos en el próximo artículo.
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